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Dos cantos posibles
Y si todo fuera lo que es, de Enrique Saldivia Péndola. Ejercicios para encender el paso de los días de Sergio Rodríguez Saavedra
Por Roberto Onell
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 26 de marzo de 2017
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Enrique Saldivia Péndola (1958) publica Y si todo fuera lo que es (acuarelas de Juan Carlos Mestre) con una brevedad intensificada en poco más de treinta haikus. Si ya en Papeles (2001) y Papeles del mar (2009) el autor optó por la imagen concentrada, esta vez el desafío aumenta y, al mismo tiempo, se diversifica. "La ventana", "El espejo" y "La noche" son las tres secciones del libro, tres pasos de apertura existencial del hablante. Así, en el primero destaca: "Por la ventana/ se ve un bote a remos/ y todo el mar", versos de un momento en que el individuo marca una salida de sí mismo, una tentativa de ir más allá del suelo que lo sostiene, al menos por la vía de la mirada. "¿Será un reflejo?/ Ese Otro, el del frente./ Nada me dice", puede ser un poema que condense la experiencia del segundo momento, el descubrirse a sí mismo en una imagen alterna, ser el uno y el otro a un tiempo. El tercer paso está bien establecido en versos como "La vasta noche/ en diecisiete sílabas/ no se contiene", de abismo ante la propia poquedad en relación con la inmensidad nocturna. En un extremo el hermetismo y en el otro, la obviedad, la mayor parte de los haikus de Saldivia se equilibra en medio, con buenos resultados afincados en la poesía a secas, la de la meditación acerca del no-más del título, la probabilidad de que el mundo se afirme en su ser, sin otra cosa que mostrar. Por ello, junto a los aires orientales, se deja sentir aquí una veta mística y un aire marinero que dan el tono más personal del autor.
Ejercicios para encender el paso de los días es el conjunto de poemas que Sergio Rodríguez Saavedra (1963) publica después de Centenario (2011). En la primera sección, el poema "Construcción de una pira" da una clave ceremonial: escribir será incendiar "la frase, rama seca del sentido", porque "así debe arder el poema:/ del poderoso tiempo/ a la ceniza" con el poeta al centro. Pero las diversas variaciones de la quema incluyen esta rectificación eventual: "Nadie debe creer/ que soy la ceniza que dejé, sino este segundo de luz" ("Bonzo para una escritura suicida"). La segunda parte insiste en la participación sustantiva del hablante en la obra trabajada: "Pongo/ agua/ en/ el poema// y/ hierve/ mi corazón" ("Taza de té"), obra que es también la difícil experiencia amatoria: "Voy a darle mi calor a esa mujer, mi temperatura/ de animal husmeando la nieve [...]/ el músculo que sostiene mi lápiz [...]/ el hueso mismo, si lo pide con respeto" ("No somos perros, pero nos mordemos"). Así, a la quema del mundo por la palabra, a la quema propia del sujeto al escribir y al amar, se une una vocación de ascenso, tímida o conjetural, en la tercera y última sección: "Ceniza de ala somos, si alguna vez/ fuimos parte de otro sueño que volara" ("Ceremonial del olvido"). Rodríguez nos expone a una poética del rito, donde resuenan voces ancestrales de la poesía y de la búsqueda de sentido (filosófico, político, religioso, estético), en el marco de un lirismo rescatado desde la quemante experiencia propia, no desde postulados extrínsecos. Temblorosa materia labrada con un inteligente verso libre, acaso la razón de la sacudida que nos da.
Reaparecen así Enrique Saldivia Péndola y Sergio Rodríguez Saavedra, dos poetas que indagan en la posibilidad de vivificar, para nuestro presente, el antiguo cantar de la poesía. Pero lo hacen no formateando los textos con alguna buena teoría, sino cantando, atreviéndose a armonizar la humana reflexión de nuevo, de a poco, con momentos de excelencia que agradecemos.