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“UNQUÉN, EL QUE ESPERA”, SERGIO INFANTE,
EDITORIAL CATALONIA, 2021, 169 PÁGINAS.

Por Ramiro Rivas



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El escritor chileno, Sergio Infante (Santiago, 1947), doctor en filosofía y letras, profesor universitario y exiliado en Suecia después del Golpe militar en Chile, ha desarrollado su labor literaria esencialmente en el ámbito de la poesía. Ha editado una decena de textos poéticos, entre los que se destacan Abismos grises (1967), Exilios (1979), la trilogía Las caras y las arcas (2017) y La del alba sería (2002). Además, ha incursionado en la novela, con el libro Los rebaños del ciclope (2008).

La novela que ahora comentamos, Unquén, el que espera, relata la historia de un exiliado chileno y su retorno al país, después de residir 22 años en Estocolmo, casado con una sueca, Berit, y dos hijos de esa nacionalidad. Pero el motivo primordial del personaje narrador, Lucho, una suerte de alter ego del autor, es volver a visitar la ciudad de Unquén, territorio mítico del sur de Chile en donde residió  un poco más de un año y sufrió un trauma político que aún no olvida, acaecido durante el inicio de la dictadura de Pinochet.

La liberación del pasado mediante el recuerdo, la recapitulación de hechos traumáticos sufridos por el narrador, confieren al relato una característica muy especial, al investigar e interiorizarse en la dimensión individual de los personajes expuestos.

Infante emplea el recurso memorioso con maestría, saltando de un individuo a otro con el propósito de comprender esas vidas dejadas en el pasado y abandonadas a su suerte en un territorio peligroso y destructivo como fue la dictadura chilena.

El relato pareciera mantener la apariencia de temporalidad lineal, en tanto el protagonista averigua o trata de explicarse, recurriendo a sujetos que fueron testigos activos de esa época, detalles desconocidos en donde los constantes saltos al pasado cruzan varios niveles de interpretación.

En el inicio de esta novela, el narrador personaje, da indicios de lo por venir, al confesar que “lo que aquí se escribe comienza y termina en Unquén”. Una obsesión, dirán. Puede ser”. Para agregar: “Siempre será un albur saber con certeza si esta historia, al ser revisada en su escenario natural y otra vez enmendada en el papel, con una actitud más de escribano que de artista, va a alcanzar el significado que genere su olvido”.

La narración se desarrolla desde la subjetividad del hablante, ese personaje ansioso por reconstruir el pasado en ese pueblo perdido al sur del país. Por tanto el protagonista, denominado solo  como Lucho, su nombre de insurgente, se esfuerza por dilucidar esta nueva realidad, confrontándola con ese pretérito de hace veintidós años atrás, entre la visión subjetiva y el nuevo punto de vista objetivo y concreto del presente. Es posible que nada sea como antes, pero su obsesiva perseverancia lo aproxima a esa verdad difusa, a ese extrañamiento difícil de interpretar.

Los  recuerdos de Lucho se presentan intervenidos por los diferentes personajes interrogados, por las diversas versiones de los hechos sucedidos en esa época, como la desaparición de Benjamín y Lucho, dados por muerto por los habitantes del pueblo, salvo la tenacidad de María Chila, madre de Benjamín, por desentrañar la verdad sobre su hijo.

La novela se estructura y funciona sobre la base de la disparidad de estados memoriosos del protagonista de la historia. La actuación del resto de los sujetos, se perfilan en pantallazos circunstanciales, con mayor injerencia de María Chila, y, en cierta medida, Valentina, la amiga de Santiago, y Lorena Binder, la joven fascista, conocida en la lejana adolescencia, y ahora integrante de un movimiento de extrema derecha. Mediante diálogos breves, apariciones fugaces de los diversos personajes de ese entorno que aún mantiene en la memoria, Lucho va determinando nuevas situaciones necesarias para la reconstrucción de un ciclo del pasado. Obsesiva persistencia del protagonista y que su mujer no comparte en absoluto, abandonándolo en esa búsqueda absurda e inoficiosa.

Unquén, el que espera, no es un relato autobiográfico del autor, sino una elaboración autoficcional, una recuperación de la memoria, todo cruzado por la ficción que proporciona antecedentes desconocidos de la historia personal del autor. El lector debe internarse en esta ágil narración con la certeza que todo lo expuesto es una amalgama de realidad y fantasía, que todo lo que se presenta no es fidedigno, pero está muy próximo a la verdad.

El estilo de Sergio Infante es cuidadoso, poético, con gran dominio de la escritura. Sabe manejar los tiempos narrativos y las voces dispares de los personajes. Siempre he pensado que la voz narrativa, el lenguaje empleado en un texto literario, el tono, el ritmo, la ecuación de estos elementos fundamentales, produce el estilo de un escritor. Una buena historia, carente de estos componentes, es una obra fallida, y esto Sergio Infante lo sabe y despliega su arte con la maestría de los buenos escritores.

Alguien dijo que “la literatura descansa en el lenguaje”, máxima que Infante parece respetar, privilegiando una escritura esmerada, sin baches, levemente poética, sin desmerecer la anécdota o los vaivenes de la trama. También se afirma que el periodismo marcha con el presente y la literatura con el pasado, con la historia. Esta novela  es una representación de un pasado traumático para nuestro país, aún próximo con testigos que lo sufrieron, como el personaje de este relato. Ahí su valor testimonial y literario.

(6/09/2021)

 



 

 

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