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        Breve introducción a la poesía de José María
Arguedas en base a tres poemas emblemáticos
        Por Roger Santiváñez
 
          Rutgers University
          Revista Letras, N°117, Vol. 82. 2011 
                    
        
         
        
          
          
        
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          Podría decirse que los tres poemas –el ‘Llamado a algunos doctores’, la  ‘Oda al jet’ y el ‘Himno a nuestro padre creador Túpac Amaru’– están de algún  modo relacionados. En primer lugar, los tres textos datan de los años 60s.  Cabría preguntarse porqué José María Arguedas recién se decidió a publicar y  posiblemente a escribir poesía en esta época. Digo posiblemente porque no  contamos con ningún dato acerca de la producción poética de nuestro autor  antes de 1960. Sabido es que desde los 30s Arguedas se dedicó a la construcción  de su magnífica obra narrativa, pero el poeta que habitaba –por lo menos  en términos occidentales- en él, recién salió a la luz después de la publicación  de Los ríos profundos en 1958, no por casualidad su novela más poética, en la  que podemos encontrar párrafos enteros de una lograda prosa de indudable  valor lírico, aparte de la efusión –lírica también- conseguida en este libro por  la vía de los diversos cantos quechuas y waynos intercalados en el discurso.
          Hacia 1960 parece entonces Arguedas estar listo para la escritura propiamente  poética. El ambiente socio-político histórico era propicio para una toma  de conciencia -a través de la sensibilidad arguediana- frente a los sucesos de  la modernidad, cuyas aristas más evidentes penetraban la sociedad peruana.  En efecto, tras la segunda guerra mundial el dominio económico y la presencia  cultural de los Estados Unidos –punta de lanza de la modernidad occidental- se  hizo patente e insoslayable en la realidad latinoamericana. La entronización  de toda clase de electrodomésticos le dio una nueva cara moderna a miles de  hogares en América Latina, otorgándole al american way of life la calidad de súmum para la vida cotidiana. Relucientes cocinas llenas de artefactos kenwood,  mulinex, refrigeradoras westinghouse y living rooms (desde la lengua ya vemos  la invasión gringa) donde los miles de tocadiscos zenith llenaban el aire con el  último éxito de Paul Anka o los ingleses Beatles difundidos mediante la televisión,  en cuya pantalla familiar todo el mundo veía las series norteamericanas  que podríamos sintetizar en la exitosa Bonanza. Esta era la modernidad que  asumían las clases burguesas y las clases medias al sur del río Grande. Los 60s  permearon el subcontinente con un sentido de estreno y flamante recomienzo  de la vida en las sociedades latinoamericanas. 
          Por otro lado la modernidad también se presentó en América Latina con el  rostro de unos barbudos guerrilleros, liderados por Fidel Castro y Ernesto Che  Guevara. La Revolución cubana fue –digamos- la otra cara de la medalla para  un tiempo que se quería promisorio de un futuro mejor para nuestros pueblos  secularmente hambreados y explotados por las oligarquías nacionales. La Revolución  parecía perfectamente posible con la sonrisa del Che proclamando -en  la Conferencia Tricontinental de La Habana (1965)- que era necesario abrir focos  armados y zonas liberadas, para hacer de nuestros países muchos vietnams  y así derrotar al imperialismo norteamericano. Entre el american way of life y su  adoración hollywoodense del estilo gringo –expresión clara del imperialismo  cultural- y la esperanza de una nueva sociedad sin explotadores ni explotados  simbolizada por la Revolución cubana triunfante desde 1959, el rumbo de la  modernidad parecía tan real para América Latina como el sol de los trópicos o  la helada belleza de las cumbres andinas.
          Pues bien, Uno de aquellos modernos artefactos –citados líneas arriba fue  el avión de pasajeros de propulsión denominado Jet. José María Arguedas  no se sustrajo del natural deslumbramiento que el avance tecnológico presentaba  en el mundo occidental. Y escribe la ‘Oda al Jet’. Pero su perspectiva  –como veremos- no es la de un ( él mismo lo hubiera dicho) aculturado, en  absoluto. Su visión –basada en el materialismo dialéctico- utiliza la invención  del jet para situar al ser humano en un equiparado nivel junto a Dios. O a la  idea del Dios superior y creador de la mitología cristiana, de todos modos  fusionada a cierta cosmovisión andina. De allí que comience: “!Abuelo mío!  