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Raúl Zurita:
“La poesía no tiene absolutamente ninguna otra posibilidad que la de ser extraordinaria”

Por Demian Paredes
@demian_paredes
Publicado en http://www.laizquierdadiario.com/ 27 de agosto de 2016

 


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Poco antes de que saliera de viaje hacia la Argentina –donde, entre otras actividades, tocó con la banda de rock González y Los Asistentes el pasado sábado 20 de agosto, en el Centro Cultural MATTA-Embajada de Chile en Argentina–, tuvimos esta conversación-entrevista con el poeta chileno Raúl Zurita, vía e-mail. Autor de libros fundamentales como PurgatorioAnteparaísoCanto a su amor desaparecidoINRI –libro que tiene edición local con Mansalva– y el monumental Zurita, el escritor –también autor de la novela El día más blanco– ha trabajado, desde la década de 1970, en el dolor de las masacres y genocidios de nuestra época, y en particular en el de la dictadura de Pinochet, que además lo incluyó a él entre sus víctimas directas: Zurita fue encarcelado y torturado.

Integrante del Colectivo de Acciones de Arte (CADA), parte de lo que se conoció, según ha historizado en sus trabajos Nelly Richard, como la Escena de Avanzada –un agrupamiento amplio de artistas que actuaba bajo la dictadura, del cual la misma Richard fue parte–, Zurita habla aquí –en una charla tan aguda como amplia en sus temáticas– del “sentido de existencia” del arte y de la poesía, de otras obras y autores de América Latina y de Europa (Joyce, Hackl, Bernhard, Bolaño, Guimarães Rosa, entre otros), y, también, de algún libro suyo.

Maestro Zurita, en primer lugar quiero que se refiera a la reciente recepción del Premio iberoamericano de poesía “Pablo Neruda”. Usted dio allí  un discurso “fuerte”, intenso, planteando entre otras cosas cómo la poesía, que debería ser “celebración de la vida” tuvo que, por las dictaduras latinoamericanas que acontecieron en los 70, también “retratar la desgracia”. Pareciera que los últimos genocidios en esta parte sur del continente se mantienen como una “fuente” de (dolorosa) “inspiración” para los artistas, tanto en la literatura y en la poesía, como en las demás artes (cine, fotografía…).
Agradezco el premio que usted menciona, pero lo agradezco con vergüenza. Todo lo que llamamos arte no son sino escombros, triturados pedazos de carne que como pájaros carroñeros, incontables bandadas de pintores, escritores, músicos, recogen poniéndoles sus nombres sin saber que son los restos de una batalla infinitamente perdida. La tarea no era ser artistas; era hacer del mundo una obra maestra y los millones y millones de novelas, de poemas, de partituras, pinturas, esculturas, murales, dramas, que repletan los anaqueles de las bibliotecas y las librerías, los muros de los museos y de las galerías de arte, las salas de conciertos, los e-books, son la muestras de esa infinita derrota. Yo no hubiese querido escribir poemas, lo que yo hubiese querido es que no existiesen gran parte de las razones que llevan a los seres humanos a escribir poemas. No me siento orgulloso de haber escrito Canto a su amor desaparecido, no me siento orgulloso de haber escrito INRI, me sentiría orgulloso si no los hubiese jamás escrito. Hay un poema que es absolutamente superior a La Ilíada y es que La Ilíada nunca hubiese existido porque eso significaría que los extremos de la violencia y de la locura de los que ese poema tuvo que dar cuenta nunca sucedieron.

Este premio fue recibido el año pasado por el brasileño Augusto de Campos. Aprovecho para preguntarle qué le parece la poesía concreta, y si lee poetas brasileños.
Cómo no admirar la poesía brasileña, su libertad formal, su variedad, ese universo que va desde el imponente Drummond de Andrade, desde  Morte e vida Severina  de Cabral de Melo Neto y Poema Sujo de Ferreira Gullar, hasta las últimas obras de Augusto de Campos, que van mucho más allá de la poesía concreta con la que yo no creo tener mayor relación. Ellos creyeron hacer una poesía material y la verdad es que nunca superaron la gráfica. La gran contradicción de la poesía concreta es que no es concreta. Si fuera concreta no estaría sobre papeles, sino sobre las cumbres de Los Andes. Cuando conocí a Haroldo de Campos se lo quise decir, pero era alguien tan generoso y amable, que no lo hice. Pero lo que determinó mi relación con la poesía brasileña no fue la poesía en el sentido usual del término, sino leer el Gran Sertón: Veredas de Guimarães Rosa. Es una de esas obras que sobrepasan la división de los cementerios literarios y suena ridícula confinarla a la estrechez de nuestras clasificaciones. Guimarães le pertenece al gran océano de las hablas humanas del cual todo surge y al cual todo vuelve. Esa sensación de enfrentarte a algo que excede lo humano, algo que es anterior e innombrable, y que se manifiesta de un modo no calculado, que no obedece a nada sino a su propio deseo de ser, es lo que me maravilla y me aterra de obras como el Gran Sertón. Libros como ese, si llegas a leerlo, no sales del mismo modo que entraste. ElSertón es el gran poema y la gran novela de la literatura brasileña y resulta difícil confrontarse con las medidas que pone.

