"Hace ya muchos años que no surgía en Chile una voz poética del calibre, grandeza y originalidad de Raúl Zurita", sentenció hace algunas semanas el crítico Ignacio Valente en su crónica literaria dominical de El Mercurio. Los adjetivos de "deslumbrante", "enorme", "dantesca", "asombrosa"... poblaron sus dos columnas sobre la obra de este joven vate (30 años), convirtiéndolas en un verdadero panegírico.
La reacción no se hizo esperar. A los pocos días, una carta al mismo diario del poeta Fernando de la Lastra, discrepaba del comentario "tanto en su forma como en el fondo", arguyendo que la obra de Zurita era sólo un aporte más —"interesante"— al panorama poético chileno y que el crítico no guardaba las proporciones al compararlo con los "grandes de la poesía". Más adelante añadía otros juicios —que no es el caso comentar— sobre la labor de Valente, concluyendo que éste había omitido en sus páginas toda una pléyade de grandes autores poéticos chilenos.
Pero más allá de la polémica, lo que verdaderamente interesa al público es la obra y el autor que están en juicio. ¿Es verdaderamente Zurita un talento excepcional? ¿Cuales son sus principales aportes al panorama poético chileno? ¿Está solo en esta búsqueda? ¿Cuál es su raigambre? QUE PASA consultó a dos poetas —Jaime Quezada y Floridor Pérez— para conocer su opinión al respecto, dejando la puerta abierta para profundizar más en el tema. de fotografías que corresponden a su poema.
Zurita, ingeniero civil de la Universidad de Valparaíso, ha publicado hasta el momento dos vastos libros: Purgatorio (Editorial Universitaria), en 1979, y el actual Anteparaíso, (Editores Asociados). Su poesía, para varias relecturas, trasunta una experiencia humana intensísima, de amor y de dolor —de hecho, intentó cegar sus ojos echándose amoniaco puro en un acto poético— y es un convencido que "vida, literatura, arte y situación se entremezclan y borran sus fronteras". Anteparaíso, por ejemplo, se inicia y termina con una serie de fotografías que corresponden a su poema La vida nueva, realizado el 2 de junio de 1982 sobre el cielo de Nueva York. Cada uno de sus versos —"Mi Dios es hambre... Mi amor de Dios", como alfa y omega— fueron ejecutados desde aviones y midieron entre 7 y 9 kilómetros.
¿Mundo asolado o en redención?
Para Valente, Zurita trabaja en las fronteras mismas del lenguaje y ha revolucionado la sintaxis y la imaginería, creando un particular surrealismo. "El esquema típico de cada poema delata la formación matemática y científica del autor: sienta una especie de axioma o teorema acerca del mar, la cordillera o el pastizal, y lo desarrolla en forma de hipótesis múltiples y numeradas que se enlazan, se contradicen, se confirman, con la lógica interna de una alucinación". Cataloga su obra como una poesía de la inteligencia y de la lucidez, que se inscribe dentro del esquema "Inferno-Purgatorio-Paradiso" del Dante, y carente de influjos y genealogías; sólo reconoce cierto parentesco con Parra y Huidobro. A su juicio, "la redención por amor" sería el tema profundo de ella y concluye que la visión de Chile de Zurita es... "¡la copia feliz del Edén!".
Jaime Quezada, poeta y crítico literario, considera que "aun siendo su obra importante e impactante, Zurita no es el único. Lo que ocurre es que Zurita trabaja con mucho oficio y talento en una corriente en que están también Juan Luis Martínez, Ronald Kay, Gonzalo Muñoz, Carlos Cociña y otros. Es decir, en Chile existe una verdadera línea escritural en este sentido, que utiliza lo coloquial, lo monologante y los textos visuales, que Zurita sabe hacer muy bien. Y este saber hacer muy bien rompe las barreras de la poesía para convertirse en una obra con connotaciones de soliloquios, de narrativa, de tratados lógicos y filosofantes, de vivencias angustiantes..."
Por otra parte, Quezada sostiene que el encadenamiento de la poesía chilena se mantiene, con más o menos matices: "Zurita es un buen resumen de la poesía chilena y latinoamericana. En su libro hay huellas visibles de un Nicanor Parra y a través de éste de un Pablo Neruda. Resonancias visibles también de Ernesto Cardenal y, a través de éste, de César Vallejo. Incluso palabras usadas por Zurita —"paisajes, ríos, praderios"— tienen un origen mistraliano, sin que acaso lo sepa...". Otro aspecto en que discrepa con Valente es en la interpretación final: "Creo que el libro de Zurita no es el Chile del verso de nuestro himno nacional: Copia feliz del Edén o Un campo de flores bordado. Es, a mi parecer, todo lo contrario. Un Chile maltratado en lo más íntimo del ser humano, y con una geografía física alegóricamente convertida en cenizas..."
Floridor Pérez, profesor y poeta, comparte también este juicio: "Lo leo como una enternecedora elegía de un mundo asolado. Celebro en él la forma casi genial en que asume e innova la tradición chilena y sus antecedentes. En la poesía chilena hay dos líneas o vertientes: los poetas terrestres (Pezoa Véliz, Gabriela Mistral, Neruda, Gonzalo Rojas, por ejemplo) y los aéreos (Huidobro y Anguita, entre otros). El lenguaje experimental ha sido tradicionalmente propio de los poetas aéreos, mientras que los otros tienden más hacia la claridad. Aquí aparece Zurita entrecruzando las líneas. Con un lenguaje experimental, asume por completo la problemática terrestre".
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"¿Delfín de la poesía chilena?"
Por Consuelo Larraín
Publicado en QUÉ PASA, 18 al 24 de noviembre de 1982