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La poesía en bicimoto de Roger Santiváñez
"Split", Lectura Ediciones, 76 págs.
Por Cristóbal Gaete
Publicado en Suplemento Ku, 22 de Julio de 2018
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Como andar en bicimoto en Piura, con el viento en la cara. Esa sensación de vértigo es la que ofrece "Split" y toda la poesía de Roger Santiváñez (1956). Hoy afincado en Estados Unidos, este autor vivió largamente sus años salvajes de poeta en lima. "Split" (Lecturas) amplia dos libros disímiles que marcan el propio quiebre del poeta y su estilo.
El primer libro de "Split" es "El chico que se declaraba con la mirada" (1988), nombre surgido a partir de cómo miraba el poeta en la misa a jovencitas de su natal Piura. "Piura, ciudad del deseo" la llama, y se pierde también en las noches, en nombres de otras mujeres. Tiene el sonido de la cumbia chicha y de rock, que le da intensidad al igual que los ruidos de la calle. Los nombres de grupos y canciones nos vuelcan a los sesenta y setenta, y también a las marcas y modelos de autos. La memoria de Santiváñez construye poemas para recordar a su padre, fallecido antes de la escritura del poemario, construido como textos casi en prosa.
"Symbol" (1991) en cambio, está construido a partir de versos cortos. Santiváñez rompe completamente lo que se esperaba de su escritura, con las tendencias propias de su grupo literario "Kloaka". "Symbol" mezcla elementos disonantes, propios de la cultura precolombina y de la realidad violenta del Perú de entonces. Todo influido por la cultura norteamericana.
La lectura de Rimbaud aparece para obligar a Santiváñez a una vida intensa, como confiesa: "Alteré mis sentidos con alcohol de pésima calidad, y pasta básica de cocaína. Vivía
entregado a una bohemia sin límites en la calle Quita de Lima y por la madrugadas escribía la poética radical de 'Symbol'. Creí ciegamente en que para ser un vidente debía proceder a un absoluto y extremo y riguroso desorden de los sentidos. Casi me muero en esa absurda, ingenua e inocente aventura, pero quedó 'Symbol'. Y eso ya es algo, supongo".
Santiváñez estuvo cerca de morir en Lima. El resultado es un libro sumamente intratable y que se considera el de más calidad de la amplia trayectoria del poeta, hoy avecinando en Estados Unidos. Lo que sí comparten ambos libros es la fijación con la mujer. En la segunda es una visión de una jovencita la que desemboca todo, como explica en el prólogo que escribe el mismo Santiváñez. Dice que para él: "La mujer es la belleza encarnada: inspiración insustituible de la poesía". Santiváñez visitará Chile para la Cátedra abierta en homenaje a Roberto Bolaño de la UDP este jueves 2 de agosto, a las 11:30, en la Facultad de Comunicación y Letras. Un día después estará en La Sebastiana (Valparaíso) en un seminario que dictará sobre poesía conversacional.
— Plymouth, Datsun, Toyota. ¿Qué auto elegiría conducir con su padre al lado?
— Sería un Plymouth como el de mi padre en la Piura de los sesenta. La muerte del padre uno la lleva por siempre en el alma como una consigna.
— ¿Cómo era andar en bicimoto por las calles de Piura?
— Andar en bicimoto era lo máximo en Piura. A mi me encantaba dar vueltas y vueltas por Santa Isabel y así fue como divisé por vez primera a Lourdes bajo el marco de su ventana.
— La muerte sobrevuela "El chico que se declaraba con la mirada". Hay una melancolía de los que partieron. ¿A qué compañero de ruta literaria extraña más?
— Quizá el compañero -y maestro- de ruta literaria que más extraño es Rodolfo Hinostroza. Con él descubrí la poesía cuando yo era muy joven. Leer "Contra Natura" fue un deslumbramiento y una revelación. Luego lo conocí personalmente y nos hicimos grandes amigos. Cada vez que visitaba Lima de vacaciones nos encontrábamos muy cordialmente. Ahora ya no está.
— Desde Martín Adán el sector de Barranco tiene un mito literario.
— La bohemia literaria de Lima
sucedía en el chifa-restaurante Wony del jirón Belén, en el centro. Yo editaba una revista de poesía, AUKI, con Armando Arteaga y Lucho La Hoz. Ellos me condujeron por las intrincadas calles de aquella bohemia juvenil. Posteriormente -en los días de Kloaka y el taller Huayco- se realizó en el legendario bar Juanito de Barranco.
— ¿Qué pasó entremedio a su escritura?
— En medio del "El Chico que se declaraba con la mirada" y de "Symbol" pasaron varios años. Escribí el primero en el verano de 1984 con la avalancha de imágenes que se me vinieron tras la muerte de mi padre. Recién vio la luz en Julio de 1988 cuando fallecía mi mamá en Piura. En esos días trabajaba con Pancho en la producción y edición de libros. También fueron las horas de mi chamba en la revista OIGA y el descubrimiento y pasión por el rock subterráneo (suerte de punk peruano). Culminando la década de los 80 y a comienzos del 90 compuse "Symbol": de un solo envión en el verano más terrible de mi existencia.
— "Todo es música" escribe. ¿Qué escucha actualmente en Estados Unidos?
— Básicamente rock and roll. Aunque no se me escapa algún bolerazo o incluso una canción de "Los ángeles negros".
— Escribió un libro sobre Enrique Lihn. Este año se cumplen tres décadas de su muerte. ¿Nos podría contar alguna anécdota con él?
— Quise y admiré tanto a Enrique Lihn. Un día caminábamos por la ciudad y el poeta me dice con una grata sonrisa: "A mí como buen chileno me encanta Lima, la amo". "Yo también Enrique", le respondí. Y de pronto, ya era de noche.