Usted tiene una participación en la última película de Patricio Guzmán, la bellísima El botón de nácar, estrenada en 2015. Pareciera que hay cierta coincidencia en los motivos de ustedes dos, respecto a ligar poética, líricamente, las inmensas bellezas naturales con el horror de las antiguas matanzas y el de las “modernas” dictaduras.
Admiro a Patricio Guzmán. Los paisajes son inmensos telones en blanco que nuestro paso por la vida va llenando. Los Andes, el océano, las selvas y desiertos, están sucios de nuestros ojos, de nuestras miradas, y en ellos están proyectados, infinitamente más que en todos los monumentos construidos por la historia, la tragedia, la bondad, la desgracia y la esperanza humana. No esculpimos la Pietá  ni construimos la bóveda de San Pedro, pero son nuestras miradas, su terror y espanto, su amor y dulzura, las que sumadas una a una levantan los contornos imponentes de los Andes y las rompientes del Pacífico. Miles de cuerpos fueron arrojados al mar, tenemos ustedes y nosotros esa horrorosa historia común, he querido creer que el mar son nuestros ojos y que nuestras miradas los acompañan. He querido creer que hay un dios del mar y que ese dios tiene nuestros ojos.

Me interesa hablar de Zurita, su magna obra de casi 800 páginas. ¿Se la puede considerar como una especie de summa de gran parte de sus temáticas poéticas fundamentales?
Uno es un muy mal comentarista de mí mismo pero qué diablos, intentaré contestarle. Una vez respondí que las únicas obras que me importaban eran las obras totales. Era mi reacción, sin duda exagerada, contra la mistificación del fragmento, ese lugar común que afirma que el derrumbe de los socialismos reales y el fin de las utopías hacen imposibles los megarrelatos y toda pretensión de totalidad, no sin darle una justificación a una claudicación artística enorme. ¿Imposible? ¿y por qué? ¿no será exactamente lo contrario? No vivimos fragmentariamente, feliz o dolorosamente no podemos experimentar nuestras vidas sino como una totalidad: naces, cometes los errores que te corresponden, te crucifican y en un instante dirás, al igual que todos los seres humanos que han pisado la faz de la tierra: “padre, padre, por qué me has abandonado”, tienes tus tres noches en el sepulcro, por una única vez conoces la resurrección y finalmente te ocurrirá algo tan absolutamente alucinante como es morirte. Una obra o es el correlato de eso o no es. Lo es Pedro Páramo, lo es Ulises, lo es el cuento “La tercera margen del río”, de Guimarães, lo es el  Gran Sertón, lo es Alturas de Macchu Picchu, lo es Cien años de soledad, lo es el “Poema conjetural” de Borges.

También hay en Zurita una suerte de conexión, de ligazón con las catástrofes del mundo, por ejemplo la bomba atómica en Japón y la guerra en Europa. Pienso en autores como Sebald, Thomas Bernhard y Peter Handke (y por supuesto también Günter Grass –aunque con otra “espesura” y “modos” literarios–). ¿Tiene o siente usted alguna afinidad con alguno de estos escritores?
Entiendo, pero lo importante no es el tema, es el tono. Es lo que diferencia para mí a Thomas Bernhard de Peter Handke y de un autor que admiro: Erich Hackl. Leí la saga autobiográfica de Bernhard y aunque es un gran escritor tuve la sensación de que escribía como si la famosa frase sobre la imposibilidad de la poesía después de Auschwitz de Adorno le estuviera pidiendo cuentas. La lectura de Handke en cambio me marcó la vida. Fue Kaspar, lo leí a los 18 años y fue lo más próximo a un rito de iniciación, volví a encontrarme con Handke en esa película de Wenders  El cielo sobre Berlín  cuyo guión es de él. Los diálogos de esa película se cuentan entre lo más bello que he leído en mi vida. Me sucedió algo similar veintiséis años después, el 2004, cuando en Tampico, México, escuché a Erich Hackl leer fragmentos de Una boda en Auschwitz. El comienzo de ese libro simplemente me liquidó y podría transcribirlo de memoria:

