En esta obra inicial, que ya presagiaba su creación posterior y que inauguraría, años después, con Hijo de Ladrón, la novela chilena moderna, Rojas articula una historia en donde el realismo, las descripciones poéticas, el romanticismo, la notable caracterología de los personajes, las atmósferas de los bajos fondos, la inocencia y el amor, logran una autenticidad inédita en la narrativa de esa época.

Si en un acto lúdico nos transportáramos al año 1932, fecha de publicación de Lanchas en la bahía de Manuel Rojas, obra que el autor había finalizado dos años antes, cuando aún no cumplía los 34 años, y debiéramos realizar un somero análisis crítico de esta novela precursora y paradigmática del movimiento narrativo de esa época, no podríamos dejar de señalar algunos hallazgos inéditos y anticipatorios de su creación posterior. Rojas ya había publicado varios cuentos notables y, a su vez, incursionado en la poesía. Por tanto esta novela no fue sorpresa para la crítica de ese entonces que la recibió elogiosamente. No repetiremos conceptos ajenos, pero sí algunas impresiones que nos asaltan al releerla.
Los personajes de esta obra parecieran aceptar el lugar que la sociedad les asigna, sin restricciones, sin blasfemias. Esta afirmación de la periferia, este reencontrarse como seres marginales, no los conduce a plantear, como en la novela de tesis, su condición de tales, su incapacidad para transformar la sociedad, de revelarse ante una situación injusta. El autor, más bien, apela a la solidaridad de los desposeídos, a enaltecer el trabajo manual, aún los más humildes y temporeros.
Como se sabe, Rojas ejerció en su juventud trabajos de nochero (“guachimán“, en jerga portuaria) en los faluchos fondeados en la bahía de Valparaíso, cargados de mercancías importadas traídas de Europa. Además fue cargador en los muelles, actividades rudas que conoció a fondo y que en esta novela asigna al personaje protagónico, Eugenio. Al igual que el autor, el héroe de esta historia es un “guachimán” de puerto que pierde su trabajo y debe sobrevivir como cargador. Joven, imberbe, tímido y sin experiencia, inicia su aprendizaje en contacto con seres rudos y solidarios. Mediante un estilo realista, con leves toques poéticos, va recreando un Valparaíso de los años 30. Todo es un constante asombro para el muchacho, desde el trabajo de descarga en los lanchones, hasta el deslumbramiento de los barrios prostibularios de la Subida Claver.
En esta obra inicial, que ya presagiaba su creación posterior y que inauguraría, años después, con Hijo de Ladrón, la novela chilena moderna, Rojas articula una historia en donde el realismo, las descripciones poéticas, el romanticismo, lo mesurado de la prosa, la notable caracterología de los personajes, la ambientación popular, las atmósferas de los bajos fondos, la inocencia y el amor, logran una autenticidad inédita en la narrativa de esa época, empecinada en una polémica bizantina entre imaginistas y criollistas, entre replantear el naturalismo o embarcarse en un realismo transgresor, capaz de reflejar la lucha de clases, las transformaciones ideológicas que gravitaban en las clases trabajadoras.
Rojas no elude este compromiso, puesto que su proyecto novelesco va dirigido en otro sentido, en un rescate (o pérdida) de la inocencia, en aprehender la existencia desde el conocimiento primigenio del adolescente que se transforma en hombre a fuerza de trabajo y desilusiones amorosas. Porque esta novela no sólo expone la solidaridad de los desposeídos, la valorización de la amistad, sino que analiza la pérdida de la inocencia, el paso a la adultez.
Rojas estructura esta novela, de notable perfección técnica, con un mínimo de personajes inolvidables, tales como el eufórico Rucio del Norte, la melancólica prostituta Yolanda que inicia a Eugenio sexualmente, o Alejandro, el sindicalista. Aunque el personaje central no pareciera adoptar una actitud de compromiso, de reivindicación de algunos derechos esenciales de los obreros portuarios, observa con atención a su compañero de labores, como un medio de aprendizaje: “Para el capataz de la W y Cía., no existía sino el Sindicato, la lucha social, la emancipación obrera, la supresión de los bienes privados y su reparto a la comunidad”. Conceptos que no alcanza a comprender, pero que le provocan admiración.
No obstante ser una obra adscrita al realismo de la década de los treinta, el estilo de Rojas aúna una serie de elementos de compleja elaboración y sincronía. Sin el recargo metafórico de sus primeros cuentos, retrata con gran sentido poético un Valparaíso de noche que, perfectamente, pudiera corresponder al de nuestros días: “Había ya luces en la ciudad, en el plano, en los cerros, y se extendían en racimos, en guirnaldas, como en honor de alguien, dando a la atmósfera que gravitaba sobre el puerto un tono rojizo y blanco. Una imagen de la Virgen, rodeada de luces, refulgía como un diamante amarillo en el pecho de un cerro”.
Manuel Rojas logra en esta novela primeriza una verosimilitud narratológica poco común, más que nada, al ordenamiento cognoscitivo, esencial para estructurar un corpus novelesco válido, cuya capacidad de legitimación histórica y social, deviene del íntimo conocimiento de esa realidad, de la perfecta armonía entre estilo, forma y significado. No hay cabos sueltos en esta narración, aparentemente simple y lineal. Rojas anticipa en esta obra el monólogo interior, que cobraría mayor importancia en sus textos futuros. El rico universo sensorial del autor se concretiza en una escritura más apegada a la realidad que a la fantasía. Rojas no necesita recurrir al discurso para subrayar la marginalidad de sus personajes; éstos se bastan a sí mismos. La perfecta coherencia de sus actitudes, la entrañable comunicación de estos seres aislados en la periferia de una sociedad que les es extraña, representan el valor ilimitado de una propuesta artística incontaminada.
