“Nadie puede conocer la vida de las ciudades si no ha asimilado las obras y las novelas producidas
por hombres (y mujeres) que han vivido en ciudades y han descrito la vida de sus habitantes”. La
cita es Lewis Mumford. Esta cita, que hallé en el libro de Silvia Castro (Río Negro, 1968), bien cabe
para abrir esta reseña al libro “Iconoclastas” de Francisca Palma (Santiago, 1989). Francisca, quien
está radicada en Santiago por razones laborales, ha vivido gran parte de su vida en la comuna de Alto
Hospicio, que carga el estigma de ser una de las más pobres del país y a la vez, es señalada y
conocida como el patio trasero de Iquique. Una ex compañera de universidad de Francisca, en el
marco de la presentación del libro en el bar Curupucho de Iquique, reconoció lo impresionante
que fue en un primer momento contar con una compañera de curso proveniente de Alto Hospicio
en periodismo de la Universidad de Chile.
En la novela breve “Iconoclastas” 68 páginas, publicada por la editorial Navaja de Iquique, no
encontrará el prejuicio básico hacia Alto Hospicio con descripciones a modo periodismo miseria,
por el contrario; se adentra en el mundo cotidiano de sus habitantes, en este caso, migrantes
andinos, de los cerros o del altiplano, que por necesidad se acoplan a esta ciudad en forja que
como el balcón de un edificio de viviendas básicas mira desde lo alto del acantilado, a veces con
indiferencia, al mercantil Iquique. En medio de esa maraña entre casas en serie, huertos ocupados
para cultivar papas y tomates, terrenos baldíos donde se acumula caca seca o las ruinas de un
recinto militar de la FACH, se entrelaza las aventuras de adolescentes liceanos, que no sienten ni
de aquí ni de allá ni de abajo. Estos personajes son sistemáticamente sometidos en su liceo a un
proceso de chilenización, a través de ritos como los desfiles, los actos de día lunes con el himno
nacional y el homenaje cada 21 de mayo a la figura de Prat, por ejemplo. A ratos algún profesor
ofuscado los trata de indios o indias. Ni ellos ni ellas se sienten víctimas de la xenofobia, sino que
que asumen la realidad y crean los mecanismos para sobrevivir.
Ellos y ellas, iconoclastas —como bien dice el título— niegan o rechazan las normas impuestas, como
también lo hicieron sus parientes que llegaron a esta ciudad. Así se formaron escuchando su
propia música, como la tecno cumbia tropical con matices andinos y generaron sus propios ritos
culturales como ir los fines de semana a cachurear a la feria la Quebradilla, y hasta humanizaron
vehículos útiles de transporte como el Delica (nadie sabe que son Mitsubishi). Esta novela
también hace referencia a la explosión de la fábrica de bombas de racimo de Cardoen, donde
fallecieron 30 trabajadores, cuestionando que desde ahí, que desde ese terreno se armaban los
explosivos que iban a destruir vidas en la guerra de Irán e Irak —en los años 80 del siglo pasado—,
porque Alto Hospicio —si no lo sabe— alguna vez exportó armas de guerra en la dictadura de
Pinochet.
Iconoclastas es una novela social que se lee rápido, se disfruta —si uno conoce el territorio— y
genera curiosidad —si lo desconoce— que bien retrata a ese Hospicio de los Mamanis, Quispes o
Choques, que llegaron desde el cerro, se instalaron en el lugar y sobrevivieron adaptando su
cultura a la impuesta lo que en definitiva generó un híbrido que no sólo puede hallarse en Alto
Hospicio, sino que en el Iquique no turístico (el 90% de la ciudad). Hay que leer esta novela escrita
desde el barrio para desprejuiciarse de Alto Hospicio, y por supuesto, conocer el desenlace de la
figura de Prat.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
"Iconoclastas": El Alto Hospicio de Francisca Palma
Editorial Navaja, Iquique, 2024, 68 páginas
Por Rodrigo Ramos Bañados