“Esta noche soñaré con Rudi Friemel. Tendrá la cara blanca como la cera los ojos muy abiertos, como si se hubiese dado un susto de muerte. Llevará un pantalón de presidiario, a rayas y de tela fina, tapándole los sabañones, y una camisa blanca con bordado de rosal. Un regalo, ¿de quién? Sonreirá como siempre sonreía. Veré el hoyuelo en su mentón. Dirá: Todos me han olvidado, las mujeres, los amigos, los camaradas. Tonterías, diré yo”.

Es el tono, ese “esta noche soñaré con Rudi Friemel”, una frase así es decisiva, es tan decisiva como la Trilogía de Danzig de Günther Grass. Me has nombrado novelistas, yo creo que la única diferencia de la poesía con la novela es que la poesía no tiene absolutamente ninguna otra posibilidad que la de ser extraordinaria, o sino por qué la vas a leer, mientras una novela puede ser mala y a la vez ser extraordinaria, incluso ser la gran novela de su tiempo y de su época, un caso célebre es Rayuela, un caso más cercano es 2666. No he leído a Sebald.

Se puede decir que hay algo en Zurita “de inspiración joyceana” (una voz, una conciencia, recorre un determinado lapso de tiempo). Le pregunto entonces por James Joyce, a propósito de esto, y de las apariciones (¿de lecturas?) dentro del libro (por ejemplo la referencia al Finnegans Wake que hay).
Solo una cosa te puede influir más que un libro que has leído; un libro que no has leído. Eso es el Finnegans Wake para mí. No me tomó diecisiete años leerlo, me bastaron tres datos y mi enamoramiento fue inmediato. Cuando Joyce reescribe La Odisea mostrando que lo mítico no es el viaje de retorno de Odiseo a Ítaca sino la travesía de cualquier ser humano regresando a la casa de la que salió en la mañana, le da un nuevo sentido a 2.800 años de literatura. Lo increíble es que después de ese colosal registro de un día común, el libro termine con ese “sí” final, con ese “and yes I said yes I will yes”, que es el sí del día a la noche que se abre y que esa noche que se abre sea el Finnegans Wake. Porque si Ulises es su libro diurno, el Finnegans Wake es su libro nocturno y la sola idea de cerrar el ciclo de un día y a la vez mostrar que en esas 24 horas está contenida toda la memoria humana es de tal magnitud, es tan condenadamente imposible, que me hace llorar. Me hace llorar el que un simple tipo como yo, o como cualquiera, sin más armas que el arrojo, sin más armas que la insignificancia de su genio, haya intentado reconstruir una noche y un día de otro cualquiera, o sea, de ese amasijo de babas y sangre, de violencia y ternura, de desaprovechada maldad y desaprovechada bondad, que es otro cualquiera, que sale de su casa, que toma un bus, que responde, como lo estoy haciendo yo, una entrevista y que no sabe, quién podría saberlo, si sobrevivirá a esa travesía, si volverá a acostarse en la misma cama de la que se ha levantado. La escritura de Joyce abre una esperanza de que en este montón de escombros, de ruinas, de restos, que es el arte, pueda encontrarse a Dios.

Otra mención (y diálogo con sus obras, especialmente con 2666 y con Estrella distante) es la de Roberto Bolaño. Quería saber su parecer respecto a esos libros.
La nuestra ha sido una relación póstuma. Él tomó mi poema escrito en el cielo en 1982 en Estrella distante. No creo para nada en la propiedad sobre la creación artística y el hecho me entusiasmó mucho y corrí a comprar el libro para ver cómo lo había solucionado él. Fue una desilusión; Bolaño no tenía la menor idea, para escribir sus frases en el cielo se necesitaban cinco aviones, no uno, y además las frases eran obvias, sin tensión, donde yo ponía “Mi Dios es Hambre”, él ponía “La muerte es limpieza”, una lata. Bueno, se sabe que la primera pasión de Roberto Bolaño era la poesía en la que no era bueno y él lo sabía, no quiero decir nada especial con esto, William Faulkner era peor y William Faulkner llegó a ser William Faulkner, como Roberto Bolaño llegó a ser Roberto Bolaño. Solo que si no eres un buen poeta y eso te importa, no tienes muchas opciones: o te llenas de frustración y resentimiento o escribes The Sound and the Fury. Bolaño escribió 2666, esa novela cumbre de nuestro tiempo, que carga con una falla central sin solución intermedia: o le sobraron ochocientas páginas o le faltaron ochocientas páginas, pero de la que igual sales boqueando. Mientras escribía Zurita me vi muchas veces pensando en él. Se fascinó con Nicanor Parra, pero al que le copió fue a mí. Bolaño acuñó su famoso Literatura + enfermedad = enfermedad. Pero es una fórmula equivocada: Literatura + enfermedad = muerte, como el mismo Bolaño no podría ahora más que corroborar. Salvo uno o dos españoles, sus amigos escritores eran de una mediocridad irreparable que no ha cesado de crecer con los años. Una lástima, está muerto y no alcanzó a leer mi libro. La vida y la muerte son azarosas y me consuela el que yo haya alcanzado a leer el suyo.

