Proyecto Patrimonio - 2018 | index | Víctor López Zumelzu | Christian Anwandter | Roberto Onell | Autores |
Poesía de la decoloración
Guía para perderse en la ciudad de Víctor López Zumelzu. Colores descomunales, de Christian Anwandter
Por Roberto Onell
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 18 d septiembre de 2016
.. .. .. .. ..
Esa especie de objetivismo que diera vida a Guía para perderse en la ciudad (2010), en sus diversos parpadeos fotográficos, es trocada ahora por un sostenido lirismo de la intimidad. El poemario Erosión nos revela una versatilidad que Víctor López Zumelzu (Curacaví, 1982) prefiere concentrar en un solo asunto: el hermano asesinado. Ya en el "Prólogo", el autor fija el duro referente de su libro, y enseguida, en los veintidós poemas cuyos títulos comienzan, todos, con la fórmula "Sobre la forma de...", el hablante discurre en verso y un poco de prosa como si estuviese en medio de aquella experiencia límite: "El cuchillo entró & abrió [...]/ lo que alguna vez corrió llorando hasta el patio/ gritando a los cuatro vientos/ que no le gustaba la cebolla" ("Sobre la forma de ensuciar vitrinas"). Lo innombrable va siendo trabajosamente contorneado, asediado en su elusión, abordado con una reiteración que, siempre amarga, se muestra impotente: "Cerraron la bolsa negra & me obligaron a mirar, me obligaron a sentir el témpano que avanzaba en mí [...]. ¿Habrá que traducir el enjambre de verdades que se esparce como el polvo ante esta puerta?" ("Sobre la forma del pelo en las manos". En el "Epílogo", Federico Galende empatiza sin remilgos con el asunto del poemario, de modo que el libro entero tiende a sacudirnos, sacudido él. Riesgo evidente, pues, esto de cifrar el valor del poemario en el remezón al que, humanamente, nadie se restaría. Pero junto a esos latidos está también la arquitectura que Víctor López dispone con seguridad. Es cierto que a veces se cuela una que otra frase hecha, poetizada apenas, pero en la mayor parte del tiempo y del espacio que este libro abre está la mano firme del poeta para disponer ritmos cambiantes, miradas estoicas, temblores llorosos, preguntas sin fin.
Colores descomunales, de Christian Anwandter (Santiago, 1981), nos coloca en un sitio de extrañeza generalizada. Después del poemario inicial Para un cuerpo perdido (2008), acaso más serenamente armado, leemos en la entrada de este otro: "Chamuscadas palabrotas en el plato,/ tarta de tanto ruido silenciado,/ como un circuito que tras arder/ carboniza al cableado, casi humano" ("lo que hay"), donde cierto prestigio poético de la solemnidad castiza y la altisonancia profética es parodiado por un léxico coloquial, un amago de hipérbaton, un ritmo aparentemente simétrico y la crítica del lenguaje. Elocuente pauta que regulará todo lo que ocurra en el libro. Incluso esta retahíla de vulgarismos chilenos, en la segunda sección del libro: "Los ángeles son la raja hueón/ aunque sean ángeles chiquititos/ enanos o deformes, pero angelitos hueón./ -¡Cacha hueón mira ahí va el hueón que se cree la raja!" ("cinco"), que suscita, después de una sonrisa probable, alguna asociación con los ángeles de Rafael Alberti, por la relativa secuencia que se hilvana con otras páginas, pero sobre todo por las consideraciones existenciales de dichos sujetos, espejos de los mortales que hacen uso de la palabra en cada poema. La tercera parte y final abunda en una escritura que, de tan despedazada, juega con el riesgo de su posible desaparición: "ansias de nitidez/ de precisión/ de colocar al mundo/ en su lugar/ y contemplarlo// nitidez de los árboles/ ,/ de los contornos/ del campo y de las/ terminaciones/ de la cordillera/ ..." (sic). Pese a cierta ingenuidad de tanta palabrota o la manida distinción país-paisaje, el consabido rótulo "escritura fragmentaria" es cuasi obligatorio para este libro, pero sería también equívoco, puesto que su aplicación virtualmente automática, hoy en día, confunde en un mismo saco tanto empeños inteligentes como ineptitudes varias en la construcción del verso que se eligió escribir. Anwandter se arriesga, en cambio, a un equilibrio más poéticamente sustancioso del pensamiento, las palabras y sus ecos en los espacios blancos.
Colores que por erosión o saturación, según el buen arte de estos poemarios, tienden a la inanidad de lo humano. He ahí el drama.