ROBERTO BOLAÑO Y RAÚL ZURITA: REFERENCIAS CRUZADAS
ENTREVISTA A RAÚL ZURITA
Por Chiara Bolognese
Universidad Autónoma de Barcelona
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 11, Diciembre 2010, Número 14, 259-272
- ¿Cómo hay que leer Cuadernos de guerra dentro de su corpus poético?
- Cuadernos de guerra, como Las ciudades de agua, Sueños a Kurosawa, Los países muertos o In Memoriam son páginas que he extraído de algo que acabo de concluir, un libro que bordea las 800 páginas, que se llama Zurita. Se llama así no porque crea que yo o lo que sea mi vida tenga algo de especial, al contrario, sino porque es mi dato básico, el hecho básico de estar vivo, si puedes llegar al fondo de ese dato concreto que es tu vida, sin autocompasión ni falsa solidaridad, estarás posiblemente vislumbrando el fondo de todas las vidas; los seres humanos no somos mucho más que distintas metáforas de lo mismo y todos, más o menos, somos semejantes en nuestras angustias y miedos, en nuestra necesidad de amor, en nuestra perplejidad frente a la muerte. Pero me he desviado, te decía que Cuadernos de guerra lo extraje de esas ochocientas páginas al igual que los otros libros. Cada uno de ellos no me tomó más de veinte minutos en armarlo, digamos el tiempo que ocupé en copiar, trasladar y pegar partes muy parciales de una totalidad mucho mayor y que ya estaba en gran parte escrita. Y los armé porque me divertía hacerlo, porque es divertido jugar veinte minutos, no más, a ser Dios. Dispones de los materiales, puedes armarlo y desarmarlo como quieras. Porque efectivamente cada uno de esos libros es autosuficiente, pero en ese Zurita no hay ningún libro que se llame Cuadernos de guerra, por ejemplo, su estructura es completamente otra. Es absolutamente otro.
- ¿Por qué menciona a Bolaño? ¿Es una broma? ¿Una “venganza”? ¿Una parodia/homenaje?
- En realidad en lo que he publicado y en la totalidad del libro aparecen muchos personajes, cientos en realidad, personajes concretos con sus nombres reales: ex parejas, hijos, parientes, personajes literarios que existen en este momento, otros ya muertos, en fin, y Bolaño es uno de ellos. Entiendo que puede resultar ofensivo para algunos referirme a él en algunas partes como “Rip Bolaño” y en otras como el “hepático Bolaño” como se hace, si no me equivoco, en Los países muertos y en los Cuadernos, dado el hecho 1. que está muerto y 2. que su muerte se debió a una enfermedad hepática. Mira; la muerte es igualitaria y profundamente democrática y por supuesto muy pronto me dará mi merecido. Si hiciésemos el ejercicio tan banal como gratuito de ponerle palabras a lo imposible, Arturo Belano se habría reído tanto como me reí yo cuando se me ocurrían esos sobrenombres. Pero si la muerte es democrática toda enfermedad es descarnada y llamarme a mí mismo “Parkinson Zurita” en esos pasajes, aludiendo a mi propia enfermedad, no es menos cómico ni menos hiriente que decirle hepático a Bolaño. Es sin tregua entonces, sin banderas blancas, y reírse de los muertos es un acto elemental de revitalización de los vivos, pero más fundamentalmente es un acto de amor, de amor por esa fragilidad que somos, por esa enfermedad que somos, por esa inevitable posteridad que somos. Bolaño lanzó su archicitada: Literatura + enfermedad = enfermedad, bello, como tantas cosas que él escribió, la única lástima es que es una fórmula equivocada: Literatura + enfermedad = muerte, como el mismo Bolaño más allá de la ironía, no podría ahora sino confirmarlo.
- Por lo que sé no conoció a Bolaño personalmente, ¿es cierto? ¿En una entrevista declara que le habría gustado pelearse con él, tenerlo como enemigo, puede explicarnos mejor qué quería decir?
