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        LA BOMBA DE PLUTONIO DE JAVIER JABATO*
            Grimorios de la España cementerio, de Javier Jabato. Bohodón  Editores, Madrid España, 2013
         x Rodolfo Ybarra
         
        
        
 
          
          
           
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        I
        La historia cuenta  que, en 1966, cayeron cuatro bombas atómicas en la playa Palomares de Almería,  España. Esas ojivas nucleares cayeron al chocar dos aviones norteamericanos en  plena “guerra fría”, pero nunca explotaron. Más de cuarenta años después de  este hecho y en tiempos en que la carroza del capitalismo desbocado se  precipita a la fosa común de la historia, asistimos a este hermoso encuentro  radioactivo en la explosiva/implosiva poesía de Javier Jabato: anarquista,  cocinero, mesero, baja policía, oficial de construcción civil, amante de los  bajos fondos y del concolón de la historia; y, sobre todo, hambriento  canibalizador de arte, sus derivados transgénicos, y escribidor de textos que  tienen todos los condimentos y especias que saltan de la sartén al fuego y del  fuego al lector.
          
          Sus poemas queman en  las manos y en los ojos, son lava ardiente producto de las vivencias más  sórdidas o cotidianas: desde los empleos menos lisonjeros hasta las  catilinarias contra alguna mujer que le ahorró la soledad y lo dejó varado  flotando sobre un colchón mugroso recordando que el amor es también un perro  del infierno –Chinaski dixit– o una estaca en el corazón (de esto entendía bien  Sigfrido, Boris Karloff o el vampiro Béla Lugosi que murió solo y abandonado).  Y el poeta sabe que es Blake, Verlaine, Hölderlin, Rilke, Panero o César  Vallejo. Él es todos los aedas que, en transfusión sanguínea sin catéter y en  completa inmanencia, han guiado su destino a este Grimorios de la España cementerio, camposanto eterno de la guerra  civil, las malvadas falanges, los trastazos de Franco  Bahamonde-Hitler-Musolini-Idi Amin-Zapatero-Los Aliados, etc., y de, cómo no,  todos los caídos en acción directa en la lucha por la dignidad y por ese mañana  que amanece cualquier día y que no tarda en llegar.
          
          Así, su poesía está  provista de las retrocargas de los anarquistas, de las bombas molotov, los quesos  rusos y del agit-prop de los  indignados, cuyas voces azotan la vieja Europa, hacen temblar los muros de  Jericó, los castillos dóricos y los palacetes de los jerarcas, los jeques, los  plutócratas y retumban en todas las direcciones de la roseta náutica. Los  ludistas con máquinas y sin ellas, los conspiradores con altavoz y a voz en  cuello, los obreros sin  Marx- Engels- Lenin- Trotski- Bakunin- Kropotkin- Mao-Mariátegui- González  Prada- Malatesta- Durruti- Žižek…, los campesinos sin tierra o con tierra en las  manos, los renegados y olvidados homeless que (des)creyeron en un sistema que se cae a pedazos y que ahora encuentran en  la sobrevivencia la única  forma de alcanzar la “felicidad” (así en comillas, o  entre paréntesis), aunque esta se resuma a más crisis, más represión, más  guerra contra las naciones pobres para saquear sus recursos naturales y  obligarlos a vivir de rodillas, a latigazos sobre la espalda pelada frente al  club Bilderberg, el club de Forbes, los Skull and Bones o cualquier club chino  de trillonarios.
forma de alcanzar la “felicidad” (así en comillas, o  entre paréntesis), aunque esta se resuma a más crisis, más represión, más  guerra contra las naciones pobres para saquear sus recursos naturales y  obligarlos a vivir de rodillas, a latigazos sobre la espalda pelada frente al  club Bilderberg, el club de Forbes, los Skull and Bones o cualquier club chino  de trillonarios.
          
