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Entrevista Autor de "Luz rabiosa"
Rafael Rubio: MADERA DE POETA

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 30 de Marzo de 2008

 

 

En su tercer libro, el autor ajusta cuentas con la pérdida del padre y desdramatiza la elegía como forma poética para hablar de la muerte. Reconoce una "enorme deuda" con Raúl Zurita y manifiesta su escepticismo por la poesía que están escribiendo las generaciones más jóvenes.

A los nueve años, un profesor de castellano que había sido amigo de su padre le pidió un poema para la revista del colegio. Hasta entonces no había escrito nada. Como en tantos vates primerizos, esos versos iniciales estuvieron dedicados al mar. Y por encargo. Tercera generación de poetas, Rafael Rubio Barrientos (Santiago, 1975) demuestra en más de un sentido que la poesía no se da por generación espontánea. Hijo de Armando Rubio y nieto de Alberto, Rafael no cree en la inspiración, sino en el trabajo duro: siete años esperó para volver a publicar después de Madrugador tardío (2000). También se muestra escéptico frente a la originalidad. En Luz rabiosa, su nuevo libro, visita y reescribe de manera explícita las formas poéticas del Siglo de Oro español y la tradición elegiaca de la Generación del 27, mientras paralelamente afina los últimos detalles de su tesis doctoral "Plagio, parodia y pastiche en los poetas chilenos contemporáneos", para la Universidad Católica.

Nombre familiar en la promoción de los 90, Rubio ha participado en antologías y talleres, y actualmente hace clases de su especialidad en varias casas de estudios superiores. De los cuatro galardones que ha recibido, el más significativo, por cierto, resulta el Premio de Poesía Joven Armando Rubio 2001.

- ¿Sientes alguna afinidad con la poesía de tu padre?
-La valoro harto, cómo no valorarla, si era un poeta notable, pero en términos de visión, de estética, no me siento muy cercano a su poesía. Debe ser por la ausencia absoluta de lo urbano en lo que he hecho. Nunca me he sentido muy a gusto en la ciudad. Llegué a los 14 años a Los Ángeles, viví cuatro años allá y después me vine a la universidad, no fue tanto tiempo, pero igual me marcó. La poesía de mi viejo iba por otro lado. Le tocó escribir en un ambiente súper enrarecido, durante la dictadura. El abuelo era arraigado y la poesía de mi viejo era súper desarraigada, cosmopolita, está el tema de la ausencia de la tierra y el destierro en una ciudad hostil. Eso me genera cierta distancia.

- ¿Y qué ha significado para tu poesía la obra de tu abuelo?
-Una de las influencias más notorias. Es que mi abuelo fue una escuela para mí. La greda vasija y Trances, de ahí mamé, de ahí aprendí. A través de su obra llegué a Vallejo, a los poetas del Siglo de Oro, fue la puerta. No porque él me hubiera aconsejado esos poetas personalmente, sino porque a través de su obra me fui remontando por un curso natural a esos poetas fundacionales: Góngora y Quevedo, sobre todo.

- ¿Te ha pesado su influencia?
-No sé si es una influencia que me pesó mucho, no lo veía como un peso asfixiante ni me causaba angustia, lo veía más como una especie de diálogo, ejercicio. Yo con el tata hablé poco de poesía, compartimos otras cosas, paseos, instancias familiares, el diálogo fue a nivel de textos.

La mayor parte de Luz rabiosa está compuesta de poemas motivados por el fallecimiento, en 2004, de Pedro Ayçaguer, "mi segundo viejo", como llama en un gesto de gratitud y reconocimiento a quien lo crió y educó después de la muerte de su padre, en 1980, a los 25 años.

Y precisamente a la memoria de Ayçaguer, quien vivió poco más de 50 años, dedica en primer lugar su nuevo libro Rafael Rubio. La pérdida del padre, en este caso doble, es la experiencia límite que aborda Luz rabiosa. Su primera parte, "Descendimiento", incluye siete elegías y un largo poema que desmonta y desdramatiza los mecanismos formales de esta antiquísima forma lírica: "El arte de la elegía". Despiadado hasta el cinismo, el hablante busca el distanciamiento entre la realidad y la escritura. "Es una crítica a la elegía. Hay una cuestión de honestidad detrás del texto, que es un poco el gesto de Enrique Lihn: desautorizar el propio discurso", indica Rubio.

