
         
        PRÓLOGO
        ZURITA ABRE EL 70: COLLARES DE FLORES QUE VAN A  TERMINAR EN INCINERADORES MODERNOS
        Raúl Zurita. El sermón de la montaña. Editorial  Cuneta, 2011
        Por Magda  Sepúlveda
         
         
        
 
.. .. .. .. .    
        El futuro tiene la propiedad de crear su pasado, sólo  desde ese más allá sabemos qué aspectos del pretérito adquieren el valor de  suceso o marca distintiva. El Sermón de la  montaña (1971), ópera prima del poeta Raúl Zurita, pasa hoy a formar parte  del pasado donde se inaugura la tradición zuritiana. El texto fue escrito en  1970 y publicado en 1971 en el número único de la revista Quijada, perteneciente al Centro de humanidades de la Universidad  técnica Federico Santa María, en Valparaíso, donde Zurita estudiaba ingeniería  civil (1967-1973), pero a cuyo lugar nunca volvió, tras el Golpe militar y  haber sido detenido en 1973.
          
          En El sermón de  la montaña están prefiguradas las características que acompañaran gran parte  de la obra del poeta, como asumir, en tanto lugar de enunciación, la voz del  testigo que padece el acontecer, a la manera de un mártir, el cual ha sufrido  en el cuerpo los acontecimientos, quedándole solo la voz, como articuladora de  su experiencia que vuelve colectiva. Asimismo, en El Sermón de la montaña, Zurita anticipa su afinidad con ciertas  estructuras versales propias del discurso religioso, donde la repetición  adquiere el carácter de un mantra que suspende al lector de su inmediato, para  hacerlo volver con un conocimiento otro. Y, otro atributo distintivo de la  escritura de este poeta está dada por el delirio que se apodera de parte de los  significantes del texto, representando el exterior con una  libido volcada hacia fuera y permitiendo que  sea la alucinación la figura desde el cual se construye y desconstruye el  sujeto zuritiano.
          
          Desde el título El  sermón de la montaña hay una osadía por parte del hablante, puesto que el  “yo” ocupa el lugar dado a Jesús en el Evangelio de San Mateo. El sermón  bíblico homónimo tiene el propósito de afirmar las leyes del Nuevo Testamento, entre  cuyas máximas Jesús indica: “Saben lo que se dijo a sus antepasados. No  matarás, el que mate deberá responder ante la injusticia. Yo les digo más,  cualquiera que se enoje contra su hermano comete un delito, y el que lo trate  como tonto merece responder ante el Tribunal supremo” (Mateo 5, 21). La buena  nueva pone afecto allí donde había violencia, propósito que se teje en  filigrana en el texto de Zurita. El hablante ocupa el  lugar de Jesús para producir un sermón sobre  el estado de miedo de la sociedad que crea ficcionalmente, donde “Cualquier  aviso puede asustarnos” o “creíste evitar el miedo subiéndote el cuello del  abrigo”. El miedo se vincula con el estado de delirio paranoico que el hablante,  en su heteroglosia, reproduce: “Mientras afuera nuevamente se empiezan a tomar  Petrogrado y la nieve adherida a las botas de los bolcheviques se derrite entre  las maquinarias del sueño y el Strangers in the night del cuarto vecino”. La  estrofa nos hace escuchar como eco el temor a ser invadido por los rusos,  propio de la época de la Guerra fría y que se acentúa en Chile, donde al decir  de Carlos Franz el  miedo es un  sentimiento nacionalizado. En La muralla  enterrada, Franz nos recuerda una serie de novelas donde se relatan  invasiones, especialmente de los sectores populares sobre el centro de la  ciudad y los barrios pudientes: “Nuestra  ciudad-sociedad- amurallada confiesa en su literatura urbana uno de sus más  atávicos temores, quizá una de las piedras sobre la cual fundamos su coherencia:  el temor a la invasión. El chilenísimo miedo a los demás” (75). El hablante se  adueña de esas voces paranoicas y las reproduce en todo su delirio. 
          
          Lo original de la voz de Zurita es que da vuelta el  miedo cliché a Rusia, situándonos a nosotros como invasores de ese país:  “Invadiendo ininterrumpidamente la misma Rusia que nadie conoce en la micro  llena”, “Como si fuera poca toda la nieve que ha caído en Rusia”.  El texto recalca nuestra condición de  extraños que creamos una fantasía sobre otro y desde allí somos intrusos. El  sermón es entonces una advertencia y una sátira sobre la paranoia del miedo a  ser invadidos. La persona textual recurre a recomendaciones, parte  característica del sermón, y que en este caso son consejos para no participar  del miedo, tales como “es preciso seguir teniendo cuidado   en todas partes hay una inscripción para  abrir lentamente las puertas del infierno”. A las recomendaciones se suma otra  característica del sermón, las revelaciones o las imágenes alucinadas, que en  este poema están conformadas en el poema por la participación de los márgenes  en el centro de la ciudad, donde  “vagabundos pálidos que perduran a la noche  esquivando los faroles con insignias”, “desde las veredas orinadas hasta la  marcha fúnebre de los retretes sobre las baldosas y prostíbulos con amplia  capacidad de amor a la bolchevique o a lo cristiano”. Todas estas imágenes  alucinadas crean una ciudad donde los movimientos de diversas capas sociales  atraviesan territorios que antes permanecían amurallados. 
          
