El ex país de Yugoeslavia mantuvo una conexión entre Antofagasta y Punta Arenas. Migrantes de ese desaparecido estados —cuyos trozos reformaron el mapa de los Balcanes— arribaron a principios y hasta mediados del siglo XX, a cuentagotas, silenciosamente, a ambos territorios chilenos. Territorios inhóspitos hasta la actualidad, con el común de llegar y hacerlo todo. Aquí, en el norte, trabajaron en lo relacionado a la minería, y en la Patagonia, en la ganadería. Ambos lugares, distintos en clima con el común de la palabra “pampa” —o llano—, están separados por al menos 3 mil 500 kilómetros, un poco más o un poco menos si se va vía terrestre o aérea. En la literatura un trozo de la vieja Yugoeslavia podría imaginarse perdido en algún enjuto trozo del río Loa —hilo de agua que, como la vena de un heroinómano, se deja ver entre la piel arrugada del desierto de Atacama—. Algo así como una penadura de Yugoeslavia llevada a la realidad, buscando un símil Rulfiano. Un lugar perdido donde se podrían hallar díscolos personajes relacionados al mariscal Tito o a los Ustachas, y donde en una sala cine se exhiban películas de mariachis protagonizadas por Miguel Aceves Mejía. En ese contexto, en el río, podrían habitar seres antropomorfos o un zorro con alas de tábano.
En la isla de Tierra del Fuego, un criptozoólogo —que aquí en el desierto podría ser un geólogo— se aventura buscando animales mitológicos. El viaje puede ser la excusa para explorar el imaginario de un país muerto con todos sus vicios históricos. Un país con imperfecciones como el nacismo, la xenofobia o también extravagancias como la rara simpatía por las rancheras mexicanas. Un territorio, donde además del eco de ese país frustrado y rancio, habitan seres sólo comprensibles en parajes desolados como los desiertos de Atacama, Gobi o en la Tierra del Fuego. Lugares donde el mito alimenta y habla, como aquel hombre de una parcela de Calama, que pudo comunicarse con el Chupacabras. Fantasías a ratos ridículas, pero que más bien protegen de la ridícula realidad de la gran ciudad vociferada por la televisión. Si en los confines del territorio podemos hallar criaturas extrañas pero amables, proyecte las monstruosidades que habitan en el centro del país. Aquellas monstruosidades no le dicen: “buenos días”. Ni le miran.
La novela, la “Estrella del Mariachi Yugoslavo” (publicada por la Editorial LOM) del escritor puntarenense Óscar Barrientos Bradasic (1974), perteneciente al colectivo de escritores de Pueblos Abandonados, es un texto que propone una fantasía delirante en los confines de la tierra, donde en este caso habitan los resabios de un país muerto con una orquesta de monstruos parlantes. Barrientos, en esta novela, nos dice por ejemplo que el nacismo es capaz resistir como una cucaracha hasta una guerra nuclear, y que por esta razón, a veces es necesario ir hasta el último punto de la tierra, la Tierra del Fuego, para aniquilarlo. Una lectura de La Estrella del Mariachi Yugoslavo es la política y calza para entender el tejido de guerras como la Ucrania y Rusia, entre otras. Barrientos Bradasic, quien habita y escribe desde su territorio, es de esos escritores necesarios que con una cuota de ironía nos restriegan la realidad. Y como dijo Nietzche, “quien lucha contra monstruos, debe asegurarse que en el proceso no se transforme en uno de ellos”.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com La ex Yugoeslavia en la Tierra del Fuego.
"La estrella del mariachi yugoslavo"de Óscar Barrientos Bradasic.
Lom Ediciones, 2024. 154 páginas.
Por Rodrigo Ramos Bañados