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Rafael Rubio: Luz rabiosa
Los Ángeles: Camino del Ciego Ediciones, 2007. 108 pp.

Por Roberto Onell H.
Pontificia Universidad Católica de Chile
Publicado en Literatura y Lingüística N°20, 2009




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Rafael Rubio, nacido en Santiago en 1975, ha publicado los poemarios Arbolando (Santiago; Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; 1998; 51 pp.) y Madrugador tardío (Santiago, Ediciones del Temple, 2000, 72 pp.), pero su trabajo poético ha sido incluido, también, en diversas muestras colectivas, como Antología de la poesía chilena joven (Santiago, Universitaria, 1999; compilada por Francisco Véjar) y Cantares: nuevas voces de la poesía chilena (Santiago, Lom, 2004; compilada por Raúl Zurita), entre muchas otras. Un quehacer con la palabra que ha recibido, además, variados reconocimientos, como las becas de la Fundación Pablo Neruda (1994) y de los Talleres José Donoso de la Biblioteca Nacional (1998), el primer lugar en el concurso “Yo no me callo” (1997), una mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago (1997), el premio de poesía joven Armando Rubio (2001), entre otros. En términos de su formación académica, el autor obtuvo una Licenciatura en Letras y un Magíster en Letras mención Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile, institución donde además ha obtenido el grado de Doctor en Literatura, con la tesis “Plagio, parodia y pastiche en la poesía chilena contemporánea”, defendida y aprobada en junio de 2008.

La poesía de Rubio se caracteriza, en general, por la ostensible musicalidad que despliegan sus versos. Su ejercicio con el lenguaje se ha concentrado en la materialidad misma de la palabra, audible tanto en el uso de rimas consonantes y asonantes, al interior y al final de los versos, como también en la atención preferencial que fonemas y acentos reciben como agentes vivificadores de la textura y el ritmo del poema. Valga como ejemplo la primera de las tres partes de “Trigales”, de Arbolando: “Sonriente dentadura del sol, sol riente / La espiga de la risa, discurriendo va a la fuente / Luz sonando, cascabeles / Voz de abeja, lluvia, mieles / La amarilla carcajada de las yeguas herbazales / Algazara, multitudes, zarabanda, los trigales”. Madrugador tardío confirmó esta tendencia: el poemario empieza con la sección “De Arbolando”, que recoge seis poemas del primer libro, “Trigales” incluido, y continúa con las secciones “Cuartetos de la muerte”, “Poemas comensales”, “Esto no es Budapest”, “Nocturnos (A George Trakl)”, “Metapoemas”, “Éstos no son poemas experimentales” y “Dos objetos y una naturaleza muerta”, que presentan cierta variedad de asunto y algunos vínculos explícitos con otros poetas. En la inmediatez sonora del vocablo, Luz rabiosa desarrolla otro aspecto en el trabajo de este autor.

La nueva publicación de Rubio presenta dos grandes bloques: “Descendimiento” (pp. 9-85) y “Levantamiento” (pp. 87-108). Pero, antes de entrar en ellos, nos encontramos con significativos preliminares. En primer lugar, una dedicatoria: “A la memoria de mi padre, Pedro Ayçaguer M. / Al amor infinito de mi madre y mi hermana / A la rabia y la luz” (3), que nos informa de tres figuras familiares muy importantes para el autor, y acerca de los elementos del título del libro, pero aquí individualizados como otros de los destinatarios primeros de esta entrega, quizás como sus dobles respectivos. Enseguida, un epígrafe: “Habíamos permanecido demasiado / tiempo en la vida / y creímos que eso era natural. // (Eduardo Anguita)” (5), que plantea tanto la filiación con un poeta como la disponibilidad de una voz de ultratumba. Por último, “Solo”, el breve poema que conocimos en Arbolando y que fue incluido en la primera sección de Madrugador tardío: “Más solo que una lágrima / en el párpado / de un muerto” (7), poema que nos recuerda la vigencia de una escritura anterior, y nos precave acerca de la constancia en la temática de la muerte y acerca de lo por venir. En suma: reciprocidad, filiación, perseverancia. Permanencias. De este modo se nos prepara al descendimiento.

