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UN PAÍS QUE NO ES
Ciudad Berraca, de Rodrigo Ramos Bañados. (Alfaguara, 2018)
Por Daniel Plaza
Texto leído en la presentación realizada el 17 de septiembre en El Internado de Vaparaíso.
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Hablar de Ciudad Berraca es una muy buena posibilidad. Primero que nada la posibilidad de hablar de nosotros, de Chile. Luego, la oportunidad de establecer algunas reflexiones que genera la lectura de esta obra. Personalmente, me alegra la noticia de esta novela, ya que impone sobre la llaga de nuestra forma de ser una necesidad, la obligación de mirarnos y atrevernos desde ahí a elaborar el juicio necesario sobre nosotros mismos. Ciudad Berraca es una novela atrevida, que juega con los límites riesgosos que genera siempre la relación entre la literatura y la realidad. Una literatura que se rinde a la realidad es limitada, pobre; una que se pretende valiosa en sí misma, corre el riesgo de no establecer un diálogo. Y la propuesta de Ciudad Berraca no elude la realidad, sino que se adentra en ella y establece un juego desde el que observa lo que hay, la actualidad chilena, con una perspectiva diferente. No es posible referirse a todos los aspectos en esta presentación, así es que sólo se comparten algunos alcances.
La historia se centra en una familia de colombianos que viene escapando de la violencia de su país. Proveniente de la zona de Buenaventura, la parte de la negritud colombiana, llegan a Chile cruzando las fronteras de las naciones precedentes, Perú específicamente. Tras entrar por un acceso no autorizado, con la ayuda de un “coyote” y, luego, la solidaridad de un camionero boliviano, aparentemente portador de mercancías ilegales, se instalan en uno de los cerros de Antofagasta -o que como el narrador denomina, haciéndose eco del decir chileno, en uno de los cerros de Antofalombia. La familia llega a una ciudad ya modificada. La presencia extranjera invade algunas zonas y los conflictos que genera esta presencia para los habitantes nacionales, están ya a la orden del día. Esto hace que el contexto al que llega la familia no sea propicio. En un entorno marcado por la pobreza, la discriminación, la resistencia de los otros, debe sortear los obstáculos viviendo de lo que puede. Así, con la ayuda de una institución religiosa, obtiene un sitio donde vivir y se inserta en uno de los cerros de Antofalombia, donde deberá vérselas con las dificultades que acarrea su situación.
La novela muestra una particular forma de contar. Llama la atención el narrador, que al uso de la novela moderna, pero variando su estrategia y por tanto actualizándola, recurre a la idea de contextualizar el lugar donde suceden los hechos. Así es que, ya en las primeras páginas, el narrador nos ilustra del siguiente modo:
Una de las razones más comunes que daban contra los colombianos era que se habían tomado la calle Condell, aquella donde antes proliferaban con cierta modorra los locales nocturnos para trabajadores, unos borrachines que se deshacían en sudor viendo girar los pollos en una asadora gigante mientras picoteaban papas fritas en cambuchos en cartón. Ahora cuánto había cambiado la ciudad desde que habían llegado los colombianos, cuyas mujeres habían destruido las familias y elevado las cifras de enfermedades de transmisión sexual como la sífilis, según había dicho el intendente a la prensa, ante el escozor de los progres. (p. 15)
Otro ejemplo:
Lo menos que tenían ellos era aspecto de turistas, pero así eran catalogados hasta la frontera con Chile, país que etiqueta en un frío lenguaje algebraico a grupos de personas por sus ingresos económicos: ABC1 o C2, por ejemplo para los más pudientes y D o E, para los con menos recursos; y había barrios donde los economistas fabricaban ecuaciones como ésta: C2 + E= D. inmigrantes colombianos como los Parradas con suerte cabían en la letra E. (p. 21)
Un último ejemplo:
Don Lino, en su relato, recordaba que lo sorprendió el sol brillante que no dejaba sombras, el mismo de todo el norte de Chile, en esa ciudad tranquila, Pozo Almonte, de casas bajas y gigantes banderas chilenas diciéndote una y otra vez, estás en Chile, pequeño extranjero, y ahora estás en este país nacionalista que te perseguirá si eres extranjero, pobre y negro (p.62)
Los ejemplos del estilo abundan. Y como puede verse, con esta estrategia el narrador va dibujando un contexto más amplio que el propio del entorno donde suceden los hechos, Antofalombia.
En este sentido, es que el narrador al que recurre la narración de Ciudad Berraca es destacable. Mediante una estrategia actualizada de la visión colectiva del país, va dibujando el estado de las cosas y nos vemos retratados en nuestras limitaciones y prejuicios. Por otra parte, tiene otra cualidad, la de no dramatizar la situación descrita y más bien construir una voz colectiva que, con cierta empatía, da a todo lo contado un tamiz de cercanía, cercanía que aproxima al lector al mundo relatado. De esta manera, los personajes se nos hacen próximos, asequibles. Y el tinte de cercanía del narrador atribuye al mundo donde suceden los hechos un cierto rasgo de humor y ternura. Al hacerlo así se produce un efecto. Pareciera que el cúmulo de relaciones que viven son la consecuencia de un estado de las cosas general antes que el puro deseo que impulsa sus prejuicios y temores. Las limitaciones ideológicas de unos, la peligrosidad de otros, parece al fin de cuentas ser parte de un todo general, el país mismo, que sería el verdadero rostro de lo que sucede. La fragilidad cultural, social, económica de los hombres y mujeres que circulan por Antofalombia son finalmente el reflejo de algo mayor, que los supera, pero que recrean. Así, ellos se las arreglan y conviven como pueden. La oportunidad de legitimación que encuentra Jean, por ejemplo, el protagonista, al establecer relación con el conserje del edificio, Lau, y Farandato, el amigo gay que lo acoge y adentra en el mundo del cine, es un modo de mostrar este aspecto. En un contexto patriarcal, racista y clasista, donde los tres constituyen la imagen de “la diferencia”, se produce un espacio “otro”, en el que los pequeños actos de solidaridad humana los reúne. Lau acoge a Jean y le da la confianza para que lo reemplace en la conserjería, ocasión que luego le permitirá a éste acceder a pequeños trabajos que la gente del edificio le asigna. Farandato, por otro lado, se debate entre la tentación de seducir al adolescente y la posibilidad de reconocerlo en su negritud y origen y desde ahí asignarle la dignidad que merece, de la que es portador. Y es lo que hace al fin de cuentas. Se muestra solidario con el muchacho, por ejemplo, cuando una cajera, también colombiana, le advierte en el supermercado que se cuide del negro que lo acompaña. Farandato arma un escándalo en el sitio con el único fin de restablecer la tranquilidad en Jean.
