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Ciudad berraca (2018) de Rodrigo Ramos Bañados: ¿welcome to Antofalombia?
Por Benjamín Guzmán Toledo
Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona.
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“La humanidad no puede continuar trágicamente atada en la noche sin estrellas del racismo y de la guerra”.
Martin Luther King.
Datos del autor
Rodrigo Ramos Bañados nace en 1973 en Antofagasta. Es periodista titulado en la Universidad Católica del Norte (UCN) y escritor. Ha publicado las novelas Alto Hospicio (2008), Pop (2010), Namazu (2013), y Pinochet Boy (2016). Ciudad berraca (2018), publicada por la Editorial Alfaguara, es su novela más reciente. Ramos Bañados ha ejercido como periodista en los diarios El Mercurio de Antofagasta y La Estrella de Valparaíso y como académico en la asignatura de Redacción Creativa en la Universidad Católica del Norte.
A modo de recensión
La novela Ciudad berraca constituye, en buena hora, una historia “abierta”, los prolegómenos literarios para un macizo ensayo posterior sobre una oleada inmigratoria específica ―la de Colombia―, experimentada por Antofagasta en los últimos lustros, un work in progress, una textualidad verdaderamente “por escribir”, dado que su fuente real se incuba en la realidad extraliteraria, en un complejo proceso de inmigración. No obstante, en tanto producto artístico-literario, guarda profundas relaciones de significado con esa aludida realidad.
Por una razón evidente de temporalidad, este proceso inmigratorio iniciado a partir de 2012 no queda definido, quizás solo esbozado, en cuanto a su desarrollo, evolución y, evidentemente, respecto de su desenlace.
En este sentido específico, un mérito evidente del texto es establecer de forma muy pertinente algunas de las principales características del éxodo colombiano hacia Chile y establecer con una narrativa directa y fundamentada la relación existente entre los niveles de realidad y ficción, proceso que debiese arribar a un profundo proceso de reflexión de sus lectores.
Su irrupción en el medio literario nacional ha generado bastante resonancia y opiniones contrapuestas, debido a la peculiaridad y acuciante actualidad de su temática, la cual ha sido escasamente abordada por nuestra intelligentsia cultural: el fenómeno de una tipología inmigratoria especial, peculiar, de ciudadanos sudamericanos cuyo país no tiene límites fronterizos con Chile y, cuyo destino predilecto es Antofagasta, la capital minera del país, urbe alejada del centro del país y de su capital Santiago.
La perspectiva presentada por el autor, en relación con las características que ha ido evidenciando este proceso, es especialmente corrosiva con el tipo humano sociológico nativo que se ha ido configurando en este sector geográfico: un ciudadano chileno con marcados rasgos de exhibicionismo, egoísta, muy poco solidario, chauvinista/nacionalista a ultranza, inculto, etc., aunque también señala la existencia (minoritaria) de sectores ciudadanos antofagastinos distintos, más tolerantes, inclusivos, ligados a un determinado sector religioso
o influidos por medios de comunicación social que actúan en sentido contrario, constituyendo escasas excepciones a la regla.
Esta situación, efectivamente ocurrida en la realidad, es clonada literariamente en el texto, como ya lo hemos insinuado. A nuestro modesto juicio, de forma muy adecuada en tanto estrategia artística ((desde aquí y en los ejemplos sucesivos las cursivas son nuestras):
“Colombianos traficantes, fuera de Chile. “Pobrecitos los colombianos, los discriminan”. “Negros narcos”. Las frases fueron escritas con pintura roja en las murallas, delante de las filas de extranjeros que culebreaba por las soleadas calles de Antofagasta hasta el edificio de la gobernación, a un costado de la plaza Colón, la plaza principal de la ciudad y centro social antes de la construcción del mall.”
(p. 9)
El autor sugiere asimismo datos contextuales respecto de cómo ha sido elaborado por el Estado esta oleada inmigratoria, de forma reactiva, escasamente propositiva, siendo en la práctica sobrepasado por las cambiantes dinámicas de los fenómenos mundiales generados por la asunción del paradigma de la complejidad e incertidumbre (Morin: 2009).
Estas alusiones respecto de la cosmovisión inmigratoria estatal son reforzadas con índices estadísticos obtenidos de sitios oficiales institucionales del propio gobierno chileno (www.minrel.cl).
Chile todavía no modifica su ley de inmigración, promulgada en el lejano año 1975, en los albores de la dictadura militar (1973-1990), en circunstancias que, transcurridos 44 años desde la creación de ese cuerpo legal, existen múltiples paradigmas de cambio a nivel mundial que alientan cuando menos un aggiornamiento epocal de dicho cuerpo jurídico, situación que entraba considerablemente la incardinación de culturas bastante diversas, tales como la colombiana y chilena.
De esta forma, Rodrigo Ramos Bañados realiza un perfil bastante preciso y mordaz del tipo de sociedad que se ha ido instaurando en postdictadura en esta zona geográfica, cuyos rasgos más definitorios son, como ya lo hemos señalado, el egoísmo, la avaricia, la escasa solidaridad, etc., aspectos que vienen a constituir déficits más bien de “calidad humana”, antes que pobreza, referida estrictamente a índices económicos.
