El palacio en la población callampa
DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS HUMANÍSTICOS Historia y mito
Óscar Contardo
Artes y Letras de El Mercurio. Domingo 4 de Abril de 2004
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"Cientos de familias sufren almorranas en la Unión Soviética" señalaba uno de los collages bautizados como Quebrantahuesos y publicados en 1975. La obra de Nicanor Parra hecha en colaboración con Lihn y Jodorowsky, anteriormente sólo exhibida en murales callejeros, ahora pasaba a la posteridad en papel caro, edición de lujo, diseño de vanguardia y contenidos teóricos de avanzada. Lo raro era la época. Porque el país del 75 no era el mismo que el de hacía tres años, y menos aun el actual. Cuando la revista Manuscritos sale de imprenta con la teorización de Ronald Kay sobre el Quebrantahuesos de Parra los umbrales de tolerancia en Chile estaban bajo el nivel del mar. El mismo nivel al que tendía a inclinarse la Universidad de Chile en esa época. Por eso los recortes de diario que formaban frases del tipo "El mensaje presidencial contiene mármol, dulce de membrillo, zanahorias, lechuga o repollo" o "Los muertos enteraron veinte días de heroica, huelga" debieron crear por lado y lado cierta incomodidad. Bastante única fue la revista Manuscritos. Tanto por su contenido como por el simple hecho de que tuvo sólo un número y un montón de ejemplares arrumbados sin vender que ahora se trafican como una suerte de rareza para estudiantes de arte y literatura en los circuitos de San Diego y el Persa Bío Bío.
Complicaciones de parto
Manuscritos fue única y anómala como el espacio en el que surgió: El Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile (DEH). Una suerte de islote o de como le dijera Nicanor Parra - uno de sus profesores- a Cristián Huneeus - uno de sus directores- a través de uno de sus artefactos "esto es, muchacho, un palacio en medio de una población callampa". Un lugar en donde la excelencia académica estaba por encima de furias ideológicas y la pesada marcha burocrática.
Doce años antes de que se publicara Manuscritos en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile circulaba el rumor de que una idea monstruosa se estaba gestando al otro extremo de Santiago. Esa idea no era otra que establecer una facultad paralela incrustada en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, que bien podía describirse como las antípodas ideológicas del Pedagógico. Lo de facultad paralela era mucho decir. La idea del decano Enrique D'Etigny era promover la reflexión de los futuros ingenieros sobre las humanidades y la sociedad, algo que por lo demás ya existía en Estados Unidos y Francia, los dos referentes académicos más importantes para Ingeniería. Legalmente su idea se concretó en 1963 y ya en 1964 se estaban dictando las primeras clases a los ingenieros. "En un principio había quienes querían que les enseñáramos ortografía", recuerda José Ricardo Morales, quien fuera profesor de Teoría del Arte y tuvo que enfrentar la suspicacia atávica que mantiene separada en la mayoría de las mentes a la ciencia de las humanidades. "El primer trabajo lo tuvimos que hacer en la misma facultad para convencer a los científicos de que sin fundamento la ciencia es una práctica que carece de razón", recuerda Morales. Las resistencias al parecer fueron múltiples y no dejaron de importunar al filósofo Roberto Torretti, quien formó y dirigió el centro. Torretti comenzó a trabajar con Carla Cordua, José Echeverría, José Ricardo Morales y Patricio Marchant y a crear, gracias al generoso presupuesto concedido por D'Etigny, la que llegó a ser la biblioteca de filosofía de la ciencia más importante que haya existido en Chile. "Esta abundancia contrastaba con la pobreza relativa de la Facultad de Filosofía" recuerda Marcos García de la Huerta, quien hacia fines del 64 volvía de Francia y se integraba al equipo del centro. La consecuencia fue que el nuevo centro agarró fama de pije y derechista.
