ROCE EN ROQ DE DALMACIA RUIZ-ROSAS SAMOHOD
Por Roger Santiváñez
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These fragments you have shelved (shored)
-Pound-
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Dalmacia Ruiz-Rosas Samohod (Lima 1957) tiene una larga y valiosa trayectoria en la poesía peruana contemporánea. En efecto, su historia como poeta –y escritora- comienza en la niñez, al compás de sus múltiples lecturas e incluso la publicación –cuando adolescente- de un cuadernillo de Narraciones (Ed. La Campana Catalina, Arequipa, 1974) en el que figura el relato “Carta a mi padre” con el cual obtuvo el primer premio de los Juegos Florales Nacionales (1973) del Ministerio de Educación cursando –a la sazón- el cuarto año de la secundaria. Esto le valió una entrevista del prestigioso periodista César Lévano para la revista Caretas.
Posteriormente –siendo estudiante de Literatura en la Universidad de San Marcos- formó parte integrante del grupo La Sagrada Familia (1977-79) y luego militó en el Movimiento Hora Zero (1981). Igualmente fue aliada principal del Movimiento Kloaka (1982-1984). En todas las revistas y publicaciones de dichas agrupaciones Dalmacia Ruiz-Rosas Samohod fue entregando sus poemas, en aquella época trasuntados de fresco coloquialismo urbano y puntuales toques de un expresionismo muy particular.
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Reacia a la publicación de libros –durante la primera etapa de su producción- participa sin embargo en el volumen colectivo de la generación del 80 La última cena, lanzado por Asalto al Cielo/ Editores en 1987. Y por fin se decide a entregar a la imprenta su primera publicación poética personal: Secuestro en el jardín de las rosas (Ed. Hipocampo 1998). Aquí quizá principia un cambio de tono en la poesía de Dalmacia Ruiz-Rosas Samohod, hacia una frecuencia más íntima: “es necesario poseer un secreto amor que el mundo no conozca”, leemos en uno de los poemas iniciales del breve conjunto. O esta muestra de transparente lirismo: “debo recordar / mi dolor es una melodía / el llamado de un insecto en medio de la noche / desde lo oscuro / sobre el silencio de los automóviles / rebotando en las ventanas / o en la punta de una ola / que se lo lleva todo”.
Dos años después nuestra poeta editó la colección Baile (Hipocampo 2000). Ahora su lenguaje se ha tornado más reflexivo, las experiencias vitales dejan sus marcas –sus cicatrices- y Ruiz-Rosas nos da su testimonio, siempre con un resquicio de humor e ironía: “de equivocación en equivocación / es poco lo que avanzo / porque estoy encerrada no creas que estoy muerta / y que así será siempre / es cierto que la fortuna no está ahora conmigo / pero tengo mis dos piernas / el ánimo tranquilo / y una buena reserva de todo lo tonto”. Mas su radiante utopía va a primar siempre con delicada expresión: “yo no sé qué es el amor / pero sí sé que no es / solemne triste frágil o tramposo /…./ suave como la cresta de una ola desde el acantilado / fresco como una noche a la intemperie”. En esta línea –marítima digamos- podemos encontrarnos con versos que nos traen una resonancia de Luis Hernández: “fuíme a llorar / frente al mar / y me quedé mirando / la mar llorando”.
En 2006 la poeta recogió en un fino volumen titulado Conjunto de objetos encontrados –detestables sentimientos de jóvenes ingeniosos- un gama de poemas escritos en 1986. Textos que pueden ser leídos separadamente o como una sola unidad. Aquí la violencia que vivía la sociedad peruana de aquel entonces [“Lima es un estómago”] parece ser el objetivo de esta poesía, un tanto bronca, pero transida de un conmovedora y solitaria nostalgia: “yo que fui tan bulliciosa / ahora sumida en el romanticismo / de la madrugada me consumo”. Por otro lado, en este libro también está claro su aprendizaje conversacional eliotiano y el uso de la incrustación cotidiana: “Buenos días /…./ Buju! Lloriqueó hacienda un ruidito / ESCANDALO EN CONOCIDO CAFÉ / cuchicheó luego cerca de mi oreja / UNA VOZ DISTANTE”. Para retornar otra vez a la imagen puramente poética: “mordisqueo la hierba hechizada de la noche”.
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Ahora Dalmacia Ruiz-Rosas Samohod vuelve a entregarnos poesía. Se trata de su cuarto poemario denominado Roce en Roq. Podemos decir que en esta obra nuestra poeta accede a su madurez como creadora. El cuidado y lucidez con que ha trabajado los versos, su disposición sobre la página en blanco –estrategia que viene desde Mallarmé y su Golpe de dados- y la sinceridad de sus contenidos; así lo demuestran. En la poesía no hay truco es una consigna que yo escuchaba en los lejanos días de mi arribo a Lima –desde mi natal Piura- entre los círculos de poetas. Pues bien, la verdad humana de fondo que transmiten estos cortos poemas, fluye al compás de su conseguido ritmo. Uno que ya es propio de la poeta. Por eso afirmábamos –al empezar este apartado- que Ruiz-Rosas ha llegado a configurar su estilo, es decir, su propia manera de componer poesía. Para ello, toma cierta distancia de la herencia coloquialista –al uso-, aunque sin salir totalmente de sus fronteras; a través de una extraña suspensión diríamos emotiva, que refresca el ancestro conversacional, dándonos como resultado una especie de reverso de la experiencia real: la sensación de una verificación contenida detrás de los poemas. Una especie de más allá de los versos, una suerte de ausencia presente que los ilumina con otra luz.
