"(Mal)nombrado" poesía de Juan Le-Bert. Santiago, 2009. 191 págs.
Una arrasada iluminación
Por Raúl Zurita
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 15 de Noviembre de 2009
"Esta obra pareciera hablar desde el nacimiento de esa fisura donde las palabras y el mundo inician la larga deriva de su separación", escribe el autor de Purgatorio y La vida nueva sobre el libro Malnombrado , de Juan Le-Bert.
Planteados como una desgarradora bitácora de viaje en el que se unen registros de lugares, recuerdos, reflexiones, los 98 fragmentos que componen (Mal)nombrado de Juan Le-Bert constituyen una de las escrituras más poderosas, sorprendentes y extremas de hoy. Más cerca de Artaud o de Bataille que de aquellas obras que se definen sin resistencia bajo el subentendido de la literatura, este libro se ubica en esos espacios donde la división clásica de los géneros, artísticos, sexuales, literarios, borran sus fronteras, para hablarnos de una tensión central que relaciona una escritura con el espacio aleatorio de la vida.
Lo que se abre es un poema que va más allá del poema, que demuele el autoritarismo de la convención literaria para construir una experiencia ampliada, cuadrofónica por referirla de alguna manera, del hecho poético, como si lo que se estuviera registrando fuese el encuentro de la conciencia con el mundo. Ese encuentro es siempre nuevo, efectivamente no nos bañamos dos veces en el mismo río, y este libro se inicia mostrándonos, como en los poemas augurales de Pablo de Rokha, que en el mar de las escrituras, la tardía imposición de los signos ortográficos: el punto, la coma, los puntos suspensivos, los dos puntos, testifican la violencia extrema que la razón ejerce sobre lo real. Si esos signos están aquí reemplazados por los distintos espacios entre las palabras, es porque a diferencia de lo que la tradición ha querido mostrar, la escritura es la constatación de la fluidez de lo real, de su carácter caleidoscópico, de sus permanentes metamorfosis. Percibimos entonces que cada una de las descripciones, recuerdos, reflexiones que van sucediéndose en los 98 fragmentos, vuelve a reiterar ese instante inmemorial en que algo que después hemos insistido en llamar lo humano, decidió ver.
Esta obra pareciera hablar así desde el nacimiento de esa fisura donde las palabras y el mundo inician la larga deriva de su separación. Los fragmentos van mostrando una suerte de fotografía del instante inmediatamente posterior a aquella explosión original donde la experiencia y el lenguaje dejan de ser uno. La sensación es entonces la de estar recorriendo una trama en la cual la emergencia del pensamiento, vale decir, de ese magma de percepciones, recuerdos, vaticinios y momentos muertos que agrupamos sin más bajo la palabra pensamiento, y la escritura del pensamiento son hechos simultáneos. Los 98 fragmentos van creando así un recorrido que es permanentemente un regreso. Descubrimos entonces que un mundo no es sino la suma de sus infinitos regresos.
Las constataciones de (Mal)nombrado, los escenarios que comparecen, la concreción de sus emociones y pensamientos -aquí todo dice algo, nombra algo, jamás se cae en el vicio de la abstracción- su vastedad alucinante e íntima hacen que este libro recuerde a ratos a Rimbaud, no por el tono, sino por la panorámica de un alma pulverizada en las cosas, como si cada una de las palabras de Le-Bert fueran la prueba de un deterioro gigantesco, instalado en el corazón de las cosas, que horadan cualquier búsqueda de sentido. Si en Rimbaud se constataba el desacomodo radical con la experiencia vaticinando la crisis de todas las formas de representación, este libro confirma que esa crisis ha tomado las dimensiones de un cataclismo cuya característica más desorbitante es el derrumbe de las lenguas que hablamos. La contracara de ese derrumbe es el triunfo del lenguaje publicitario, es decir, el triunfo de aquel lenguaje donde ninguna palabra nombra lo que nombra, y que viene a consagrar el divorcio extremo de los significantes con los significados, de la escritura con el mundo, de las palabras con la vida. Pero al igual que en el poema de Rimbaud, (Mal)nombrado será capaz también de vislumbrar una nueva esperanza, un nuevo "la marcha de los pueblos, el canto de las estrellas, esclavos no maldigamos a la vida" que grita Rimbaud al anunciar en medio del infierno, el advenimiento de las resplandecientes ciudades, y que acá ha tomado la forma de una posible, hipotética resurrección: la resurrección del lenguaje. Es aquella tenue luz con que se cierra el libro: no hay luz del día/ sino la tenue luz que quedó inscrita desde las primeras impresiones/ lo quebrado/ la huella de los primeros dolores
Construida desde el abismo, esta escritura es en sí un testimonio de la posibilidad de volver a nombrar. Nuevamente lo extraordinario es lo concreto de sus percepciones: "la huella de los primeros dolores", como dice la última frase de este libro, uno de los más estremecedoramente singulares, fuertes, lúcidos, que nos pueden mostrar hoy las nuevas escrituras. En alguna parte de nuestro desvelo la escritura de (Mal)nombrado ha tomado la forma de nuestros sueños.