Que se jodan,
que se pudran
Por Raúl Zurita
En
Las Últimas Noticias, Viernes 10 de diciembre de 2004.
Padre nuestro
Padre mío
que estuviste en mi cama
porque mis sábanas fueron nubes
y en ellas ondeaba la sangre
de mi penetrante genealogía
que jamás ensuciado sea tu nombre
ni mi apellido
me llevaste a tu reino púbico
con tu cetro de sándalo
condecoraste mi indecencia
hiciste mi voluntad la tuya
mis piernas y mi boca
me diste mi origen cada noche
sobre mi espalda
perdonaste mi estupidez
y no me dejaste caer en otras manos
que fueran ajenas
mi violador amado
mi rompedor de la piel
me liberaste de la infancia dolorosa
Padre nuestro
señor mío
a la edad de trece años me hiciste parte
del amanecer
Quien haya leído este poema de Héctor Hernández
Montecinos (incluido en "Cantares: nuevas voces de la poesía
chilena") y afirme que es un bodrio, es un delincuente cultural.
No entiende absolutamente nada de nada y no tiene derecho a opinión.
En
el mejor de los casos, si no es un lector habitual de poesía,
es un troglodita, y en el peor, si es alguien que presume de crítico
literario, es el más nocivo de los delincuentes: un delincuente
de la inteligencia, alguien que si siguiéramos a Ezra Pound
debería ser enjuiciado y condenado por criminal, sin más
ni menos recaudos que los que se le pueden dar a un estafador público
o a un sicario que asesina el espíritu e induce a engaño
a la ciudadanía.
Quien dice que la belleza conmocionada y feroz de tres versos como
"Padre nuestro/ señor mío/ a la edad de trece años
me hiciste parte del amanecer" es un bodrio, no está en
condiciones intelectuales ni sicológicas ni morales de juzgar
nada, a ningún poeta, a ningún poema, y tampoco puede
juzgar nada de nada, porque intelectualmente es un gusano y no alcanza
el coeficiente de inteligencia mínimo requerido para emitir
juicios sobre la nueva poesía chilena, de la que ese "Padre
nuestro" forma parte.
Estúpidos que no son más estúpidos sólo
porque el teclado no tiene más letras: les informo entonces
que están vedados, que en su condición de estafadores
no pueden juzgar nada estampado en letra impresa y ni rozar siquiera
las obras heridas, alucinadas y radiantes de Héctor Hernández
Montecinos, de Diego Ramírez, de Paula Ilabaca, de Pablo Paredes,
de Felipe Ruiz, de Antonio Silva, de Marcelo Guajardo, de Alejandra
González, ni de ninguno de los 42 poetas que conforman los
nuevos y amargos cantares del país de hoy, del país
del naufragio de hoy, del país hijo de la tortura, del crimen
y de la abyección.
¿Quiénes son esos Ignacio Ramírez, esos Fabio
Salas ("escritor y docente") y otros de su prontuario? ¿De
dónde salen? ¿Quién les insinuó a esos
guarisapos que tenían derecho a voz? ¿Quién realmente
los manda? En el sueño permanentemente inacabado de hilvanar
los poemas que arden en las entrañas del país nuestro,
en los nervios, en el estómago de nuestras vidas, sueños
y derrotas, ellos no existen, no viven, no respiran. Se trata del
alma y de la supervivencia moral de un pueblo, de sus artistas, de
sus creadores, que son los únicos que pueden encontrar las
palabras que nos respondan por qué somos un país enfermo
y por qué somos un país donde no se ha podido enterrar
a los muertos. "Cantares" son las voces de los alucinantes
hijos de ese país enfermo y sus poemas forman parte del aprendizaje
ardiente y duro del nuevo amanecer. Eso es el poema de Hernández
Montecinos y eso son los poemas de los nuevos poetas de Chile.
Le informo entonces al siútico "escritor y docente"
de la revista "Rocinante" que lo importante es ser "escritor
y decente" y comenzar entonces por no mentir. Le informo al analfabeto
de "El Mercurio" que "expurga" el 95 por ciento
de la antología (él "expurga", pero ¿alguien
conoce a ese pejerrey?, ¿qué ha hecho?, ¿cómo
se llama de nombre?) que no se ha creado la magia que permita criticar
libros antes de que salgan y que por lo tanto es inmoral inventarlos.
Les informo además que Picasso pintó "Las señoritas
de Avignon" en 1907, que Duchamp expuso su urinario en 1917,
que en 1922 se publicó "Ulises" y que en 1931 Herbert
Read escribió "El significado del arte". Les informo
entonces que un mundo entero ha pasado debajo de sus narices y que
no se han enterado de nada, que no saben nada y que en consecuencia
están incapacitados para emitir cualquier juicio que exceda
el ámbito estricto de sus fosas nasales.
Por mi parte reafirmo y celebro cada verso, cada poema de la diversidad
de "Cantares", porque cuando todo estaba a punto de perderse,
cuando lo único existente era la amnesia, nos permitieron una
vez más darnos cuenta de la infinita elocuencia de la poesía
y del inmenso poder que posee su carencia absoluta de poder. En un
país mortalmente herido, torturado, secuestrado, los nuevos
poetas de Chile responden con las banderas de sus heridas, con sus
nuevos poemas, con sus jergas alucinadas e imágenes, y en una
sola de sus palabras hay más vida, más vuelo, más
riesgo y maravilla que en todos los gimoteos de los patéticos
cuervos que los acechan.
Envidiosos, carroñeros de cualquier talento y belleza que
aguardan todo para tratar de destruirlo antes de que nazca, que con
trucos sacan las pruebas de imprenta de "Cantares" para
aniquilar a sus poetas antes de que aparezcan, que sin leer nada y
sin saber nada ya están con sus pobres guadañas de muertos
listas, les digo, les informo, les señalo que en lo que a mí
atañe no me alcanzan, que no pueden rozar ni un átomo
de mi pureza y pasión, como tampoco lo hicieron otros antes
cuando en medio de un país enmudecido y aterrado, en 1985,
me tocó interpretar el "Canto a su amor desaparecido"
y lo hice con toda la verdad, el dolor y el sueño.
No acobardaron a la poesía entonces, menos lo harán
ahora. Son 300 poemas, 300 cantares que les responden desde el sangriento
amanecer del país en que los nuevos jóvenes despiertan.
Eso es lo que tenía que decirles, falsarios, microbios chilenitos.
Ahora que se pudran, que se jodan.