          Mientras tanto, la  poesía no puede ser solo palabras bien dichas o interjecciones de dolor, la  poesía no es una isla o antípoda de sí misma. La poesía es también un arma de  combate: dispara a quemarropa a las conciencias o se convierte en un potente  detonante o detonador. Jabato sabe bien, más allá de Freud, Kant o los  alienistas de la pos-posmodernidad, que cualquier palabra que se diga regresará  como un búmeran, como un efecto de rebote, acción-reacción (segunda ley de  Newton), porque, ante la fuerza de la realidad, solo es posible la aseveración,  incluso el silencio o el dejar pasar: “Hace tiempo/ hubiera escrito que/ ESPAÑA  ES CAÍN/ pero/hace tiempo entendí/ que/no por escribirlo/ o no escribirlo/dejaría  de/ serlo”. O sea, (d)enunciamos, pero ya sin mayores aspiraciones, pero no  desde el lugar de la rendición o de las tablas (=), sino más bien desde su  antitético sentido, belleza y lucha por la belleza, porque como lo dijo Goethe:  “terrible es aquel que no tiene nada que perder”. Y ahí tienen al Unabomber,  los hombres bomba de Oriente Medio, los liquidadores de Chernobyl o de  Fukushima y los monges budistas de Nepal convertidos en bonzos humanos.
   
        II
        Hoy, después de  tantos siglos, hemos visto que la economía es también feedback, retroalimentación; y esa vieja idea regurgitada desde el  efecto mariposa de “si Europa se resfría, al Tercer Mundo le da pulmonía” no es  más que un lado de la historia, una parte del discurso que debería incluir al  catoblepas o a esa ley hermética: tanto como es arriba igual es abajo. Ergo,  Jabato escribe este libro en Madrid, repleto de sudacas, marroquíes,  eslovenios, polacos, turcos, ucranianos, etc., pero bien lo pudo escribir desde  Buenos Aires, Santiago o Lima, rodeado por miles de migrantes –y no  precisamente turistas–, atraídos por el boom de una economía acromegálica, formada por capitales golondrinos y las  excreciones del narcoEstado, lugar donde ahora trazo estas palabras casi como  si fuera un acto ilegal, porque el tiempo no nos alcanza ni para cepillarnos  los dientes y ya no somos “seres humanos” u “hombres”, sino “horas-hombre”, PEA  (población económicamente activa) y tenemos que robarle tiempo al sueño, a la  esposa o a los hijos para mantenernos vivos un tiempo más en el mundo del logos, la neomatrix de los que  decodifican al mundo y lo imprimen en papel o lo trazan en las  cavernas-fábricas-cocinas-baños-sumideros del libremercado y su filosofía de  globoidiotización y la paz de los cementerios.
          
          El trabajo se ha  convertido en acto de crueldad, las cadenas de los esclavos se han convertido  en las ocho, catorce o dieciséis horas de laburo de los ilotas modernos: lo  vemos en las maquilas de México, Sudamérica, Tailandia, Corea del sur, Singapur  y en todo el resto del Sudeste Asiático, donde se esclavizan a niños, se  doblegan a jóvenes y adultos, y hasta los ancianos son repuestos en los lugares  donde alguna vez se jubilaron para que mueran mientras manejan máquinas  automatizantes casi como si fueran la extensión o las prótesis de sus propios  cuerpos y mientras otros se ceban en el poder y la abundancia y recapitalizan  la plusvalía en nombre de la libertad, el progreso y el orden.
          
          Y es que la base  material determina el pensamiento, la estructura condiciona a la superestructura:  la moldea a su imagen y semejanza; y, en un mundo material, digámoslo de una  vez, la poesía se convierte en producto, bien de consumo fungible, artefacto de  uso y cambio, y así como hay cine de divertimento o carreras profesionales  creadas por la burguesía para justificarse a sí misma como administración de  empresa, antropología, economía o sociología, etc., también hay poesía de  divertimento o de juguete, poesía hologramática, sin alma, que le canta a la  perfección de las formas, donde se venera hasta el orgasmo a la rima, al ritmo  y a la métrica, o los neoexperimentos, que casi siempre son trasnochados  retruécanos donde alguien ha descubierto la fórmula de la pólvora (o la  polvorosa), pero cuyo contenido no nos sirve ni para razonar en la filosofía  del caracol o cuestionarnos que no hay ni puede haber poesía sin sentimientos o  poesía sin alma. Y, frente a todo este marasmo y embestida capitalista en los  hábitos, costumbres y creaciones humanas, el estro poético ha reaccionado de la  mejor forma generando una poiesis de  clase, underground, nihilista,  ácrata, anarquista, lumpen, postsituacionista, ilegal, ecológica, punk, insumisa, distópica, antisistema,  etc., como es la poesía de Javier Jabato.
                                                                                                                             
