Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Ramón
Peralta | Autores |
El
silencio en la poesía
Ramón
Peralta
1.- Desde la música, el concepto de silencio puede
ser entendido como la ausencia de sonido, en el caso de la poesía,
en una analogía por su cualidad sonora, la ausencia proviene
de la palabra. Dicha ausencia no significa la carencia de posibilidades
comunicativas, ya que el silencio se encarga de comunicar un decir
distinto, gráfico y sonoro, más allá de relacionarse
con lo inexistente y lo que no merece ser expresado. ¿En este
sentido se puede anunciar que el silencio es la apertura de todo poema?
¿Al silencio se le considera un elemento útil en la
construcción y desarrollo del poema por la ausencia de la palabra,
hasta su aparición, que es cuando nos remite a la presencia
de las cosas?
En la lectura de un poema efectuado por el lector, donde además
de intentar descodificar
las figuras de un hecho singular, se completa un proceso comunicativo
(autor-obra-receptor) y en medio de dicho proceso, se obedecen o amplían
las pausas elegidas por el autor hasta llegar al punto final. Según
Eduardo Chirinos[1] el silencio
aparece relacionado con las pausas emitidas en el texto, señalas
por los signos de puntuación. Cabe señalar que Chirinos
indica la aparición del balbuceo en el poema como una forma
de pausa, pero considero al balbuceo un acto que permea más
al discurso que al silencio. Pienso en el Canto 7 de Altazor
que parte de: Ai aia aia, y aparece como una pausa constante
en medio 66 líneas y culmina en el balbuceo hasta llegar al
fin, al silencio. Pero es en el desarrollo del canto en el que balbuceo
ofrece una proximidad al vacío, y al mismo tiempo, atenta constantemente
a la fragilidad del discurso, al interferir en la fluidez del decir.
También Chirinos ve en las variantes tipográficas la
aparición de la pausa. En Un coup de dés la función
de la palabra alterada tipográficamente es un punto de referencia
que llama la atención, dentro del espacio de la hoja de papel.
La palabra seleccionada por Mallarmé en la hoja, dentro del
conjunto que forma el texto, ofrece la posibilidad del poema dentro
del poema. Y ese "nuevo" poema, es una segunda lectura,
es una pausa que permite la salida en medio del poema, y al mismo
tiempo forma parte de la construcción del poema. También
se puede ver en la variación tipográfica el cambio de
voz, o un aumento sonoro dentro de una partitura, o bien, como un
cambio de acción, y en este ejemplo ayudan, una vez más,
los caligramas de Apollinaire.
Por su parte, en Las formas del silencio de Andrés Holguín,
el silencio está presente como articulador significante de
unidades métricas, es decir, el ritmo de los versos es tanto
música como pausa y enfatiza una determinada expresión:
se detiene la voz al final de cada verso y de cada estrofa y resuena
la voz en las sílabas acentuadas. Además, ofrece un
momento para la mecánica de la retención-expulsión
de aire para que de esta manera continúe la lectura. En los
hemistiquios, cuando el verso es cortado por la cesura, renace la
presencia de la pausa, como un silencio pequeño en medio del
poema. También encontramos el silencio "obligatorio"
en los espacios paralelos del descanso entre estrofa y estrofa, esenciales
para la organización del ritmo de la lectura, la reflexión
o la respiración; desde los cuales el poema se construye.
El silencio relacionado con la creación y el contenido del
poema, aparece en formas como la elegía, donde se alude al
vacío y a la ausencia, entre lo divino que niega desde siempre
cualquier diálogo, y lo mortal, como la evocación de
un personaje ausente que habla desde el silencio en el tiempo. Dentro
de la metafísica oriental, el grado más alto, el más
puro, fruto de la contemplación, es aquel en el que se ha conseguido
dejar atrás la palabra y lo inefable se sitúa más
allá de la frontera de la palabra, para regresar a ella en
forma de poema. Y el poeta, al entrar en la zona de la meditación,
se prepara para adquirir la maduración espiritual, en una prueba
que culmina con el derecho al habla[2]
. En el caso de San Juan de la Cruz, sólo al derribar
las murallas de la palabra y habitar el silencio, la visión
divina aparece y puede entrar en el mundo del entendimiento a través
del poema.
