Crítica "Luz rabiosa", de Rafael Rubio:
Un poeta ilustrado e iracundo
Por Ignacio Valente
Revista de Libros de El Mercurio.
Domingo 6 de Abril de 2008
Los Rubio -abuelo, hijo, nieto- forman una curiosa dinastía poética. El primero, Alberto, escribió ese gran libro La greda vasija (1952), una verdadera poesía de la sintaxis, en las huellas de Vallejo y la Mistral pero con personalísima voz. Su hijo Armando se inició como una auténtica promesa, y alcanzó a escribir algunos versos memorables, hasta que nos lo arrebató una muerte prematura. Hoy el nieto, Rafael Rubio (1975), nos presenta su notable Luz rabiosa ("Adentro de lo oscuro hay una luz rabiosa", buen verso alejandrino, buena paradoja, buen aforismo).
Ya los primeros versos delatan el motivo dominante de estas páginas: la muerte, primero la del padre, luego toda muerte: "Aquí tienes el cuerpo de mi padre, Dios mío/ ¡Bórramelo de un solo resoplido furioso/ para no ver mi sangre en su sangre, ni mi carne/ en su carne temblando de ira!". Este sentimiento será programático, según Rubio nos manifiesta en otra página: "Si hablas de tu padre será con rencor/ y no con el barato lloriqueo/ de los pobres de espíritu". Pero después de estas elegías iniciales, con rencor o con nostalgia o con el talante que sea, vuelve y vuelve el motivo central, como en este logrado cuarteto endecasílabo: "Me he asomado a la sopa (improvisado/ espejo) para verme. Y sólo veo/ la cara de mi padre que me mira/ desde el abismo funeral del plato".
En seguida apreciamos los renovados arcaísmos de los clásicos españoles, las violencias sintácticas del abuelo y los desgarros de Zurita, todo ello sabiamente recreado en esos versos que se retuercen, en esos sustantivos adjetivados: "Desmádrese el silencio contenido/ Peñásquese la nada hasta los huesos/ Enhuésese el peñasco, conmovido (...) Tan muda la ceguez, tan ciega el habla/ y tan peñasco el miedo de estar preso/ tan piedra la mudez que nos entabla...". Hay fuerza en estas violencias verbales y repeticiones, que no deben confundirse con simples juegos de palabras, y que se contienen -como por contraste- en muy ortodoxos versos endecasílabos. Tampoco es un simple juego el enérgico rigor con que un solo fonema -el más duro y propio del castellano, la jota- organiza estos versos de no menos enérgica rima consonante: "Que no me escancien la borraja impura/ en la vasija que quebró la muerte// ni me la trasvasijen más oscura/ ni me la viertan sobre el gajo inerte".
Esta potencia me recuerda lo mistraliano de Arteche, así como lo vallejiano de Alberto Rubio parece resonar en expresiones como "la cuchara recóndita", "las cucharas absortas", "el almuerzo rencor", "las paltas viudas"... Por otra parte, se ha aprendido bien aquí la lección de síntesis, composición y esencialidad que asociamos a Rosenmann y a Uribe:
"La blanca cabra bala/ su nada en la cielada clara y pura/ do mana el aire: ala/ que bate en la espesura:/ ¿El hálito del sol o su premura?". O también: "¿Caballuno me voy? Perdí el estribo/ en el galope natalicio, cojo/ potro que soy ¡Arribo/ hasta la llaga de los cielos rojos!".
Podemos añadir que una intensa red de parentescos atraviesa este libro de punta a cabo: padre, madre, hijo, hermana, un poco a la manera del primer Vallejo, sólo que no se trata de influjo literario, sino de una realidad vital autónoma, la de la sangre, y no necesariamente en clave afectuosa: más bien en la clave del dolor redimido o reconciliado por la palabra poética.
Pero no se interprete mal el exceso de nombres propios en este comentario. Ellos -y otros: los de todo el Siglo de Oro español, por ejemplo- no indican dependencia sin más. Los he usado para enfatizar la riqueza creadora de Rafael Rubio, la amplitud de los recursos formales que ha aprendido e innovado, la vitalidad de las tradiciones que lo sustentan, y su dominio de la poesía como un oficio de vida o muerte. Sabe bien qué es un verso, qué una estrofa, qué un encabalgamiento, qué una aliteración: ciencia, intuición y arte que contrastan intensamente con la pobreza de lecturas, de experimentos y de experiencias que caracterizan a muchos poetas jóvenes, iletrados y fáciles. Digamos que nuestro autor es un poeta serio en el sentido más positivo del término. Hay una escritura y reescritura polivalente, culta a la vez que ingenua, profunda como vida y rigurosa como forma en este notable Rafael Rubio nieto que, más allá o más acá de su dinastía, con esta obra se ha hecho un nombre propio en el menguado panorama de la poesía chilena actual.
Luz rabiosa
Poesía de Rafael Rubio
Camino del Ciego Ediciones, Santiago,
108 páginas.