Proyecto Patrimonio - 2015 | index | Rodolfo Ybarra  | Autores |
         
         
         
         
        
        
        
        
         
        
         
        CIEN OJIVAS NUCLEARES DE POETAS DEL ASFALTO
        Por Rodolfo Ybarra
        
        
        
         
        
        
          
        
         .. .. .. .. .. . 
      
        Esta vez los Poetas del Asfalto (PdA) sí se excedieron: acabaron la  maratón y continuaron cuesta arriba o cuesta abajo con los fanzines y la carreta  de poemas que llevan para todos lados. Nadie sabe cómo lo hicieron, cómo se  agenciaron para llegar, esta vez, al número cien, en aproximadamente veinte  años de producción ininterrumpida y a destajo y batallando en las “sucias  calles”, como dicen ellos: jirón Quilca, La Colmena, jirón Caylloma, Malambito,  Loreto, o los bares La Cámara de Gas, Don Ciro o el Queirolo; prácticamente,  cuatro gobiernos “democráticos” con sus bastardos, felipillos, dictadores, yanaconas  y esclavos. Y pensar que ayer nomás andaban con los pegotes, las tijeras y la  goma en la casaca llena de chinches o en el pantalón roto a dentelladas, para  armar como sea esos primeros números que ahora son una joya, incunables para  la biblioteca del Congreso norteamericano o comida para las ratas, cucarachas o  polillas, que, quieran o no, son sus principales seguidores. Y ellos no se  ofenden, más bien se enorgullecen, sacan pecho y espalda con los chillones  roedores y cualquier batracio o sierpe que se suba a este vehículo destartalado  y sin ruedas que es la Poesía en nuestro país.
         Richie Lacra es el abuelo de los fanzines limeños, vive (o muere) en  el cerro El Pino (ese mismo que tiene más del 50 % de su población con  TBC-Multidrogo resistente) y trabaja de conserje, como el viejo Chinaski, en un  viejo edificio de Santa Beatriz. Ahí aguaita a todos los vecinos, los pone en  vereda y les cobra “mantenimiento”, y sabe de memoria los horarios de las trampas y de las señoras que cotorrean  de  un lado a otro buscando alguna vida que no tienen dentro de casa. Pero  Richie convierte en poesía todo este  oficio de fisgoneador profesional  –léase “acosador”– y se da espacio para empujar la silla de ruedas de un  proyecto que todo este tiempo ha sobrevivido sin saber cómo, porque dinero no  hay y solo se trata de ideas, ideas-fuerza, pero, al fin y al cabo, ideas que  se materializan gracias a los ocasionales amigos, los compañeros de ruta o  alguno o que otro diletante que deja su óbolo para calmar su conciencia  judeocristiana o sus culpas lacanianas o cualquier cosa que no está bien dentro  de su cabeza.
un lado a otro buscando alguna vida que no tienen dentro de casa. Pero  Richie convierte en poesía todo este  oficio de fisgoneador profesional  –léase “acosador”– y se da espacio para empujar la silla de ruedas de un  proyecto que todo este tiempo ha sobrevivido sin saber cómo, porque dinero no  hay y solo se trata de ideas, ideas-fuerza, pero, al fin y al cabo, ideas que  se materializan gracias a los ocasionales amigos, los compañeros de ruta o  alguno o que otro diletante que deja su óbolo para calmar su conciencia  judeocristiana o sus culpas lacanianas o cualquier cosa que no está bien dentro  de su cabeza.
         Y, así, entre garrafones de ron metílico e isopropílico y choncholí  de la tía Veneno y el señor Vísceras (recientemente fallecido: q. e. p. d.),  fueron creando esta memoria viva y despierta que es este fanzine todoterreno,  aumentado y corregido a punta de patadas y peleas internas, estilo gatoperro o full metal jacket, por el que han pasado casi todos los rapsodas  limeños, principalmente los borrachos, los bohemios, los aculturados, los  marginales, los punks, los metalizers, los sin causa, los vitriólicos,  los eruditos de crucigrama o los que no tenían nada que hacer, salvo ponerse a  escribir kilómetros (o hectolitros) de poesía, que, tranquilamente, podrían  haber acabado en el retrete o en una bolsa de basura. O quizás la poesía  hubiera acabado con ellos. Pero no fue así. Y aquí están los resultados: este  nuevo número, que puede ser visto como un ataúd o como la biblia negra de Antón  LaVey. Ya quisiera el diablo hacerse de estas almas.
         Porque estos PdA se tomaron en serio esta cuestión de las calles, el  concreto, la grava, la brea e hicieron sus vidas en las veredas, durmiendo a la  intemperie, en los parques, al costado de algún contenedor o debajo de alguna  estatua meada por los perros, porque ellos son subtes y no comulgan con los  modales de los señoritos hipstéricos o la moda avant-garde de los sobaquientos intelectuales o los  críticos a sueldo de alguna revistilla de medio pelo que entrevista a Mario  Vargas Llosa o reseña a Vila-Matas o hace algún reportaje a algún poeta-caviar  de moda. Ellos, los PdA, nacieron de los ladrillos y lo hicieron con hormigón  forjado y con su respectiva tapa de desagüe en la cabeza. Esa es la imagen que  ellos han cultivado como si fuera una perla preciosa de un millón de quilates.  Y no hay vuelta que darle: ninguno, como ellos, ha logrado vivir como se  piensa. Eso quizás es un trauma de guerra o algún síndrome impuesto por la  división internacional del trabajo, pero ellos lo consiguieron. No acabaron el  colegio, fueron amonestados, fueron castigados, fueron expulsados de los  reformuladores y/o correctores del pensamiento clasemediero falogocentrista. Son poetas al fin y al cabo, escriben al fin y al cabo, y exhiben sus  defectos como el choro exhibe sus cortes, sus chuzos y sus fríos, unos tatuajes  de lágrimas al costado de los ojos. Y esta es la mejor prueba de que están más  vivos y felices que perro con dos colas. Así, aunque varios de sus  colaboradores ya hayan pasado a mejor vida, la fiesta es de ellos, de Charlie  (no Hebdo, sino Ricardo Quezada), del Cachinero, de Leo Bacteria, del Maya y de  tantos otros que ni siquiera sabemos si están muertos o si se pasean por esta  realidad de cartón piedra al estilo de George A. Romero.
