Zurita:
la expansión de una mirada
ALEJANDRO
TARRAB
El universo
se hincha.
Asistimos al resultado de una gigantesca explosión.
SEVERO
SARDUY
Pareciera
que desde la proyección de su primer libro, Purgatorio, la mirada
de Raúl Zurita ha estado en expansión. Como uno de los modelos
universales del big bang, en el que las galaxias se alejan unas de otras,
sin que les afecte la fuerza gravitatoria. Ante el desastre
del golpe militar en Chile, Zurita tuvo que buscar dimensiones más altas,
más distantes, que le otorgaran una nueva perspectiva de la violencia impuesta
por la dictadura. Para este momento, septiembre de 1973, Zurita tenía ya
una versión preliminar de Purgatorio; dos años más
tarde publicaría la sección “Áreas verdes” en la revista
Manuscritos y, seis años después (1979), la versión
final, a la que le haría sólo algunas modificaciones. En esta primera
publicación ya hay síntomas de esa visión expansiva: las
secuencias “El desierto de Atacama” y la propia “Áreas verdes”, dan muestra
de ello:
Han visto
extenderse esos pastos infinitos
donde las vacas huyendo desaparecen
reunidas....
ingrávidas.... delante de ellos?
La
geografía, mediante los vehículos de la alucinación y el
ensueño, tendieron este panorama, alejado gradualmente del yo para
tornarse en nosotros: los despojados, los sinnombre, chilenos, ciudadanos
del mundo. De manera progresiva, Zurita fue abarcando los cuatro elementos en
una visión cartográfica absoluta. Y podemos decir que la geografía
perfilada de Chile, con ecosistemas tan diversos, permitió que esto sucediera:
levantar un desierto hacia el azul, abrir una sinfónica con las aguas —aguas
quietas, ríos, glaciares—, poner en marcha las cordilleras… Separar todo
de su centro de crueldad, de la imagen saturada de imposición: la imagen
de un hombre encerrado con cientos de hombres en un barco, esperando el destino
que les dictaría el Estado. Para esta expresión fueron necesarios
actos de resistencia por todos los medios; testimonios de voluntad enunciados
desde la locura y el sueño, dos formas de propagación hacia la libertad.
Sabía
Ud. algo de las verdes áreas regidas por los vaqueros
y las blancas
áreas no regidas que las vacas huyendo dejan
compactas....
cerradas.... detrás de ellas?
I.
...... Esa área verde regida se intersecta
.........
con la primera área blanca no regida
II. ....
Ese cruce de áreas verdes y blancas se intersecta
..........
con la segunda área blanca no regida
III. ..
Las áreas verdes regidas y las blancas áreas no
..---..
regidas se siguen intersectando hasta acabarse las
.----...
áreas blancas no regidas
Sabía Ud. que ya sin áreas que
se intersecten comienzan a
cruzarse todos los símbolos entre sí
y que es Ud. ahora el
área blanca que huyendo las vacas dejan a merced
del área del
más allá de Ud. verde regida por los mismos
vaqueros locos?
En este poema
de “Áreas verdes” notamos claramente la tensión: lo verde es lo
sometido, el área de
cacería de estos vaqueros enloquecidos;
lo blanco, en cambio, es lo celeste, el espacio que dejan las vacas
tras su huida; en la intersección de estos espacios, de estos colores,
está dada la lucha. Este es el momento justo del big bang, el instante
del estallido, la búsqueda de esos “blancos espacios no regidos/ a través
de los blancos espacios de la muerte”. Zurita llevó al extremo estas imágenes
cuando en 1975, segundo año del golpe militar, se quemó la mejilla
con un hierro incandescente. La fotografía de esa herida fue la portada
de la primera edición de Purgatorio: el poeta se había tatuado
la imagen de esas llanuras —la geografía chilena—, de ese espacio en blanco
que debería pertenecernos. Más adelante en 1981 Zurita intentó
cegarse con amoniaco: una vez más estaba haciendo de su cuerpo una extensión
del paisaje. Había llevado el cielo hacia sus ojos. La ceguera —ahí
los ejemplos por antonomasia: Homero, Milton, Borges— no es implosiva; quien no
ve de alguna manera ve más allá.
La fuerza de propagación
de esa mirada se manifestó entonces más allá del papel. El
Grupo Experimental de Artaud, al cual perteneció también la narradora
Diamela Eltit, realizaba ejercicios y puestas en escena de textos de Antonin Artaud;
se trataba de representaciones que llevaban a niveles extremos la experiencia
de la lectura.