La ausencia de título en el poema o su ubicación al
final, crea un espacio que termina siendo inmediatamente ocupado por
el silencio y recae el peso al primer verso, incluso al título
del poemario, como sucede en algunos poemas de Paul Celan. Finalmente,
el silencio también puede ser entendido como la voluntad personal
o el mandato de callar la voz humana como función expresiva
o comunicativa, como una opción personal o castigo (pensando
en Pound en Venecia), como la mutilación del poema, el alejamiento
de la escritura (pensando en Rimbaud y su estancia en África),
ya sea personal u obligado; como el destierro o la represión
(pensando en Ana Ajmátova), hacen indiscernible otra forma
de silencio, en un análisis más cercano a la biografía
personal, para mostrar lo que alguna vez fue complemento del ser,
se presenta como testimonio de su obra fragmentada[3]
.
Sin duda son los espacios en blanco un claro referente al silencio
como a lo largo de la obra Antonio Gamoneda en El libro del frío,
donde el silencio es presencia y plenitud, como parte de un discurso
continuo en el poemario y que incide significativamente en su propio
decir, debido a los cortes temporales y de acción. Gamoneda
apunta a una reivindicación del silencio que lucha por restablecer
su jerarquía como uno de los soportes del texto e intenta liberarse
del olvido al que le ha condenado la cultura occidental, demasiado
preocupada por lo que dice el texto.
Con los anteriores ejemplos trato de señalar la aparición
y uso del silencio en la poesía, no sólo como decía
Wittgenstein en el Tractatus "De lo que no se puede hablar
hay que callar", es decir, el silencio como la dimensión
de lo no expresado sino de ver, también, al silencio, como
una pausa de diferentes tiempos, en los cuales el lector se plante
un cuestionamiento de la obra desde el título al que se enfrenta,
como suma de las partes o recapitulación final; acción
que en el siguiente apartado señalaré.
2.- En el libro Más allá de la palabra
de Josu Landa[4] indica que
el vocablo "silencio" puede ser entendido como lo que está
antes y después de toda proferencia, toda manifestación
y realización verbal. Dentro de esta sentencia se encuentra
que el silencio antecede y termina con la aparición de la palabra,
o mejor dicho, con una carga de palabras elegidas y expuestas de manera
ordenada dentro del poema.
Entendiendo que el lenguaje transmite mediante oscilaciones simples
o complejas las formas del pensamiento, y tiene como función
la de representar toda realidad. Parto de la propuesta de Guillermo
Sucre[5] , quien plantea que
la creación poética no es una lucha contra el silencio
desde el lenguaje sino más bien una alianza entre silencio
y palabra para enfrentar juntos la creación del poema.
La alternancia entre palabra y silencio, se reduce a la expresión
complementaria de la significación, pero hay dos maneras distintas
de significar. Nunca dejan de implicar a su opuesto ni depender de
la presencia de éste[6]
. De esta forma podemos entender al silencio como parte de una oscilación
lingüística; está dentro del lenguaje y al mismo
tiempo tiene un decir distinto, sin perder un valor significativo.
Así, el poema nace con la palabra, y continúa estructuralmente
en una oscilación con el silencio dentro de la topología
del poema. Acción que el poeta implanta, de acuerdo con su
discurso, es decir, una serie (o ninguna) de descansos para la palabra
y una estela de silencio al final de poema señalado por el
punto final. Pero al señalar que la palabra nace del silencio,
como principio fónico que rompe o inicia la composición,
caeríamos en un punto de referencia, en lugar común.
