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EL IMPREDECIBLE MACEDONIO FERNÁNDEZ

Por Ramiro Rivas

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Macedonio Fernández (1874-1952), este rioplatentense que no sabía en cuál de las dos riberas había nacido –según sus palabras –, es el escritor más mencionado y menos leído no sólo en Argentina, sino en el resto del Cono Sur. Hasta 1904, este abogado que abandonó prontamente su profesión para dedicarse a horario completo a la literatura, dejó miles de páginas inéditas inclasificables que sus descendientes han ido agregando a sus obras completas que cubre todos los géneros literarios, desde la novela, el cuento, el ensayo, la filosofía y muy especialmente sus escritos de metafísica, que en gran parte están incluidos en su libro No todo es vigilia la de los ojos abiertos (pdf) (Ediciones Corregidor, 2007). Resulta extraño que hasta el año 1904 Macedonio haya publicado sólo un poema y cuatro artículos en revistas efímeras de escasa circulación. Pensamos que debido a una búsqueda obsesiva por la perfección e innovación de su escritura. Entre los años 1922 a 1926, sus colaboraciones se empiezan a tornar habituales, publicando agudos ensayos plenos de un humorismo conceptual muy inteligente, al filo de lo insólito, que presagiarían sus creaciones futuras. Fue, definitivamente, un hombre adelantado a su tiempo y lugar, un ser casi abstracto que jugó con el futurismo y la sin razón, con los elementos más extravagantes en el género de la novela y el cuento, un demiurgo del absurdo.

Macedonio, en el prólogo de Una novela que comienza, (pdf) editada por primera vez en Chile en 1941 por editorial Ercilla, acota que nació porteño en 1874 y que al poco tiempo “empecé a ser citado por Jorge Luis Borges, con tan poca timidez de encomios, que por el terrible riesgo que se expuso con esta vehemencia, comencé a ser yo el autor de lo mejor que él había producido”. Y en efecto, Borges siempre reconoció su admiración incondicional por la obra de Macedonio, llegando a ironizar que no plagiarlo era una insensatez.

Una novela que comienza, tal como lo augura el título, es una novela que nunca se escribe y que sólo se insinúa en sus prólogos y los inicios de capítulos truncos. Es una o varias historias que jamás se desarrollan y va enumerando y aportando personajes y situaciones larvadas. Pero el mundo lúdico y excéntrico de su escritura no sólo se reflejó en esa novela, sino en el resto de su obra, como el modelo de dos novelas mellizas que denominó Adriana Buenosaires y Museo de la novela de la eterna,(pdf) las que clasificó como “la última mala” y “la primera buena”. Aseguró que escribió una página diaria de cada una, sin numeración, lo que lo llevó a confusiones metafísicas difíciles de superar, después del entrecruzamiento de los capítulos. “Esta novela que fue y será futurista –opinó– hasta que se escriba, como lo es su autor, que hasta hoy no ha escrito página alguna”.

El escritor argentino Noé Jitrik que ha estudiado exhaustivamente la dislocada creación de Macedonio Fernández, en un lúcido ensayo enumera las teorías sobre el personaje que ideó Macedonio. De las once fórmulas a desarrollar, existen unas verdaderamente extravagantes, como la “del personaje que el novelista consigue o rechaza mediante avisos en los diarios”. O la del “personaje de otra novela que reaparece en ésta”, o “el personaje que no figura”, o “el personaje que no dejan entrar en la obra”, o “el personaje que se molesta y abandona la novela”.

Macedonio Fernández, a lo largo de su extensa y dislocada creación literaria, siempre abominó del realismo. Decía “que el realismo es el arte que no prueba facultad, porque vive de copias”, y lo rechazó abiertamente en cualquier género literario. En su lugar lo sustituyó por el humor absurdo, una suerte de metafísica del humor, distorsionando la realidad y jugando con situaciones de toda índole. Propuestas tan desatinadas como la biografía del desconocido, o como el cuento que no se contó, o el discurso que no se dijo, o la conferencia a la que no asistió. Su capacidad de inventiva era inagotable. Todas sus historias confluían inevitablemente en el absurdo. Para Macedonio la nada era su eterna obsesión y la realidad de las cosas le parecían inexistentes y ficcionales.

Ricardo Piglia afirma “que Macedonio es quien renueva la literatura argentina y marca el momento de máxima autonomía de la ficción”. Y estamos hablando de los pocos libros que publicó en vida, puesto que el grueso de su obra fue editado póstumamente. A Macedonio no le interesaba publicar. Su vida era llevar al papel sus reflexiones. Por esto mismo algunos escritores decían que Macedonio poseía un aura socrática. Siempre renegó del realismo ramplón, de la copia de la realidad, lo que Borges describiría tan bien en el tópico del espejo: “Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de hombres”. Macedonio es el mundo utópico de la novela, la avanzada del anarquismo estético y el humorismo absurdo. Piglia recalca que Macedonio es el activo de una sociedad utópica. Y agrega que la verdadera novela argentina se construyó con la colaboración de Roberto Arlt, Macedonio Fernández y Gombrowicz. “Y en cuanto a Gombrowicz” -dice- “sin duda el único lector posible del Museo de la novela de la Eterna, el único, quiero decir, a la altura del proyecto macedoniano”.

El humorismo intelectual de Macedonio es precursor al de muchos escritores latinoamericanos de la actualidad. Basta pergeñar en sus libros para encontrar perlas como estas: La que se refiere a la conferencia que no se dio: “fueron tantos los que fallaron que si faltaba uno más no cabía”. Y sobre sus reflexiones de la nada y el tiempo: “Mahoma que llegó exacto  al primer día de su era; si arriba un día antes no tiene donde acomodarse en el tiempo”. Y sobre la literatura: “La facilidad actual de escribir hace la escasez de lo leíble y hasta ha suprimido la injuriosa necesidad de que haya lectores”.

Macedonio Fernández fue un ser demasiado original, demasiado inteligente para ser reconocido y leído en su tiempo, salvo un puñado de escritores amigos que lo reconocieron en vida. Sus obras completas –que nunca van a cubrir las miles de cuartillas escritas que dejó al morir –se ha editado décadas después de su fallecimiento. Gracias a estudios de su obra y algunos estudiosos que lo leyeron prematuramente y en su momento, Macedonio Fernández ahora es reconocido y admirado como el gran renovador de la narrativa argentina y latinoamericana. Pero a pesar de esto, son más los personajes que lo mencionan con desenfado que los que realmente lo han leído de verdad. Evidentemente es un escritor para escritores y que muy raramente llegará a las manos de un lector común al que el autor siempre quiso dirigirse y asombrar con sus locuras e innovaciones.

 



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