- ¿Cómo hablar de algo de lo que, reconoces, no se puede hablar o de lo que es inútil hablar, porque no vas a resucitar a nadie con una elegía?
-En el fondo, es domar el dolor, domar esa experiencia que desborda todo tipo de lenguaje, porque no hay una manera en el lenguaje usual de dar cuenta de esa realidad, pero sí al interior del poema. Ya que esa experiencia del dolor ante la pérdida del padre no tiene un sentido claro, por lo menos para mí no lo tiene porque no creo en Dios ni en ningún sistema metafísico de compensación, sí puede adquirirlo dentro del poema.

- ¿Por qué dividiste el libro en dos grandes partes: "Descendimiento" y "Levantamiento"?
- A medida que organizaba el libro, y me daba cuenta de que había textos que no eran explícitamente elegiacos ni oscuros, me sedujo la idea de articularlo en esas dos secciones. Pensé en dos maneras de ver la muerte: como caída y como redención, pero no como una redención cristiana, sino más bien como el alivio que sobreviene cuando dejas de resistirte a la propia muerte y la del ser querido, porque no queda otra, y te comportas como los animales y los árboles, que no se resisten a la muerte, y que, por lo mismo, no la padecen.

- ¿No tiene que ver con el viejo motivo del descenso a los infiernos y la resurrección?
- Me atrajo la posibilidad de proponer el libro como un viaje, pero no como un viaje desde el infierno al paraíso, sino, más modestamente, como el paso desde la desesperación inicial hacia la resignación ante la muerte entendida como lo natural, porque, efectivamente, es lo natural, más natural incluso que el hecho de estar vivos, como lo advirtió Eduardo Anguita. La ambientación bucólica de "Levantamiento", sin embargo, es algo engañosa. No deja de parecerme que en realidad no hay una mirada redimida de la muerte, sino más bien un enmascaramiento de su fatalidad. La exacerbación de la belleza pastoril tal vez no sea sino un intento de llenar un vacío sin fondo. Son dudas que me quedan después de la relectura de mis textos y está claro que no hay peor lector de nuestra poesía que nosotros mismos.

- En "Misa I" repites a manera de estribillo un verso de Garcilaso: "Salid sin duelo, lágrimas, corriendo".
-Esa frase es puesta en boca del pastor Salicio en la "Égloga primera". Llora el desconsuelo provocado por la traición de Galatea. Trasponer ese verso a mi elegía, un gesto que en su momento fue más bien automático, pero que ahora, con la distancia, puedo racionalizar, significó de alguna manera señalar que cuando un ser querido nos abandona, es porque nos traiciona. O al menos lo vivimos así, en un principio: como una traición. Además, me interesa el cruce terriblemente contrastante entre el discurso amoroso pastoril y el discurso mortuorio. Un homenaje, por último, a mis otros padres, que son los poetas del Siglo de Oro español: Garcilaso y San Juan.

- Como este último, en un momento interpelas a la naturaleza preguntándole por el padre desaparecido.
-Sí, la naturaleza es presentada como el único testigo de la desaparición del padre; las cosas conservan aún, secretamente, la huella de su huida. La naturaleza se vuelve entonces cómplice de la desaparición del padre, silenciando el lugar donde se ha escondido. El hablante pregunta a las piedras y al sol por el padre, y la respuesta le es negada. Indudablemente es una referencia explícita al Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, cuando la esposa, desesperada por la huida de su esposo, pregunta a las criaturas: "Oh bosques y espesuras/ plantadas por la mano del amado/ Oh prado de verduras/ de flores esmaltado/ decid si por vosotros ha pasado". En "Levantamiento" la naturaleza adquiere también una dimensión alegórica, que, a diferencia del Cántico, es una alegoría pagana. La sección "Desiertos" es un guiño, un homenaje, que sólo ahora comprendo verdaderamente, a Raúl Zurita y su Purgatorio. Pero también "Levantamiento", en su totalidad, constituye un diálogo cercano con él.