Para tratar de ampliar la argumentación pasada, Ramón
Xirau[7] recomienda: Hay
que regresar a lo ilimitado, lo silencioso por impronunciable, para
saber que en este silencio imponderable esta también la palabra
misma que nos pondera. De tal modo que las palabras elegidas y
expuestas dentro del poema nacen del silencio que se genera en el
pensamiento, en el sí mismo. La palabra va siempre con nosotros
aunque callemos o sobre todo cuando callamos. Porque la palabra no
destinada al consumo instrumental es la que nos constituye: la palabra
que no hablamos, la que habla en nosotros y nosotros, a veces, trasladamos
al decir [8]. Es a lo que
Valente llama palabra total por ser la primera palabra significante
de donde devienen el resto de las palabras que generan un poema y
palabra inicial o antepalabra, que no significa aún
porque no es de su naturaleza el significar sino manifestarse. La
antrepalabra, es una indeterminación, es todo lo posible, es
lo existible-inexistible dentro de un contexto histórico, es
la aparición del lenguaje verbal dentro de la creación
poética que busca el sentido. Es rondar la búsqueda
y la experimentación desde el lenguaje[9]
. Puede ser un balbuceo interno, cualquier palabra, dentro o fuera
del campo semántico que genere el poema concluido. La antepalabra
es el primer impulso, un no entendimiento generado por la revelación.
Es el espacio de la alianza, negación o reconciliación
de nuestra historia personal bajo la visón del universo.
Posterior a la antepalabra, siguiendo el trabajo de Valente, aparece
la palabra total. La palabra total es el primer entendimiento, es
la claridad del pensamiento al incorporar la materia. Es la palabra
elegida dentro del significado. La posibilidad que da forma y orientación
a la escritura. Es el encuentro con el referente y la renuncia momentánea
de los significados. Así, el silencio, dentro del silencio
como ápice de la forma creativa retrocede poco a poco, para
dar paso a la antepalabra y a la palabra total[10]
. Hasta que el poema se desarrolla dentro de la escritura y se genere
su lectura parcial o total, por el lector (entendiendo por lector,
tanto al autor como a la persona que se enfrenta a la lectura de un
texto ajeno, debido a que el primer lector de un texto es el propio
autor, al revisar y analizar críticamente el contenido de su
creación) y venga la pospalabra que es la reflexión
y valoración, de acuerdo con el impacto causado por el discurso
y la poética inserta en el poema. Sucre dice: El silencio
es, pues, una doble metáfora: experiencia purificadora, y no
sólo en el orden estético; exigencia de totalidad que
se vuelve sobre sí misma y se hache crítica [11].
Dicha reflexión y valoración es atemporal, es decir,
puede o no ser ejecutada inmediatamente al termino de la lectura total
de un poema; ya que el procesamiento mental que requiere la pospalabra
es un acto reflexivo que puede tardar el tiempo y espacio x que requiera
el lector. Por su parte Paul Ricoeur señala:
En tanto que el lector somete sus expectativas
en el desarrollo del texto, él mismo se irrealiza en la medida
de la irrealidad del mundo ficticio hacia el que emigra; entonces
la lectura se vuelve un sitio irreal en si mismo donde la reflexión
hace una pausa. Y a la inversa, en tanto que el lector incorpora
(conciente o inconscientemente, poco importa) las enseñanzas
de estas lecturas a su visión del mundo para aumentar la
legibilidad previa de esta, la lectura es para entonces algo más
que un sitio donde detenerse: es un medio por atravesar. [12]
La pospalabra es la apertura a un diálogo, en un ir y venir
analítico, con fragmentos o con la totalidad del texto. Es
la creación de un monólogo a partir de la lectura de
un poema, es el punto de partida hacia la paráfrasis, hacia
la revelación del secreto que está inserto en el sentido,
de tal forma que la pospalabra puede ser vista como la resonancia
al finalizar un proceso comunicativo. A su vez, la pospalabra se representa,
paralelamente como una barrera que expone las dificultades en la descodificación
de un poema.
La pospalabra a diferencia del la antepalabra y la palabra total,
por ser actos exclusivos del autor no son compartidos por el lector,
mientras que en la pospalabra al ser la resultante de una acción,
puede compartirse tanto el autor, como el lector, al momento de recorrer
el poema y de enterarse de sus lineamientos. Pues con el punto final
señalado por el autor, se termina, por ende, la obra y comienza
la palabra del lector.
