
         
        Zurita
        Por Marco Antonio de la Parra
          La Nación, Lunes 1 de agosto de 2011
        Si este fuera y tal vez es aún un país de poetas, Raúl Zurita Canessa soportó   el desafío de sacar cabeza entre postulantes gigantescos y una tradición a veces   de peso excesivo. Tuve la suerte de conocerlo como amigo a fines de los años 80   y de poder asistir con él a sus tremebundos y espléndidos recitales donde en voz   alta, estuviera la sala de bote en bote o con algunos despistados habitantes del   pueblo de turno en la España profunda donde ejercía yo como agregado cultural,   se transformaba en una voz que venía de otra parte, que sabía, como pocos,   convertir lo más íntimo y propio en fenómeno mayor de la naturaleza y saber así   ir desde el amor mío y el padre muriendo y el niño huérfano a la historia grande   y peligrosa o los accidentes geológicos y donde la montaña, el desierto y el   océano se ponían al servicio del párpado, la mejilla o el desvelo. Junto a él   pude ver como paseaba un volumen gigantesco de poemas que fue soltando en   entregas diversas.
        Un poeta que no descansaba nunca, un poeta que desconozco si tuvo períodos   secos incluso luchando contra un cruel Parkinson, uno de los mejores recitadores   que he escuchado, al borde del cante jondo y que, por eso mismo, gustaba mucho   en España, donde fuera que nos instaláramos y ante el público más dispar. Ahora,   en un acto megalítico, como sus frases en el cielo, esta vez en el papel y en el   formato mayor posible, acaba de entregarnos una cuenta amplia de su trabajo más   arriesgado, ZURITA, donde más cerca de las mil páginas que nunca, con un pie en   la poesía más íntima y al mismo tiempo épica, su sello tan particular, ese que   arranca de su laringe de poseso para impulsar a la lectura en voz alta, abre un   friso colgado con alfileres alrededor del 11 de septiembre de 1973 pero en   claves diversas, llegando a alejarse tanto como para una relectura de Bolaño y   acercándose tanto como para una visita a la relación con padre, madre, abuela.   Conmoviendo en cualquiera de estos registros.
        Pesa maravillosamente el volumen, un bello y negro ladrillo de maravilloso   fundamento, una primera piedra de la poesía chilena de este momento, un castillo   desde dónde poder acceder a una de las aventuras literarias más asombrosas de   estos últimos tiempos en cualquiera lengua que podamos manejar. ZURITA se   convierte así en un panorama magnético, un abismo de respiración y pálpito, de   carne y espíritu, de fraseo e imagen donde casi debería uno cantar más que   leer.
        Proyecto ambiciosos de los que se agradecen no tiene cortapisas ni barreras   para un lector de menos experiencia quien deberá aceptar la enormidad de esta   catedral lingüística como una invitación al friso y al laberinto quizás como la   única alternativa viable para pretender relatar la más cruel noche de nuestros   tiempos. ZURITA, volumen negro total, escrito desde lo profundo del insomnio (me   consta que Raúl Zurita Canessa es un insomne impenitente), desde el abismo de   las horas brujas donde se confunde sueño, dolor y realidad, deberá ser   referencia obligada de nuestra literatura mayor, no solamente de nuestra poesía.   Desde hace unos días me mira desde el velador. Lo estoy leyendo al mismo tiempo   en la lectura disciplinada de la numeración como en la azarosa lectura del   también insomne que abre y cierra donde el azar o las ganas dicten preferencia.   Invito al que quiera una aventura de alto nivel arriesgarse. Sorprende su precio   amable al tomar literalmente peso de la edición. ZURITA, un regalo para entrar   en una de las propuestas poéticas más arriesgadas de nuestro tiempo. Ahí nos   vemos.