Antes de entrar a comentar la densa e intensa novela La mano, de Roberto Rivera, habría que repasar someramente los orígenes literarios que influyeron en las vanguardias escriturales del siglo XX. La irrupción de James Joyce en el campo de la literatura contemporánea, con la publicación de Ulises, desestructuró toda la ortodoxia literaria de la época. No obstante el escándalo que provocó la novela en la crítica tradicional, fue fundamental para las nuevas corrientes literarias del pasado. Su experimentación formal y de lenguaje, los giros temporales y espaciales del protagonista de la historia, Leopold Bloom, que transcurre durante la mañana del 16 de junio de 1904 hasta el día siguiente, en un flujo narrativo que abarca más de 800 páginas de apretada tipografía, produjo la admiración de escritores del tonelaje de William Faulkner. Como asimismo las más de cincuenta páginas de la corriente de conciencia de Marión Bloom, texto sin puntos ni comas, en un caótico fluir de recuerdos, imágenes y sensaciones, que se podría catalogar como lo más innovador de la literatura moderna.
Es indudable el influjo que causó en los escritores del boom y post boom. Discípulos como Miguel Otero Silva, con su revolucionaria novela Cuando quiero llorar no lloro;(pdf) Guillermo Cabrera Infante, con Tres Tristes Tigres,(pdf) obra estructurada con un lenguaje coloquial, en donde la corriente de conciencia de sus personajes y el lenguaje habanero son su mayor acierto. O el puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, con su experimental novela La guaracha del Macho Camacho,(pdf) así como los relatos de Juan Carlos Onetti o el chileno Carlos Droguett y su obra Eloy,(pdf) un verdadero “tour de force”, en donde el monólogo interior encapsula toda la historia del bandolero rural que aguarda su muerte. Todos estos escritores influyeron en la manera de narrar de las nuevas generaciones. La tradicional omnisciencia fue cosa del pasado. Los nuevos lectores tuvieron que pasar a ser cómplices de estas nuevas tramas que los forzaron a completar esas anécdotas ocultas, esos espacios narrativos poco explícitos. En consecuencia, la literatura actual se tornó más dinámica, despojándose de descripciones innecesarias, sugiriendo más que exponiendo latamente una historia.
Todo este preámbulo viene a cuento para analizar la escritura de Roberto Rivera. Este autor nació en 1950, es decir, en una fecha intermedia entre dos importantes generaciones literarias. Me refiero, en específico, a la generación del 60 y la del 80. Rivera, antes del golpe de estado que desbarató a la generación precedente, alcanzó a compartir con muchos autores significativos de este conglomerado. También fue compañero de ruta con la nueva camada de escritores, catalogados como los NN por uno de sus miembros. Su literatura, por tanto, posee referencias y afinidades creativas con ambos grupos de intelectuales.
Rivera posee una gran cultura literaria. Conocedor de la literatura norteamericana y la del boom y post boom latinoamericano, su obra recoge influencias de varias corrientes narrativas contemporáneas. Tomó algunos elementos empleados por los “novísimos” del 60, que distanciándose de la generación del 50, más europeizante y tradicional, crearon obras más desacralizadoras. Incorporaron en sus escritos elementos espurios para la época, como la música popular, el jazz, los deportes, el habla de todos los días. Expresiones culturales que Rivera supo darles una categoría más creativa en sus primeros cuentos.
La escritura no puede concebirse como un brote espontáneo detrás de las palabras. La literatura debe reflejar una realidad histórica, política y social, un panorama en que esté inserto el escritor comprometido con su tiempo. Bien lo afirma Juan Goytisolo cuando dice: “Yo creo que el verdadero compromiso del escritor comienza a partir de la palabra. Responsabilizarse ante la palabra. De ahí responsabilizarse ante todo”.
La literatura de Roberto Rivera, desde su primer libro de cuentos, La pradera ortopédica, pasando por Santos de su devoción y la novela más audaz y vanguardista de este autor, A fuego eterno condenados, reflejan un profundo compromiso político y literario. Ya en esta extensa novela se podía apreciar el estilo rupturista, desacralizador y crítico de la sociedad, posiblemente influenciado -al igual que sus pares generacionales – por la literatura norteamericana y varios autores del boom latinoamericano.
La novela que ahora comentamos, La mano, es un relato trepidante, veloz, por momentos impregnado de erotismo, mediante un lenguaje en que la corriente de conciencia es uno de sus mayores méritos. A años luz del narrador omnisciente decimonónico que necesitaba treinta páginas para describir una mansión y el correspondiente núcleo familiar. En esta escritura, en cambio, el flujo narrativo corre a la par de los hechos, de los desplazamientos de los personajes, insertos en el monólogo que encierra diálogos, escenarios, confabulaciones comerciales, inmoralidades del protagonista principal, Tomás, relaciones sexuales prohibidas y amorales, al engañar a su mejor amigo, Alfredo, al que le arrebata su mujer, Paula, desencanto y traición a viejos camaradas de universidad y partido, en donde la ideología izquierdista constituía su único norte. Actualmente, en cambio, entregado a un neoliberalismo que ha roto con las utopías socialistas, lo hace cuestionarse, sin mucha convicción, de su trabajo y las nuevas relaciones de poder. Algo parecido sucede con sus amantes, Maite y Paula, mujeres empoderadas, cultas, independientes y de carácter. Todo un mundo de relaciones desgastantes que van minando lentamente la personalidad poco ética del protagonista de la historia. Tal como expone la contraportada del libro, “explora los subterfugios de la naturaleza humana, el desgarro de las pasiones y la frialdad de un mundo que comulga con la mentira, los secretos y los autoengaños”.
Tomás es un personaje muy identificable en la sociedad actual. La audacia, el descaro, las carencias morales, parecieran ser atributos para este tipo de personajes. La trama y la historia subyacente, en general, resultan muy convincentes y reales. Roberto Rivera posee un gran bagaje de conocimientos teóricos y formales, logrando un relato intenso y crítico de la sociedad de nuestro tiempo.
Los procesos sociales y políticos, incluso culturales, se van metamorfoseando aceleradamente. Alguien aseveró que “en épocas de grandes trastornos sociales los dirigentes políticos afirman que los escritores actúan con retraso, no así los acontecimientos”. Algo de verdad existe en ese comentario, puesto que el escritor necesita un tiempo prudente para estudiar y aquilatar el proceso antes de emprender un nuevo texto creativo. Pero Roberto Rivera pareciera desoír esos consejos, embarcándose en un relato en pleno desarrollo.
Los escritores siempre han sido los desenmascaradores de la realidad, los develadores de las zonas ocultas del poder, los cuestionadores perpetuos de los regímenes de turno. Rivera, a lo largo de su trayectoria, siempre ha demostrado ser un novelista propositivo, un hábil observador de una realidad dinámica que nos permite comprender los cambios políticos y sociales de nuestro país. Pensamos que La mano es una de las novelas más logradas de este año y, posiblemente, de los años venideros.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «La mano» de Roberto Rivera Vicencio
Fondo de Cultura Económica, Santiago, 2023, 152 páginas
Por Ramiro Rivas