A Raúl Zurita le acompaña un aura casi mitológica. A ello contribuyen su espesa barba blanca, el respeto y la ternura con que atiende a todo aquel que se dirige a él, su mirada amplia y profunda, su voz, que pese a ser débil rebosa inteligencia y sensibilidad. La tarde anterior a esta entrevista el poeta dio una conferencia en la Casa de América de Madrid con motivo de la presentación de Anteparaíso, un libro que se reedita bajo el sello de Lumen cuatro décadas después de su primera publicación, en 1982. Durante el evento, abarrotado de gente, el público pidió a Zurita que leyera algunos de sus versos. Muchos de los asistentes habían acudido hasta allí solamente para eso: para escuchar al maestro recitar sus poemas. Él hizo caso y leyó con emoción. El resultado, como no podía ser de otro modo, fue hermoso y sobrecogedor.
Uno de los poemas leídos fue ‘Allá’, que dice así:
Y entonces aplastando la mejilla quemada
contra los ásperos granos de este suelo pedregoso
—como un buen sudamericano—
alzaré por un minuto más mi cara hacia el cielo
hecho un madre, llorando
porque yo que creí
en la felicidad
habré vuelto a ver de nuevo las radiantes estrellas
Zurita (Santiago de Chile, 1950) es uno de los poetas vivos más importantes en lengua española. Ha obtenido numerosos galardones y reconocimientos, como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana o el Premio Nacional de Literatura de Chile. A su faceta de escritor se le suma la de artista. En 1982, junto con el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte), Zurita escribió su poema ‘La vida nueva’ en el cielo de Nueva York con el humo blanco de cinco aviones. En Anteparaíso se incluyen fotografías de los versos dibujados en el radiante cielo neoyorquino aquel día de comienzos de junio, hace ya 40 años. “Mi Dios es hambre / Mi Dios es nieve / Mi Dios es pampa / Mi Dios es no / Mi Dios desengaño”, dice el poema.
En 1993, en una acción algo similar, Zurita hizo excavar, a tamaño gigante, las palabras “Ni pena ni miedo” en el desierto de Atacama, en el norte de Chile, un lugar tan seco e inhóspito que, dicen, es lo más similar a la superficie de Marte que hay en la Tierra. Como consecuencia de su magnitud (unos tres kilómetros de extensión), la frase solo puede leerse desde el aire. En la escritura del poeta se aprecia una ambición por superar los estrechos límites que establecen el libro y el papel. Zurita ansía llevar sus versos a la escala de la existencia humana. O mejor aún: el propósito parece tener que ver con situar a la palabra al mismo nivel que las sagradas montañas, playas, valles y acantilados de Chile.
Un día después del evento en Casa de América, el escritor atiende a COOLT en un hotel próximo a la Puerta de Alcalá. Charlamos con él acerca de la reedición de Anteparaíso, los paisajes chilenos y la turbulenta situación política y social que atraviesa su país.
—Cuarenta años después de su primera publicación, Lumen reedita ahora Anteparaíso en su “versión final”, como indica la portada. ¿Por qué quiso reeditar este libro y en qué varía de su predecesor? —Lo quise reeditar porque, de golpe, me di cuenta de que la escritura en el cielo, con el paso del tiempo, se va diluyendo en el viento. El viento va borrando los amores, las muertes, e incluso le borra a uno mismo también. Entonces añadí solamente dos poemas: uno al comienzo y otro al final. Después de añadirlos sentí que teníaque publicarlo ya: era como un incorporar de pronto 40 años, 40 años que, en realidad, no son nada, un soplo.
—¿Cómo observa y entiende sus primeras obras (Purgatorio, Anteparaíso, La vida nueva) con la perspectiva que otorga el paso de los años? ¿Las ve de un modo distinto a como las veía cuando las escribió? —Pienso que esos libros tienen la pátina que necesariamente deja la vida. Son libros que ni niego ni escondo. Ahí están, y creo que son representantes del tiempo en que les tocó nacer. Forman parte de los poemas de mi generación y de mi tiempo. Sí: los hice, los escribí, y está bien.