Una razón específica de índole económica dificulta todavía más el proceso de integración entre los nativos y los afuerinos colombianos en la ciudad capital de la minería chilena: los costos e insumos relacionados con el ítem de vivienda los han obligado a levantar sus casas
en forma precaria, como “campamentos” y en condiciones geográficas bastante adversas: en los cerros o extramuros de la ciudad.
Esta suerte de marginación ab ovo dificulta todavía más la integración entre los habitantes de la ciudad y los emigrantes de Colombia, constituyendo esa negación a priori “el problema del otro” (Todorov:2007), todavía más enfáticamente, su aceptación como un legítimo otro en la convivencia (Maturana:1990).
Este es un problema capital, tomando en consideración que Antofagasta consta de 400.000 habitantes aproximadamente, donde 27.000 de ellos son colombianos, una cifra considerable, estimada en el 25 % del total de la colonia paisa en Chile.
En este contexto, los primeros capítulos de la novela nos ofrecen aspectos relativos a cómo se origina el viaje de la familia que simboliza la emigración desde Colombia, la familia Parrada Castillo, integrada por los padres y sus tres hijos Jean, Alex y Eyhi, la niña bala.
En este sentido, se ofrecen datos del extenso itinerario, el que contempla un total de cinco países sudamericanos:
La familia Parrada Castillo inicia su vida en Chile en el año 2012, debido a conflictos sociopolíticos del padre con miembros de la guerrilla colombiana y el grupo familiar toma la decisión de procurar su propio salvataje mediante la fórmula de un viaje expeditivo.
Este viaje tiene como punto de partida el forzado abandono del suelo natal colombiano (cuyos principales nodos geográficos son Buenaventura, Cali, el Valle del Cauca y Tumaco), los hitos de circulación por diversos países sudamericanos (Ecuador, Perú, Bolivia), y su llegada a Antofagasta, la urbe de destino ubicada en el norte de Chile.
Específicamente, los meandros de la ruta seguida fueron el itinerario desde Tumaco (lugar de origen) hasta Cali. Luego, el viaje continúa por su paso por el puente de Rumichaca, en la frontera con Ecuador, donde se dirigen hasta Quito. Luego arriban hasta Perú, en el norte (Máncora) hasta llegar a la capital peruana, Lima. De la capital peruana se desplazan hasta Tacna, en la frontera sur. Desde allí viajan acompañados por un coyote hasta Bolivia.
Por un paso clandestino van desde Bolivia hasta Antofagasta. El coyote los deja en la ruta a la intemperie, recomendándoles no pasar sobre el camino, por el peligro de las minas. Un camión de patente boliviana se detiene y los lleva hasta Chile.
Don Lino (nombre que adoptó el padre colombiano) se da cuenta que el camión lleva contrabando. Logran llegar hasta Pozo Almonte, localidad chilena, y, desde allí, toman un bus que los deja finalmente en Antofagasta.
Este extenso derrotero entrega claves sugestivas de cada lugar de tránsito y símbolos de la inmigración en el contexto latinoamericano: el reconcomio fronterizo entre Ecuador y Colombia, el relajo del peruano de los enclaves de costa y el contraste revulsivo entre la actitud vital y extrovertida del colombiano frente al conservadurismo antofagastino.
Una vez en su destino final, y gracias a una organización local relacionada con la iglesia católica, son ubicados en una población del sector norte de la ciudad, en la Villa Los Arenales
de la populosa Población Bonilla, en los extramuros, configurando con ello una suerte de consolidación de su situación de “personas de segunda clase”, “en tránsito”, “temporales”,
no de ciudadanos propiamente tales, con deberes y derechos claramente establecidos:
“Demoraron un día en limpiar el garaje, que estaba lleno de bichos ―al final se acostumbrarían a convivir con diminutas cucarachas, arañas y hormigas que hacían una ruta sobre las expuestas cañerías de pvc que llevaban el agua hacia la casa― y armaron, con frazadas regaladas, las separaciones. Todo lo que tenían era regalado, pero regalado a la Iglesia católica, no a ellos; el agua era regalada y la electricidad gratuita, pues se sacaba del cable desde antes de que llegaran ellos. Quedaron juntos, apretados: dos camas y un colchón al suelo; los pocos bártulos alrededor, abrazándolos. Se sintieron tranquilos y en paz durante las primeras semanas”.
(38-39)
En los diversos capítulos, una lectura atenta también nos permite inferir aspectos administrativos y organizativos de la propia familia en proceso de reorganización, del país de acogida y la evaluación de síntesis que realiza la familia extranjera de esos aspectos:
“La familia no entendía bien la televisión chilena. La madre se moría por Caracol TV. Jean no comprendía por qué la mujer extrañaba tanto Colombia si antes se había quejado tanto de su país. Era contradictoria como todos, había que aferrarse a algo y ese algo podía ser simplemente un sueño. A la mujer se le aparecían sus padres y hermanos en una maravillosa ciudad que bien ser Tumaco, Cali, Barranquilla o el mismo Medallo”.