Estoy en el mundo de Arriba, sobre los dioses mayores y menores, conocidos  y no conocidos “ ( 237) . Y seguidamente: “¿Qué es esto? Dios es hombre, el  hombre es dios” (237). E inmediatamente después reconoce que los grandes  mayus (o sea los ríos) de la mitología nativa –vistos ahora desde un jet- han  quedado reducidos a una pizca insignificante: “He aquí que los poderosos  ríos, los adorados, que partían el mundo, se han convertido en el más delgado  hilo que teje la araña” (237). Arguedas es entonces capaz de aceptar  la diferencia que puede haber entre la observación cosmogónica quechua y la revolución científica que trae la modernidad occidental. Y no escatima  elogios al Jet, al cual denomina “pez golondrina de viento” (238) y asegura  que “Las escamas de oro de todos los mares y los ríos no alcanzarían a brillar  como él brilla” (237). Pero –por supuesto- no se trata de una ingenua  alabanza –digamos primitiva- , sino que entraña –bajo el poder de la magia  verbal del discurso- una especie de épica telúrica y magnética (Vallejo dixit)  universal: “Dios Padre, Dios hijo, Dios Espíritu Santo, Dioses Montañas, Dios  Inkarrí: mi pecho arde. Vosotros sois yo, yo soy vosotros, en el inagotable  furor de este ‘jet’” (239). Como vemos, es un canto a la invención del hombre,  a su capacidad divina de creación, unida en una sola mística en la que el Dios  cristiano y los dioses tutelares andinos están perfectamente juntos y –con  ellos- el ser humano a través del yo personal del sujeto poético. Celebración  infinita de la materialidad del hombre y de su extraordinario poder realizador.  E incluso con la capacidad concreta de terminar con Dios: “Al Dios que  te hacía nacer y te mataba lo has matado ya, semejante mío, hombre de la  tierra. !Ya no morirás!” (239). Aquí podemos notar la profunda fe arguediana  en la disposición regeneradora que él le otorgó siempre al sufrido pueblo  andino, ya que en su particular visión, la humanidad incluye por supuesto a la  nación quechua y aún más la representa. Queda clara la posición de Arguedas  en tanto humanista y también su propuesta universal para la liberación del  poblador de los Andes.
          Esta perspectiva se entronca fácilmente con la del poema “Llamado a algunos  doctores” escrita originalmente en quechua con el título de “Huk Doctorkunaman  Qayay”. Este texto constituye una reivindicación radical de la grandeza  de la raza indígena. Comienza ironizando sobre las ideas pre-concebidas  (los prejuicios) que maneja la cultura occidental sobre el indio y también sobre  la pretendida necesidad –según Occidente- de cambiar o “culturizar” al hombre  andino. Mentiras que como bien conocemos, sólo han servido de pretexto  y falsa justificación para expoliar, explotar y despreciar al indio: “Dicen que  ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza  por otra mejor / Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos,  que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el de un  toro grande al que se degüella; que por eso es impertinente” (241). Y luego  su ataque y burla contra los intelectuales (principalmente los antropólogos):  “doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o  que se vuelven amarillos / Que estén hablando, pues; que estén cotorreando  si eso les gusta” (241). Alusión directa a los sabihondos profesores graduados  que –desde afuera- pretenden saber más de su cultura que sus propios dueños  y señores y se llenan la boca queriendo enseñar a los protagonistas de la historia  su íntima historia. 
          Luego el poema traza una hermosísima canción en elogio de la cultura andina,  principiando con el entorno: “Es el mediodía; estoy junto a las montañas  sagradas; la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanza su luz  a los cielos” (242). Así como la flora y la fauna: quinientas distintas flores de  papa, cien flores de quinua, multicolores plumas de cóndores y vocerío de insectos  voladores. Y en la zona central del poema Arguedas rechaza la intervención  destructiva de los doctores y los insta a una suerte de comunión conjunta:  “¿Trabajé siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien  no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña? / No, hermanito  mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí; acércate, deja que te conozca;  mira detenidamente mi rostro, mis venas; el viento que va de mi tierra a la tuya  es el mismo; el mismo viento respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus  libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada” (243). Como en  el poema anterior, aquí también Arguedas unifica el ser universal del hombre,  en una especie de continuidad cultural en la que ambos mundos –el andino y el  occidental- deberían fluir igual que las corrientes encontradas de un solo río  manso y vivificador.