—De algún modo, el paisaje chileno, muy presente en Anteparaíso, funciona como la metáfora de un cuerpo doliente, magullado, que a pesar de todo quiere salir adelante, prosperar. Quería preguntarle por esta asociación de Chile con un cuerpo humano quebrado. —Chile es una tierra —aunque no solo Chile, desgraciadamente— que se ha convertido en una especie de cementerio. Los paisajes que trato en los poemas recibieron a tantos cuerpos, tantos cuerpos de los que no se sabe nada, que por eso transmiten esa relación con la muerte. Pero, al mismo tiempo, son paisajes que desean despertarse, levantar el vuelo, de ahí también esa imagen de escritura en el cielo. Creo que con Anteparaíso quise partir de los más precario de la experiencia individual, y colectiva, para terminar con el vislumbre de la felicidad. Que no con la felicidad, porque la felicidad no puede ser escrita.
—También es interesante que las playas, la cordillera andina, los valles y las praderas tienen un cariz sagrado, casi religioso. De hecho, en unos versos en que habla con Dios acerca de su padre, escribe: “Jamás entró en una Iglesia, pero eso Señor / tú podrías entenderlo / estas playas fueron su Catedral”. —Sí, creo que el paisaje chileno tiene algo mítico. Ahora bien, si tú me preguntas a mí, te contestaré que soy ateo. Yo soy ateo… O creo en Dios, no lo sé. La religión no es algo que haya ocupado demasiado mi vida. ¿Pero de dónde emergen esas imágenes? Lo desconozco. No sé qué voz habla cuando escribo de esos paisajes. Es como si algo me ocupara, me llenara, y de pronto comenzara a hablar. De ahí emergen esas imágenes, de algo que no soy yo exactamente. Los griegos responderían que esto son las musas. Pero no, no son las musas: sencillamente alguien se mete en mí y habla.
—En una ocasión usted escribió que se consideraba “un trabajador en propósito del paraíso”. ¿Qué promete el paraíso? ¿O qué se alcanza cuando se llega hasta él? —El paraíso es algo inenarrable e indescriptible, algo que está más allá del lenguaje. El infierno también lo está, por otro lado. Nosotros mientras tanto solo podemos trabajar con las palabras, y ser eso: militantes. Aunque todos te digan que lo que haces es una locura, una demencia, una ingenuidad, uno debe seguir hablando al paraíso y persistir en ello. Persistir en que, pese a todo, es posible ser feliz, es posible ser cinco minutos feliz. De hecho, en la vida misma, en medio del desastre, también es posible encontrar la felicidad: nadie te la puede quitar en un encuentro, en dos miradas que se cruzan, en un abrazo.
—Los versos de ‘La vida nueva’, que escribió en el cielo de Nueva York en 1982, ¿son el modo más próximo de acercarse al paraíso por medio de la palabra? —Si te fijas en los versos, observarás que son frases terribles. Piensa en la frase “Mi amor de Dios” como una figura que se va diluyendo en el aire, que se va perdiendo. Siento que estos versos son palabras que representan nuestra historia como latinoamericanos. En ‘La vida nueva’ escribo “Mi Dios es paraíso”, pero también “Mi Dios es cáncer” o “Mi Dios es desengaño”. Por eso digo que en ese poema hay cierto sueño y también cierta pesadilla.
—¿Anteparaíso es un libro optimista? Leyendo los poemas que aquí aparecen, uno comprende el anteparaíso como un lugar de desolación, pero también de esperanza. —Bueno, ojalá que sea de esperanza. Creo que Anteparaíso es un libro terrible, pero donde nunca se cesa en el intento de que emerja un nuevo día, aunque sea de modo muy fugaz.
—Tengo entendido que los versos que componen ‘La vida nueva’, los que escribió en el cielo, los ideó durante un periodo muy oscuro de su vida: un periodo de pobreza y miedo. —Sí, fueron pensados durante unos momentos terribles en la historia de Chile y de Latinoamérica en general. Individualmente estaba muy roto, muy quebrado, pero en medio de tal oscuridad de pronto imaginé algo que fuera todo lo contrario a ese sentimiento: unos poemas escritos en el cielo. Ahora bien, son cosas a las que uno llega en apenas dos segundos, pero que luego el llevarlas a cabo se demora ocho años. La idea de esos versos fue instantánea, lo difícil fue encontrar el momento de escribir esos poemas en el cielo, encontrar quién, encontrar cómo.
—Ha dicho que los versos de ‘La vida nueva’ son probablemente los más íntimos que ha escrito. —Porque vivieron muchos años dentro de mí. Me costó tanto cumplir la idea de llevarlos al cielo que durante mucho tiempo solamente yo los conocía y los imaginaba.