(45)
“Al principio les resultaba desesperante abrir la puerta de la casa y encontrarse con esa cachetada de aridez. Tumaco era verde oscuro, de una fastidiosa humedad y sus zumbidos eran de mal agüero: si no eran los agujeros de los bichos eran las balas. La puerta de la casa en Tumaco permanecía cerrada, a veces con candado, para que no entrara nadie (…)
Nadie les robaba porque eran colombianos grones (sic); nadie creía que tuvieran algo de valor, solo basura regalada”. (46)
En síntesis, de acuerdo con lo narrado por Ramos Bañados, lo que prevalece en esta oleada inmigratoria mediante el símbolo de la familia Parrada Castillo, antes que la adopción natural de nuevos patrones culturales del país de acogida es una adaptación forzosa a ellos como mecanismo de sobrevivencia. La cultura chilena, con todo el peso de la época dictatorial, claramente no es producto de una sociedad sana, libre de fracturas sociopolíticas.
Algunas razones que podrían explicitar estas estrategias son las rémoras incoadas en la propia sociedad chilena como secuelas del extenso proceso dictatorial, así como el olvido de muchas de sus capas sociales frente a esa época, a manera de blindaje acomodaticio. Una tercera razón sería el éxito de la minería privada en este lugar, lo que provoca cambios en los asentamientos humanos y un boom económico que adscribe la mayoría de su capital humano a moldes neoliberales:
“Desde el día en que algunos afortunados habitantes de Antofagasta cosecharon en forma abundante de la minería privada ―el PIB de la ciudad se habría encumbrado hasta alcanzar niveles de ciudades europeas―, las casas de los acomodados se hicieron pequeñas para tanto cachivache y el vertedero creció con artefactos como sillas de autos para niños o esqueletos de tragamonedas, entre otras porquerías indescifrables.
El basural se moldeó como un estadio y en sus flancos surgieron, parecidos a piezas de Tetris, pequeños asentamientos humanos compuestos en su mayoría de casas hechas de desechos, llamadas rucos”.
(51)
Finalmente, una razón esencial dice relación con el propio origen sociopolítico de gran número de las personas provenientes de Colombia, de tono y carnadura excesiva, profundamente compleja y sangrienta, tal como se puede apreciar en algunas situaciones narradas:
“El señor Parrada estaba condenado por la calle de Tumaco a la pena de muerte. Su hijo, mientras su padre le repetía con obsesión lo que tenía que hacer cuando la familia avanzaba por los serpenteantes caminos costeros del sur de Perú, se imaginaba en cambio conduciendo un tanque (…)
Eran los días en que los militares, paramilitares, las FARC y las AUC y luego otras guerrillas y hasta la policía mantenían incendiada la selva cocalera y la propia ciudad de Tumaco, conocida como la perla del Pacífico, dejando un montón de muertos, heridos, viudas y huérfanos”.
(13-14)
“(…) El chico pensó en un refrigerador, pero esto era más grande: algo así como cinco refrigeradores dispuestos de lado en forma de bus. Imaginó un estanque de gas tipo cilindro que había visto por ahí, cerca del vertedero. Mantuvo reserva ante el descubrimiento, porque artefactos de ese tipo se podían encontrar en los alrededores de Tumaco o Buenaventura y había riesgos: o podían explotar o te podían mater si los descubrías”
(43)
“El otro proyectil rozó al padre, que arrancó por unos techos, pero tuvo más suerte que el santo Pablo Escobar, decía la madre, pues salió ileso de los balazos aunque algo rasmillado y con una herida sangrante en su brazo. No andaba armado. Si lo hubiera estado seguro se habría ido de tiros con los Tirolocos y quien sabe qué hubiera sucedido. Lo había aprendido bien en su pasado paraco”.
(58)
No obstante los ejemplos anteriores, todo lo que se puede extrapolar de estas situaciones deficitarias respecto del proceso inmigratorio vivido por la familia Parrada Castillo, y, sobre todo, de la manifiesta ilegalidad de su ingreso al país, ellos sí obtienen un gran logro/objetivo: la regularización de su situación por parte de la Policía de Investigaciones (PDI), la que les permite obtener una visa gracias a la estratagema urdida por su padre en relación con su hija pequeña, Eyhi, herida por una bala perdida en Colombia y transformada por esa vía paterna
en una especie de monstruo freak, episodio que ofrecemos en una cita extensa:
“La historia de la bala de Eyhi comenzó allí mismo, cuando un hombre disparó varias veces hacia otro hombre desde una moto, en las afueras del bar, y la bala de 22 mm viajó como espermatozoide a copular con la muerte. La bala subió, golpeó las murallas como una pelota dentro de un Flipper, tuvo piedad con algunos y lo que quedaba alcanzó su destino: la cabeza dormida de la niña. Dio un grito con el aguijonazo y sollozó.