- Sí claro, […] aquí va: yo estudié en un liceo público y mil veces me vi en peleas a puñetes de las que la mayoría de las veces salía bastante mal parado, pero qué hacerle, iba igual a ellas. Te peleabas con un chico a las 8:15 de la mañana y quedabas para continuarla a la salida de clases, seis horas después, en un parque que quedaba al frente del liceo. La voz se corría y a la salida de clases era una verdadera muchedumbre la que partía a ver la pelea. Sabías por esa rápida escaramuza inicial que la cosa se venía muy mal, que el otro te iba a moler, y pasabas seis horas bastante angustiado, pero había una sola cosa que no podías hacer: no ir, arrancarte, porque eso sí te condenaba a las burlas y humillaciones de 2500 estudiantes. Bolaño había dicho sobre mí un par de estupideces sin importancia, tanto los elogios como los ataques, pero que me pillaron en un momento en que no estaba en condiciones de responderle, se me había roto mi vida y en fin, no tenía ánimos ni fuerza para contestar nada, apenas podía sostenerme en pie. Y yo venía de un liceo bravo de Santiago ¿me entiendes? entonces cuando el mal momento pasó, pensé que sí; que me habría gustado responderle, pero por algo como deportivo o, si se quiere, por el viejo honor de la infancia, él era un muy buen peleador; rápido, original, hiriente, captaba en dos segundos el punto débil de quien atacaba y como era un lector voraz, venía además con un bagaje de dos mil años de polémicas literarias a su espalda, desde Marcial en adelante, o sea, que se trataba de un tipo que tenía “pasta” de enemigo, talento para eso. Entonces con alguien así, sí que valía la pena pelear, no era el típico resentidito, y ¿sabes? estoy casi seguro que le hubiera ganado. Pero él ya se había muerto. Porca vita. No alcanzamos a hablar.
- ¿Ya había leído a Bolaño antes de la publicación de Estrella distante? ¿Qué opinión le merece su literatura? ¿Ha cambiado en algo después de haber sido “usado” como personaje?
- No. Supe recién de Bolaño en los finales de los noventa porque Carlos Olivares, un escritor chileno que murió hace algunos años, me habló en una micro de esa novela, y me la comentó precisamente porque tenía un personaje que escribía poemas en el cielo. Me pareció fantástico, y una vez que me preguntaron sobre eso contesté que un artista tenía el derecho de tomar lo que quisiera, donde quisiera, sin pedirle permiso a nadie, y que si las escrituras sobre Nueva York le habían servido para modelar un personaje, estupendo. La novela nunca la leí completa, me refiero a leerla de principio a final, porque claro, lo que me despertó la curiosidad era saber qué diablos se le podía ocurrir a otro para escribir en el cielo. Fue una desilusión. Sentí que él le hacía escribir a su personaje todo lo que yo había descartado en dos segundos, obviedades como frases en latín y cosas así, fue como ver mis borradores. No, el autor de la novela no había entendido nada de nada, esos versos eran obvios y malos, además técnicamente imposibles. Con una avioneta no puedes escribir esas frases, Wieder habría terminado vomitando hasta las tripas con tanto giro. Se necesitaban cinco aviones que vuelen en línea recta. Habría necesitado una escuadrilla.
- Usted y Bolaño representan dos formas diferentes de suscitar y estar entre las polémicas del mundo cultural chileno. Me refiero a ese universo que Bolaño siempre criticaba y agitaba nada más llegar a Chile, y que a usted también lo trató bastante mal, ¿es cierto? ¿Nos puede contar un poco de eso?
- Un poeta no puede ponerse límites, es tonto ponérselos, porque ya vendrán los demás a ponértelos, y cómo, no habrán pasado cinco minutos y correrán a decirte que eso no se puede hacer, que eso no es poesía, o que estás loco de manicomio. Creo saber algo de eso, es muy chileno. Pero yo permanecí allí, construimos bajo dictadura, hicimos las acciones de arte bajo dictadura, no hacíamos cosas chic como graduarnos de poetas malditos interrumpiéndole una lectura a Octavio Paz. Imaginar unos poemas escribiéndose en el cielo o trazándose sobre el desierto de Atacama fue mi íntima forma de resistencia, de no resignarme, de no morir en la noche feroz de Chile. Inventé las acciones de arte que hicimos con el CADA, como lanzar cuatrocientos mil panfletos desde aviones sobre Santiago en 1980, en plena dictadura porque toda la vida se nos iba en ello, toda nuestra juventud, nuestro miedo y nuestra belleza. Los mundos que nos tocó vivir a mí y a Bolaño fueron demasiado diversos y las cosas que atacamos bajo una misma palabra, Chile, eran dos cosas diametralmente distintas, que jamás se juntaron y que sólo tienen en común la palabra dolor. Los amigos de Bolaño eran chicos haciendo travesuras, pequeñas maldades en el DF. Nosotros tuvimos que aprender en dos segundos a vivir bajo las barbas de Pinochet, no teníamos tiempo para ese pasatiempo inocente de inventarnos una marginalidad ad hoc, no éramos infrarrealistas. En lo personal le habría cambiado feliz el peor de los trabajos que tuvo Bolaño por el mejor de los trabajos que yo llegué a tener en esos años. Yo me robaba libros en las librerías no para leerlos, sino para venderlos y comer. Todo eso no le quita un ápice a la envergadura de Los detectives salvajes que leí con, imagino, la misma devoción con que él leyó Anteparaíso de donde sacó las escrituras en el cielo.
