David
Rosenmann-Taub
Yo creyera para nunca creer
por Camilo
Marks
Lo que cautiva de las
singulares líneas de "El mensajero", de Rosenmann-Taub es el
ritmo del lenguaje, el compás encabritado, la mágica mezcla de
tonos.
Escribir sobre un
autor lírico del que muy pocos han oído, da fundamento a la creencia según la cual los poetas famosos, a quienes se
recuerda y se incluye en antologías, ocupan ese sitial tanto por el
azar, como por sus méritos intrínsecos. Esto puede aplicarse a otras
clases de artistas, pero rige, quizá con más peso, en dicho género. La
poesía requiere más esfuerzos para abrirse camino y ahora hay pocos
jueces capaces de valorarla, asegurando que cada creador obtenga la
calificación debida. David Rosenmann-Taub (1927) está, en
ocasiones, a la altura de los mejores bardos chilenos y su trayectoria
se extiende por más de 50 años. El hombre de letras no ayuda mucho a la
difusión de sus versos, pues lleva una vida de incógnito, sin que
sepamos casi nada de él. Así, una producción situada en el centro de la
modernidad, de una riqueza idiomática emparentada con el Siglo de Oro
español, jalonada por títulos como Los surcos inundados, El
cielo en la fuente y La enredadera del júbilo, es apenas
conocida entre nosotros. Por fortuna, hace dos años se publicó en el
país Cortejo y epinicio y recién apareció El mensajero (LOM Ediciones, Santiago, 2003. Precio de referencia $5.600), su
continuación.
Wallace Stevens, a quien Rosenmann-Taub con
seguridad ha leído, expresó que el poema debe resistir a la
inteligencia. Todas las creaciones de nuestro vate desafían al
intelecto, y, al hacerlo, se tornan a sí mismas inmunes al análisis
crítico, incluso a la paráfrasis. En otras palabras, no pueden
discutirse ni explicarse en detalle y pese a los indudables ecos de
voces antiguas o contemporáneas - San Juan de la Cruz, Santa Teresa,
Parra- , es preciso dejar de lado la interpretación, percibiendo su
carácter inmediato y perdurable, su extraña originalidad. La siguiente
estrofa puede ilustrar la pulsión de las contradicciones domésticas:
"Para simpatizar entre parientes/ hay que adiestrarse en hatos bien
sencillos./Un ejemplo: flirtear con las galaxias,/ sin traquetear legión
de pergaminos". O bien encontramos a menudo acentos de elevado
ascetismo, como en "Para no cavilarme, para no volver nunca,/ Dios mío
yo creyera en Ti para no ser./ Cavílame en tu nada, no me hagas volver
nunca./ ¡Dios mío, yo creyera para nunca creer!".
Lo que cautiva
en estas singulares líneas es el ritmo del lenguaje, el compás
encabritado, la mágica mezcla de tonos, declamatorios y elegíacos,
tiernos y apasionados, bordeando la vulgaridad, pero consiguiendo
conmover. El mensajero está dividido en doce partes, algunas muy
exiguas, otras más extensas. Las composiciones de Rosenmannn-Taub son,
por lo general, brillantes fragmentos, unidos de modo gracioso y
accidental; raramente tales piezas se enlazan formando una estructura
mayor. Las imágenes, cadencias, sintaxis mutan de manera continua, dando
la impresión de algo roto y vuelto a rearmar: "Para extenuarme necesito
un ojo/de laberinto, un hito termitero/ un guirigay de infancia:/ la
fútil robustez del altanero/cazador".
Al leer a Rosenmannn-Taub
carece de sentido preguntarse por el significado de sus poemarios, ya
que el eje de ellos es la ambigüedad. La música de vocales y
consonantes, la danza de sonidos aliada a una inteligencia responsable,
la metáfora y el pensamiento que la hace posible son sus elementos
preponderantes. De este modo, las aproximaciones psicológicas o el tipo
de iluminación proporcionada por la biografía, son innecesarios para
conocer a Rosenmann-Taub, lo cual es una suerte tratándose de alguien
tan enigmático. El mensajero, sin embargo, posee sus bemoles, sobre todo
en la predilección por formas menores, simples trozos con escasas
palabras, rasgo consustancial a su técnica creativa. Así y todo, se
trata de uno de los mejores libros de poesía publicados en los últimos
años.arks.