A Eyhi le corrió un hilillo de sangre detrás de una de sus orejas. Pensaron que moriría ahí mismo, pero la sangre se estancó y la pequeñita se durmió. Buscaron la bala en algún lugar de la habitación pensando que la había rozado. No la encontraron. Después palparon la oreja. A pesar de su mala suerte, Eyhi tuvo la fortuna de que, después de un par de rebotes en las paredes, la bala perdiera fuerza y con su último aliento se incrustara debajo de la oreja sin llegar al cerebro. El médico que la atendió al otro día en Cali les advirtió que si no la sacaban a tiempo, el plomo se le iría incrustando en el cerebro quién sabe por qué caraja razón hasta matarla y la familia Parrada lo que menos tenía era tiempo, pues ya los querían balear a todos en Cali”.
(Pp. 59-60)
En esta intrahistoria del éxodo colombiano, lo que suele prevalecer es un aprovechamiento de gran parte de su capital humano, el que es mayoritariamente ocupado como carne de cañón, con predilección de las mujeres en el comercio sexual o como meros insumos delincuenciales, en el caso masculino.
En la trama novelística, este abuso incluso llega hasta el ámbito deportivo, a través de la historia de un turbio representante de jugadores, el que profita de las bondades futbolísticas de Alex, el menor de los Parrada Castillo:
“Un día apareció un buscatalentos de fútbol, un señor chileno con acento argentino, de unos cincuenta años, grueso, de nariz delgada (…) Le dijo a don Lino (…) que tenía contactos con clubes chilenos de la Primera División (…) y que podía recomendar a Álex, siempre y cuando lo dejara manejar a su hijo (…) el buscatalentos lo convenció y reforzó que como colombiano e inmigrante perdía seriedad para negociar él mismo”. (97)
Aunque dicha intrahistoria tiene un mal resultado, debido a la sinvergüenzura del buscatalentos, ello no es óbice para que Álex finalice en la novela perseverando por encontrar su propio camino en roles actanciales apegados a un actuar sano y legítimo en tanto estudiante de educación media, asistiendo a una iglesia de confesión evangélica, estableciendo una relación sentimental con una adolescente chilena y logrando por fin su ingreso al fútbol profesional chileno.
A pesar del mayoritario sesgo discriminatorio experimentado con los ciudadanos colombianos, tanto Álex como Jean, los dos hijos de la familia Parrada Castillo, tienen experiencias positivas en su interacción con algunas personas chilenas.
En el caso del hijo mayor, Jean empieza organizando la llegada de los televisores que comienzan a acumularse afuera de la casa. Luego interactúa con los integrantes de la banda delincuencial de los lula y, a pesar de esa característica negativa, logra mantenerse alejado de cometer algún tipo de delitos. También es el primer integrante de la familia que se da cuenta del lugar que ocupan en la escala social antofagastina: uno de los últimos.
Jean también comienza a ganar dinero extra como cargador en La Vega, cuando no trabaja con su padre.
Luego conoce el mundo del condominio aledaño a su hogar al visitar y establecer una relación de amistad con el conserje Manuel Lau y uno de sus residentes, el profesor Héctor Farandato, quien intenta, aunque con segundas intenciones, entregarle conocimientos sobre cine.
También obtiene su carné de identidad, lo que lleva a ascender en la escala social.
Su amistad con el conserje le permite, tras algún tiempo de prueba y debido a una ausencia de éste, convertirse en cuidador oficial del condominio.
Asimismo, logra afianzar, no sin un proceso ausente de complejidades, una relación amorosa con una habitante del condominio, la adolescente Patty.
La madre de la familia Parrada Castillo finaliza su actuar en la diégesis con una perspectiva mucho más halagüeña que respecto a su llegada al país: queda a cargo de su hija, casi con exclusividad, dado que el padre cada vez se ausenta por periodos más prolongados. Posee un trabajo remunerado de peluquera que solidifica sus niveles de confianza y en espera de una operación de Eyhi en el hospital Norte de la ciudad para extraerle la bala, la cual depende del cumplimiento de trámites burocráticos diversos, pero con una fecha ya establecida. Toda esta operación ha sido posible gracias a la ayuda de otros ciudadanos extranjeros: unos altruistas médicos ecuatorianos.
Respecto del padre Don Lino, aunque inicia su vida en el país en forma modesta y precaria como digno vendedor de fruta en un carretón, el desfase entre las expectativas que se había generado y la realidad concreta, lo llevan a gastarse gran parte del dinero generado en una schopería y finalizar su actuar de forma delincuencial, fuera de la ley, como secuestrador de perros de pedigrí.
Así, es su propio hijo Jean el que conoce su otra vida como secuestrador de canes de linaje, especialmente en el condominio.
