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CINCO ESQUINAS, DE MARIO VARGAS LLOSA

Por Ramiro Rivas Rudisky



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No deseamos cometer el mismo error de muchos reseñistas literarios, tanto chilenos como extranjeros, al criticar los últimos libros de Mario Vargas Llosa. Es como si de un día para otro se hubieran olvidado que este autor se ganó el Premio Nobel y todos los galardones literarios al que puede aspirar un escritor. Nos referimos a la pertinacia en cuestionar su vida política –que como todos sabemos pasó de una férrea actitud de izquierda en su juventud a una posición política de derecha, defensor del neoliberalismo y amigo íntimo de los ex presidentes José María Aznar y Sebastián Piñera-, en desmedro de sus libros. La labor de un crítico serio es analizar y comentar el texto del autor y no cometer la frivolidad de referirse a asuntos ajenos a la literatura.

Cinco Esquinas (Alfaguara, 2016, 314 páginas) es la última novela publicada por Mario Vargas Llosa, cuya obra está conformada por 18 novelas, dos libros de cuentos, 10 obras teatrales y 10 textos de ensayos, además de varios volúmenes con recopilación de sus artículos periodísticos. Esta nueva obra es temáticamente más pretenciosa que sus últimas producciones –muchas de ellas pecan de cierta liviandad– pero cuyos efectos resultan más vagos y diluidos que sus recordadas tres primeras novelas, nos referimos a La ciudad y los perros, Casa verde y Conversación en la Catedral. Junto a ellas habría que agregar La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo. Y como no mencionar el humor en Pantaleón y las visitadoras.

Vargas Llosa explica en la contraportada del libro que la idea matriz se originó con una imagen erótica de lesbianismo entre dos íntimas amigas de la clase alta limeña, y que posteriormente tomó características policiales y de thriller, para desembocar en un panorama social y político de la dictadura de Fujimori y su siniestro jefe de inteligencia Vladimiro Montesinos. En cuanto al título, Cinco esquinas, lo obtuvo de un barrio muy emblemático de Lima, que por los años en que transcurre la historia, estaba en plena decadencia, transformado en refugio de narcos, prostitutas y delincuentes.

El esfuerzo del autor consiste en retratar esos años postreros de la dictadura, tomando como personaje a un Vladimiro Montesinos muy estereotipado, con rasgos de maldad muy de brocha gorda. En general, en esta novela, el autor falla primordialmente en la creación de personajes. Resultan todos muy de maqueta, demasiado superficiales. Todo es en blanco y negro. No existen matices en las individualidades. Como ejemplo, con el afán de desnudar la influencia del periodismo amarillo, supuestamente manejado por Montesinos, nos presenta a Rolando Garro, director de la revista de crónica roja Destapes, con todas las lacras y tics de un sujeto siniestro, amoral y carente de toda ética. La falta de perspectiva vital de los personajes no permite retratar con realismo y verosimilitud un estrato social y político traumatizante en la población limeña de finales de la década del 90. Los actores femeninos, por su parte, Marisa y Chabela, fuera de describirnos sus largas sesiones de amor explícito –poco usual en un autor de la seriedad de Vargas Llosa-, nada aportan con sus anodinas existencias. Sus esposos, Enrique Cárdenas, acaudalado ingeniero minero que sufre el acoso de extorsionistas por una orgía sexual ocurrido en el pasado, y defendido por su amigo, el abogado Luciano Casasbella, son los que contribuyen en algo a mantener una trama previsible. De toda esta galería de protagonistas, aunque resulte paradójico, el más interesante es un actor secundario, Julieta Leguizamón, denominada la Retaquita, periodista estrella de Destapes. En este personaje se vislumbra un mundo interior, un carácter definido, una actitud decidida,  que en los tramos finales de la novela cobra relevancia.

Con todo, la novela se lee con cierto interés, en donde el argumento, matizado con intriga, política, sexo, le otorga a la narración una convincente objetividad expositiva. También hay que dejar en claro que el oficio narrativo de Vargas Llosa permanece intacto. Otro asunto que llama la atención en esta novela, consiste en la actitud de Vargas Llosa de recurrir a determinados rasgos técnicos que le dieron muy buenos resultados en su época de inicio, especialmente los empleados en Conversación en la catedral. Me refiero a rasgos de estilo, como el multiperspectivismo, los saltos temporales en la narración, el uso de varios narradores simultáneos, el empleo de historias paralelas, la polifonía de voces en un mismo párrafo, como los utilizados en el capítulo XX de esta novela. Recursos muy explotados por Vargas Llosa en su primera etapa, pero que incluidos ahora con moderación no impiden el buen manejo narrativo.

En resumen, una novela que quiso retratar un momento complejo de la sociedad peruana, pero que se quedó en muchos estereotipos, sin profundizar en el verdadero drama de un pueblo que sufrió una dictadura brutal y que ahora parecieran haber olvidado votando casi el cincuenta por ciento de los electores por la candidatura de la hija del dictador.


 

 

 

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