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RAY LORIGA, EL ROCKSTAR DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS
Por Ramiro Rivas
Publicado en Punto Final, 26 de Enero de 2018
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El Premio Alfaguara de Novela 2017 fue otorgado, esta vez, al escritor madrileño Ray Loriga (1967). Reconocido desde muy joven como uno de los grandes talentos de la narrativa española, controversial, iconoclasta, revolucionó la literatura de los años noventa. Dueño de un estilo desenfadado, cáustico y agresivo, se le relacionó con los autores del “realismo sucio” norteamericano. Pero Loriga se reconoce deudor de la “beat generation”, admirador de Burroughs, Kerouac, Ginsberg, y del realismo duro de Bukowski y Carver. En su segunda publicación, Héroes (1993), se retrata en la portada del libro vestido como cantante de rock, con el pelo largo, los dedos cubiertos de anillos metálicos y una botella de cerveza en la mano. En la actualidad, lleva publicados más de quince libros, entre novelas y relatos. Además es guionista y director de cine, y ha trabajado con Almodóvar.
Rendición (Alfaguara, 2017, 210 páginas) fue premiado bajo el título de Victoria y el curioso seudónimo de Sebastián Verón, el futbolista argentino, quizás con la intención de sorprender a los ocho jurados, presidido por la escritora mexicana Elena Poniatowska. En la deliberación final, después de leer 665 obras presentadas, se le otorgó el premio “a una historia kafkiana y orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva, una parábola de nuestras sociedades expuestas a la mirada y el juicio de todos”. Al consultarle al escritor si su obra quería testimoniar algún juicio sociológico o político, el autor respondió tajante: “No doy lecciones de moral ni de nada”.
La definición “kafkiana” me parece un facilismo interpretativo muy recurrente al enfrentarse a cualquier texto que resulte extraño. Lo de “orwelliano” lo estimo más adecuado, puesto que la trama principal de Rendición trata y desarrolla la autoridad de un ente superior, el control ciudadano colectivo y los peligros del totalitarismo. Pero la influencia más notoria creo que viene de Un mundo feliz de Aldous Huxley. Aunque la novela de Loriga no especula en la creación de embriones humanos para crear seres felices y divididos en castas, en Rendición las supuestas víctimas de la guerra los cobijan y protegen en una ciudad de cristal, sin salidas de escape, en donde todos los ciudadanos trabajan para la colectividad. Para este efecto, se les asigna labores según su condición cultural. Tampoco existe el dinero y el consumismo, y todas sus necesidades son cubiertas gracias a su contribución en el trabajo. Pero lo que sorprende al personaje narrador, es descubrir que los continuos baños con agua cristalizada les van borrando los recuerdos y los mantienen en un estado de perpetua felicidad.
En la literatura fantástica, o con visos de estas características, como sucede en esta novela, la historia suele instalarse en lo cotidiano, en atmósferas tradicionales, para paulatinamente introducirnos en dominios irreales, en donde la racionalidad, a lo que está habituado el lector, se resquebraja y conduce al asombro y el desconcierto.
Uno de los tantos aciertos de esta novela es la voz narrativa manejada con gran maestría por el autor. Los acontecimientos son relatados por este jornalero de campo, devenido a capataz y luego en marido de la dueña del predio. Nos habla de un país en guerra hace una década, de dos hijos en el frente de batalla, de rumores que el enemigo ha invadido la comarca y se exige la evacuación de todos los habitantes a la ciudad de cristal, en donde estarán seguros y nos les faltará nada. Todo en esta novela es ambiguo, el relator no menciona el país en conflicto, quienes son los enemigos, conjunto de incertezas acentuadas por un lenguaje neutro que oculta la nacionalidad del protagonista y el lector debe dejarse llevar solo por los hechos.
La segunda parte de la novela transcurre íntegramente en esta ciudad irreal de cristal, en donde todo se transparenta, los muros de las casas, las calles siempre iluminadas, la carencia de olores, de comercio, la pérdida paulatina de la identidad, el honor y la dignidad, la falsa felicidad de los ciudadanos, suma de elementos que terminan por sublevar al protagonista y que en un acto extremo escapa, abandonando a su familia y a esa colectividad oprimida por un estado abstracto.
Se ha catalogado esta novela como una distopía, como una alegoría simbólica de nuestro tiempo, como una parábola, pero sin esa enseñanza moral que niega el autor, como la representación de una sociedad sujeta a un poder totalitario que reduce al hombre a un eslabón más en esta cadena de trabajo para el progreso de un estado superior, la desintegración de la identidad y las castas, “un mundo feliz” como lo describió Aldous Huxley. En resumen, una sátira descarnada de una sociedad alienada y en decadencia.
Para los lectores acostumbrados a la escritura frontal y aguda de Ray Loriga, esta obra les causará extrañeza por la voz narrativa de una inocencia y simpleza reflexiva, representado por este hombre humilde que no se deja doblegar por un mundo mecanizado y narra los hechos con el mismo estupor del lector que se sumerge en esta historia, en esta fábula del desarraigo y la pérdida de la paternidad y el amor.
Ray Loriga reconoce que esta novela le costó ocho años de trabajo y que el principal acierto, esa envolvente voz narrativa interpretada por este personaje de la tierra, la obtuvo de la cuidada relectura hecha a la obra de Juan Rulfo. Franqueza poco habitual en los escritores, pero que Ray Loriga no necesita ocultar, con una carrera literaria jalonada de premios y reconocimiento del público y sus pares.