De todo lo expuesto hasta el momento, salvo las escasas excepciones ya señaladas, podemos colegir que no hay un encuentro real con el otro en este proceso:
“Con el masivo arribo de los colombianos, los chilenos que llegaron del sur a buscar pega en la minería se unieron como una pequeña patria para defender el miserable territorio tomado. Tampoco era de ellos, pues en Chile todo o casi todo es privado y ese pequeño espacio tenía un dueño, la municipalidad, y aun así hostilizaban a los colombianos, que eran menos y tenían menos, con rancia belicosidad de patriotas pinochetistas hasta darles una patada en la raja. Esos chilenos, castigados socialmente con la musical y eruptiva palabra flaite, tenían al fin alguien a quien traspasarle la mierda depositada por sus compatriotas sobre sus cabezas”
(53)
La tensión social va en progresivo aumento, dado que al inicio de la novela los chilenos les tiran piedras, pero los colombianos también empiezan a hacer lo mismo para defenderse.
Como ilustrativo ejemplo, en la novela una banda colombiana adolescente empieza a crecer y, desde su marginalidad, se empoderan como defensa de un colectivo marginado. Al comienzo del verano el grupo lo conformaban siete chicos y al término de la temporada lo integraban 30 miembros aproximadamente. Tenían entre doce y 17 años. Y tres perros pitbull, algunos mezclados.
En rigor, lo que molesta a los antofagastinos es la actitud vital extrovertida de los colombianos frente al espíritu chileno, más apegado a lo conservador.
En el verano, un colombiano muere y los chilenos dicen que “es un colombiano menos”, lo que significa la negación a priori del otro.
Ellos reciben lo que les dan de regalo, lo que les sirve de poco o nada o en verdad son las sobras de los antofagastinos.
Esa es una razón capital por la que estalla la tensión social, a raíz de un partido de fútbol entre Chile vs. Colombia, clasificatorio para el mundial de fútbol 2014. Lo podemos ver reflejado claramente en las citas siguientes que preludian en clave de pesadilla la negación de la diversidad:
“La mañana del gran partido, el Chascón Marcos se lavó los dientes y se miró al espejo para apreciar su cara de felicidad (…) Ahí comenzó el horror. Estaban sus padres, sentados en el living, uno al lado del otro, tomados de la mano. Eran negros y arrugados. Luego vio más negros. Su familia, sus amigos, sus conocidos. Todos negros.”
(p. 135)
“Su único horizonte era la bandera de la patria. Había que defenderla hasta el último hombre, si era necesario. La eterna fila de colombianos, a un costado de la plaza Colón, le sonsacó a ese patriota chabacano que cobijaba”.
(p. 137)
Este episodio narrativo corresponde a las actuaciones del personaje Marcos Mamani, denominado el Chascón Marcos. Él es un inmigrante interno, pues es de orígenes aymara, aunque reniega de su adscripción a esa etnia y en cambio es un entusiasta cultor de grupos de rock Heavy metal, específicamente de los subgéneros Black, Death o Trash metal, como elemento distintivo y como signo identitario a la misma vez, escuchando por ejemplo la reconocida banda chilena Atomic Agressor y la noruega Mayhem, entre otras.
El chascón Marcos ha vivido experiencias de bullying en su infancia. No obstante, intenta redimirse con su praxis como conscripto en el ejército, hasta transformarse en un patriota grosero, dado que integra un grupo de Facebook de sugestivo nombre: anticolombianos.
El referido encuentro futbolístico entre Colombia y Chile en el plano de la realidad extraliteraria se llevó a cabo el día 11 de octubre de 2013 en la ciudad de Barranquilla y su disputa obedeció a las clasificatorias sudamericanas Conmebol para concurrir al mundial de Brasil 2014.
La confrontación finalizó con un empate a tres goles, igualdad lograda por el famoso delantero colombiano Radamel Falcao. Ello genera la celebración enfervorizada de sus connacionales, tras ir en desventaja de tres goles a cero frente a la escuadra chilena.
Dicho resultado generó una gresca iniciada efectivamente en el centro de Antofagasta entre ciudadanos de ambos países (www.mercurioantofagasta.cl).
En el proceso de ficcionalización, se describe a la ciudad nortina con la sui generis expresión de Antofalombia, la que se encuentra revolucionada con el partido de fútbol.
En este contexto, el chascón Marcos se une a una turba descontrolada y nacionalista a ultranza, la que se siente herida en su orgullo xenofóbico, pues desea una humillante derrota colombiana.
Los chilenos enloquecen de rabia atacando a los colombianos en la calle Sucre, entre Condell y Matta, quienes celebran a los sones de la cumbia Loquito por ti.
En el condominio, los habitantes chilenos enfiestados le lanzan una piedra y le rompen la cabeza a Jean, el que se encuentra trabajando como guardia, reemplazando al conserje Manuel Lau.
Jean obviamente piensa defenderse, pero no sabe de peleas y los chilenos se ensañan. El chascón Marcos le patea el rostro y lo escupe.
Es Patty, la reciente conquista de Jean, quien le avisa al profesor Farandato de las heridas de Jean.
El profesor traslada a Jean hasta un centro asistencial, cruzándose de forma providencial con una ambulancia y un carro policial, pero ambos vehículos pasan de largo, pues van a otra emergencia. A estas alturas, la pelea llega hasta los campamentos de los cerros.
