
        CRIMEN &  POESÍA
          Sagrado  Corazón, de César Ángeles L.
        Por Roger Santiváñez
          (Ph.D.   Bennington College.  Visiting Professor Latin American Literature)
         
        “Maté a mi madre / ¿y ahora qué?” así comienza este nuevo  libro del poeta César Ángeles L. Lo que inmediatamente nos recuerda el “Tuve  que matarte, papito” de Silvia Plath, la gran poeta suicida norteamericana. Y  es que quizá haya una relación entre dicha poeta y Lizzie Borden –también poeta–  la joven que asesinó a su madre propinándole 65 cuchilladas en la cocina de su  casa en el limeño distrito de San Martín de Porres. Ángeles conoció  episódicamente a Borden en una universidad privada de formación católica,  durante la ceremonia de premiación de los Juegos Florales (2004) cuyo premio en  poesía obtuvo dicha joven. Impactado por la noticia, el poeta ha escrito este  volumen titulado precisamente Sagrado  Corazón (Tranvías Editores & posición EDITORES. Lima 2009) quizá para llamar la atención  –irónicamente– sobre la falla estructural de este orden establecido: una muchacha  de clase media –hija de un abogado– supuestamente bien educada (ahora  comprendemos mejor el título de Almodóvar La  mala educación) y para más señas estudiante de la mencionada Universidad  que –se supone también– provee una sólida formación  católica a la juventud  burguesa de  nuestro país.
          
          Logrado este primer cometido angeliano (por no decir angelical: no olvidemos que el ángel  rebelde –Luzbel– fue la más bella y perfecta criatura celestial antes de su  acción subversiva) y en esto quizá estén unidos el poeta Ángel-es y su  personaje Lizzie Borden.   Quiero decir,  en su rebeldía contra la formación modélica de una clase y de un sistema. Y de  allí provenga –poéticamente– la identificación del poeta con el escogido tema  de su libro. Es decir, más allá de la anécdota mediante la cual César Ángeles  tuvo efímero contacto con esta –según se nos informa– tímida joven en la  mencionada premiación poética, nos importa la opción intelectual e ideológica  por la que el autor asume el rol de Lizzie, como queda claro desde el primer  poema del libro: “Maté a mi madre / ¿y ahora qué?”.
          
          Pero el poeta no se queda en el gesto retórico de un  arquetipo sociopolítico sino que logra inmiscuirse en la fibra sentimental –la  dimensión psíquica– (aquí  la relación de  Borden con Plath): “Y todo fue entonces un cine de barrio / sin película”. Y  –significativa y freudianamente la relación con el padre–: “Acuérdate papá /  que ahora arrugarás mi rostro / en los diarios”.  Porque en realidad es la familia –en tanto  célula básica del sistema– la que es puesta en tela de juicio: “Acuérdate papá  / quién mató a tu mujer / negada visión en la foto familiar”. Lo que no es  óbice para la memoria idílica de los hermosos   tiempos  idos –aunque siempre con  la terrible conciencia peruana- donde Ángeles logra un órfico fraseo: “Y  acuérdate de los ciervos / del bosque donde caminamos / y del río aquel  invierno / en un perdido pueblo de este país  / I n c I e r t o / tus palabras que / rompían en lluvia / el cielo por la  mañana”. 
          
          El segundo poema del volumen constituye un retrato del  crimen. Para esto Ángeles echa mano al arsenal vanguardista de la tradición, en  este caso probablemente el Altazor de  Huidobro. Los versos se desencadenan –como cuchilladas, diríamos– cortados (aquí el símil es vivo reflejo  de la realidad) sincopadamente: “Un corte / dos cortes / tres cortes /  relámpago siniestro / azufre y veneno / otro corte /otro corte /otro corte /  sin luz / mucho sudor / pánico sobre pánico “. Hay un momento visceral –aquí  otra vez funciona la capacidad literal de Ángeles: “devuélvele tu ombligo” –le  dice a Lizzie mientras ella acuchilla a su madre– y también “sigue gritándote a  ti misma” en un movimiento de identificación entre ambas mujeres, las cuales  serían una sola  persona. Algo así como  si Lizzie al asesinar a su madre estuviera –simultáneamente– matándose. En este  punto –otra vez- salta la relación con la suicida Silvia Plath. Y más aún  cuando leemos los versos finales del poema: “una mole de concreto / apagó el  cine de tu poesía”.  La vida es una película  que de pronto termina. O cambia de destino.   Por eso el texto culmina con esta incrustación  cinematográfica típicamente  conversacional:
                                                           PLACE   COMMERCIAL   HERE
                                                 ...      Cárcel de Santa Mónica
        Vuelve otra vez el poeta –a través de su personaje– a  rememorar el paraíso perdido de la niñez. Pero en ningún momento deja la  crítica introspectiva, como cuando se pregunta: “madre, madre: / ¿qué demonios significa esta palabra?” en actitud  radical que bordea lo metafísico. En este sentido es sintomático que Ángeles  haya escogido citar el Romancero Gitano de García Lorca, tan cargado de un volumen pasional. Del cuchillo de los  andaluces pasa el poeta peruano a las puñaladas de Borden, pero se las arregla  para darnos la extraña sensación de un salvaje amor, cuando reflexiona sobre la  situación con estos versos: “cuchillo corta cuchillo / como en cualquier  película de guerra / se entrelazan los amantes /se anudan enemigos / se oponen  combatientes / en cualquier arena”. Mas el gran Federico no es su único  intertexto: tenemos a Jack, el  destripador, de la mitología urbana londinense del siglo XIX, citado vía  una aproximación de raigambre expresionista: “es la sangre, Jack / la que  inunda esta ciudad desde siempre […] la misma que vuelve pesado / el aleteo de  los búhos”.
          
