QUERÍAS QUE FUESE ÁNGEL
Querías que fuese ángel
para vivir en tus sueños.
Me despojé de manos y de ojos,
y la carne y la sangre, y aun el aire,
y olvidaste tu sueño.
ES LA ARENA DESNUDA
QUIEN TE SUEÑA
Es la arena desnuda quien te sueña,
y el empinado mar busca tus pasos,
y el silencio te espía en las colinas.
La espuma, desolada, ya no encuentra
el grácil cuerpo que besó en estío.
HURTASTE MI CORAZÓN
Hurtaste mi corazón
y no sé donde lo llevaste.
Una paloma de ardiente pecho
vaga junto a mis manos.
¿Será mi corazón abandonado?
CARICIA
Desnuda en el silencio,
una caricia tuya de pronto,
es el universo,
todas las palabras.
INFANCIA EN PUNTA ARENAS
¿Dónde la estrella pura que la nieve ilumina
y el candor del silencio en las calles muy solas
y ángeles helados que en los techos dormitan,
dónde están, y las aguas recogidas del frío?
¡Oh leve tristeza de prematuras noches,
oh luz que conducías junto al libro encendido,
la materna mirada que ordenaba el sosiego
y la fuerte presencia de quien fuera el principio¡
¿Qué memoria guarda aquellos tiernos ojos
y la sangre asombrada de una carne tan joven,
el destino espiando el sueño en que encarnaste
y la limpia sonrisa sobre el mar de los días?
Nieve y memoria tienen cielo.
Sólo en la tristeza nacen las alas.
LEERÁN ALGUN DÍA
Escribo para alguien que me espera.
No sabe que me espera. Cualquier día
encontrará la palabra quieta con su ansia
y le dirá mi sentido a su sentido.
Quizá resbale por ella y no la entienda.
Hay que respetar al tiempo. El sabe madurarnos.
Puede que la verde palabra bajo su sol grane
o que el alma tierna le urjan gravedades,
sonrisas entreveradas entre los grises,
alguna ortiga de ira que la irrite,
un moho triste que contenga salvaciones,
azulear fugitivo entre densos líquenes,
por la complejidad de serlo no decir hombre
en el recuerdo que despierta a la memoria
de esa sucesión de olvidos que es su sueño.
Algún día, alguien leerá lo que no he escrito,
pero su apariencia lo moverá a lo eterno.
ELEGÍA ROMÁNTICA
¿Cómo eres sin mi amor?
Aquella luz codiciosa de su propia hermosura,
y ese viento o delirio de muy ardiente sangre
y soledad confundida por un amado sueño,
sin mi amor, ya no eres.
Una voz oscura te ciñe la garganta
y arrastra aristas grises esa risa amarilla.
Dos alas de niebla son tus párpados dulces.
Mi luz, la sombra aún viste de figuras de fuego,
pero no sueñes alboradas de gaviotas,
no pienses en el caliente rumor
de un jardín de azafrán que ha encendido la tarde.
Sólo existe para siempre un amor que nos hiere
y el gris devora lento la carne de los días.
Como tú, nadie olvida. Las antiguas violetas
escuchan aún caer las blancas lluvias.
Tal en un aire vagan de nostalgia
un color hecho aroma,
un prado alzado a ojos,
nube o mirada de una tarde lenta.
Mira: el polvo rehace las violetas
y los inviernos que sueñan las violetas.
Nadie quiere mortajas, nadie pide silencios
en que el estéril yelo queme forma y pupila.
Oye, amor. ¿Me oyes?
También el aire sueña pechos en que morir,
porque la sangre aliente.
También el amor muere, mortal mantenimiento,
porque el hombre no olvida su sonrisa de niño.
Oye amor. ¿Me oyes?
Nadie como tu olvida.
Destruye el tiempo verde, desuella mi esperanza,
pero vive y existe en el resplandor del día.
Deja que en ti apacienten mis ojos sus heridas,
deja que en ti se muera mi soledad divina.
Oye, amor, esa música que gime la penumbra:
es un río de agujas y un clavel deshojado.
¿Por qué tu nombre suena en esta noche seca
como un río de agujas y un clavel exprimido?
Las lágrimas también se secan: hoy lo he sabido.
Con el amor hay que morir a solas.