“Descendimiento” se abre con una amarga “Oración de gracias”, en la que el hablante entrega a Dios el cuerpo muerto de su padre. Sigue la sección “Elegías”, conjunto de siete lamentos por esta muerte, y “El arte de la elegía”, poema de auto-ironía. “Cenatorio” reúne siete genuinos poemas comensales, con algunos ya conocidos, que insisten en esa pérdida y en el rito incompleto de la mesa familiar. “Misas” agrupa cuatro “misas”, que extienden el lamento y presentan irregularidades métricas, y un “Arte poética” auto-irónica. “Oraciones” contiene dos poemas breves, airados, tristes. “Sextinas y puñales” ofrece dos sextinas, tres “puñales” y un “Cuarteto” conocido en Madrugador tardío, que meditan la muerte del padre y la posibilidad de la muerte propia. “Voces” presenta dos poemas breves, de lamentación, y cuatro fotografías en blanco y negro: la primera, de un tenedor con una de sus cuatro púas enroscada; otra, de un tenedor con tres de cuatro púas; otra, de tres tenedores y la sombra de un cuarto, y la última, de una cuchara perforada en forma de crucifijo. El bloque “Levantamiento”, indiviso, muestra veintiún poemas de métrica regular e irregular (algunos ya conocidos, como “Trigales” e “Himeneo” de Arbolando), y ofrece un temple de menor patetismo y con dejos risueños. El libro se cierra sin índice.

Veamos unas muestras de Luz rabiosa. La dura apelación de “Oración de gracias”: “Aquí tienes el cuerpo de mi padre / ¡Qué más quieres, Dios, qué más!” (10). La meditación de “Primera elegía”: “Tanta muerte para una sola piedra / Tanto dolor para una mano sola” (12). El anhelo de “Sexta elegía”: “¡Y que en la hora en que nos encontremos / encumbremos la tierra hasta los cielos!” (25). Los consejos explicativos de “El arte de la elegía”: “Simular que nos duele la muerte [...] / echar mano a aliteraciones de grueso calibre / para reproducir la onomatopeya del desamparo” (29-30). La sacudidora “Escena familiar”: “Que me arranquen la sopa. Que no quiero / verme en ella, temblando” (39). El coloquio de “Misa I”: “Padre que me dijiste mi paz os dejo mi paz os doy / no mires mis quemaduras sino el rencor de mi lengua” (49). La dolorida constatación de “Tercer puñal”: “Nos duele más la vida que la muerte [...] / ¡Y sobre todo tú!” (77). La sonrisa coloquial de “Liras de la pérdida”: “Te me perdiste cabra / [...] te me fuiste / cabrita” (89). La severidad de “Bucólica”: “Benditos sean los sordos, porque ellos / oirán el estruendo del sol cuando amanezca” (93). El brevísimo eureka “Revelación”: “¡Y la luz es ciega!” (96). Y el hallazgo de “Epílogo”: “Padre puro: / adentro de lo oscuro hay una luz rabiosa” (108).

Movimiento órfico, la voz de Luz rabiosa baja a la morada de los muertos en busca de su padre amado, ya para entregarlo, llorar e imprecar, ya para rescatarlo al fraguar la continuidad de la propia existencia. Pero se trata sobre todo de un gesto de carácter crístico. Es la bajada del cuerpo de Cristo, desde la cruz, lo que la tradición denomina descendimiento, y no como mero descenso; así, la bajada que leemos asume otros rasgos, en extremo intensos: la conjunción de la trascendencia de una persona y la inmanencia de un cuerpo, que puede ser leída en clave cristiana; asimismo el levantamiento, probablemente el del propio hablante. Singular reto interpretativo si notamos, también, la presencia de otras voces en la escritura de Rubio, célebres en sí mismas y en la modulación elegíaca: las del Siglo de Oro español, Mistral, Vallejo, Neruda, García Lorca, Anguita, Díaz-Casanueva, Arteche, Uribe, Hahn, Lihn, Zurita, los otros Rubio, intertextos litúrgicos... Presencias que actualizan otras reciprocidades, filiaciones y perseverancias, y reaniman la reflexión sobre “plagio, parodia y pastiche”; afinidades electivas, paternidades asumidas, que Rafael Rubio incorpora a su voz ya distinguible como propia, en trance de incorporación ella misma. Una voz que ahora modela su música, aleccionadoramente, al calor de una experiencia mayor.

 

 



 

 

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