Gritar, eso era
lo único que hacíamos, gritar. En todo eso hay sin embargo una nota
[…] El lugar donde hacíamos esos ensayos era en el altillo del Centro de
Estudios Humanísticos […] más tarde se apropió de [él]
el ejército y fue el cuartel general de la DINA (Dirección de Inteligencia
Nacional). […] Fue a partir de entonces un lugar de tortura, de desaparecidos
y de muerte. Nosotros precedimos esos gritos, los inauguramos desde un terror
que otros iban a consumar. Eso dice más que cualquier cosa.(1)
Después seguiría el Colectivo Acciones
de Arte (CADA), un grupo interdisciplinario formado por Raúl Zurita, Diamela
Eltit, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells. Acciones como “Para
no morir de hambre en el arte”, en la que se repartían bolsas de medio
litro de leche en los barrios populares de Santiago, para después reutilizar
las bolsas como soportes de obras que se exhibirían en la Galería
Centro de la Imagen (acción que no puede dejar de dialogar con la serie
“Áreas verdes”), o “Ay Sudamérica” en la que se arrojaron 400 000
volantes desde seis avionetas en diferentes puntos de Santiago (el volante decía
entre otras cosas: “POR ESO HOY PROPONEMOS PARA CADA HOMBRE UN TRABAJO EN LA FELICIDAD,
QUE POR OTRA PARTE ES LA ÚNICA GRAN ASPIRACIÓN COLECTIVA/SU ÚNICO
DESGARRO/UN TRABAJO EN LA FELICIDAD, ESO ES. ‘NOSOTROS SOMOS ARTISTAS, PERO CADA
HOMBRE QUE TRABAJA POR LA AMPLIACIÓN, AUNQUE SEA MENTAL, DE SUS ESPACIOS
DE VIDA ES UN ARTISTA’”); estas acciones son en sí una necesidad y una
búsqueda por desmarcarse de ese centro de crueldad, pero a la vez, por
regresar a él, cargados de nuevas dimensiones, para ofrecer una resistencia.
Como pequeños big crunchs colapsándose hacia su centro, estas
acciones pretendían recordarles a los opresores su origen: todos somos
la misma materia. Irónicamente en la acción “Ay Sudamérica”
se lanzaban los volantes en paquetes amarrados; el viento y la gravedad deshacían
el fardo y los panfletos se esparcían hacia diferentes destinos. Uno de
estos paquetes no se desarmó y cayó literalmente como una pequeña
bomba “justo arriba de una comisaría […] Cuando nos bajamos de las avionetas
nos estaban esperando los carabineros. Pensamos que era el fin para nosotros”.(2)
La
poética de Zurita que siguió a esos años conservó
el carácter de dilatación, de extensión hacia los panoramas
de una geografía que continuaría mutilada. Anteparaíso
(1982), La vida nueva (1994) —en donde se reúnen los poemarios El
paraíso está vacío (1984), Canto a su amor desaparecido
(1985), El amor de Chile (1987) y Cantos de los ríos que
se aman (1993)— e INRI (2003), reafirman el sentido en que viaja esta
mirada: hacia un espacio de ninguna manera de olvido, sino de recuperación
de las formas. Al inicio de La vida nueva, por ejemplo, Zurita recupera
los sueños de varios pobladores de una inmensa toma de terrenos; gente
pobre que había “instalado ahí sus casuchas de cartón y plástico”.
Para Zurita, el testimonio de esos sueños nocturnos era la única
vía para redimir la derrota del sueño, en el sentido de anhelo terrenal.
Una vía pues para la liberación.
Con todo, el sentido de esa
línea que parecía propagarse hacia el infinito a empezado a curvarse,
a ver hacia sí misma. No es un regreso hacia el punto de origen, como si
esta figura de galaxias se contrajera en un big crunch irremediable. Se
trata de un cambio de rumbo, el inicio de un nuevo ciclo de la mirada. Una visión
feroz que se repliega, que se concentra en su propio latido. Los países
muertos es un poemario inédito que sólo visto la luz en pequeños
fragmentos (se publicó un adelanto en el periódico The Clinic),
el cual pertenece a un proyecto mucho más extenso, un libro que lleva el
nombre de su autor Zurita. El poemario Zurita, continuación
de La vida nueva, es “un ejercicio despiadado y para mí, en el límite.
Aunque el poema no es un confesionario, hay allí escenas muy dolorosas
de mi vida, de mi vida real, habladas sin ninguna compasión por mí
mismo”.
Entonces entrando
por la hendidura de las aguas se
vieron nuestros cuerpos palpándose
Como
pequeños botones de flores abriéndose poco a poco los
entreverados
miembros que la muerte nos pegó cuando morimos
y fue la muerte el tajo
del Pacífico
Se verá que
Zurita no abandona el curso de su viaje. Cargará todavía, como todo
aquél que retoma la fuerza del lenguaje, sus poemas muertos. Los llevará
a cuestas a través de varias geografías, como un legado para las
voces y los silencios que vienen. Seguramente menos despojados. Mirándose
de un modo mucho más profundo.
NOTAS
(1)
Véase la entrevista a Raúl
Zurita realizada por Robert Neustadt (Robert Neustadt, CADA DÍA: la
creación de un arte social, Edit. Cuarto Propio, Santiago, 2001).
(2)
Ibid., entrevista a Diamela Eltit.