Le pregunto respecto a la poesía argentina. ¿Qué le parece la poesía de Borges?
Sí, Borges, Borges. Lo que le impide a Borges ser Borges es ser demasiado borgeano. Su obra es un ejercicio extremo, brillante, insuperable de seducción. Su manejo de los adjetivos es magistral: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”, ese “unánime”, es simplemente increíble, quién se podría resistir. Los ejemplos son infinitos: “Bienaventurados los que no padecen de sed de justicia porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar que es inescrutable”, ¿se puede superar ese “adversa o piadosa”? Sí, Borges puede: es ahora la “deleznable calaña”. La frase no está escrita, está esculpida: “se juntaba con prostitutas, poetas y otras gentes de deleznable calaña”. Borges es el máximo seductor de la literatura del siglo XX y su límite es el límite de todos los seductores: son prisioneros de su cinismo. Es lo que lo aparta de la literatura mayor. A diferencia de los grandes autores, Dostoievski, Kafka, Proust, Joyce, Faulkner, César Vallejo, que agonizan en sus escrituras, y uno al leerlos agoniza con ellos, con Borges sucede lo que suele suceder con los súper dotados; fascina pero no duele. Pero lo impresionante no es eso; lo impresionante es que ese narciso, frívolo y ciego hombre de derechas, escribió parte de los más extraordinarios poemas de nuestro tiempo. Lo impresionante es que Borges es también Borges.

¿Y la poesía de Juan Gelman? ¿Y la de Leónidas Lamborghini? También, le pregunto si ha leído a poetas argentinos más jóvenes, y qué le han parecido.
Gran parte de la mejor poesía argentina es cantada: está en las vidalas, en el tango y en el rock argentino. En realidad no hay diferencias, un poema debe ser a lo menos tan emocionante como “Nos siguen pegando debajo” de Charly García ni menos conmovedor que esta vidala:

A esta cajita que toco
Viditay
Solo le faltan los ojos
Solo le faltan los ojos
Pa’ acompañarme a llorar
Vidalitay

No conozco muchos más ejemplos en la poesía del siglo XX que alcance una intensidad semejante. Le debemos a las humildes vidalas la máxima expresión del desgarro, de la soledad, como si quisieran decirnos que somos seres ínfimos cuya única grandeza es la magnitud de nuestro dolor. Al lado de esa vidala está el tango que nos da la última gran imagen de la virilidad que todavía tiene algo que decir. Ojo; virilidad, no machismo. Una virilidad existencial, dolorosa, finalmente estoica, que se hace presente incluso en la humillación o en el ruego, sin el cual serían inexplicables los grandes poemas de Borges como “Two English Poems”, el “Poema conjetural”, y ese “Qué será Buenos Aires” donde Julio César Dabove, imagino su voz, está diciendo “que el peor pecado que puede cometer un hombre es engendrar un hijo y sentenciarlo a esta vida espantosa”.

Hay dos versos más, son de Cátulo Castillo y se cuentan, como en muchas letras de Jesús Santos Discépolo y de Homero Manzi, entre los versos más poderosos del desolado arte del siglo XX:

De tanto andar sobrándole a las cosas
prendido en un final falló la vida.

