En el último tiempo han proliferado en Chile narrativas del apocalipsis. De la destrucción, y sólo quizás, de la reconstrucción. Algunos de estos proyectos preceden el 27-F, otros quizás emergieron del terremoto con la sangre hervida. La mayoría de estos relatos mantienen una deuda abierta, una deuda para la que tal vez no hay saldo, con Bolaño, con “Estrella distante”, “2666”, con el Bolaño que logró, como sólo lo consiguen los mejores novelistas de ese género, que el comentario social se leyera como si fuera ciencia ficción y viceversa. En este conjunto relativamente reciente —la literatura del apocalipsis la incitó y la comenzó la Biblia— de narrativas se puede ubicar a “Namazu”, de Rodrigo Ramos Bañados.
Dos japoneses, uno de ellos mitad peruano, llegan a Tocopilla con el afán de registrar, antes que predecir, el terremoto y el tsunami más grandes de la historia del norte. Una vez instalados en los cerros de Tocopilla, en su “refugio”/centro de medición e investigación, se dedican a esperar el terremoto que se llevará a la ciudad “al resumidero con las ratas”. Hiromu, el líder de este “proyecto”, melancólico antropólogo involuntario, testigo de Tocopilla, anota en su blog algunas de las cualidades locales, le escribe a su hija y, en la primera y más elocuente entrada, se disculpa de antemano por no alertar a los tocopillanos que su ciudad será asolada. Kasunoki, su ayudante, es el pícaro encargado de registrar el suceso; alterna el uso de su tiempo entre las putas y las colegialas y “El Chuscao”, un carnicero enfermo de cáncer cuyos “globos oculares parecían dos pelotas de pingpong color carne”, con una hija loca y un cajero automático en el traspatio.
Se dan lugar otra serie de personajes (Ronald, Magda, Dolly, Ornela, Tito), además de historias y anécdotas sobre la ciudad y la región, como las alusiones al poeta Andrés Sabella. El estilo de Ramos tiende a la brevedad y a la velocidad; no hay mayor espacio para el desarrollo de estos personajes más allá de ser las flores de una corona mortuoria de una ciudad que se desvanece. En ocasiones ese estilo maximiza el potencial expresivo, como es el caso de Tito Mercado, zanjadas sus funciones en una página con gran contención; en otros, como en el caso de las historias de Ronald y Magda, Ramos se alarga sin verdadero éxito: Magda es la Carmela de esta historia, que va de Tocopilla a Santiago en busca de cosmopolitismo, brillo y salvación, que pasa de periodista a prostituta; y Ronald, por su parte, un retraído xenófobo que corteja a Magda y puede haber asesinado a unas niñas brutalmente. El estilo de Ramos, una mezcla de “Spoon River” con más rabia y del intimismo y la brevedad que están tan en boga hoy, como les ocurre a otros escritores que emplean este estilo, bordea lo cursi. Demasiada rareza, demasiada metáfora, demasiada frase efectista, conspiran para que a veces “Namazu” sea lea como un destilado de Murakami, como una novela falsa.
Todavía es incierto si estas narraciones del apocalipsis tienen un destino común, si esta temática dará algo más que pie a relatos quebrados como los del Wilson pre “Leñador”, o bien constituirán desde la perspectiva de la destrucción total, una reflexión segura sobre Chile. A veces lo “pop” de estos cuentos y noveles alcanza tal magnitud, que no es posible dirimir si es una broma, una emulación de los villanos de los dibujos animados y las películas de acción empecinados en acabar con el mundo, o un lenguaje razonablemente potente. Dentro de este conjunto, “Namazu” pasa la prueba del ácido.
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"Namazu", de Rodrigo Ramos Bañados.
Narrativa punto aparte, 2013, 139 páginas
Por Tal Pinto
Publicado en THE CLINIC, 12 de noviembre 2013