El otro 11/9, Zurita y Bolaño
Por Aldo Baez
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12 de Septiembre 2011
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El 11 de septiembre después de 2001 se recuerda como uno de los golpes terroristas más impactantes sufridos por los norteamericanos, la destrucción de la torres gemelas en el corazón de Nueva York, tocó las fibras íntimas del Imperio —en apariencia invencible— y nos mostró su vulnerabilidad, sin embargo, pocos saben que ese mismo día, años antes, el ejército chileno encabezado por Augusto Pinochet, con apoyo de los eternos terroristas norteamericanos, un día 11 de septiembre, pero de 1973, entraba a sangre y fuego a la Casa de la Moneda para ultimar al presidente Salvador Allende y a “la revolución con olor a empanadas y vino tinto”.
El presidente de la unión popular chilena a través de la radiodifusora Magallanes sentenció que tenía la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición. A las 11 del día 11 la pesadilla había principiado, no de 2001 sino de 1973.
Justo como ahora se dice, existen actos que la historia no logra abolir y dejan las señas no solo en el cuerpo sino en el alma de la cultura, en el corazón del espíritu moral de nuestro tiempo. Existen marcas de la memoria manchadas de sangre.
Raúl Zurita y Roberto Bolaño en sus obras Las ciudades de agua (Era, 2007) y Estrella distante (Anagrama 1996, 5ª. Edición, 2007), nos muestran una señal de la marca que como sello de antigua quedó incrustado en sus palabras, uno es poeta que usa la prosa para que la huella asiente aún sobre las aguas del tiempo su memoria y, el otro, un novelista que hace gala de su sentir y conocimiento de la vida de los poetas para que no se olvide que las venas de América latina siguen abiertas, como clamaba Eduardo Galeano.
Entrambos configuran dos de las voces más significativas de las letras en habla española. Ambos son parte de la estela de las voces rotas, de las almas quebradas por la instauración de los gobiernos dictatoriales que los Estados Unidos apoyaron para evitar la expansión de los gobiernos socialistas en las tierras que siempre han concebido como parte de su dominio. El endurecimiento de políticas criminales contra los jóvenes con ideales y perspectivas artísticas y que fueron embestidos, expatriados o expurgados, en estos países muertos, sobre todo los nacidos en los años cincuenta y que vivieron la conmoción de los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Las ciudades de agua son muestra de una poesía que se aproxima a los linderos de una poética cívica sin que ello la arrastrea la condición panfletera, es una poesía de la casi extinta ética, pues Zurita recrea en una extraña mezcla de la poesía en prosa una serie de vivencias que sin herrumbrarse en un sentido prosaico de las cosas, toma las cosas , la historia, su historia individual y nos canta sobre sus experiencias, dolores y clamores que cruzó su vida, en medio de las brutalidades a que fueron sometidos los chilenos y él mismo, durante la época de la dictadura de Pinochet. Yo fui apresado en Valparaíso pero eso no importa. Importa que necesito amor y estoy solo. Dice el poeta después de recobrar algunos recuerdos de sus padres y abuelos en una serie de poemas sobre un cielo que está arriba y está abajo. Hace memoria, sabe que la memoria es el arma y el origen de la poesía, recupera año por año, recuerdo por recuerdo, lo que nos hicieron, lo que les hicieron, era una carnicería, hasta todo lo que aconteció con pequeños tipos rotos en un pequeño país roto.
Este poeta ante la impotencia y la vergüenza comenzó a soñar. Comenzó a soñar historias para regalárselas a Kurosawa. Como sabiendo que las imágenes de un poeta solo son propias para un amante de las imágenes como el cineasta japonés. Nos enseña cómo las letras quedan pergeñadas de los residuos de la violencia del hombre contra el hombre, ante las cuales el poeta siempre tiene que responder con la profundidad y el coraje ético y estético que lo aleje del simple panfleto de denuncia, la poesía en su rebeldía siempre debe ser de mayor profundidad y un poeta como Zurita, atravesado por la violencia a que es sometido, en Las ciudades de agua, nos ofrece una muestra magistral.
A su lado, el narrador Roberto Bolaño, que me obliga a pensar en una lista sobre los diez libros más importantes de la primera década del milenio es una labor difícil, e incluirlo, de manera definitiva.
Sin lugar a dudas, en lengua española apareció con el milenio una novela que seguramente se comentará sobre sus cualidades durante algunos años, quizá más de lo que ahora se hace. Me refiero Los detectives salvajes (Anagrama, 1999) del escritor chileno Roberto Bolaños (1953-2003), obra con la que se consagró después de algunas obras, importantes pero no de tanta envergadura, pues en ella nos muestra el talento y capacidad para estructurar un narrativa novedosa, de la que Enrique Vila-Matas escribió: "Los detectives salvajes —vista así— sería una grieta que abre brechas por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio”. Esta historia montada entre la autobiografía, en ensayo crítico y la ficción, es una muestra inigualable de cómo se puede revisar el mundo que nos rodea a partir de lo que nos pasa de de la vida del falso ambiente literario nacional. Esta obra que despertó el morbo de los circulas literarios e inclusive el enojo de algunos de los escritores descritos fieramente en las páginas de esta memorable novela.
Por otra parte el autor de la impresionante novela mencionada, con Estrellas distante (1996, reeditada en 2007), hace eco con una historia entre escritores de poesía, donde uno de ellos muestra cuanta fragilidad emocional existe en ese mundo que generan los talleres de creación donde un fascista puede pasar por hombre de la vanguardia poética ante los ojos del narrador que con habilidad nos enfrenta al dilema entre el arte y la ética.
Ruiz-Tagle es, no tanto el impostor, como el hombre que observa en el arte una perversión natural que por más que lo presenten como un vanguardista que dibuja poema en el cielo, como el propio Zurita lo hizo en alguna ocasión. En 1982, su obra creativa da un nuevo paso con el poema La vida nueva, escrito en los cielos de New York usando como herramienta una avioneta que arrojaba humo. Esta creación estaba compuesta por quince frases de ocho kilómetros de largo, compuestas en su propio idioma. El trabajo fue registrado en vídeo por el artista Juan Downey. Solamente que aquí, parece ser una antípoda del poeta chileno, pues el otro era un miembro del la aviación del ejército chileno, al que Bolaño como detective, ficticio o real, persigue incasablemente a través de sus protagonistas para dar cuerpo a una historia, que es uno de los espacios donde aún la fiebre artística puede acabar con las perversiones que se hacen en su nombre. Con esta obra Bolaño continúa la secuela de su brillante investigación sobre "La literatura nazi en América" publicada en 1996. Estrella distante viene a ser la cristalización artística de ella.
En ambos casos, se abre esa, por momentos olvidada discusión, entre la ética, la creación y la vida misma. En ambos casos, se percibe la denuncia a ese doble flagelo de la hipocresía política de nuestro tiempo, que nos obliga a no perder de vista que los grandes terroristas son los norteamericanos y que sus íntimos políticos, es decir los nazis, aún viven y sueñan con el nuevo mundo. En ambos casos se muestra que la memoria histórica, por más que intenten anularlas, los nuevos fascistas y modernos dictadores, nunca podrán. La creación y crítica, son las armas con las que nunca podrán.