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La mejor cosecha
"Mala siembra" de Rafael Rubio. Editorial Universidad de Valparaíso, 2013. 172 pgs.
Por Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio, 21 de julio de 2013
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Es difícil hacer justicia a este libro a través de una crítica. Quizás lo primero que cabe observar es la sólida, extravagante y alambicada unidad de este poemario. Se podría, en efecto, por la organización y distribución de los poemas -cada uno aparece aislado, con su propio título, agrupados en 8 capítulos, los cuales, a su turno, llevan un título genérico distinto- considerar Mala siembra como una colección de poemas que funcionan aparte uno de los otros, con vagos lazos entre sí, por cierto, como es usual; no obstante, acá la unidad de fondo es tan fuerte y visible que aquellas divisiones parecen correr por la superficie de lo que, después de leído en su totalidad, surge como un deslumbrante poema largo, único, insistente, obsesivo, doloroso.
La unidad del poema extenso -una proeza notable- la logra Rubio apelando, primero, a la realidad sonora de los versos. Como ya lo había mostrado en sus obras anteriores, el poeta concede a esta dimensión de su poetizar una importancia y dedicación fuera de lo común. Otra vez, en Mala siembra, recurre Rubio a todas las figuras de la retórica que apuntan a destacar y refinar ese aspecto del lenguaje y, por esa vía, por la que el poeta fluye con máximo virtuosismo, recarga a su poesía de los sentidos que procura aprisionar. El recurso poético que esas distintas figuras despliegan es la repetición y recombinación de un número limitado de sonidos, recurso que pasa a ser el eje constructivo del poema. Una misma musicalidad -aunque la palabra podría inducir a errores por lo dulce- atraviesa el poema en su conjunto. El lector va percibiendo, en efecto, cómo los sonidos y ritmos se repiten con variaciones no sólo dentro de un poema o sección, sino que además reaparecen a menudo, de manera creciente y convergente a medida que el poemario avanza. La memoria sonora que Mala siembra pone en ejercicio y exige, opera, pues, no sólo en el corto plazo, sino que también, y sobre todo, en el aliento medio y largo. A esta unidad sonora corresponde -y esto es lo principal- la unidad de imágenes y motivos que el poema va desplegando y en torno a los cuales parece girar en una espiral continúa.
El resultado es una poesía obsesiva que regresa una y otra vez sobre sonidos, ritmos, motivos e imágenes semejantes, construyendo un lenguaje interno de gran riqueza, en que las distintas y variadas combinaciones, la progresión y red de resonancias sonoras y semánticas densifican el lenguaje, lo fortifican y vitalizan. Para ello Rubio opta por una doble y voluntaria restricción de su libertad poética mediante, por un lado, la sumisión a un conjunto de formas antiguas -soneto, lira, sextina, verso sáfico- (de las cuales se apropia en un gesto a la vez extemporáneo e íntimo) y, por el otro, una severa reducción semántica: hay no más de un par de docenas de palabras que, ocupando funciones principales en los distintos poemas y versos, forman el "enjambre" sonoro-semántico de la obra. La trama o urdimbre de sentidos que Rubio elabora es un tejido complejísimo en el que se advierte un número limitado de verbos, nombres y adjetivos, que se agrupan, traslapan y recombinan en una danza que va sólo merodeando los grandes temas -el padre, la poesía, la culpa, el suicidio, la miseria, Dios-, danza en la que no hay poema que pueda ser leído sino como parte de un todo poderosamente trabado.
La sólida y patente unidad de esta obra no conduce, con todo, a un poetizar sosegado, conciliatorio y obsecuente. En todo momento, desde el primer verso ("¡Señor, cómo nos zumba la miseria!") hasta el último ("¡(...) la noche en que la luz muestre los dientes!"), Mala siembra se halla recorrido por crispación, ira, rebeldía, desgarro, incomprensión. La poesía que expone Rafael Rubio es dialéctica, esquizofrénica, tensionada entre fuerzas antagónicas que la movilizan hacia el equilibrio y la desmesura, la humillación y la soberbia, la devoción y la blasfemia, la gratitud y la abominación, la razón y la locura, el quedarse o la fuga, la muerte o la vida, la sumisión y la rebeldía, fuerzas en permanente batalla que la fuerte unidad estructural a la vez contiene y dilucida, pero, en absoluto, debilita. Mala siembra entera no es un canto de rendición ni de reconciliación, sino más bien la reafirmación del cantar en ese desajuste y desgarro, la voluntad de permanecer firmemente en él: "¡Yo no quiero morirme por morirme!/ ¡Yo quiero estar naciendo siempre, siempre!/ ¡Pero no llegaré donde me llamen/ ni me he de ir jamás, aunque me echen!//¡Porque con esta cara de asesino,/ me las veré con dios, el delincuente,/ el día en que la muerte dé la cara,/ la noche en que la luz muestre los dientes!"
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Rafael Rubio (Santiago, 1975). Escritor chileno Licenciado en letras con mención en Lingüística y Literatura Hispánica en la Universidad Católica. Su obra ha sido incluida en antologías de poesía chilena y es autor de Yo no me callo (1997), Arbolando (1998), Madrugador tardío (2000) y Luz rabiosa (2007). Además ha sido el antologador de poesías de Raúl Zurita en Qué es el Paraíso y editor de las prosas inéditas de su padre, Armando Rubio, en Los cuadernos de Armando.