El mundo silencia su queja,
abre el movimiento que se promete venidero,
seca los restos lívidos que se quieren empacados.
El cuerpo se vuelve aceite,
cúmulo imberbe que jamás escoge su verdad,
miembros derramados, venas repletas de petróleo.
Todos somos esa tierra difunta,
esas vías motoras que atraviesan los derrumbes,
esas lenguas crueles que nunca hablarán el mismo idioma.
Todos somos parte del sarro colectivo.
***
La casa queda sola
para que yo imagine tus pisadas.
No hay inocencia en el sudor.
Algo se hace y se deshace
sin que nadie me informe.
***
Escribí sobre enfermedad, dolor,
y religión
de eso se habla cuando creemos
la muerte cercana
presencia fría, incolora,
con ojos de polilla abierta
que se mantiene erguida y sin zapatos
esperando que la reconozcamos real
y es que el extranjero
sufre su primera muerte en el exilio
se deja el espíritu en aquel hospital
en el que se nació
y el cuerpo, como envoltorio de plástico,
camina buscando una nueva
cuna, caliente, que esta vez
tenga ruedas.
***
La ebriedad ya no facilita nada
el vino deshidrata, la cerveza engorda,
el whisky es muy caro
para unas manos tan jóvenes que sólo
reconocen el peso de un caballo loco;
todavía lo recuerdo:
mi hermano le pedía a mi padre
que lo montara en su espalda, ¡caballito, caballito!,
y él respondía: caballo está viejo y cansado.
Yo nunca pedí que me elevaran
que me llevaran en la espalda o que corrieran
conmigo en brazos,
siempre fui discreta, quizás
demasiado discreta.