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JORGE CALVO Y LA MEMORIA HISTÓRICA
El viejo que subió un peldaño, de Jorge Calvo. Editorial Signo, Santiago, 2015, 96 páginas

Por Ramiro Rivas


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Jorge Calvo (1952) es un escritor que convivió y se desarrolló como narrador en una época intermedia entre los escritores de la generación llamada del 60 o “los novísimos” -como la denominó José Donoso en un artículo publicado en la revista Ercilla-, y la generación NN o de los ochenta. De ambas obtuvo experiencias valiosas, tanto de la que lo precedió, como la de sus contemporáneos, formándose como escritor. A la fecha ha publicado los libros de cuentos No queda tiempo (1981), El emisario secreto (2004) y Fin de la inocencia (2003). En novela las obras La partida (1981), Ciudad de fin de los tiempos (2011) y El viejo que subió un peldaño. A fines de la década del ochenta se fue a vivir a Suecia, en donde residió quince años. Parte de su obra ha sido traducida al sueco.

El viejo que subió un peldaño (Editorial Signo), es una novela breve, de poco más de noventa páginas, y viene precedida de un prólogo del músico Jorge Coulon, miembro fundador del Inti Illimani, que manifiesta sentirse identificado con esa época y los conjuntos musicales del canto nuevo que florecieron durante la Unidad Popular y los inicios de la dictadura militar. Relato “que toca tantos puntos sensibles de mi propia experiencia de vida”, confiesa, refiriéndose a la temática de la novela.

En efecto, el desarrollo de la anécdota se sustenta en la voz narrativa indirecta de el Polaco, que reconstruye la historia, mediante espacios memoriosos, del conjunto musical conformado por el profesor Sevilla, Héctor, Amparo y Nicolai, rememorando, con nostalgia, los conciertos en festivales de provincia, en el Teatro Caupolicán, la Plaza Artesanos y la mítica Unctad, construida en tiempo record durante el gobierno de Allende. Una época de esperanzas y reivindicaciones sociales, ahora extintas. Luego vendría la dolorosa separación y el autoexilio del Polaco en la ciudad de Talca por veinte años. Aislamiento que lo distanciará definitivamente de sus compañeros de ruta, hasta el día que recibe una sorpresiva llamada telefónica de un funcionario del Museo de la Memoria que le ofrece que se presenten en un acto en conmemoración de un nuevo aniversario de la institución. Solicitud inaudita para el Polaco, puesto que han transcurrido veinte años de su disolución. Imagina a los músicos, a esta altura, envejecidos como él, cargando enfermedades propias de la edad y viviendo sus propias vidas.

Sin embargo, el bichito de la vanidad que anida en todos los artistas, lo hace dudar y pensar en un por qué no. Agobiado por la duda, las incertezas y una suerte de renacer de las utopías rotas, emprende la búsqueda en Santiago de sus ex compañeros de ruta. Después de largas conversaciones, negativas, recriminaciones mutuas, logra convencer a los músicos que aún viven de esa agrupación musical.

El personaje el Polaco, protagonista principal del relato, pasa a constituir el contrapunto de la historia del país en un determinado momento del acontecer nacional. Porque al tomar como núcleo narrativo un hecho tan cercano y doloroso para la memoria de los chilenos, lo transforma en una aguda crónica de la realidad. Las constantes vinculaciones con el pasado, en sucesivos planos del recuerdo, reconstruyen la existencia más vital del Polaco y sus compañeros de vida.

Este puñado de personajes, maltrechos, olvidados por la sociedad que en su momento los admiró y ahora ha borrado de su memoria, se convierten en los verdaderos herederos de un heroísmo extinto, sólo presente y vívido en la mente y las evocaciones del Polaco, que se esfuerza en hacer renacer, en un acto casi suicida, esas viejas glorias pasadas.

En un ensayo sobre Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, el ensayista Ernesto Volkening, alude a la falta de memoria de gran parte de la literatura latinoamericana de las últimas décadas, refiriéndose “a la debilidad de la conciencia histórica, una extraña incapacidad de recordar siquiera las hazañas y los sufrimientos de la generación inmediatamente precedente”. Verdad a medias, pensamos, porque existe un número no menor de novelas y cuentos que tratan de estos hechos traumáticos para la sociedad, producto de los gobiernos dictatoriales y los constantes genocidios efectuados a los ciudadanos disidentes.

En Chile sí se ha escrito sobre estas temáticas, pero no lo suficiente. Con esta nueva obra, Jorge Calvo pasa a integrar esa lista de buenas novelas sobre el tema, demostrando sus dotes de narrador, ya exhibidos en sus libros de cuentos. Calvo estructura su novela mediante capítulos breves y un lenguaje fluido y sencillo, pero no por eso menos pulcro.

Las reminiscencias del Polaco van escenificando el ambiente de la época, retrotrayéndonos al viejo y ahora transfigurado barrio Avenida Matta, con sus casonas antiguas y bellos patios interiores, “de muros anchos donde no ingresaba el calor del verano ni tampoco el frío del invierno”. Donde de niño, el Polaco “dio las primeras y vacilantes pisadas en aquellas aceras polvorientas que los vecinos regaban por las tardes”, arterias ahora invadidas por enormes edificaciones que extinguieron la vida de barrio. Narración “que ha abierto un espacio para la memoria, un lugar donde tal vez tiene sentido reencarnarse como el Polaco y reencarnar los fantasmas de Amparo, Héctor y el profesor Sevilla”, como asertivamente escribe Coulón en el prólogo.

Pensamos que con esta nueva obra, El viejo que subió un peldaño, Jorge Calvo impugna esa máxima de Mircea Eliade: “el terror a la historia”. Por el contrario, reafirma su compromiso político y social, al retratar una época oscura de nuestra historia. Porque estimamos que un verdadero escritor debe asumir un compromiso con los demás, con su Nación y su tiempo.



 

 

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JORGE CALVO Y LA MEMORIA HISTÓRICA
El viejo que subió un peldaño, de Jorge Calvo. Editorial Signo, Santiago, 2015, 96 páginas
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