YO HE NACIDO, AMOR…
Yo he nacido, amor, para quererte,
y siempre es tiempo.
Tengo vibrantes rojos desvelados,
y siempre es tiempo.
Ramos de sangre y codiciosas llamas,
y siempre es tiempo.
Claveles y cristales desmedidos,
y siempre es tiempo.
Soy un granado de suicidas frutas,
de piel amarga y encendidos gramos.
Yo he nacido, amor, para tenerte,
y siempre es tiempo.
Respirar tu enlutado aire de luna,
y siempre es tiempo.
Quemar tu adolescencia de jazmines,
y siempre es tiempo.
Besar tu rostro de rocío tierno,
y siempre es tiempo.
La intacta soledad se moriría
entre caricias y gemir de voces.
Yo he nacido, amor, para perderte,
y siempre es tiempo.
Muerta noche que viene entre la ausencia,
y siempre es tiempo.
Ceniza de tu labio en mi recuerdo,
y siempre es tiempo.
Nardo de angustia despertando agrio,
y siempre es tiempo.
Nace un viento de sombras que solloza,
marchitando el laurel y los luceros.
Mas siempre es tiempo,
que entre la luz oscura y detenida
bese amoroso tu perfil moreno.
LA INJURIA
Puntual llegó la injuria.
Por la sombría boca del teléfono,
inerme loro bobalicón y negro,
espejo de la voz que lo pronuncia
disfrazada por un horrible miedo
de que junte alma y rostro quien la escucha,
comienza a caer la lava de la envidia,
la ira de un presunto bien ajeno,
pus de lepra de un gangrenado pecho.
Quizá te despojes de pensamiento impuro,
quizá quemes escorias en mi oído,
gastes quizás palabras que cizañan
y le roen cavernas a tu espíritu.
Descarga tus pasiones en mi océano;
como un piadoso confesor te escucho,
mi silencio recibe tu retrato humano
con misericordia por tu dolor tan justo,
que toda llaga duele hasta el sollozo
si golpeas la herida con tu propio martillo,
y yo no puedo a la distancia sino oírte
y exorcizar con mi paz a quienes te atormentan.
Dime todo tu mal como si fuera mío,
mi silencio será pozo fiel hasta que pierdas
todas las flechas de rayos que te muerden,
todos los ciegos truenos que te asordan.
Quedará limpio tu cielo como mi silencio.
Y podremos colgar nuestros teléfonos.
DEJO QUE ESTA MANO TE LLORE
Hoy no he pensado en ti. No estoy pensando.
Esta mano te escribe como si sus dedos llovieran,
como nube consagrada a su taciturno oficio
de asear las hojas nonatas de los árboles.
Retraído, camino por corredores de fatiga,
miro entre lacias celosías que transparentan el tedio,
sobrevivo al herrumbre del día macilento,
mientras los muelles andan sobre el agua,
y el hollín trepa al cielo por las chimeneas,
y las verjas liman al aire su escozor de bruma.
Las cosas imponen al mundo su deseo.
Sólo yo, desceñido, deshilvanado, pórtico
sin visitante y desvaída morada,
nada puedo hacer, ni siquiera pensarte,
dejar, apenas, que, sin mí, esta mano te llore.
LOS PÁJAROS VORACES
Esta noche está poblada de pájaros voraces.
No dejan miga del pan del sueño para el hambre mía.
Ni la gota de agua cautelosa para mis labios secos.
Ni el sonido del recuerdo tuyo para canción ni fábula.
Todo lo poseen esos pájaros voraces.
Sombras ignoro si son, pero en mí se infiltran
y me convierten en pájaro que de mí se aleja,
en voraz pájaro que me consume el sueño y el otro sueño,
y bebe el agua escueta y hurta el son ansiado.
Vuelo dentro de mí, sobre mí, y sin ala no vuelo.
La noche me he quitado, me he disipado el día,
Y no soy y no estoy, y tú, no me despiertas.
TRENO NO QUERIDO
Trátalos, Señor, como a esos higos que nadie come,
que a los puercos se dan y los puercos rechazan,
porque prometen en cuaresma de dolor secretas mieles
y por sus grietas de arrugas de mendigos caídos
asoman lija, astilla negra, erizada lima,
noche que devora las más lucientes lunas
por acrecentar la tiniebla y su fuente de angustia.
