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NOVELA INÉDITA DE CARLOS DROGUETT
«Según pasan los años. Allende, compañero Allende»Carlos Droguett, Editorial Etnika, 2019, 308 páginas.

Por Ramiro Rivas
Publicado en http://www.cactuscultural.cl/ 29 de Agosto de 2019



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No deja de parecer extraño y hasta sorprendente, que Carlos Droguett (Santiago, 1912- Berna, Suiza, 1996) haya dejado inéditas varias novelas y diversos textos literarios, y que en el transcurso de estos últimos años recién se estén publicando por editoriales nacionales pequeñas e independientes. Como se sabe, Droguett murió exiliado en Suiza en 1996. Durante todo este tiempo nunca dejó de escribir, y la novela que ahora comentamos, Según pasan los años, con un llamativo apéndice, Allende, compañero Allende, opera como un homenaje al Presidente mártir, al que admiraba, constituyendo el leitmotiv de esta narración.

Según consta en el prólogo, esta obra se escribió en tres semanas -Diciembre de 1976 -y se conserva en la Universidad de Poitiers. Sin embargo, fue corregida en varias ocasiones, los años 1978-82 y 89. Por tanto es una obra acabada y definitiva. No como ha sucedido con otros libros póstumos -el caso Bolaño -que se han publicado sin el consentimiento del autor, editando todos los borradores encontrados en sus archivos.

Quizás el largo silencio de este notable escritor se deba a su personalidad. No era un hombre de trato fácil. Polémico, contestatario, transgresor, excesivamente crítico con sus pares, descalificó en su tiempo a la mayoría de sus contemporáneos. Destacaba sólo a Manuel Rojas, Baldomero Lillo y Pablo de Rokha. De sus cáusticos comentarios no escapó ni Francisco Coloane, por participar en una antología elaborada por Patricia Lutz, hija del general Augusto Lutz, cercano a Pinochet. Muchos escritores chilenos y extranjeros fueron bajados de su pedestal honorífico, entre ellos Mario Vargas Llosa, mucho antes de su conversión al neoliberalismo capitalista. En ese sentido fue un visionario de primer orden.

La novela toma como núcleo narrativo, el golpe de Estado chileno del 11 de Septiembre de 1973 y la consiguiente muerte del Presidente Allende. Acontecimiento dramático que es narrado por un protagonista identificado como Carlos -al igual que Droguett- y que ese día visita a su amigo Hugo, un exempleado bancario devenido en vendedor de libros al perder su empleo por sus actividades sindicalistas, en su departamento en el centro de Santiago. Acorralados por las circunstancias imprevistas del alzamiento militar, son testigos audibles del bombardeo al Palacio de La Moneda y la posterior muerte de Allende informada por las pocas radios que se mantuvieron funcionando ese día. Ante estos hechos funestos y el desconcierto de la ciudadanía, Carlos reflexiona sobre su aflicción personal en contrapunto con la desgracia y violencia de la historia del país. Desde ese instante todo funcionará desde la conciencia del hablante, en un discurso caótico, torrencial, con constantes superposiciones de tiempos y espacios, personajes del presente y de un pasado no muy lejano, sucesos sangrientos, políticas siniestras y conflictos que perfilan la decadencia de una estructura social arrasada por la demencia golpista. Lo ficcional del texto y la realidad circundante se amalgaman en un solo discurso monologante.

Algunos críticos dicen que el estilo de la narrativa de Carlos Droguett se podría catalogar como un estilo indirecto libre. Aseveración que no me parece del todo correcta, al menos en sus obras más representativas, como Eloy y Patas de perro, puesto que esa forma de estilo corresponde a otro tipo de escritura, con una voz narrativa en tercera persona y abiertamente omnisciente. Ahí sí pueden insertarse esos desvíos y acotaciones lingüísticas, como leves advertencias que se pueden atribuir al personaje o al autor de la obra, transformando el texto en una escritura más cercana. Pero en un hablante en primera persona -como es el caso de esta novela -esa expresión literaria resulta fuera de lugar. “El estilo indirecto libre adquiere su máximo poder cuando apenas resulta visible y audible”, dice el crítico James Wood. Y agrega: “Habitamos en la omnisciencia y la parcialidad de un tiempo”.

Carlos Droguett reconoció en una oportunidad que este estilo monologante empleado en Eloy, finalista del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, se lo debía, en gran parte, a la influencia de Pablo de Rokha, en especial a su obra La escritura de Raimundo Contreras. Es muy posible. Pero debemos advertir que la corriente de conciencia viene de mucho antes, si revisamos el capítulo final de Ulises, de James Joyce, en donde el extenso monólogo -más de cincuenta páginas -de Marión Bloom, escrito sin comas ni puntos en un fluir de la conciencia en forma caótica, propia de un estado de duermevela, constituye el primer indicio de este estilo narrativo. Posteriormente lo emplearía William Faulkner y muchos escritores contemporáneos.

El estilo característico de Droguett, exhibido en sus novelas iniciales, se repite en este relato témporo-espacial, mediante un lenguaje galopante, denso, signado de connotaciones políticas, históricas y sociales, en el que el realismo y el lirismo se entrecruzan, creando un tramado armónico que fluye en un río narrativo imparable de la subjetividad del personaje, que trastoca los tiempos, los espacios, lo inmediato y el pasado, la desesperanza y la pérdida.

La interrelación de estos diversos elementos escriturales transportan al lector a un estado de visualización panorámica de un tiempo y un instante funesto de nuestra historia republicana. La herida dejada por el golpe de Estado es revivido minuto a minuto por el protagonista narrador, el propio Carlos Droguett, como una suerte de relato de  autofición, de memoria histórica.

En esta novela el lenguaje funciona al servicio de la poesía y la realidad brutal, en el cambiante estado interior del hablante, como rebelándose contra la retórica tradicional, con la finalidad de expresar toda la angustia del momento. Por consiguiente, se aprecia el continuo entrecruzamiento de los planos narrativos y memoriosos, retrotrayéndose a hechos y recuerdos pasados, como la muerte trágica del poeta chileno Héctor Barreto, asesinado por los nazis chilenos en 1936, o el suicidio del escritor Jaime Rayo, en 1946. Por la mente alterada del narrador afloran la matanza de la Escuela Santa María de Iquique (1907), la masacre del Seguro Obrero (1938) y todas las muertes políticas que han mancillado la democracia chilena.

Ante tanta sangre, clama: “los muertos, el maratón de muertos que trepaba al cielo para subir hacia la profundidad de la tierra, ellos, los muertos eran el horizonte, es decir, la idea y seguridad del día que siempre amanece, es decir la vida brotando de la muerte, es decir la rebeldía brotando del asesinado”.

Carlos Droguett, en su permanente búsqueda totalizadora de la historia, de la identidad nacional, del compromiso crítico y cuestionador del devenir social y político de Chile, lo convierte en un creador excepcional, que ha sabido reflejar e interpretar la realidad de su tiempo, como pocos autores nacionales. Pienso que estamos en deuda con Droguett y deberíamos revisitar su extensa obra y situarlo en el lugar que se merece: uno de los mayores novelistas del siglo XX.




 

 

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«Según pasan los años. Allende, compañero Allende». Carlos Droguett, Editorial Etnika, 2019, 308 páginas.
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