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LUZ RABIOSA

Poesía de Rafael Rubio. Los Ángeles: Camino del Ciego Ediciones, 2007, 108 p.

Por Claudio Guerrero Valenzuela
cmguerre@uc.cl
Anales de la Literatura Chilena, Edición Número 10, 2008



El camino poético de Rafael Rubio (Los Ángeles, 1975) logra consolidarse con su reciente entrega, la tercera de su producción, titulada Luz rabiosa. Esta obra publicada en su ciudad natal, al sur de Chile, se suma a sus dos anteriores trabajos, Arbolando (Santiago: Ediciones DIBAM, 1998) y Madrugador tardío (Santiago: Ediciones del Temple, 2000), además de sus participaciones en comentadas antologías poéticas, como lo son la Antología de la Joven Poesía Chilena: Poesía de fin de siglo (Santiago: Editorial Universitaria, 1999), de Francisco Véjar, y Cantares. Nuevas voces de la poesía chilena (Santiago: LOM Ediciones, 2004), de Raúl Zurita.

La edición de Luz rabiosa ha sido elaborada por una desconocida editorial, Camino del Ciego Ediciones, probablemente un nombre ficticio para dar cuenta de una autoedición, situación que por lo demás resulta una costumbre (y una traba para su difusión) dentro de los marcos de publicación de poesía en Chile. Su presentación, aun así, es correcta y cuidada, no se aprecian errores tipográficos y los poemas van acompañados de una serie de fotografías conceptuales a cargo de Cristián Fuica, que ayudan a conformar un todo donde es posible apreciar preocupación por presentar una buena edición. Estas imágenes, además, como la de un tenedor con sus dientes doblados, prefiguran las habituales torceduras de cuello al lenguaje a la que nos tiene acostumbrados la poesía de Rubio.

Si hay algo que destacar de esta producción poética es, precisamente, la constatación de un trabajo acucioso con el lenguaje cuya práctica está dirigida a recoger formas poéticas clásicas, de la tradición española especialmente, como la elegía, el himno, la sextina, el cuarteto o el soneto, para subvertirlas de manera original, en una suerte de juego antipoético, pero conservando un tono de solemnidad y dramatismo que en ocasiones hace pensar que el poeta se siente realmente cercado por los fantasmas de Góngora, Quevedo, San Juan o Hernández, pero muy a gusto, por cierto. Utilizando estos moldes clásicos, la voz poética se atiborra de juegos musicales con el lenguaje haciéndose valer de procedimientos retóricos afines. Es así como abundan las metáforas, las aliteraciones, los epítetos, las anáforas y los retruécanos, por nombrar las más comunes. A su vez, existe un estricto respeto por la construcción silábica de los versos, encontrándose con versos de particular regularidad en su extensión, muchas veces repartidos en perfectos hemistiquios. Se comprenderá, entonces, que la rima consonante sea una exigencia dentro de la construcción poética de Rafael Rubio para configurar un universo sonoro y rítmico único dentro de la poesía joven actual, un rara avis o la figurita difícil del álbum.

No son casualidad, por otra parte, los permanentes guiños a la tradición poética en lengua española. Es sabido que una de las preocupaciones permanentes del trabajo de este poeta bordea los espacios de la intertextualidad y sus finas distinciones entre el plagio, la parodia y el pastiche. Algunos de estos mecanismos de citación están presentes en su obra y es constante el reconocimiento de versos o partes de versos que nos sitúan de inmediato en un diálogo polifónico con nuestros antepasados poéticos. Así, por ejemplo, es recurrente en el poema “Misa I”, un verso clásico de Garcilaso: “Salid sin duelo, lágrimas, corriendo”. Por esto también, no es casual la cita que abre el texto extraída de un insigne poeta chileno obsesionado con la muerte, Eduardo Anguita, y que permite situarnos en la temática que recorre todo el texto: “Habíamos permanecido demasiado / tiempo en la vida / y creímos que eso era natural”.

Luz rabiosa parte con un poema certero, solitario, que antecede a todo el conjunto y que se titula “Solo”. Dice así: “Más solo que una lágrima / en el párpado / de un muerto”. Luego el poemario consta de dos partes: Descendimiento y Levantamiento. La primera está dividida en Elegías, Cenatorio, Misas, Oraciones, Sextinas y puñales, y, Voces. La segunda parte, simplemente, es un conjunto de poemas reunidos bajo el título ya indicado. Sin duda, los mejores poemas, los que están más trabajados, están presentes en la primera parte, especialmente el poema “El arte de la elegía”, en el que se evidencia una racionalidad destinada a reflexionar sobre el trabajo poético.

Ambas secciones, a su vez, son coherentes con la temática profunda del texto: el desgarramiento ante la muerte y la reflexión que genera el despojamiento. Es por esto que si se hiciera el ejercicio de poner un apellido a esta poesía, no estaría tan lejos señalar su cercanía, a priori, con el adjetivo religiosa. En efecto, hay algo de culpa, de arrepentimiento, de dolor, de abandono y de herida costal muy propio de la tradición cristiana occidental. Hay algo de muerte y resurrección. Hay algo de fe y de cuestionamientos a esa fe. Hay un cordero herido sollozante por la pérdida del Padre, el biológico y el postizo a la vez. Y esa pérdida, ese abandono, es furibundo: “no hay padre ni Dios ni madre alguna / ni raíz que nos haga renacer: / adentro de lo oscuro hay una luz rabiosa”.

Sin embargo, todo esto bien también podría entenderse como un astuto mecanismo de utilización de un tono solemnemente ceremonioso para esconder detrás el verdadero propósito de una poética de huerfanía que reconoce, abiertamente, la muerte de todo padre, de toda imagen de la cual valerse. En una suerte de heroísmo mítico, cual personaje de Dostoievski, algo así como un Iván Karamazov, es posible conjeturar aquí que el poeta reconoce que la muerte del padre bien puede ser un asesinato a sangre fría, porque es la única forma de superarlo. Esta estrategia lo haría liberarse de toda atadura y subvertir el orden para dar cuenta de una luminosidad oscura, pero creadora. Quizás, por esto, su epílogo: “EL VALLE ESTABA ARRIBA / EL CIELO ESTABA ABAJO / Levitar era bajar del valle al cielo, / Padre puro: / adentro de lo oscuro hay una luz rabiosa. / Afuera están gritando que no hay Dios”. Para dejar de creer que permanecer demasiado tiempo en la vida es algo natural. Para dar cuenta de que en las estructuras fijas es posible ver todo bajo un nuevo orden. Para fortalecerse con la pérdida y generar una ganancia. La consecuencia, sin embargo, es que ese proceso no se puede realizar sin generar huellas, gritos, orfandad.

Con esta obra, Rafael Rubio se consolida como una de las escasas voces originales que merodean dentro del círculo poético nacional menor de treinta y cinco años, con una propuesta sólida y en donde siempre está primero la poesía y después el yo egocéntrico. Ese respeto por el lenguaje poético como la inventiva de una producción liberadora es algo que a estas alturas debemos agradecer.

 

 

 

 

 

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