Sergio Infante (1947) es un poeta y narrador chileno que vivió su largo exilio en Suecia. Durante veinte años fue profesor de literaturas hispánicas en la Universidad de Estocolmo. Su labor literaria se ha centrado en gran parte en la poesía. Ha publicado una decena de poemarios, entre los años 1967 y 2017. También ha incursionado en la narrativa, con sus novelas Los rebaños del cíclope (2008) y Unquén, el que espera (2021). Actualmente reside en Chile.
Las grandes convulsiones sociales y políticas siempre van a influir en la identidad de una escritura. Toda obra narrativa, sea cuento o novela, carga con esa responsabilidad ética. La narrativa de Sergio Infante, me refiero a Los rebaños del cíclope y Unquén, el que espera, mantienen ese signo escritural.
Roland Barthes, al hablar de la literatura política, nos dice que “es una realidad ambigua: por una parte nace, sin duda, de una confrontación del escritor y de su sociedad y por otra, remite al escritor, por una suerte de transferencia trágica, desde su finalidad social hasta las fuentes instrumentales de su creación”.
No es que escudándonos en esta cita de Barthes pretendamos adjudicarle a esta novela breve (124 páginas), enmarcada en un ámbito familiar y social, un carácter esencialmente político. El autor, más que tratar de exponer una novela de tesis testimonial, nos inserta en la relación filial de un abuelo y su nieta. Acción que transcurre durante el estallido social y la posterior pandemia del Covid. Su nieta Claudia, en una de las tantas manifestaciones callejeras, sufre una brutal agresión policial. El impacto de perdigones en su rostro la deja ciega. Ante lo cual ve derrumbarse se carrera de Astronomía cuando cursaba cuarto año. Desde ese momento queda a merced de su abuelo que se transforma en su lazarillo.
Para una joven, que su mayor pasión consistía en escudriñar las estrellas, el drama ocular la deja en un estado de indefensión, que el abuelo Mariano, con su amor inquebrantable por su nieta, se esfuerza por ofrecerle un espacio de esperanza. Ambos soportan unidos las vicisitudes catastróficas del estallido social y la larga pandemia del Covid, descalabro que fortalece el amor familiar entre abuelo y nieta.
Pensamos que todavía se ha escrito poco sobre este período que trastocó la convivencia del país. Salvo una novela de Pablo Azócar, El silencio del mundo, después de un prolongado silencio editorial, es relativamente escasa la producción literaria sobre el tema.
Algo que nos llama la atención en este relato, es el coloquialismo en el lenguaje empleado, sembrado de chilenismos, especialmente en los diálogos, como si Infante, que residió por más de cuarenta años en Europa, se empeñara en recuperar el habla chilensis casi olvidado.
Una de las características de esta nouvelle, es el estilo simple, desprovisto de artilugios estilísticos o experimentaciones formales. La escritura mantiene una suerte de omnisciencia en tercera persona, pero más cercano al llamado “estilo indirecto libre”, en donde el narrador de pronto interviene en el relato. En los primeros capítulos descubrimos una expresión que funciona como clave para dilucidar el último capítulo que esclarece la trama y la escritura de la novela, al encabezar un párrafo con la frase: “para quien dicta estas páginas”.
La anécdota de esta novela no se circunscribe sólo a estos dos personajes. En constantes ramalazos memoriosos de Mariano, circulan una galería de personajes muy cercanos al abuelo, como su fallecida cónyuge, su hija Cristina casada con una amiga, la relación de las dos madres con su hija Claudia y su entorno familiar, antiguos camaradas y alumnos de Mariano, en fin, una serie de protagonistas que enriquecen el texto. También hay que recalcar que, no obstante el drama sufrido por Claudia, el autor jamás recurre a un sentimentalismo ramplón. Por el contrario, la actitud del abuelo y su nieta se robustece al enfrentar las dificultades del nuevo estado de la joven.
James Wood, en su ensayo Los mecanismos de la ficción, nos especifica que “la literatura difiere de la vida en que la vida está llena de detalles acumulados y raramente nos encaminan hacia ellos, mientras que la literatura nos enseña a observar”, es decir, a interrogarnos de pequeños pormenores que puedan ralentizar el relato y profundizar subjetividades que el ojo común del observador no logra captar. El artificio del escritor es saber captar esos detalles. Sergio Infante, como visionario poeta de extensa trayectoria creativa, es capaz de hurgar en sus personajes más allá de las incertezas del diario vivir.
Novela que recomendamos por la límpida sencillez de su escritura y la mirada asertiva de un tiempo traumatizante de nuestra historia.
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CLAUDIA Y EL ABUELO LAZARILLO,
de
Sergio Infante
CATALONIA, 2024, 124 páginas.
Por Ramiro Rivas