        III
        Grimorios de la España cementerio es el proteico poemario que nos presenta J. J. luego de sus generosos  textos: Anti Disney tales (2012), Parusía punk (2011, presentado en un bar  subte de Lima, Perú) y Caín o la  literatura del odio (2009). El texto abre como una flor carnívora, con un  texto de uróboros donde la serpiente es el mismo hombre que “reptilíneamente”  se entrega a ese sentimiento que Dante Alighieri denominó el motor de la  historia, una máquina ausente de pájaros “sobre el cadáver del mundo”; pero el  amor de Jabato, alejado del circo hollywoodense o de las telenovelas  latinoamericanas, siempre tiene un resabio amargo, una aureola del Maudits Français o del romanticismo  alemán, y escurre su propia soledad de multitudes, la soledad del que, a pesar  de la vorágine, el espleen y el ruido  infernal de las ciudades, siente que nada lo puede acompañar, que el estar solo  no es una coyuntura o un acto reflejo, sino también decisión u obligación.  Entonces la escritura se convierte en fiel compañera, tanto para ser testigo de  su tiempo (acaso no hizo lo mismo san Juan al escribir el Apocalipsis en la isla de Patmos, u Horacio arengando frente a los  romanos) como para denunciar o sindicar lo que le hiere, le oprime, le repele o  le incomoda.
          
          Jabato ha logrado  construir este Grimorios de la España cementerio al modo clásico, sin capítulos, sin cortapisas, separaciones ni mayores  afeites, casi de un solo aliento; ha apostado por la poesía en su nivel más  alto, monolítico, incandescente, fulminante, radioactivo y natural. Por eso, la  pasión del amor es también la pasión por la resistencia, el combate cuerpo a  cuerpo o la inmolación frente a un sistema que ha hecho metástasis y que ha  encontrado en España a su mejor laboratorio de pruebas clínicas o su mejor  cobayo: Who? No es la crisis es la propia  España. Ergo, ¿qué es España? El mismo Jabato nos da la respuesta: “España  son —y esto no es noventayochismo, derrota, complejo o culpa-/sus camareros sin  contrato/& los fontaneros/& los carpinteros/& los  ferrallistas/& sus cancerberas/bandas/de/gitanos/en las obras/por la  noche/agazapadas”. Y es que España, jalada de los pies por Grecia, simboliza la  crisis mundial, pero también es el escenario natural donde el capitalismo se  juega su última carta; la crisis inmobiliaria y financiera, así como la crisis  de los valores humanos han entrado en una vorágine que quizá arrastre a la sima  a toda Europa y a Estados Unidos como un fallido Colisionador de Hadrones. Solo  es cuestión de tiempo, dicen los críticos más severos. El mercantilismo en su  fase más agresiva ha devenido en su propio enterrador.
          
          Pero no nos  alejemos de la irradiación jabatina, el hongo radiotrófico que nos convoca. El  dolor físico es también el dolor de las multitudes enajenadas, subyugadas. El  cansancio y la bastardía del trabajo es la doblegación en macro de los  obreros-esclavos, de la cual Jabato se conduele y reniega con justa razón, a  veces hasta del modo más sublime y menos sutil: todocortatodopinchatodoquema, que quizá es una expresión común  dentro de los que laboran en la cocina o ejercen oficios al pie del fogón, la  hornilla, la olla caliente o el cuchillo afilado picando tubérculos, haciendo  picadillos la vida que se nos escurre de las manos.
          
          El cómo todas estas  vivencias se van convirtiendo en poesía nos puede llevar al cómo un territorio  o cuerpo se torna en “radioactivo”, cómo la sola presencia del logos –y en especial de este tipo de logos– implica ya una inmanencia, un deber, un acto políticamente incorrecto. Y así como esas bombas de Palomares  radiaron cincuenta mil metros de tierra y mar, sin explotar, podemos decir que  la poesía de Jabato es peligrosa en  sí misma y en muchos sentidos, solo abriendo el libro, repasando el título u  hojeando sus páginas, y no solo en lo ideológico, que, a fin de cuentas, es el  plano ético –el ethos de la  costumbre–, sino en cuanto a formas, donde la estética es un derivado más de la  palabra misma, su belleza como sinónimo de franqueza, honestidad, tan raros en  estos tiempos donde todo atrezzo y  maquillaje para el televisor o las grandes pantallas es la norma: “me gustaría  que me acompañaras/sé que es mucho pedirte/la semana santa de mi pueblo,/a la  nocturna en concreto,/y que vieras alucinada/enteras filas  espectrales/avanzando penosas por la calle Cuesta/y oyeras en la noche/las  castañuelas del óbito/y entendieras así/tantas/y/tantas/cosas mías”.Y, como sabemos, todo salto cualitativo  es también producto de lo cuantitativo, del “sin luchas no hay victorias”, del  “siempre de pie y nunca de rodillas” y de la suma de todas las experiencias,  lecturas y la ejercitación sobre la materia, su papel transformador, cuyas  síntesis se pueden convertir en arte, sutra o poesía. Lo estamos viendo.
         