Era la época de la reforma universitaria, cuando el porvenir de una unidad académica dependía del número de votos de una asamblea y la correcta filiación política de su cuerpo docente. De hecho un margen estrecho de votos habría salvado al recién creado Departamento de Estudios de ser impugnado por una asemblea que buscaba su desaparición. Pero las resistencias no tenían mucho eco mientras D'Etigny estuviese a la cabeza de la facultad. El decano era reconocido por su capacidad de gestión y sus contactos en el extranjero. A él se le atribuye el haber conseguido un millón de dólares del gobierno francés para la Facultad, una suma que si hoy es elevada en los 60 era simplemente estratosférica.
La holgura económica permitió que el cuerpo de docentes creciera. Juan de Dios Vial, Joaquín Barceló, Rafael Gandolfo, Castor Narvarte, Mario Góngora, Felipe Alliende se unirían pronto y la planta de profesores no dejaría de crecer hasta mediados de los 70, la época más recordada pues en 1973 se abren las licenciaturas. Desde ese momento el Departamento de Estudios Humanísticos comienza a tener alumnos propios en historia, literatura y filosofía.
La burbuja y el paraguas
Hay un gesto de Cristián Huneeus que Diamela Eltit no olvida. Tras el 11 de septiembre y previniendo que cualquiera de sus alumnos fuera detenido por el porte de literatura peligrosa, Huneeus les pidió que guardaran en la biblioteca del DEH todos los libros incómodos para las nuevas circunstancias. "Nosotros pudimos seguir leyendo a Marx y nuestro curriculum no se desmanteló como sí ocurrió en el Pedagógico" recuerda Eltit, quien había entrado en marzo del 73 a estudiar Literatura. La casona de República era una especie de burbuja para las humanidades. Ingeniería funcionaba como un paraguas que permitía que "se hablara como si todavía fuésemos personas normales" según describe Adriana Valdés. "La Facultad nunca hizo discriminación entre los profesores por razones ideológicas y respetó siempre la libertad académica" agrega Jorge Guzmán. Más que cursos el sistema de enseñanza se organizaba en torno a seminarios. Lihn organizaba seminarios colectivos sobre Artaud con representaciones y hasta una película casera rodada en el balcón de la casona y defendía a través de la prensa las bondades del estructuralismo. Patricio Marchant traducía por primera vez a Derridá, su maestro en Francia, y Kay impulsaba una nueva manera de entender el arte que algunos años más tarde sería definitivamente establecida con el CADA, Nelly Richard mediante. García de la Huerta denunciaba, documentos en mano y antes que Víctor Farías, las simpatías nazis de Heidegger y Borges llegaba de visita, se sentaba en una sala en penumbras y terminaba de despedirse del Nobel.
El régimen de la facultad obligaba a los profesores a publicar constantemente y durante varios años el Departamento ganó más proyectos Conycit que el conjunto de la Facultad de Filosofía, según explica Marcos García de la Huerta. Asimismo una editorial propia permitió crear un nutrido catálogo.
"No había disciplinas filosóficas, ni historias de la filosofía. La filosofía se aprendía de la lectura en común y directa de los textos originales" recuerda José Gandolfo. Los cupos por curso eran limitados y los requisitos para ser alumno altos. Dos años de estudios universitarios, dominio de idiomas comprobables a través de la traducción de un texto literario y una entrevista personal y prueba escrita. "Recuerdo que en mi caso consistió en responder preguntas sobre el texto de Descartes que se conoce como "el trozo de cera". Tan a gusto se sentía Gandolfo que se quedó tomando cursos por nueve años, "nadie quería recibirse", asegura. Eso pese a que de la casona de República, espaciosa y con calefacción central, el DEH debió mudarse de manera imprevista a una dependencia bastante más estrecha en la calle Ejército. La que fuera antes la embajada de España pasaba de ser sede universitaria a convertirse en una repartición de la CNI. La calidad y la flexibilidad académica que ofrecía el departamento resultaba atractiva para alumnos externos. El psiquiatra Ricardo Capponi, en ese entonces alumno de medicina de la UC, tomaba cursos de filosofía con Cástor Narvarte por la simple razón de que era quien más sabía de la obra de Platón en Chile y Adriana Valdés participaba del Taller de Literatura de Nicanor Parra siendo ella profesora del Instituto de Letras de la Católica. Parra llegaba de guitarra y cargado de antologías y recopilaciones de poesía popular, los hacía escribir décimas y daba consejos del tipo "para ser joven hay que haber vivido su buen poco". Años después Cristián Huneeus describiría en una columna de la revista Hoy cómo en el taller de poesía del Premio Nacional de Literatura habían leído versos con líneas del tipo "sacudió el yugo indigno". "Escribir hoy así no es permisible, no es factible. No es respetable. Tampoco es amable. Ni menos amigable. Ni siquiera posible. Dime tú. Nada que termine en "ble"", le habría dicho a Huneeus.