—Hace unas semanas estuve releyendo Estrella Distante, de Roberto Bolaño, una novela que supongo conoce. Aquí aparece un personaje, Carlos Wieder, que, aunque con un propósito antagónico al suyo, también escribe poemas en el cielo, y además con una estructura similar a los versos de ‘La vida nueva’. ¿Qué opinión tiene del libro y qué pensó cuando lo leyó? Evidentemente, Wieder es un personaje inspirado, en cierto modo, en usted. —La verdad que la novela está bien. Cuando me dijeron que aparecía yo corrí a leerla, porque quería ver qué había imaginado Bolaño que se podía escribir en el cielo. Entonces, primero fue una ilusión, pero luego el poema que su personaje escribe (“La muerte es amistad / La muerte es Chile / La muerte es responsabilidad”) me pareció bien malito. Además, lo más decepcionante para mí fue una tontería: se notaba que Bolaño no tenía idea de cómo hacerlo. Con un avión nadie puede escribir ese poema en el cielo, se necesitan cinco aviones. Entonces tendría que haber cinco personajes, y eso me da un poco de risa. De todos modos, Bolaño es un gran autor, sin duda, y Estrella distante es una gran novela.
—En Anteparaíso la palabra Chile y la palabra patria aparecen una y otra vez. ¿Puede comprenderse el uso continuado de estos términos como una forma de no cederlos a la dictadura militar, de impedir que fuera ella quien monopolizase los significados? —Como también sucede o ha sucedido en España, en Chile hubo un periodo en que la palabra patria perdió todo el sentido. Los intelectuales de izquierda consideraban que la lucha por estos términos no era relevante. Fue precisamente durante esa época cuando me di cuenta de que la fuerza de estas palabras estaba precisamente en que nos las querían arrebatar. Yo quería decirle a la dictadura: no son los significados que ustedes le dan, son los significados que le otorgaron Víctor Jara, Nicanor Parra, Violeta Parra, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Pablo de Rohka, Vicente Huidobro… Ahí está construido el imaginario de Chile, y no en lo que nos quisieron imponer los militares.
En ese sentido, mis primeros libros, Purgatorio y Anteparaíso, formaban parte de esa lucha por recobrar los significados y no resignarse a las formas impuestas. Creo que ese es el clima en que surgen estos libros. Y Dios no lo quiera, pero si llega a suceder algo, nuevamente estarán esos paisajes que trato en Anteparaíso para decirnos algo que ni siquiera aún podemos entender ni comprender, pero que está ahí, que existe.
—Quería preguntarle sobre la situación actual de Chile. ¿Qué opinión tiene del proceso constituyente y del “Rechazo” que ha recibido la propuesta de nueva Constitución? —El proceso constituyente se perdió, y fue tan triste… Fue como un sueño que a punto está de realizarse y de pronto se derrumba. Es triste, pero también es cierto que uno no puede andar más adelante de lo que su pueblo es capaz de seguir o adivinar. Y seguramente que también hubo muchos errores, pero fue una derrota en medio de una campaña absolutamente vergonzosa de la derecha, que introdujó mentiras y miedos seculares en la población.
—¿Ve posibilidad de que termine saliendo el “Apruebo” en la próxima votación? —Bueno, hay un peligro inminente, por supuesto: está la derecha allí. La derecha es fuerte, hay un profundo estrato pinochetista que está asomando de nuevo. Yo llevo acumuladas ya varias derrotas en el cuerpo, pero esta última me ha entristecido profundamente.
—¿Y qué opinión tiene de Gabriel Boric, presidente de su país? —A Boric lo admiro profundamente. Es un joven valiente y lleno de sueños, y lleno de verdad. Es pavoroso ver cómo intentan sacarlo y desacreditarlo.
—¿Es optimista respecto al futuro de Chile? —A Chile le auguro un tiempo muy difícil, una travesía por lo más oscuro y lo más árido. Pero es allí donde tiene que surgir algún día la imagen de algo nuevamente nuevo; de allí tendrán otros que recobrar el entusiasmo para realmente construir algo más bueno y justo para todos. Por ahora, sin embargo, es el desierto; por ahora, es la oscuridad; por ahora, fuera no hay nada.
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“Chile se ha convertido en una especie de cementerio”
Por Ignacio Romo González
Publicado en Coolt.com 6 de octubre de 2022