          La culminación del texto es una apoteósis del infinito transcurrir materialista:  “es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga;  que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio” (244). Alusión al devenir  cíclico de la cosmogonía andina y de manera similar al primer poema que  estudiamos, el yo aparece integrado al universo; pero en las tres estrofas que  anteceden al final el poeta ha realizado una singular defensa de la nación quechua,  con todos los visos de un encendido alegato de resistencia cultural: “No  tememos a la muerte; durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra  sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos / Sabemos  que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; mostrarnos así, desfigurados,  ante nuestros hijos para que ellos nos maten / No sabemos qué ha de suceder.  Que camine la muerte hacia nosotros; que vengan esos hombres a quienes  no conocemos. Los esperaremos en guardia; somos hijos del padre de todas las  montañas. ¿Es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor?” (243).
          Si aceptamos el planteamiento de José Antonio Mazzotti, según el cual uno  de los “significados novedosos” (42) de la poesía arguediana podemos situarlo  en el estrato mítico que subyace los textos, ha de ser claro que en el poema  “A nuestro padre creador Túpac Amaru” estaría funcionando una plasmación  textual que hunde sus raíces en la cosmogonía quechua. “Tupac Amaru kamaq  taytanchisman” es proferido ceremonialmente “igual que en las plegarias tradicionales  a las divinidades andinas, Arguedas reasume la invocación de una figura  altamente prestigiosa como Túpac Amaru” (Mazzotti, 43). Sabemos que el  concepto Amaru apunta al Dios Serpiente usualmente representado con dos cabezas, ícono que también simboliza a Tunupa –Dios del rayo- el que a su vez ha  sido identificado con la figura que aparece en la Puerta del Sol de Tiawanaku;  así mismo encontrada en el oráculo de Pachakamaq (que hoy puede visitarse  a pocos kilometros al sur de la ciudad de Lima). De alli que Arguedas asuma la  voz kamaq junto a Tupac Amaru como el ente primordial dador de vida y existencia  al universo. Lo interesante es que esta opción mítica englobadora del  poeta vincula el concepto igualmente a Tupac Amaru I, el último de los Incas  de Wilkabamba, quienes por casi cuarenta años después de la fundación de  Lima -por los conquistadores españoles- mantuvieron una especie de Imperio  Incaico en la clandestinidad -en un acto de extraordinaria resistencia cultural hasta  que el virrey Francisco Toledo asesinó a Túpac Amaru I en 1572. Por otro  lado, al mencionar a Túpac Amaru, Arguedas está recogiendo la gran rebelión  indígena que en 1780 lideró contra la dominación hispana el kuraka de Tungasuca  y Surimana en el Cuzco, José Gabriel Condorcanqui cuyo nombre de  guerra fue Túpac Amaru II. Carismático símbolo de la resistencia e insurgencia  nativa no es casual que el gobierno de la Revolución Peruana que encabezó el  general Juan Velasco Alvarado en 1968 usara a Túpac Amaru II como emblema  de la Reforma Agraria, su medida más radical, mediante la cual fue expropiado  el gran latifundio del Perú oligárquico, entregando la tierra a los campesinos  que la trabajaban, liquidando la oprobiosa etapa semi-feudal de la nación y  posibilitando que el indígena o el cholo (mestizo con étnica india) saliera de la  oscura noche de la explotación, la ignorancia y el desprecio socio-racial, para  convertirse en un ciudadano real con todos los derechos ante la ley que como  persona humana debía merecer. Finalmente Túpac Amaru fue tomado como  estandarte por la guerrilla guevarista peruana de los 80s, el Movimiento Revolucionario  Túpac Amaru (MRTA) que provenía del Movimiento de Izquierda  Reevolucionaria (MIR) de los 60s, la misma época del Movimiento de Liberación  Naciona Tupamaros del Uruguay.
          El poema “A nuestro padre creador Túpac Amaru” publicado como una plaquette  en Lima, 1969, está estructurado en base a dos discursos simultáneos.  El primero va escrito en un lenguaje corrido, semejante al versículo o a la  prosa. Y su tema es la invocación a Túpac Amaru y a sus rasgos principales. El  segundo tono compuesto en versos trata de la oprimida situación del pueblo  quechua y constituye un enérgico y apasionado requerimiento por su liberación.  Mazzotti señala que “en ambos ritmos hay numerosas referencias a un  movimiento de descenso desde la cordillera hacia la costa” (44). Aquí Arguedas  estaría asumiendo una perspectiva mítica también, es decir, coincidiendo  con el viaje mitológico del dios Wirakocha, nacido en el lago Titikaka –cultura  Tiawanaku- fundando la humanidad desde donde partió para civilizar al mundo  enrumbando hacia la costa donde Pachakamaq significaría su momento de mayor plenitud –digamos en la época de los Incas- y luego desaparecería en el  océano, no por casualidad el elemento por donde llegarían los españoles para  destruir o pretender destruir la cultura andina.
