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Cómo hablar de los libros que no se han leído

Por Rodrigo Pinto
Publicado en https://yonosoyfunes.wordpress.com/ 28 de Agosto de 2009


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Hace tiempo que tenía ganas de leer este ensayo de Pierre Bayard y, luego de unas cuarenta páginas, está absolutamente a la altura de las expectativas. Es más, creo que es un libro imprescindible para todo aquel que se mueve en el mundo de los libros. Una de sus tesis es que importa más la situación que el contenido, es decir, la capacidad de situar el libro en el continuo de la cultura, más que dominar perfectamente su contenido. Es una idea provocativa e

nteresantísima. Mientras avanzo, quiero compartir una extensa cita de Paul Valéry, un mal lector, un pésimo lector, pero tan brillante que hizo de su aversión al libro una teoría sobre el modo correcto de aproximación a la biblioteca infinita. La cita pertenece a su discurso de incorporación a la Academia Francesa, donde llegó en reemplazo de Anatole France (Premio Nobel de Literatura en 1921 y, de lejos, uno de los autores más olvidables de su tiempo). Valéry estaba obligado a rendirle homenaje y su texto es un modelo incomparable de solapada perfidia:

El público supo agradecer infinitamente a mi ilustre antecesor haberle procurado la sensación de un oasis. Su obra sorprende dulce y agradablemente por el contraste refrescante y graduado con los estilos resplandecientes o complejos que se elaboran por doquier. Parecía que la sencillez, la claridad, la simplicidad hubieran regresado a la tierra. Son diosas que complacen a la mayoría. Se estimó rápidamente un lenguaje que era posible degustar sin pensar demasiado, que seducía por medio de una apariencia natural, y cuya limpidez dejaba sin duda evidenciar a veces un trasfondo, aunque no misterioso; al contrario, siempre legible cuando no consolador. En sus libros se halla un arte consumado sobre el florecimiento de las ideas y los problemas más graves. Nada detiene la mirada, si no es la maravilla de no encontrar en ellos ninguna resistencia. ¿Acaso hay algo más precioso que la ilusión deliciosa de la claridad que nos procura la sensación de enriquecernos sin esfuerzo, de apreciar el placer sin pena, de comprender sin atención, de disfrutar el espectáculo sin tener que pagar?

Maravilloso, ¿no?

 

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Maneras de no-leer

29 de Agosto de 2009

 

Pierre Bayard sostiene que hay muchas maneras de no leer, con lo que en realidad quiere decir que hay muchas formas de leer. Ocurre que necesita esa torsión para mantener la provocación enunciada en el título del libro. En la misma línea, trabaja sobre casos extremos y sobre la base de ellos propone afirmaciones de validez general que no parecen tan sólidas si se las mira con cuidado o si se contrastan con la propia experiencia lectora, pero sospecho que mis prevenciones se basan, sobre todo, en que aún no termino el libro. Ya veremos al final; mientras tanto, quiero comentar algunos fragmentos, porque de todos modos el desarrollo argumental me parece, por lo muy menos, atractivo e iluminador precisamente de la experiencia de la lectura (o no lectura, para atenernos a Bayard).

El olvido, por ejemplo. Comenzamos a olvidar lo leído apenas volvemos una página y el paso del tiempo lleva a que, en algún momento, se borre la distinción entre lectura y no-lectura de un determinado libro. Es cierto: sé que alguna vez leí  La vorágine, de José Eustasio Rivera, e incluso puedo citar la frase final -“¡Se los tragó la selva!”-. También puedo inscribirla en su contexto y parafrasear, más o menos, el discurso teórico sobre esta novela que estaba en boga en mi época de estudiante. Es decir, podría hablar, y quizá bastante, sobre  La vorágine  sin necesidad de apelar a la relectura o a lo que otros han dicho de ella, pero si me interrogan sobre la trama, los personajes y el estilo, dudo que pudiera salir del paso (me consuela pensar que aún no leo los consejos de Bayard para estos casos).

Otra especie de la no-lectura, más insidiosa, está constituida por aquellos libros de los que hemos oído hablar (otra fórmula algo tramposa: es más habitual leer sobre libros desconocidos que oír hablar de ellos, pero en la base del libro está la negación del acto de lectura o al menos de su concepto más tradicional y rígido). Aquí es más nítido el procedimiento del caso extremo: el ejemplo es cómo, en  El nombre de la rosa, de Umberto Eco, Guillermo de Baskerville es capaz de describir en detalle la estructura y los contenidos de un libro que sólo ha podido hojear por breves instantes. Pero es cierto: de tanto leer sobre determinados libros, terminamos por pensar que efectivamente alguna vez pasaron por nuestras manos.

En términos más generales, la primera parte del libro es, en realidad, una obra de demolición, y el edificio derruido es la concepción tradicional y estática que divide a los libros en dos especies, los leídos y los no leídos. Frente a ello, Bayard propone una clasificación mucho más flexible que además autoriza -bajo ciertas condiciones, claro está- a hablar de todos los libros: libro desconocido, libro hojeado, libro evocado por otros y libro olvidado. Y es que, tras las diversas maneras de no-leer que propone el autor, la conclusión es que los libros, antes o después de ser hojeados, se reducen a “sombras difusas que se insinúan en la superficie de nuestra conciencia”,  a “objetos reconstruidos, cuyo modelo lejano se oculta detrás de nuestro lenguaje y el de los demás”. Y así sucesivamente.



 

 

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Cómo hablar de los libros que no se han leído
Por Rodrigo Pinto
Publicado en https://yonosoyfunes.wordpress.com/ 28 de Agosto de 2009