Es increíble, esa es la gran poesía argentina. Toda la literatura del siglo XX está condensada allí comenzando por Kafka. Eso es el cine de Bergman, eso es Sartre, eso es El extranjero de Camus, eso es Beckett. No puedo resistir la tentación de glosarlo, es una escena real: la cordillera había amanecido completamente nevada como sucede siempre después de las lluvias y su blancura se iba recortando contra el azul oscuro del cielo con una exactitud milimétrica, exacta, otorgándole al día la luminosidad de lo perfecto. Todo estaba bien; el cielo, la nieve, la luz, cada cosa encajaba a la perfección con cada cosa. Solo yo estaba de más. Me acababa de separar, era plena dictadura y mi vida rebotaba contra las cosas, sobraba.

En su lado perverso el tango fue fatal, simplemente arruinó a una buena parte de los poetas cuyos poemas –y es un reproche común que desde afuera se le hace a la poesía argentina– parecen tangos echados a perder, pero cuando no los liquidó, los elevó sobre sí mismos hasta lo proverbial como los citados poemas de Borges o el extraordinario “Carta a mi madre” de Juan Gelman lo muestran de un modo superlativo. Por convicción no me gusta [Carlos] Gorostiza y por limitación, seguro mía, no logro apreciar a Lamborghini, sí a su hermano Osvaldo, nuestro Antonin Artaud criollo, cuyo “Teatro proletario de cámara”, pude ver en el MACBA de Barcelona; son miles de páginas, de dibujos, de proclamas políticas, de fotos sacadas de la pornografía, es un mazazo, es alucinante. Juan Gelman, Viel Temperley, Alejandra Pizarnik, Osvaldo Lamborghini, Mercedes Roffé y, más reciente, Cecilia Romana y muchos maravillosos poetas de Rosario, de Salta, de Tucumán, completan mi panteón privado de la poesía argentina. Comienza con el Martín Fierro de Hernández, termina con otros dos poemas inmortales: “Me verás caer”, de Cerati y “Poesía civil” de Sergio Raimondi.

Le pregunto lo mismo respecto a su país: ¿qué le parecen las nuevas generaciones de poetas en Chile? ¿Quiere destacar algún libro o autor/a?
De las provincias del castellano la poesía chilena es posiblemente la más radical y poetas como Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Nicanor Parra constituyen un universo de una potencia mayor. Pero por sobre todos ellos está Violeta Parra, ella es nuestra Shakespeare. Sus poemas, son cantados, sobrepasan con creces las fronteras de los llamados géneros artísticos; música, artes visuales, literatura, mostrándonos en cambio un arte total en el cual están contenidas todos los sentimientos y emociones humanas y donde está escenificada su vida y su muerte. Solo Neruda en sus grandes poemas, “Galope muerto”, “Walking around”, “Alturas de Macchu Picchu”, alcanza una altura semejante.

Y ligado a esto, usted tuvo la experiencia de grabar un disco con la banda de rock González y Los Asistentes: Desiertos de amor, de 2011. ¿Cómo fue esa experiencia de sumar a la poesía música, de generarla bajo otro “formato”, por así decir?
No ando buscando nuevos formatos, es lo que menos me importa. Lo que me importa es hacer aquello que necesito imperiosa, urgente, desesperadamente hacer, y eso encontrará solo su formato. Yo escribo, mi matriz es la palabra, la forma que eso tome, la pertenencia, la autoría, la propiedad de lo que hago es irrelevante, todo es de todos, la página, el cielo, la tierra, los acantilados frente al mar, todo es un plagio de todo. Lo único que diferencia a un gran escritor de un mal escritor es que el gran escritor plagia todo lo que se debe plagiar y el mal escritor plagia todo menos lo que se debe plagiar. Desde el 2008 he venido haciendo recitales con la banda.

Una última pregunta, sobre sus próximos planes: ¿hay nuevos libros para publicarse, futuras escrituras a hacerse (en algún sitio que no sea una hoja de papel)?
Desde 1982 he hecho intervenciones en el paisaje, espero concluir el proyecto de proyectar mi poema “Verás” sobre los gigantes acantilados de la costa norte de Chile. Son 22 frases que son como las cosas que verá un ser humano en su paso sobre la tierra. La frases se comenzarán a proyectar al atardecer y solo podrán leerse desde el mar. La primera es “Verás un mar de piedras”, la última es “Y llorarás” que cruzará la noche y se irá apagando en la medida que amanece hasta desaparecer con la luz del nuevo día. Si he intentado trabajar con mi vida, debo trabajar también con mi muerte. Cuando todo se acabe solo quedará el sonido del mar.

 

Fotografía superior: Jorge Brantmayer



 

 

 

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Raúl Zurita:
“La poesía no tiene absolutamente ninguna otra posibilidad que la de ser extraordinaria”
Por Demian Paredes
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