En este segmento narrativo particular, se señala la metafórica expresión siguiente:
“En ese follón se paría a la nueva Antofalombia”
(p. 143)
Ella alude a que, con el incendio generado, nadie sabe quiénes lo sufren: si inmigrantes colombianos, chilenos pobres, peruanos o bolivianos.
En realidad, afecta a todos los habitantes de los extramuros, los que menos medios poseen. Sin embargo, en su ira y descontrol, parecen no darse cuenta cabal de ello.
Lo que sí se puede certificar es su origen: dicho incendio fue iniciado por chilenos. Carabineros y bomberos, sobrepasados por la situación, no deciden como conjurar el peligro de las llamas.
En ese preciso momento, y como recurso ficcional paradigmático del final abierto del proceso inmigratorio colombiano, Jean intenta una acción postrera como reacción desesperada al vandalismo de los antofagastinos, tal como lo podemos apreciar en el siguiente ejemplo:
“Y así, en la batahola, el grupo se creyó con la determinación de golpear a todas las lacras colombianas que encontraron a su paso, hombres, mujeres y niños, y algunos colombas del campamento, que ya habían vivido las quemas y asesinatos y todo ese cuento de exterminio en la selva, agarraron fierros y palos, y con lo que tuvieran a mano, salieron a defenderse. Fue entonces cuando Jean, el príncipe de Antofalombia, intentó hacer andar el viejo tanque de Pinochet”.
(p. 145)
Nota sobre el tejido social (extra e intraliterario) antofagastino
En este sentido específico, el análisis sociológico brindado por Ramos Bañados en su heterocosmos ficcional es especialmente asertivo con los tipos humanos nacionales que actúan en relación antagónica con los demás habitantes de la urbe y especialmente con los miembros de Antofalombia: la banda de adolescentes delincuentes llamada los lula y el chascón Marcos, por citas dos ejemplos relevantes.
La denominación de Antofalombia a la urbe antofagastina, señala que con propiedad algo nuevo nace, pero no se sabe qué es, dado que no se tienen claros los componentes específicos de cada uno, sus aportes y/o su hibridación.
La realidad extraliteraria de la inmigración latinoamericana y colombiana hoy
Antofagasta es una de las ciudades chilenas que exhibe, como pocas en el país, hitos señeros de inmigración en su diacronía. Desde su fundación en tiempos de adscripción a Bolivia en 1868, ya era un puerto de desembarque, ruta de paso y descanso para diversas clases sociales de origen altiplánico.
Ya en el tiempo del salitre (1880-1930), bajo soberanía chilena, arribaron a la región ciudadanos ingleses en el ámbito administrativo, gerencial e ingenieril, relacionados con la minería. También en el auge salitrero tiene lugar la llegada de una corriente inmigratoria croata y griega importante, procesos que sedimentaron su cualidad de urbe cosmopolita.
Otras diásporas inmigratorias de países colindantes como la boliviana y peruana han sido constantes desde la misma guerra del pacífico (1879-1883), y por ello han sido más toleradas por el ciudadano antofagastino, quien reconoce a estos migrantes como habitantes naturales de un espacio común de origen étnico (indígenas aimaras principalmente y, en menor medida, quechuas).
El éxodo de ciudadanos venezolanos es de una temporalidad mucho más reciente y obedece a factores directamente relacionados con coordenadas de raigambre sociopolítica, hecho que excede el presente análisis.
Sin embargo, el actual proceso de inmigración colombiano tiene un signo muy distinto: se percibe como un problema, como expresión de una potencial crisis económica para el país de acogida, en absoluto una oportunidad de crecimiento, al menos desde una perspectiva cultural.
Esta situación es reseñada ―en todo momento y lugar―, por Ramos Bañados en las páginas de Ciudad Berraca, erigido ya no como autor desde el ámbito exclusivo de la ficción narrativa, sino como un ciudadano comprometido con su país y su momento histórico, hecho que desde nuestra perspectiva lo proyecta cualitativamente como artista cultural.
La descripción y pormenorización de este proceso específico de inmigración en Antofagasta iniciado con celeridad a partir de 2012 tiene como eje de recursividad una compleja diáspora ―administrativa, social, política, cultural y humana― y la subsecuente tensión dialéctica ejercida precisamente por los ciudadanos chilenos en contra de los afuerinos colombianos, salvo honrosas excepciones.
No obstante, en la sagaz tríada analítica realizada por Ramos Bañados respecto de los componentes del proceso inmigratorio, no queda ausente el rol desempeñado por los ciudadanos chilenos, los elementos nativos en la caracterización ficcional.
Ello es muy iluminador en relación con la configuración del imaginario postdictatorial con el que nos empiezan a percibir, no solo los países limítrofes al nuestro (Perú, Bolivia y Argentina), con los cuales cabe señalar que tradicionalmente han existido conflictos, sino los restantes países del cono sur: como una nación pujante en términos macroeconómicos, con un índice destacado del Producto Interno Bruto (PIB), de renta per cápita (la más elevada de América Latina), pero bastante deficiente a nivel microeconómico (por ejemplo, con respecto a los niveles ocupados en índices como el coeficiente de Gini, el índice de Desarrollo Humano y otros) y especialmente en la distribución del ingreso, donde hasta hace pocos años atrás existían referencias estadísticas de organizaciones competentes y validadas internacionalmente (FMI, UN, UNESCO) de constituir Chile una de las naciones con la peor distribución del ingreso a nivel mundial.