3.- Finalmente, a manera de una ejemplificación, considero
que en el poema de Guillermo Sucre[13]
, se encuentran los elementos necesarios para encontrar no sólo
el silencio sino también la pospalabra.
Escribo con palabras que tienen sombra
pero no dan sombra
apenas empiezo esta pagina la va quemando el insomnio
no las palabras sino lo que consuman es lo que va ocupando la
realidad
el lugar sin lugar
la agonía el juego la ilusión de estar en el mundo
la ilusión no es lo que hace la
realidad sino la ráfaga encendida
simulacros donde ocurren las ceremonias
intercambios del fulgor del vacío del deseo
ya no hay sitio para la escritura porque
ella es el sitio mismo
de lo que se borra
no descubrimos el mundo lo describimos en su terca elusión
ya no volveré al mar pero el mar
vive en esa ausencia
que es el mar cuando la palabra lo dice
y se derrama sobre la página como una mano
ya no estaré en el bosque sino en la hoja que escribo
y entreveo su ramaje pasa el viento
ya no habrá más verano sino sol que devora a la
memoria
y viene la gran noche de la arena que cubre los ojos
y sólo podemos leer lo que no estaba escrito
NOTAS
[1] Chirinos,
Eduardo, La morada del silencio, FCE, Perú, 1999.
[2] Sontag,
Susan, Estilos radicales, Punto de lectura, España,
2000, p. 18.
[3] Para ahondar en el tema ver el capítulo El silencio y el poeta, en Steiner, George, Lenguaje y silencio,
Gedisa, España, 1994.
[4] Landa, Josu, Más
allá de la palabra, para la topología del poema,
UNAM, México, 1996, p. 142.
[5] En La metáfora del silencio:
Sucre, Guillermo, La máscara, la transparencia. Ensayos
de la poesía hispanoamericana, FCE, México, 1985,
pp. 293-319.
[6] Sontang, Susan: Op. Cit. pp. 24-25.
[7] Xirau, Ramón, La palabra
y el silencio, Siglo XXI, México, 1968, p. 117.
[8] Valente, José Ángel, Variaciones sobre el pájaro y la red seguido de la piedra
y el centro, Tusquest España, 1995, p.62.
[9] Para ver
la relación entre antepalabra y vanguardias, a partir de los
postulados Valente, ver a: Milán, Eduardo, Justificación
material. Ensayos sobre poesía latinoamericana, UCM, México,
2004, pp. 122-126.
[10] Para una argumentación desde
una perspectiva filosófica ver a: Coloro, Max, El silencio
en la palabra, Siglo XXI, México, 2004.
[11] Sucre,
Guillermo, Op. Cit., p. 294.
[12] Citado por Michael Peroni en: Historias
de lectura, FCE, México, p. 25.
[13] Sucre, Guillermo,
La vastedad, Editorial Vuelta, México, 1988, p. 13.
Ramón Peralta (México, 1972). Egresado de la licenciatura en Antropología
social, es ejecutante de Hom-pakx. Imparte el taller de poesía
desde 2001 en el Centro Cultural de SHCP. Editor de Lapzus/Oráculo,
codirector de la revista de poesía Oráculo (publicación
que se le ha otorgado el Apoyo Edmundo Valadés en 2001-2002,
2003-2004 y 2005-2006) y encargado de la sección de poesía
en solario.com.mx. En 2003 obtuvo el apoyo Artes por todas partes y Mención Honorífica en el Premio Internacional Rey
Ocho Venado. En 2005, la beca Jóvenes Creadores del FONCA.
En ese mismo año fue coordinador del Primer encuentro México-Argentina,
Poesía de Cordel y del Primer Encuentro Iberoamericano de Poetas
Jóvenes ESTOYA FUERA. Integra la Antología de poesía
alegre (Planeta, 2003) y la antología Cardo (Redez, 2005).
Ha publicado los poemarios Diáfanas espigas (FETA, 2003)
y Fotosíntesis (Literal/Solario, 2005).