Roce en Roq tiene una estructura binaria. La primera parte consta de 19 breves poemas. Ninguno de ellos lleva título ni numeración: configuran un solo e intenso fluido que va tocando diversos temas y diseñando escenas igualmente distintas. Ruiz-Rosas parece asumir una de las características fundamentales de la poesía moderna y post: la fragmentariedad. Y al no nombrar los poemas, su intención sería la de presentar un flujo de lenguaje abierto, tal como se formaría la corriente del pensamiento, sin principio ni fin. Así es como podemos comprender aquella suerte de fogonazos o flashes desencadenados hacia el fragmento 12 –lo que son 8 composiciones cortas- pastillas sintéticas no exentas de cierto enigma: “Diminuto pueblo / no hay otra vida / sólo el arte /…/ -a oscuras escucho- “, como ésta citada que constituye toda una declaración de principios y –a su modo- una ética. O ésta otra que apela al mito trasladándolo a lo cotidiano enhebrado a su elegíaco tono: “Lloro por Adonis / cuya sangre / se convirtió en rosas / en una lejana nave de/ hospital “. E introspecciones de tipo psicológico aunándolo a una crítica anarquista de la sociedad humana: “Sobre el / Asfalto / rueda / el / orgullo/ el mundo no gira / alrededor / de nadie”.
Los primeros 11 fragmentos de esta parte inicial son similares, aunque quizá –algunos- más cerrados. Como aquel que comienza: “La conciencia / de las / ostras / imperiales / o de lo / astral / “libro de los cambios” / entre la realidad / y la ficción / X la fix-zión”, dueño de un tono críptico que alude al I Ching? ; mientras en otros casos su aproximación a la Historia es clara: “Supe-Caral / la cultura más antigua/ tiene / cinco mil años / de matarnos”. En esta zona hay textos importantes. El primero de ellos es Tía G (así lo ubicamos nombrándolo con su primer verso) que en una línea que viene desde Valdelomar y Vallejo, Dalmacia nos presenta una elegía sobre un personaje familiar –íntimas memorias- resuelta por la vía de una retratada impresión onírica: “yo la ví tan cerquita / ha sido un sueño / tan bonito / por eso lo escribo / Dr. Ch”. Y con su toque de misterio: no sabemos quién es este enigmático Dr. Ch. Por otro lado, el primer poema de la sección que reza: “Como la voz / de un amigo / desde un campo / distante / viene hacia mí / la muerte”. Composición que nos anuncia la segunda y significativa parte del poemario. No sólo se trata de la conciencia de la desaparición [El poeta trabaja con la muerte, según Enrique Lihn] sino que el gran amigo –Edgar Barraza, Kilowat, la voz más pura que ha habido en el rock subterráneo del Perú- es quien será recordado y homenajeado en toda la parte segunda del libro. Así comprendemos también el título del volumen: Roce en Roq, un acercarse al mundo del amigo cantante muerto, pero sólo una aproximación –discreta y muy sentida- a quien, desde el más allá, todavía se reúne con nosotros. Y personifica a la muerte también.
Esta última parte del libro que comentamos, está conformada por diez poemas. Todos ellos giran en torno a Kilowat, nombre de guerra del mítico cantante Edgar Barraza –como queda dicho- uno de los más queridos líderes juveniles de la movida subte peruana de los 80s y 90s, injustamente fallecido antes de tiempo. Constituye un nostálgico canto sobre el amigo que se fue. La secuencia principia con una identificación del personaje: “tu educada amistad como el antiguo Rímac / cultura de Gran Unidad o de la calle / palabras perfectas como tus / patillas de T. Rex”. El muchacho de barrio poseedor de íntima sabiduría, sus visitas frecuentes, su lenguaje jerguero, su pasión por la música, la comunicación profunda sin necesidad de abrir la boca: “nuestras lateadas / sin hablar / sin mirar / por las provincias / azucenas y algunas / voladoras”. Y ya cuando la parca hizo lo suyo, la poeta lo rememora de la siguiente hermosa manera: “al ver las estrellas / -siento esa dorada voz cachosa / y anarquista / con las más lindas canciones / escogidas / improvisadas solito / o con tu banda”. Y al final, siempre poietes negándose a aceptar la muerte [And death shall have no dominion, Dylan Thomas dixit] Dalmacia Ruiz-Rosas Samohod estampará este epitafio con tonalidad punk: “esta historia / continuará / con la delicadeza / de una cabeza afeitada”.
Porque en realidad, el mundo seguirá mientras la naturaleza persista en su renovación estacional y en este devenir nuestra poeta es capaz de confesar: “Kilo ha sido buena nuestra historia / La próxima vida / será mejor / aún estoy aprendiendo”. La franca lucidez de Dalmacia para reconocer nuestra limitación humana no es óbice para la declaración de su consigna más pulcra y radical: “Siempre soñamos / con una canción”. Parafraseando a JG Rose podremos decir entonces: “Esta es la canción con que soñamos”.
[Roger Santiváñez, octubre 2012, Be.m platz lo gais temps de pascor, Cooper River, New Jersey]