Vertiginosamente el ambiente que permitía que las alergias de Nicanor Parra lo alejaran sin problema de sus obligaciones, si total tener su nombre en la planta de profesores ya era un lujo, se empezó a empañar con una burocratización creciente, señala Marcos García de la Huerta. La biblioteca, que incluía la colección de libros donada por Alejandro Lipschutz se fundió con el fondo general de ingeniería en 1996 y al tiempo debió montarse una exposición con los libros destrozados y desvencijados producto del vandalismo. La planta de jornadas completas se fue reduciendo hasta restringirse a sólo a un profesor, Renato Espoz, quien actualmente mantiene a duras penas el nombre de Departamento de Estudios Humanísticos. De hecho el año pasado una circular de la Facultad proponía transformarlo en "Núcleo" de humanidades. Una etiqueta que no significa mucho en términos académicos y que da para títular de Quebrantahuesos.
La historia
1963. El decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, Enrique D'Etigny, funda el Centro de Estudios Humanísticos bajo la dirección de Roberto Torretti. El centro ofrecía a los estudiantes de Ingeniería cursos de Filosofía, Historia, Literatura, Arte e Idiomas. Los profesores fundadores, junto a Torretti, fueron Carla Cordua, José Echeverría, José Ricardo Morales y Patricio Marchant.
1972. El Centro pasa ahora a ser Departamento de Estudios, abriendo la posibilidad de prestar servicios a un universo más amplio. Se reafirma la vocación de formar investigadores y futuros docentes. El universo de profesores se amplía y ya en 1973 forman parte del Departamento Marcos García de la Huerta, Juan de Dios Vial Larraín, Jorge Guzmán, Rafael Gandolfo, Fernando Quintana, Castor Narvarte, Felipe Alliende, Ronald Kay, Cedomil Goic, Cristián Huneeus, Enrique Lihn, Nicanor Parra, los historiadores Álvaro Jara, Mario Góngora y Gonzalo Izquierdo.
1973. Se dicta el decreto que permite al Departamento crear las Licenciaturas en Filosofía, Historia y Literatura. Durante el período en el que se dictaron las licenciaturas (1973-1980) se graduaron alrededor de 30 alumnos. Entre quienes fueron alumnos se cuenta a Pablo Oyarzún, Soledad Bianchi, Arturo Fontaine Talavera, Diamela Eltit, José Gandolfo, María Isabel Flisfish, Susana Munnich, Angélica Illanes y Rodrigo Cánovas.
1976. Un decreto universitario determina que el Departamento pasa a depender de la Facultad de Filosofía y Educación. Pese a esto permanece en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Entre 1976 y 1981 se dictó un plan de Bachillerato en Humanidades de dos años de duración que tuvo entre sus alumnos a Gregory Cohen, Claudia Donoso y Roberto Brodsky,
1998. En el Consejo de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de enero se establece que "se acuerda de no considerar la investigación en humanidades como parte de lo que, temáticamente, la Facultad debiera desarrollar en el futuro".