           El poema principia: “Tupac Amaru, hijo del dios serpiente, hecho con la  nieve del Salkantay; tu sombra llega al profundo corazón como la sombra del  dios montaña, sin cesar y sin límites”. Cabe destacar que el Salkantay es uno  de los más hermosos nevados tutelares que puede verse desde el Cusco y que  la tradición reconoce como una de las moradas sagradas del dios Wirakocha.  Vemos entonces que Arguedas está practicando una suerte de fusión mítico-divina  para identificar a la nación indígena con sus representaciones ideológicas  fundamentales. Es el espíritu andino ancestral el que está hablando. Es decir,  la masa india y su imaginario original son un solo ente en el poema: “Soy tu  pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las hiciste de nuevo; mi herida  ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez más”. Y luego “Serpiente  dios, estamos vivos; todavía somos! (Esta es la voz quechua ‘Kachkajnirajmi’  mil veces usada después de Arguedas para expresar la resistencia de la cultura  nativa a pesar de la sistemática expoliación e intentos por destruirla de que ha  sido objeto secularmente) Nos estamos levantando, por tu casa, recordando tu  nombre y tu muerte”.  
          En una de las zonas del poema en verso leemos: “las ametralladoras están  reventando las venas / …/ mi estómago están reventando / aquí y en todas partes;/  sobre el lomo helado de las colinas de Cerro de Pasco”. En este punto Arguedas  alude a la larga lucha de los campesinos en esta área geográfica de los  Andes peruanos durante los 60s contra la minera transnacional Cerro de Pasco  Cooper Corporation y las autoridades locales corruptas manejadas por dicha  millonaria empresa, tema que da base a la saga novelística de Manuel Scorza  iniciada con Redoble por Rancas en 1971. Y en el descenso desde la sierra hasta  la costa el poeta testimonia: “Y sin embargo hay una gran luz en nuestras vidas!  !Estamos brillando! Hemos bajado a las ciudades de los señores. Desde allí te  hablo”. Arguedas está constatando la llamada avalancha andina, es decir, la  multitudinaria migración popular que en los 60s llegó a su punto de eclosión  en la ciudad de Lima y le cambió el rostro aristocrático - todavía con rezagos  coloniales- por uno nuevo de contornos indios o cholos, que pronto desembocaría  en el fenómeno que se ha dado en llamar chicha en el Perú. O sea, la  cultura popular andina trasladada a Lima, la capital. O a las ciudades de la costa  formando los cordones de miseria de las barriadas afincadas en las afueras del  casco urbano y eufemísticamente denominadas pueblos jóvenes por la oficialidad  estatal. Justamente, una de estas ciudades costeras –Chimbote- que pasó de  ser una pequeña caleta de pescadores a un gigantesco pueblo joven en los 60s  fascinó a Arguedas y por eso escribió en y sobre ella El zorro de arriba y el zorro de abajo y no por casualidad está compuesta no de capítulos sino de Hervores,  porque él sentía que en ese trance de transformación, en esa nueva cultura  chicha, estaba el fermento de la nueva y futura sociedad nacional peruana.  
          Toda esta realidad queda clara en estas líneas: “Estoy en Lima, en el inmenso  pueblo, cabeza de los falsos wirakochas. En la pampa de Comas, sobre la arena,  con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre, cantando, edifiqué una casa”.  Y más adelante: “Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos  removiendo /…/ Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo,  nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba”.  La reivindicación de la raza continúa hasta el nivel en que comprendemos  la apropiación cultural que hace el ser andino: “Canto, el mismo canto entono  / Aprendo ya la lengua de Castilla, /entiendo la rueda y la máquina” –alusión al  notable desarrollo de la industria metal-mecánica realizada por la clase obrera  de origen andino en la Lima de los 60s y que posibilitó la consolidación de una  burguesía nacional chola que es hoy una de las clases dominantes en el Perú–.  Y finaliza –como no podía ser de otro modo en un poeta de aliento clásico  como Arguedas– con la aurora que ya se acerca: “Odiaremos más que cuanto tú  odiaste /amaremos más de lo que tú amaste / con amor de paloma encantada,  de calandria / Tranquilo espera, con ese odio y con ese amor sin sosiego y sin  límites, / lo que tú no pudiste lo haremos nosotros”. El destino está trazado. 
           
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          Referencias bibliográficas 
          - Arguedas, José María (1972). Páginas escogidas. Lima: Editorial Universo.
            - Arguedas, José María (2007). “A nuestro padre creador Tupac Amaru” en
 
            www.redacciónpopular.com/.../tupac-amaru-kama...
            - Mazzotti, José Antonio (2002). Poéticas del flujo. Migración y violencia verbales en el Perú  de los 80. Lima: Fondo editorial del Congreso del Perú.