          El sermón antimiedo que produce Zurita tiene la  particularidad de ser un sermón pop. El rock y el impacto de los medios de  comunicación masivos son parte de los significantes con que trabaja este texto. En  ese universo simbólico se establece quien habla y comunica su  pertenencia a la “juventud del baile”, de las  “guitarras eléctricas”, de “enormes motos negras”, al amor de Julia, una  chica que “ya empezaba a amar a Sean  Connery”. Reconocerse en la masa, “juventud del baile”, y en el consumo de  productos masivos, música y cine, son gestos por los cuales el artista pop  afirma su cercanía y su resquemor con estos objetos que participan del  fetichismo de la mercancía. La distancia la marca el hablante cuando anuncia un  nuevo predominio, el capitalismo industrial e inflacionario: “Yo no creo en la  resurrección de la carne  porque los  únicos que resucitan siempre son la plusvalía y el comercio”. El uso reiterado  del “yo no creo” o  “Dios no ve” traza  la  lejanía con la posibilidad de unas  nuevas tablas de Moisés, el hablante sólo crea literariamente una sociedad  dominada por el dinero y el miedo. Zurita   se adelanta al imaginar el lugar de la voz de Jesuscristo en relación al  pop, puesto que la ópera rock Jesucristo  superstar  se estrena en 1971 en Broadway por primera vez y Sermones y prédicas del Cristo del Elqui de Nicanor Parra es de 1977. Cierto pop de los 70, de la música y el cine,  comienza a construir ese miedo que median los medios, una de sus creaciones era  el temor a la guerra nuclear. 
          
  El trabajo retórico con  el miedo que emprende El sermón de la  montaña no crea sólo la imagen alucinada de la invasión a  Rusia, sino una destrucción apocalíptica de la  humanidad. Así, los versos usan significantes del cine para decir el imaginario  catastrófico de la guerra nuclear, “caen   caen  caen   bombas”, “V2”, “alarmas antiaéreas” y la  carrera espacial, “Apolo”. La sensación de vértigo que provocan todos estos  miedos encuentra su expresión en la serie agolpada de imágenes que estructuran  cada verso, formando un collage caótico de mundos que se agolpan desordenada y  furiosamente. La polifonía de discursos que integran y son referidos en este  texto no conviven armónicamente, sino que forman parte de la situación  apocalíptica: “La swástica o los emblemas de paz sobre la camisa y tus paseos  Julia con cadetes    La Internacional el  América bella o el Deustchland bajo las curiosísimas águilas garabateadas en  los baños”. Todo se homologa bajo la lógica del comercio y del miedo: “Cuando  en 1970 d.c ningún futuro de concordias podría semejar algo en la uniformidad  del tiempo y cuando la ciudad (se) suicida de bruces”. La polimorfia de  discursos crea un Chile “sin vista”, imagen que se repite logrando intensidad  en el poema y que encontrará un desenlace fatal en las vendas de los torturados  tras el Golpe militar y en el siguiente libro del poeta,  Purgatorio (1979), cuya  imagen de portada es la  fotografía del rostro del autor tras haberse quemado la cara con un fierro  candente.   Este paratexto espejea los  apremios físicos de los detenidos políticos, trazando una línea de continuidad  con la acción de derramarse amoniaco puro en los ojos (1980), asunto con el que  dialoga en su libro Anteparaíso de  1982.
  
  El Chile sin vista está  siendo construido, según El Sermón de la  montaña, por todos los discursos modernos presentes en el escenario  nacional, ya sea la swástica o “arriba los pobres del mundo”, en tanto cada uno  de estos metarrelatos define a otra parte de la comunidad como amenazante para  su proyecto, asunto del cual discrepa esta voz zuritiana. La reiteración en el  poema de la “ruina de la historia” y la mención constante al baño configura la  idea del desecho como central en este texto, donde el residuo termina siendo  una colectividad humana considerada como residuo que se debe eliminar. El  holocausto y el baño están ligados por la  orden nazi: vayan a darse un baño. Pero de esas duchas salió gas. Desde ahí se  vuelve imposible la resurrección de la carne, como dice este Jesús zuritiano:  “Yo no creo en la resurrección de la carne    creo en el comercio”. Al contrario, esa modernidad que diseña formas de  convivencia donde los residuos o lo indeseable pueden ser seres humanos, es la  entrada al infierno. Los versos “Por mí se va a la ciudad doliente / Por mí se  va al eterno sufrimiento / por mí se va a la gente condenada”, pertenecen a la  Divina Comedia y forman una cita textual de El  Sermón de la Montaña. La cita nos ayuda a entender cómo en este texto la  ingeniería social que propugnan los relatos modernos se transforma en el  holocausto.
         Toda esta juventud rockera y hippie terminará:  “La infancia y sus collares de flores que corriendo    corriendo van a terminar a los  incineradores modernos (a) esas cámaras donde un pelo liso y rubio entona con  un pelo negro y rizado el himno completo de la fraternidad entre razas/ Arriba  los pobres del mundo …/ Arriba   arriba a  la nieve que sigue y sigue cayendo en Rusia”. Zurita augura en estos versos el  fin del mundo de los años 60, adelantándose a lo que sucedería tres años  después, en 1973, y con ello, abre el mundo simbólico y poético de los ‘70.