- Wieder anuncia su poesía visual en Estrella distante, ¿usted anunció los versos en el cielo de Nueva York?
- Sí, una de las partes donde dejo constancia de eso es un texto titulado “Mein Kampf”, publicado en la revista CAL, en Santiago el año 1979. Creo que el tema del nazismo en Bolaño nace también allí, de un texto que evidentemente conocía, lo que, de nuevo, está estupendo porque en la escritura no existe la propiedad, todo es de todos, y a mí por mi parte me fascinó apropiarme de un título tan fuerte, enigmático y genial como 2666, no sacaba nada con envidiárselo, si te gusta tanto anda y tómaselo, me dije, y lo metí a modo de archivo en Los países muertos donde van a parar una serie de escritos.
- ¿Cómo respondieron la opinión pública y la gente de la calle a sus versos en el cielo? ¿Entendieron el valor y el objetivo de esa acción de arte?
- Las escrituras salieron en los noticiarios de la tarde, nosotros permanecimos en el aeropuerto y nos volvimos a Chile el otro día temprano. No registramos las reacciones de la gente, y a decir verdad en ese minuto no era para mí tan crucial la recepción porque lo que realmente me importaba era el poema, el que efectivamente estaba ocupando el azul del cielo como página, frases que medían nueve kilómetros de largo trazadas a 4500 metros de altura, nada, ninguna fotografía, ni el video pueden registrar la belleza de eso, además eran frases que durante siete años vivieron sólo dentro de mí (lo pensé en mayo de 1975, se hicieron el 2 de junio de 1982). Al contrario de lo que pueda creerse por su visualidad y sus dimensiones esas frases sobre Nueva York, como la escritura en el desierto de Atacama, son mis poemas más íntimos, los más secretos. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, yo creo que el valor de esos escritos es que se hicieron, que ocuparon el espacio de lo real. En un computador los hubiera hecho en dos minutos pero no, el desafío para mí es tallar lo real, no la ficción, no el arte, o no eso solamente, sino lo real. Las frases en el cielo como en el desierto son para mí algo así como la última resistencia de lo real contra lo virtual.
- En estas páginas se han delineado analogías y diferencias entre su visión de Chile y de la dictadura y la visión de Bolaño. ¿Qué le parece la poética de Bolaño? ¿En qué está de acuerdo y en qué no? ¿Cree que el Bolaño poeta sobrevivirá?
- La poesía de Bolaño, me refiero a la que él o sus editores o sus herederos calificaron como tal, es insufrible, pero no son peores que los poemas de William Faulkner, y Faulkner llegó a ser Faulkner como Bolaño llegó a ser Bolaño. Lo que quiero decir es que para quien le importa, no lograr escribir un poema mínimamente pasable y darse cuenta de que se es un pésimo poeta, produce un sentimiento tal de frustración, de fracaso, de vacuidad, de inutilidad, que solamente te quedan dos posibilidades, o pasas a formar parte del ejército de los resentidos, de los que el mundo está lleno y frente a los cuales lo mejor es hacer lo que Virgilio le dice a Dante en el comienzo del tercer canto del Inferno: “guarda e passa”, o escribes The sound and the fury. Entonces qué providencial que William Faulkner, que Julio Cortázar, que Roberto Bolaño, hayan sido pésimos poetas, ¡cómo compensaron! Las grandes obras que ellos crearon comparten una condición paradójica: fueron extraordinarios escritores gracias a que fueron horripilantes poetas.
- Ha dicho al empezar esta entrevista que acaba de terminar su obra total titulada Zurita. Me llama la atención el hecho de que, hasta ahora, ha estado publicándola por partes, como le hubiera gustado a Bolaño que hicieran con su 2666, lo que sin embargo empezaron a hacer después. ¿Publicar por partes no interrumpe el hilo de la lectura?
- Sí, ya está terminada, y lo que he publicado no dice casi nada de ella.
- ¿Qué opinión le merecen las “obras totales”?
- Son las únicas obras que me interesan. Obras totales como lo es la vida misma, incluso las existencias en apariencia más anodinas o despojadas: naces, cometes los errores que te corresponden, te crucifican y en un instante dirás, al igual que todos los seres humanos que han pisado la faz de la tierra; “padre, padre, por qué me has abandonado”, tienes tus tres noches en el sepulcro y por una única vez conoces la resurrección y finamente te ocurrirá algo tan absolutamente alucinante como es morirte. Una obra o es el correlato de eso o no es.