Quizá sólo el hongo de fuego transfigurarlos pueda
y no la lengua de luz de Tu maná que siempre cae
ni la sombra radiante de un sueño que no tienen.
Da, Señor, a nuestra hacha sutil el quebrantar su espesor de ramazón
y lluevan goterones de savia sobre esta pasiva tierra,
porque no sea duna andante ni material absorto;
haz que cada fuerza desperece la fatiga de la desesperanza,
que desencantado sea el espanto, que por fuera sonríe
aunque, por los otros recibamos un viento horadante en el costado
y catemos precio en lanzas codiciosas de ceniza.
ARDOR EN CAROLINA
Por las noches, un jinete oscuro
se despierta de ardor en Carolina.
Busca su caballo cuando la luna llama
sobre praderas de otoño en Carolina.
Lo exaltan las colinas con sus ondas suaves
y el desfiladero de secreto paso
donde pueden temblar todas las raíces
si él galopa su ardor en Carolina.
Gimen margaritas deshojadas, estrellas del musgo,
corcel cadencioso con su radiante espuma
cuando se apea el jinete ensombrecido
y lo ardiente se duerme en Carolina.
CAMARERO DE LA SOLEDAD
La mesa está servida. Los platos se extienden
anhelantes. Ordenados cubiertos tiene aire
entristecido de plata. En una copa absorta
reluce sangre en abandono; abreviado en la uva
el sol desnudo está en la otra hermana.
Disimula su sed, en el cristal, el agua.
Arrodillada, la servilleta monja espera.
Escondido en tortuga de cobres solitarios
el pan mostrar quiere su ternura alba.
Silencio deja la silla ante esta duna
interminable, muchos años tendida.
Ningún comensal llega. Yo, sin embargo,
camarero de la soledad, a la esperanza sirvo.
VARIACIONES DE ADÁN
Adán, padre mío, nombre mío olvidado,
nadie te siente vivo en el rincón más oscuro
del cuerpo ni en el punto más luminoso
cuando algo nombra. Eres su olvido,
apostaría, de haber sido habitante del paraíso,
residir entre las cosas ignorantes.
Todas las creaciones estaban sin saberse.
¿Podría conocer la brisa que abrazaba a la higuera,
y el sabor de los higos la caricia sin dedos,
si la brisa era desmemoriado paso
y la higuera, temblor de no tener espejo?
La palabra revistió con piel de lumbre
toda la materia y el espectro inexistente de mudas apariencias
según lo sentiste tú, Adán, por vez primera.
El Paraíso ha sido mutilado desde entonces.
Tú lo trajiste entero junto a tu destierro
con la manada de hombres en la memoria
que en sombra te seguía. Cada hijo engendrador
del propio olvido. La sombra la devora la tiniebla.
Todo va siendo noche, amnesia. Las generaciones
se suceden más que en la vida, en la muerte
y allí conducen la débil experiencia, su cáscara
sin meollo. El desierto crece en el paraíso hurtado.
Adán, padre mío, rostro mío olvidado,
que nostalgia tengo de tus nombres.
Debo andar el camino que agotaron.
Me voy moviendo hacia tantas muertes.
Me incita el morir el eterno paraíso,
transponer aquella espada de fuego con sus alas,
morar después las deshabitadas casas,
pulir la voz que despierta en mi oído
purísimas memorias, la tentación incluso
del goce y del dolor para el Otro venga.
TODO SE FUE
Esta es la hora de la soledad. Todos se han ido.
Se fueron los honores, la púrpura y sus furias.
Se fue la amistad, que como perra de oro
la llamaron por su hambre secreta.
Se fue la lealtad con máscara de palabras
y reverso de lepra.
Se fue la generosidad porque el interés vino
con su sonrisa larga y mirada ubicua.
Se fue el dinero, que con imán extraen
desde mil tentaciones con que incitan.
Se fue el tiempo, y no quedé eterno,
sino óxido, orín, telaraña con su madre muerta,
sin óxido, verdín ni telaraña,
inmóvil tiempo.
Se fue la juventud y su llanto de claveles,
la madurez se fue y su tempestad prudente,
la vejez se fue y quedé niño
que juega a ser joven y maduro.
Se fue el amor, a la densa ahogada por las vanas alas.
Pareció irse la poesía que no vino nunca.
