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Sobre “Monumentos” de Ronald Finkenberger

Por Rafael Rubio


Etimológicamente, la palabra monumento está relacionada con “recordar”. En el sentido actual, erigir un monumento a alguien es proyectar su recuerdo sobre una construcción que representa materialmente lo recordado, para que otros también lo recuerden.  En cada poema de “Monumentos”, Ronald Finkenberger materializa su recuerdo de 39 poetas fundamentales en la tradición poética universal. En su mayor parte, los poemas se dirigen a los poetas en segunda persona, a veces en la forma de una epístola en verso que adquiere, mayoritariamente, el carácter de homenaje. Digo mayoritariamente, pues en los poemas dedicados a Enrique Lihn y Nicanor Parra —textos magistrales ambos— el concepto de homenaje se problematiza a través de un uso sumamente eficaz de la ironía.

Notables monumentos los de Ronald Finkenberger. Notables por su factura formal y por la lucidez desplegada en el gesto de hablarles a los poetas homenajeados en su propio lenguaje. Así, cuando se dirige a Jorge Manrique lo hará a través de las coplas de pie quebrado (que Manrique utiliza en sus célebres “Coplas por la muerte de su padre”) o en el poema a Dante, se ceñirá a una forma métrica tan estricta como la de los tercetos pareados.  Del mismo modo en que cuando construye el poema a Gabriela Mistral, utilizará como soporte formal el soneto alejandrino: formato en el que están escrito sus excelentes “Sonetos de la muerte”). El gesto de emular el lenguaje de los poetas homenajeados para dirigirse a ellos, demuestra no sólo una habilidad técnica poco habitual en la poesía más novísima, sino además una fina agudeza de lector atento, que proyecta en los textos un punto de vista personal frente a la tradición poética desde la que trabaja. Reconocer que siempre se trabaja desde la tradición (o mejor: desde las tradiciones) es fundamental, creo yo, para cualquier poeta que se tome el oficio de la poesía con un mínimo de seriedad. “Monumentos” es un libro en el que lectura y escritura forman una sola sustancia. Se podría hablar incluso de una “escrilectura”, en la que cada poema es la respuesta a una lectura. En ese sentido, no es el poeta el homenajeado en estos monumentos, sino su lenguaje.

Frente a tanta improvisación fácil, este libro se erige como un ejemplo de poesía trabajada, pulida, cincelada, rumiada larga y concienzudamente. “Monumentos” de Ronald Finkenberger es un aporte valioso al panorama de la producción poética chilena actual. Más que eso: es un gran libro, destinado —no me cabe la menor duda— a ser recordado como uno de los textos más notables de su generación.


 

 

 

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