        IV
        Este es el imago mundi de Javier Jabato, la palabra que nos envuelve como una  serpiente y nos narra los hechos cotidianos de un habitante de España, esta  nueva España poscarlista con rey borbónico y crisis económica, con burócratas y  nuevos millonarios; con modelos de pasarela y harapientos, mendigos, mano de  obra “no calificada” (o mano de obra sin obra); y, cómo no, los “parados” –que  ya son una clase en sí–, los indignados u olvidados de Buñuel, el daño  colateral que crece como una nube de avispas o langostas ante la tempestad que  se acerca y que ya avizoramos en los rayos catódicos de los televisores plasma  y en las noticias de los periódicos del cochambroso Hearst. 
        Esta es la España de alma en  pena, con recortes de salarios y subidas de impuestos, con rentas imposibles,  baja de activos, cero inversión, cero consumo, paro, depresión y huelgas en la  espiral deflacionista de Fisher o de, para decirlo en un verbo de Jabato, españece, mengua, se expolia y hasta el  aire se enrarece, y la poesía brota de la posible ruina como una dalia o como  el ginkgo biloba que creció  fortalecido después de la explosión de Hiroshima: “Toda España/desde Las Palmas  a Gerona/es un cementerio/en el que los turistas fotografían al niño  precadáver,/un cementerio en el que yo duermo sin compañía/sin ti que es lo  mismo/en mi tumba/número 12.771”.
        Este es, pues, el canto  redivivo de Jabato y los rapsodas del famoso grito de guerra francés Épater la bourgeoisie, escandalizar a la  burguesía, golpearla en la nariz, hacerla caer de bruces bajo las suelas de  nuestros zapatos, no darle tregua, cortarle la respiración, porque, al fin y al  cabo, los pintores de caballete, los músicos de conservatorio, los dramaturgos  de salón y los poetas de taller se extinguieron para siempre, se hicieron humo,  partículas de Higgs, o se debaten en la lucha esquizofrénica contra el vacío al  modo de los cátaros y los que vivieron como Rómulo y Remo, prendidos a las  ubres secas de una realidad caníbal y panofóbica que ha perdido todo sentido.
        Hoy en día el arte de la  miseria ha tomado la posta y se reclama conspirador, insurrecto, independentista,  solidario: “Ojalá/esa felicidad imbécil/esa libertad para acuchillar impunes el  verano/se vea/ definitivamente/ desnuda/ante/ doscientos/ trescientos/ cuatrocientos/ inmigrantes/ de  las pateras/ desembarcando/ desluciendo el sol un tanto/ reclamando su parte”. El arte de la miseria no solo empuña su  numen, su genio y su (estar en)  gracia, sino que es testigo de su tiempo y traza sus propias directivas  comprometiéndose, aggiornándonse, sirviendo intuitivamente a las causas justas y al frente común de desclasados,  porque ahora, ante el derrumbe progresivo de la clase media, lo único que queda  son un puñado de billonarios y siete mil millones de deudores.
        Y, de esta manera y no de  otra, la poesía –esta poesía que no es mímesis fantastiké o “imitación de la  naturaleza”, pues, de lo contrario, habría que arrojarla de La República, de Platón– se va convirtiendo en un río cargado  de cuerpos vivos, sentimientos, interjecciones, reclamos, metáforas, creatio, esencia y aquiescencia, fuga de  uranio o plutonio purificado, y, sobre todo, esa voz que nos ausculta con su  estetoscopio de Pinard, nos habla al oído, nos susurra los hechos que  sucedieron o sucederán en un futuro que fue ayer como si fuera un oráculo de  Delfos y nos dice a boca de jarro: Grimorios  de la España cementerio.
            Me agarro/a mi patria que soy vosotros.
         
        Vigesimoprimera  Fiscalía de Lima, Perú
          ry
         
        *Una versión de  este texto ha sido publicada como prólogo del libro Grimorios de la España cementerio, de Javier Jabato. Bohodón  Editores, Madrid España, 2013. http://bohodon.net/publicacion.php?id=353