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En malos pasos, de Ramiro Rivas
Bravo y Allende Editores, 124 págs.
Por Rolando Rojo Redolés
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No seremos nosotros los que descubramos las virtudes narrativas de Ramiro Rivas. Una larga y exitosa obra (cuentos y novelas) avalan la calidad de este narrador nacional tan premiado como silenciado. Rivas ha ejercido, además, la crítica en diarios y revistas (La Época, Rocinante, etc.). Su aguda mirada, su penetrante análisis, la objetividad de sus comentarios y el manejo de técnicas de crítica moderna, lo destacan como uno de los críticos más serios, lúcidos y leídos del país.
Ahora nos presenta el libro de cuentos “En Malos Pasos”, editado por Bravo y Allende, 121 páginas. Son diecinueve relatos de corta extensión y gran intensidad.
En general se trata de historias duras, fuertes, no aptas al “buen gusto burgués”. Aquí no hay concesiones a las debilidades ni a los sentimentalismos baratos. Los héroes o, más bien, los antihéroes de estas historias, son individuos heridos, maltratados por la vida, desesperanzados que se equilibran en el filo del suicidio o del crimen. Los ambientes, mayoritariamente, prostibularios, pensiones de mala muerte, bares y hoteluchos donde deambulan los que arrastran cargamentos de frustración y violencia en las espaldas. Los motivos recurrentes son la soledad, el desconcierto, la visión desencantada de una sociedad que transforma a los hombres en marionetas del destino. Es el bebedor solitario que lleva a la mujer al departamento y por no matarla, se suicida. Como un juego, como un acto sin trascendencia, como un ejercicio rutinario de la violencia, mientras el estallido de los fuegos de artificio celebra el Año Nuevo. Algo similar ocurre con “Zapatos de Charol con Pulsera”, “Cuento Malévolo”, “Crónica Roja”. No hay de qué extrañarse. La vida es así: dura, violenta, desgarrada para la mayoría de los seres humanos.
Hay dos cuentos de temática histórica que alcanzan niveles de excepción por el contenido, lenguaje y tono: “Mi Señor y mi Verdugo”, narrado por un capitán de Hernán Cortés que debe casarse con la concubina del Conquistador para cubrirle las espaldas ante la Corona. El otro es “Pecador y Testigo” donde fray García de Vargas relata las felonías de los hermanos Pizarro con Diego de Almagro. Admirable es la estructura y ambientación de estos dos relatos. En ellos, Rivas demuestra todo su talento narrativo. Los silencios, la sutileza de los detalles, el diálogo están admirablemente administrados. “El Conquistador, a veces, se aproxima a las llamas y bebe taciturno el vino que nos resta del último navío que se aventuró a estas tierras de espanto. Y es entonces, mi señor, que le observo el semblante estragado, las barbas abundosas chamuscadas por los soles y las ventiscas…”
Es a través del lenguaje y del dominio de los recursos narrativos que estas ficciones alcanzan una preeminencia tal que no logra explicar el desinterés de las grandes editoriales por publicar relatos que superan con creces lo que hoy se publicita, se vende y se lee.
A veces, de acuerdo a la tendencia moderna del arte narrativo, un personaje, en primera persona, narra los hechos, configurando, de este modo, una cognición insegura, vacilante, limitada y fragmentaria del mundo narrado, lejos del privilegiado narrador omnisciente cuyo punto de vista era incuestionable: “ Fue esa noche, u otra noche, o la subsiguiente, que todo empezó a fraguarse de a poco, como un crimen por ejecutar, o por resolver, o como nada, o como todos los días…” (“Año Nuevo", pag 7). A veces, es una sinfonía de voces que fragmentariamente van trenzando el relato hasta darle coherencia. De “Cariño Malo”, pag 37. “Así le cuentas al otro, al mantenido, al que te nombre mi capitana, mi reina del batallón, ¿de dónde? interrogas ingenua, bobalicona, del puterío, sueltas, hijoeputa, y me lengüeteas, me excitas con esa sonrisa socarrona, con esa barba de palestino tan negra y rizada y esos pelos que recubren el cuerpo, tan nervudo que me destrenza la dulzura…” En otras, comoen “Quintrala Caribeña”, el ritmo del lenguaje se identifica con el contenido del relato, tornándose musical, retorcido, tropical, casi lemebelesco. “Ahora es ella, la temblona, la sudada, la experta de la carne ardiente que mira y remira al muchacho despaturrado entre sus tacones altísimos de acharolado rojo, y ay, pobrecito, se reventó de calentura, o voladura, gargajea el agriado cafiche al pedo mordisqueando un habano que ni dónde por lo endeble y putrefacto de olor…”
Rivas maneja bien la sutileza, la insinuación, el suspenso que contribuyen a crear cuentos que se leen con el aliento retenido y no se sueltan hasta la última línea.