Todo ello se relaciona hoy directamente con los componentes de racismo, xenofobia y discriminación incubados en la otrora idiosincrasia antofagastina pluriétnica y presentes claramente en la realidad de la ciudad de Antofagasta. En este contexto, la novela Ciudad berraca viene a expresar ficcionalmente, metafóricamente, como símbolo artístico, esa realidad latente.
Como ya lo hemos señalado con anterioridad, una de las razones fundamentales es la nueva cosmovisión instalada en la ciudadanía con la Constitución Política del Estado promulgada por la dictadura militar (1973-1990) en 1980.
Esta Carta Magna, en la práctica concreta, no ha tenido modificaciones sustanciales, sí innumerables reformas (1989, 1991, 1994, 1996, 1997, 1999, 2000, 2001, 2003, 2005, 2007, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015 y 2017) (Ministerio del Interior: 2019).
En este contexto, se continúa hoy con una Ley de inmigración sumamente atrasada, promulgada en el año 1975.
Con el nuevo gobierno de Piñera iniciado en 2018, se observa una política inmigratoria rápidamente aggiornada siguiendo las directrices de la época mundial (asunción de gobiernos de centroderecha en Sudamérica, influencia en la región del actual gobierno estadounidense de Donald Trump, más en línea con una atmósfera de época que con una política de estado contemporánea).
La ficcionalización de Ciudad berraca
En la diégesis, Ramos Bañados efectúa una crítica narrativa de la Antofagastinidad, enjuiciando la promoción interesada de un falso pretérito respecto al mundo pampino y la construcción de una percepción falaz de la cultura colombiana:
“Los pampinos habían adornado con tanta obsesión el pasado, ese pasado de chusca, sudor, sol y balas, que lo habían convertido en una suerte de edén, negando el presente, encuevados en sus villas. A la plaza le decían asimismo la de los colombianos, porque acampaban de madrugada en sus recovecos esperando turno para legalizar los papeles en la oficina de extranjería que estaba al frente, y armaban allí pequeñas rumbas de un híbrido entre cumbia, salsa y reguetón”.
(10-11)
El proceso de inmigración, tal como ha sido conducido, también ha instalado en el imaginario conceptos falsos relacionados con la constitución identitaria del norte minero chileno. Esa suerte de espejismo ideológico ha instalado una ilusión carente de fundamentos.
Esta fatamorgana lleva a los extranjeros que ingresan a Chile y son desconocedores de la realidad geográfica y cultural, a percibirnos equivocadamente como el país que no somos. Por ejemplo, Bahrein:
“A los colombianos sobrevivientes solo les quedaba disfrutar del nuevo mundo desértico al que en las revistas económicas comparaban con Bahrein, pero esto no era ni la periferia de Bahrein ni nada parecido y tocaba celebrar la vida en una tierra extraña, sin importar lo que dijera el resto; por eso la música, la parranda, la soltura y el baile”.
(10)
La visión narrativa establece como marca textual una mixtificación de la visión de Antofagasta como un espacio libre de antros de prostitución y drogas. Siempre los hubo, pero es más fácil culpar a los recién llegados del crecimiento exponencial de dichos lugares:
“Una de las razones más comunes que daban en contra de los colombianos era que se habían tomado la calle Condell, aquella donde antes proliferaban con cierta modorra los locales nocturnos para trabajadores, unos borrachines que se deshacían en sudor viendo girar los pollos en una asadora gigante mientras picoteaban papas fritas en cambuchos de cartón.
Ahora cuánto había cambiado la ciudad desde que llegaron los colombianos, cuyas mujeres habían destruido las familias y elevado las cifras de enfermedades de transmisión sexual como la sífilis, según había dicho el intendente a la prensa, ante el escozor de los progres”.
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En este mismo sentido, se instala profusamente en la ciudad un recurrente mito relacionado con las bondades anatómicas de las colombianas, contrastándolas con las modestas dimensiones de las chilenas:
“A las chilenas les intrigaba el culo de las colombianas y especulaban: esos pantalones eran especiales o las colombianas se adosaban cojines o les inyectaban silicona desde pequeñas. Algunas no podían aceptar que la naturaleza fuera más generosa en el Caribe. Aunque desde pequeñas a las colombianas las condicionaban para seducir, y el cuerpo era importante. Mami, desde chiquitica debes usar los pantalones en la cintura para que se le marque, le repetía la abuela de Jean a su madre, y su madre a Eyhi”.
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Conclusiones sobre la calidad de Ciudad Berraca
Dentro de los diversos aspectos positivos que destacamos de esta novela, uno de los principales dice relación con el profundo diagnóstico realizado por su autor respecto de cómo el ciudadano chileno común ha percibido y enfrentado el fenómeno de la inmigración, mayoritariamente colombiana, en el norte del país (donde Antofagasta es un símbolo de aquella situación).