          Hay un trasfondo metafísico en esta poesía. Ese parece  ser el resultado y motivo de la investigación poética que lleva a cabo Ángeles,  profundamente conmovido por el suceso. De allí que asuma también la voz de la  madre asesinada, reclamándole –desde la muerte– a su victimaria: “Lizzie Flor  de Magdalena / ese nombre te puse honrando al cielo […] y mira cómo me has  cortado”. En realidad hay una fusión entre lo humano (metafísico) y la carga  implícita que entraña la queja del sistema (sociopolítico y religioso)  por boca de la voz materna. Sin embargo, hay  unos versos hasta cierto punto herméticos, desde los cuales podría decirse que  el poeta comprende toda la situación por la poesía, algo así como que la muerte  termina siendo poesía en todos los casos: “sabes el destino nos ha legado / una  flor iccual a mí / la misma imagen y  figura / cuyo nombre es poesía”. Esa sería la razón de fondo del crimen.  Estaríamos hablando entonces de un asesinato poético.
          
          Hacia el final del poemario, encontramos un par de  diálogos con la famosa poeta suicida peruana de la generación del 70, María  Emilia Cornejo. Ambos textos (son las dos partes de un solo poema) montan un  intertexto que parafrasea las páginas más conocidas de la autora. Es decir:  “Soy la muchacha mala de la historia” y “Tímida y avergonzada”. Ángeles encarna  la voz de Borden, quien haría estas versiones muy personales, trastocando el  sentido básicamente erótico de los textos originales,  en explicaciones de su acto criminal. El  resultado es un interesante experimento, que no sólo entronca el radicalismo de  ambas poetas –Cornejo y Borden– sino que sirve de introducción al siguiente  poema titulado Todas son la misma que  nos recuerda un trabajo de Alfredo Márquez –del grupo NN– denominado Todas son iguales en el que aparecían  las imágenes de Marilyn Monroe y Edith Lagos. Lo importante de todo esto, es  que aquí se está planteando una defensa y reivindicación de la mujer, en tanto  uno de los seres más abusados, ofendidos y explotados del sistema.
          
          Por otro lado, el poema de Ángeles –dedicado a Sarita  Colonia, María Emilia Cornejo y Edith Lagos– está conectado a la serie del cow-boy Linton, de su libro inicial El sol a rayas, que a mi juicio es lo  más logrado del conjunto de su obra poética, sin dejar de mencionar el hermoso  “En Italia” de su segundo poemario A rojo.  Pues bien, aquí Lizzie Borden se transforma en Giuliana Monroe, una pistolera  del Lejano Oeste, intensamente buscada  por los cazarecompensas.  Y Linton –alter  ego del poeta– la protege en su escape en acción solidaria, cuya verdadera  dimensión descubrimos en los versos finales del poema: “y zambullirme en la  nube de polvo / que en su huida deja Giuliana Monroe / corriendo sin mirar  hacia la nada /[…]/ hacia la sombra que envían las estrellas / a todos los  huérfanos, parias y condenados / de esta tierra / que fue nuestra”.
          
          Es digno de atención el tour de force que realiza Ángeles imprimiéndole una perspectiva  desde la izquierda a un escenario como el del Far West ya que está poéticamente logrado. Y puede decirse lo  mismo, de toda la serie Linton donde  testimoniando una formación cultural heredada del comic y las series televisivas norteamericanas que llegaban al Perú  durante los 60s –infancia del poeta–   César Ángeles –talento en mano– consigue una genuina expresión que abre  un rumbo distinto en la poesía peruana desde 1980 para acá. 
          
          El último texto de Sagrado  Corazón es una prosa poética (o poema en prosa) que recoge en su título un  concepto de Juan Javier Salazar –probablemente el artista plástico no-objetual  más importante en el Perú actual–  “El  ñoba ritual”. Efectivamente, la escena reproduce el baño refrescante que le da  a Lizzie su padre cuando ella era niña –con las obvias connotaciones  freudianas- en una suerte de paraíso súbitamente interrumpido por la aparición  de la madre, quien abre “La maldita puerta negra, de la inmensa noche”. El  complejo de Edipo (o Electra, para el caso) estaría funcionando –según el poema–  e informaría claramente acerca de las profundas motivaciones de la poeta para  matar a su mamá. Pero eso en realidad, quizá nunca lo sabremos. Este texto está  entre lo mejor escrito de todo el libro. Y con eso podemos darnos por  satisfechos, ya que como César Ángeles afirma en la nota final, se trata de una  elucubración poética a partir de algunos sucesos reales. 
          
          Es difícil medir y comprender la motivación de un  parricida. Realmente, un arcano. Pero también hay que ser valiente para  internarse poéticamente en un tema como este. César Ángeles L. se lo propuso –y  a mi juicio– salió airoso de este puntual desafío. 
        5 de abril del 2009 /  Collingswood, Cooper   River, under the first sun