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ZURITA, Raúl Zurita
Editorial Delirio, Salamanca, 2012

Juan Soros
Revista Nayagua, Nº 17, Fundación José Hierro, España, agosto del 2012

 



 

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752 páginas. No es una edición de “obras completas”. Tampoco es una extensa antología. Cuando se habla de “obra total” se suele deslizar el significado a “totalizadora” por la relación que tiene el concepto con Wagner y su grandilocuencia. El libro como formato tiene limitaciones materiales aunque los grandes autores de la modernidad, con Mallarmé como paradigma, han trabajando justamente en sus límites, llevando al extremo sus posibilidades, hacia el libro como obra de arte total. ZURITA es un ejemplo de ello.

Si los límites materiales del libro sólo pueden ser superados mediante el silencio o el vacío (la ausencia del libro, el libro quemado de la tradición talmúdica, etc.) es una característica de la poesía más crítica y relevante de este comienzo de siglo que no se lo considere como mero registro aurático de una “voz del poeta”, fijada y unívoca, sino como un espacio sobre todo visual donde las fronteras entre géneros y categorías se han disuelto y el texto se “lee” como una partitura, es decir, la obra se completa en el espacio del lector. La propuesta de ZURITA es al mismo tiempo compleja pero abierta, ofrecida, a ese lector para su interpretación. Compleja no significa difícil, compleja significa que combina múltiples estratos de sentido y de discursos artísticos. Algunos de ellos, en el plano formal, son la conciencia misma del libro como totalidad, el componente visual y la singularidad de la escritura misma.

Quizás lo más sorprendente, en el primer encuentro con ZURITA, es su portada. Los libros de Editorial Delirio se caracterizan por su cuidada propuesta de diseño pero en este caso se potencia por la intervención del autor. Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) no es un poeta que entregue un texto para ser volcado en una caja prefijada, interviene en todos los aspectos del libro. Además de la blanca sobriedad de la portada el texto sobre ella ya nos provoca reflexión e interés y orienta la propuesta de lectura de todo el conjunto. “ZURITA” es un adjetivo relacionado al color de tórtolas o palomas y, por metonimia, el nombre de las mismas. También es un apellido. También es el nombre de un escritor y también es un título. Este gesto, en su nivel más simple, la autoficcionalización del autor, es algo que se ha visto antes (el ejemplo paradigmático sería el René novela de 1802 de François-René de Chateaubriand). Sin embargo, semióticamente, este “umbral” del libro es fascinante por la superposición de dos elementos que nunca coinciden. El autor puede estar ausente, como en la Biblia, o puede repetirse su nombre en el título, gesto banal, pero su coincidencia es una manera de extremar las posibilidades discursivas de un elemento tan convencional como una portada. Al mismo tiempo, es un gesto que pone en juego el lugar del autor y de su discurso. Por un lado solipsista, por otro lado negándose como entidad de autoridad –la voz del poeta y su firma son aquí una ficción, el pacto autobiográfico queda desestabilizado– como quería Celan: “La poesía no se impone más, ella se expone”. Así, expuesto en la portada se nos ofrece el universo “ZURITA”, universo visual y textual, desplegado a lo largo de 752 páginas que no son una obra completa pero que sí son una mirada a toda una vida. Zurita narra su vida, sus sueños y sus visiones, es el relato de una vida y puede ser la de todos. Los chilenos que vivieron, como él, los traumáticos crímenes del levantamiento militar en Chile en 1973, fecha en torno a la que se organiza la estructura del libro, los que heredaron sus secuelas y quienes los van a conocer a través de estas páginas.También es el relato de los grandes fantasmas de nuestra cultura. Auschwitz, Hiroshima, las dictaduras latinoamericanas.

En cuanto a lo visual, ZURITA no es un libro ilustrado, incluye fotografías de proyectos plásticos íntimamente integrados en la concepción de libro como obra total. Además, rebasa los límites del libro ya que una de estas obras, la escritura del verso “ni pena ni miedo” a lo largo de tres kilómetros  en el desierto de Atacama (norte de Chile) es una obra permanente, que por sus dimensiones recuerda a trabajos del llamado “land-art”, pero que es mucho más compleja en cuanto es una obra de arte, un texto y forma parte de un libro.También el trabajo con caligramas no es un mero regreso espectral a la vanguardia sino una apropiación crítica de procedimientos que son parte de la tradición literaria.

Si no es usual que los “poetas” crucen la frontera del campo de los “artistas”, Zurita tampoco cede a las convenciones internas de la literatura. Entronca con una tradición incómoda de poetas que cultivan una escritura proliferante. Los poemas de Zurita cuestionan la normalización del poema lírico, breve, metafórico, alusivo y banalizado mediante de estrategias de escritura estandarizadas. Tanto por su volumen como por su propio discurso el libro en sí también se resiste a una lectura lineal, de principio a fin. ZURITA no relata lo sucedido en Chile en 1973. No es una crónica, pero es un libro altamente narrativo. Las obras con las que se puede comparar son las de Proust o Joyce, que a su vez han sido considerados largos “poemas en prosa”. Obras cumbre de un momento donde poesía y narrativa se rozaban en sus motivos y procedimientos. ZURITA reabre ese debate, nos hace plantearnos la idea de un transgénero literario para comprender un texto que no es ni un “poemario”, ni una “novela”. ZURITA es un libro total hecho de fragmentos, ahí radica su diferencia con los grandes relatos totalizadores. No pretende ser el gran relato de los vencidos ni de su revancha. Tampoco ser el relato completo de una vida. ZURITA es sobre todo un libro de memoria. Parcial y fragmentario, como la memoria, sueña, altera, delira. Todas estas formas de discurso están presentes en este texto. La memoria es una forma de entender el tiempo, la memoria del pasado es el duelo. La memoria del futuro, la utopía. Además el texto incluye fragmentos de sus anteriores libros, citados, injertados, como huellas del pasado pero no reescritos, son parte de la vida, no hay una finalidad de “mejorar” una obra anterior. Zurita reescribe en cuanto insiste. Son los mismos temas los que recorren toda su obra, el dolor, el duelo por los ausentes y una visión del amor humano como utopía de reconciliación, pero en constante evolución, cambio, matización y puesta en crisis. No se pueden resumir aquí. Quizás, a pesar del dolor que destilan libros como Purgatorio o el Canto a su amor desaparecido, este es el libro más ácido de Zurita, más complejo en su visión de mundo. Si el poeta nunca fue complaciente ni admitió la polarización reduccionista de los problemas, es en ZURITA donde la mirada crítica y despiadada se hace más aguda, incisiva, con sus pares y consigo mismo. Y sin embargo, este gesto no sólo no nos deja en la desesperanza sino que representa la manera más lúcida, desgarrada y honesta de proponer otra vez el viejo sueño de Dante, una vida nueva.




 

 

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