El autor sugiere que Chile ha tenido una mera reacción decimonónica a este fenómeno, como un mecanismo de contención, a todas luces insuficiente.
En absoluto el Estado ha diseñado una estrategia de largo alcance que incluya debate, análisis y mirada prospectiva sobre el particular.
Desde nuestro análisis, Ramos Bañados asume, literariamente insistimos, una conciencia escritural que rehúye las tentaciones populistas, fáciles, que le granjearían aplausos nacionalistas y, en contrapartida, asume lo menos fácil e impopular: una voz crítica, aguda, constituyendo un análisis acerbo, pertinente e incisivo, con respecto al tipo humano epocal que se está conformando en el Chile post dictatorial.
En este sentido, las marcas textuales empleadas por el autor, quizás sin buscarlo o desearlo específicamente, entran en convergencia con la idea de glocalización, desarrollada por el sociólogo Roland Robertson (2003), esto es, profundidad temática en lo local y en lo universal, pues el fenómeno suscitado en Chile desde el año 2012 ,tal como se presenta en la novela, no es privativo de otras realidad inmigratorias en contextos diversos, tal como puede suceder en otros países del cono sudamericano o en el continente europeo.
En nuestro juicio, las páginas de Ciudad berraca constituyen un símbolo.
Dicho símbolo plantea críticas validadas en cuento la excesiva influencia de diarios de la localidad (El Mercurio de Antofagasta, La Estrella de Antofagasta) ya sea como creadores de opinión pública, como también de promoción de nichos habitacionales específicos de estratificación sociocultural (sugestivamente es un muro lo que separa el condominio del lugar donde mora la familia colombiana Parrada Castillo) o de marginalidad (descripción de La Chimba, como un espacio desacralizado, un no lugar.
Las respuestas del país frente a las demandas inmigratorias en una localidad particular (auge minero de Antofagasta), de forma indefectible, deben tener un signo radicalmente distinto al
actual y debiesen generar -como desafío/reto- una construcción ciudadana en un mundo hiperconectado.
En este contexto, sus 21 capítulos efectúan una sólida descripción del profundo cambio sociocultural que se está produciendo en la ciudad y el país con los emigrantes colombianos
y la reacción mayoritaria de la población antofagastina, tal como lo podemos ver reflejado al inicio del texto, donde, de las tres primeras frases de la novela, dos son críticas respecto a su llegada al país, más basadas en meras impresiones chauvinistas que en juicios fundados:
“colombianos traficantes, fuera de Chile”, “Pobrecitos los colombianos, los discriminan”, “negros narcos… (p. 9)
Esas frases constituyen citas reveladoras de las fuerzas tensionadas en la ciudad respecto de la llegada de ciudadanos colombianos.
En Colombia precisamente, la expresión berraca es altamente sugestiva y hace referencia a una realidad difícil, donde la materialización de algo implica, con alta probabilidad de ocurrencia, ingentes esfuerzos.
En el caso de una persona (berraca), se le endosan actitudes de bravuconería y/o riña y pendencia, cuyas actuaciones son de preferencia con emociones lábiles de enfado o enojo.
Reconociendo el desplazamiento polisémico de las palabras, decir que Antofagasta es una urbe berraca, significa que para el migrante colombiano, mayoritariamente, el hecho de la migración creciente desde 2012 hasta la fecha no ha constituido, como ya lo hemos señalado en párrafos anteriores, un proceso de adopción natural a un nuevo escenario enriquecido por patrones socioculturales propios del nuevo territorio, sino una adaptación forzosa como mecanismo básico de sobrevivencia, proceso en donde el diseño de nuevos desafío y sueños para los grupos familiares es, por ahora, una realidad en interdicción.
Rodrigo Ramos Bañados parece señalar una gran encrucijada presente en Ciudad berraca: Aunque venimos saliendo de una extensa y nefasta dictadura que refundó la sociedad chilena, tal parece que hemos aprendido poco y nada de nuestros errores del pretérito. De no realizar medidas de corrección con urgencia y celeridad, corremos el peligro de transformarnos en algo peor.
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Bibliografía
King, L. Martin (1964). Discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz. Oslo, Comité Premio Nobel. https://www.nobelprize.org/
Maturana, H. (1990). Emociones y lenguaje en Educación y Política. Santiago, Ediciones Dolmen.
Morin, E. (1990). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona, Gedisa.
Ramos Bañados, Rodrigo (2018). Ciudad Berraca. Santiago, Alfaguara.
Robertson, R. (2003). «Glocalización: tiempo-espacio y homogeneidad- heterogeneidad». Cansancio del Leviatán : problemas políticos de la mundialización. Madrid, Trotta.
Todorov, Zvetan (2007). La conquista de América. El problema del otro. México D. F., Siglo XXI.
Webgrafía:
http: www.interior.gob.cl
http: www.minrel.gob.cl
http: www.mercurioantofagasta.cl (Edición del 14 de octubre de 2013)