Hay en todo este orden de imágenes una humanización que los personajes comparten y que, finalmente, da cuenta de otro aspecto que la novela revela. Este es el del proceso de transformación que experimentan. Se puede ver en varios casos, pero centrémoslo en el de Jean. En la medida en que va haciéndose parte de la pequeña comunidad chilena que circula en el entorno del edificio y que ha conseguido ser aceptado en base a pequeñas labores, que los vecinos le asignan, ve con mayor preocupación las acciones de su padre, quien actúa en sentido contrario al suyo. Mientras el papá ha mantenido un modo de vida como el que llevaba en su país, Jean ha ido ganando la confianza de quienes ahora lo validan, aunque sólo sea de servidor. Por eso, cuando se da cuenta de que es su padre quien roba los perros de los vecinos para luego cobrar una recompensa, el narrador nos informa:
En un momento de esa noche Jean entendió que había comenzado a hablar como chileno y que su preocupaciones y su propia vida estaban con los antofagastinos; comprendió que eso había sucedido sobre todo por el amor y la dedicación de Farandato (p. 122)
La solidaridad de Farandato transforma a Jean, lo que implica que la novela registra la experiencia humana como un proceso de transformaciones culturales que podrían devenir en encuentro e incidencia mutua. Y esto es tal vez lo que destaca Ciudad Berraca. Es una obra que nos emplaza y definitivamente nos interroga: ¿somos capaces de transformarnos ante el otro y no sencillamente desconocerlo?
De hecho, el final no es precisamente idealista, sino que muy por el contrario recrea la exacerbación de la odiosidad en el contexto de un partido de fútbol entre Chile y Colombia. Esa escena no se pretende ingenua. Más bien quiere poner el acento en la pregunta, que es una interrogante dirigida hacia nosotros.
No es posible pensar lo que muestra Ciudad Berraca sin pensar en las implicancias de la inmigración. El extranjero que llega, ese que viene por necesidad, ha llegado a Chile porque escapa o intenta escapar de una serie de dificultades y o atrocidades que vive en su lugar de origen. Al centrarse en la temática de la inmigración actual, que viene experimentando Chile durante los últimos años, esta novela está inevitablemente, por efecto reflejo, poniendo el acento en un hecho sustancial. ¿Qué es Chile, quiénes somos, cual es nuestro rostro cuando debemos enfrentarnos a la diferencia? Porque hablar del otro es hablar de sí mismo. Por un efecto de espejo, mirar al otro es mirarse. Es el mismo efecto que han tenido en la historia los procesos de colonización y conquista. Baste pensar en la experiencia que vivieron los europeos a su llegada a América. Como recuerda en un antiguo texto Zvetan Todorov, cuando el europeo ve al otro se autodientifica y se hace europeo. Por un acto de proyección se diferencia y se entroniza como superior, pues esto lo hace autoconsiderarse civilizado y desde esa condición concebir al otro salvaje y por tanto validarse para dominarlo. Ciudad Berraca no sólo cuenta una historia, que en sí misma atrae, interesa, sino que además instala en la reflexión nacional, la cuestión riesgosa que implica el no poder/saber reconocer al otro como un legítimo otro. Los prejuicios, el racismo, son elementos de nuestro país. Negarlos, no darles la cara, es altamente peligroso. Chile se ha caracterizado por querer diferenciarse de la vecindad y, tal como lo muestra la novela, no es este un complejo exclusivo de las élites chilenas, sino que también este mismo complejo se retrata y multiplica en el resto de la red social. Mediando entre la realidad y la ficción, pero siempre desde la ficción, entabla un debate que apela a nuestra conciencia. En vez de esconder la cara, aquello que en general suelen ocultar los medios de comunicación y o los discursos oficiales, la novela de Rodrigo Ramos Bañados se propone encarar un suceso nacional, el desafío de mirarnos a nosotros primeramente para que luego podamos mirar al otro, a la diferencia, a todas las diferencias que en el mundo actual exigen legitimidad. Ciudad Berraca ha encarado el desafío de jugar en el límite que implica la literatura y la realidad. Hay que agradecerle a Rodrigo Ramos Bañados la oportunidad de mirar este rostro que como país tendemos a ocultar, tanto desde los discursos oficiales, como desde las prácticas que se quieren siempre ideales. A contrapelo de lo que canta esa especie de himno nacional y que se quiere único e incontrarrestable, lo cierto es que no siempre queremos al “amigo” cuando es forastero.