- Tú participaste en los talleres que Zurita dictó en la Dibam. Él te incluyó en su antología "Cantares" y presentó muy elogiosamente tu libro "Luz rabiosa". ¿Qué ha representado para tu obra?
-Mi deuda con Zurita es enorme. Purgatorio y Anteparaíso fueron durante mucho tiempo, y siguen siendo, lecturas tutelares. Creo que Arbolando, mi primer libro, le debe mucho a él. Reconocer en la naturaleza la proyección fantasmal de la propia biografía es una de las cosas que creo haber asimilado de esas lecturas. Pero hay mucho de mí en ese libro injustamente poco valorado que es El amor de Chile. Reconocí ahí en plenitud mi propia experiencia con la naturaleza, esa mirada panteísta y regocijada que creo haber heredado de mi abuelo y que asoma en "Levantamiento".

-Para tu carrera también parece haber sido fundamental Zurita.
-Por razones más biográficas que exclusivamente literarias, me he reconocido en él bastante desgarradoramente y eso me hace quererlo más aún. Raúl ha sido uno de los pocos poetas que han valorado mi trabajo. El otro es Floridor Pérez, poeta querido también. Su generosidad conmigo no tiene límites, y, como sabemos, la generosidad es una cualidad ausente en nuestro medio literario. Los poetas no hablan de los otros sino en la medida en que esos otros son inferiores a ellos. Cuando dejan de ser inferiores guardan un silencio sepulcral. Raúl es una excepción. Uno de los pocos poetas que conozco que son capaces de reconocer ampliamente los méritos del otro. Por otro lado, no quiero perder la oportunidad de decirlo: Zurita es lejos el poeta de más amplitud y magnitud de toda su generación. Sencillamente no veo nadie más a su altura. Y eso lo condena. Porque no he visto envidias más venenosas y mezquinas que las que genera Zurita entre sus colegas. Su altura como poeta es, al mismo tiempo, su infierno.

- En tu tesis, supongo, habrás estudiado la acusación de plagio que le hicieron a propósito de Bob Dylan. ¿A qué conclusión llegaste?
-Esa acusación es una irresponsabilidad del porte de un buque. Fue malintencionada, porque no hubo en ningún caso un estudio serio detrás. Además, es una discusión anacrónica, responde a un concepto muy antiguo de originalidad y se supone que ese mito pasó hace tiempo a las catacumbas. Sin embargo, sigue en el inconsciente colectivo y resurge cada cierto tiempo.

-¿Escribir es reescribir?
-Reescribir es proponer una nueva lectura. Es lo que me interesa: cómo a través de la reescritura y la apropiación intertextual uno propone nuevas lecturas de los poetas precedentes, de la tradición, obligando a leer a los precursores de una manera en que antes no habían sido leídos. Es lo que interesa en ese gesto. Claro que lograrlo es dificilísimo, pero en eso consiste para mí escribir poesía.

- ¿Qué opinión te merece la poesía visual que hacen varios autores de tu generación?
-Yo creo que es súper sano teorizar y dinamitar los límites que separan el discurso poético de otros tipos de discursos, y la experimentación es siempre sana en la medida que obliga a pensar esos límites y repensarlos. Puedo entender un poema concreto y ver el gesto cultural que hay detrás, pero a mí no me genera cercanía ni mayor motivación. Respeto y distancia a la vez, no me atrevería a decir más.

-¿Y qué te parecen los poetas que vienen después?
-No me parecen. Los encuentro súper dogmáticos, curiosamente, porque ellos apelan a la subversión, lo transgresor, y siento que están encerrados en un discurso hegemónico, dominante, que por lo demás es muy estratégico, porque tiene que ver con las orientaciones de los estudios académicos de los últimos años: estudios culturales, estudios gay, de género. Siento que apuntaron muy bien en ese sentido, pero no me interesan. Mucha pose, mucha música ambient. Me siento lejanísimo.


luz rabiosa
Rafael Rubio
Camino del Ciego Ediciones, Santiago, 2007, 108 páginas.

 



 

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