Se me fue la angustia y retornó angustiada
porque existía sólo como mi reflejo.
Se fue la soledad y me dejó conmigo.
Y yo me dejé y no sé encontrarme,
pues ando perdido en busca de las pérdidas:
la amistad generosa, el joven tiempo,
la poesía amor, y el amor poesía,
la soledad consciente de su angustia,
y mi ser entero.
Si encontráis los honores, dejadlos, no los busco.
Al dinero usaría para que sepáis que existo,
sombra que me rodea, sin tocarme, de aparentes fulgores.
Si encontráis talento, dádmelo, urgente, que necesito.
EN SANGRE ANDO, SANGRANDO Y SIN TESTIGO
En sangre ando, sangrando y sin testigo,
pues el amor que hería mi costado,
que hería y no quería desolado
morir sin mí, más no vivir conmigo,
ese huracán de amor a quien yo sigo
huyendo de su voz y fatigado,
ese silbo de hoz que me ha segado
lo que quiero decir y que no digo,
ese amor que maltrata y no me trata,
esa máscara de ausencia en mi sentido,
ese lazo que coge y que no ata,
vencedor me declara y no vencido,
inmortal ya me tiene aunque me mata,
amante siempre y para siempre herido.
SÓLO ME ENCONTRARÁS
Sólo me encontrarás cuando el olvido
sea una primavera, un bosque, una cisterna
y tanto sol que juega busque una gota de rocío,
y en las ramas bullidoras de hojas en un hueco
se aposente el aire, y en el pozo falte esa lluvia
que le crece un palmo y apedrea de lágrimas
los detritos que repugnan la sed. Apenas nada.
Sólo me encontrarás cuando el olvido.
Sólo me encontrarás cuando el olvido
de pronto se colme de presencia imposible
y toda la primavera se medite otoño,
y en todo el bosque no cante ningún pájaro
y la cisterna se beba de soledad sus aguas
porque lo viviente se encuentra en lo mínimo.
Sólo me encontrarás cuando el olvido.
Sólo me encontrarán cuando el olvido,
impreciso, indigente, dibuje un vago gesto
único que él recuerda entre numerosas tardes,
o balbucee una palabra que, como mitos mágico,
trae esas almas que consumió el tiempo
y eran de eternidad y el tiempo las vomita
porque nada puede su perpetua desmemoria.
Una de ella no estará, más otra la sigue contemplando
sollozo profundo de ola que, al nacer no ignora
que jamás hallará playa para morir
si no me encuentra donde vive el olvido.
SOBRE OJOS RESECOS
Aquí estoy, envuelto en el sudario de la noche.
Mis ojos se enceguecen por lo que intuyeron.
Breva negra que no sabe renunciar en su tiniebla
a la dulzura que mana, es mi corazón.
¿Será la última miel que se siente en la muerte
siempre la que cae en sombra de una funesta higuera?
Aquí estoy, tendido. La soledad me urde cuerpo
de silencio, de fatiga alada sin sosiego
en esta habitación donde recreció el árbol:
no debo olvidar que en él la tentación se esconde,
que sus hojas son vergüenzas recubiertas, fruto sesteante
aterrado ahora por el canto rojo tres veces encendido.
Aquí estoy, yacente, lágrima de sequedad,
en sábanas de frío, en sudario de fuego.
POCO A POCO
Poco a poco,
me roerá el olvido.
La mano que tocas,
poco a poco,
se dormirá sin tacto.
Labio sin beso,
poco a poco,
será esquina de silencio.
Ojos de olas en paz,
poco a poco,
se abatirán en párpado.
Oído para tu voz,
poco a poco,
vivirá de los ecos.
Poco a poco,
si no te das prisa
poco a poco.
(Selección de textos: Mario Meléndez)
Roque Esteban Scarpa (Punta Arenas, 1914 – Santiago, 1995). La obra poética de este notable autor chileno corresponde a 16 títulos. Entre los más importantes destacan: La raya en el aire, Mortal mantenimiento, La antigua llama, Cancionero de Hammud, No tengo tiempo, El laberinto sin muros y Variaciones sobre un antiguo corazón. Su obra antológica Las cenizas de las sombras (selección y prólogo de Juan Antonio Massone) resume cincuenta años de poesía. En 1980 obtiene el Premio Nacional de Literatura.