         Y, después de este número cien, el futuro es incierto: ya se habla  de la claudicación (al modo del general Prado), de bajar las velas y echar el  ancla, y, cómo no, del esperado suicidio de  Primo Mujica, luchador de sumo, valetodo y streetfighter, quien ha venido soportando estoicamente todo este tiempo, como cátaro redimido,  la sordera de R. Lacra (que conste aquí el audífono que este servidor le compró  y que acabó malamente en la cachina de Las Malvinas de la avenida Argentina, porque para Richie más importante era  estar embriagado que escuchar lo que, dizque, ya sabe de memoria). Quizás sus amaneramientos  y su obstinada manera de realizar eventos contra viento y marea, mejor dicho  donde no hay vientos ni marea, sea su sino y su designio: arar en el desierto,  buscar la piedra filosofal en los restos derrumbados del otrora Averno.
         Primo Mujica es el segundo en mando y subjefe verdugo de este fanzine-ojiva  nuclear con efecto de mamá rata y nunca lo hemos visto tan cariacontecido ni multialegroso  que cuando vino a comentarnos que el centenario de PdA marcaría su retiro de  las canteras picapedreras y asfaltosas para pasar, en sus palabras, a la clandestinidad y convertirse en un ser humano que camina las calles y que  vive una vida normal: se enamora, se casa y se reproduce, o al revés. Al fin y  al cabo, la poesía no puede ser solo palabritas arrojadas al viento o metáforas  que se arrejuntan en el papel Bond A4  o en los megapíxeles de la pantalla del computador. La poesía también puede ser  dejar de escribir o arrojarse por la ventana. Llegar a viejo es una vergüenza. 
         Siguiendo esta lógica outsider, la otra probabilidad de Primo Mujica, y también la de Richie Lacra y la de todo  colaborador de PdA (el maestro multifacético Fernando Laguna; el ufólogo y  máster poetik Edgard Cooper; el  novelista, impulsor y factótum  Miguel  Fegale, el asistente y crítico literario Carlos Valencia, etc., etc.) fue y es  la de convertirse en hombre-bomba e inmolarse por una causa mejor que un trago  de sol cincuenta en La Cámara de Gas. Quizás optar por vivir sea también un  suicidio, sobre todo si has elegido la poesía como carrera o como compañera prostibularia  o incestuosa. Lo cierto es que el fanzine, sea como sea, llega a su número  cien: cien ojivas nucleares que esperan reventar en tu cerebro y hacer saltar  todas esas neuronas dormidas o adormecidas por las grasas saturadas, la  televisión chatarra y la educación alienante con promoción del autoesclavismo,  pues, por si no se han dado cuenta, este fanzine de PdA es antisistema,  promueve la ociosidad sociológica, el mataperreo y la toxicidad poemática (lee o muere, CTM). Mientras más veneno poético tengas  en la sangre, más odiarás el trabajo, la familia feliz, el perro en tu jardín y  el paseo de fin de semana.
         Y, sobre esto, ya lo han entendido bien los que tienen años en este  negocio, pues la literatura no te salva, te destruye; la literatura no te sana,  te enferma; la literatura no te arrulla, te grita, te samaquea; la literatura no te hace un mejor ser humano,  generalmente es todo lo contrario y quizás vayas a parar a un frenopático o a  un hospital del Estado, sin seguro y sin jubilación. Y un fanzine literario es  una pastilla de estricnina, un ácido bajo la lengua o un pinchazo de Ketalar o  Ketamicina o Krokodil en estado puro pudriéndote las carnes, agusanándote el  cerebro. Y eso nada más y nada menos es este fanzine de PdA, un vicio secreto  para ocultar a la enamorada o a los seres queridos o a tus mejores amigos. Te  odiarán y pasarás al grupo de los sospechosos o los que no son in.
         De seguro, un día de estos, si alguien circunspecto o con cara de  pocos amigos se te acerca con un fanzine de PdA en la mano, podrás apreciar,  con mayor detalle, todo lo que aquí se cuenta a medias, pues no hay otra forma  de hacerlo. Lo otro, es decir, la explicación aristotélica y detallada califica  como burdo acto culturoso para refregarlo en las mejillas grasientas de los  académicos y demás acaumas, caníbales, jíbaros y reductores de cabezas, pues ya son veinte años, carajo,  240 meses, 7300 días, haciendo como Sísifo, llevando la gran piedra hacia  arriba, ahí mismo donde están los despreciables lectores, los que no se dan  cuenta de que lo valioso no tiene porque ser televisado o promocionado en radio  y diarios. A veces lo valioso simplemente aparece, explota, relumbra como una  luz de Bengala y se desvanece en el éter. Eso es todo o todo esto es el número  cien o hasta el cien.
          Larga vida a los Poetas del Asfalto.
          Salvo error u omisión,