En la mitad del camino de su vida, Dante, según él mismo confiesa al iniciar su obra cumbre —la Divina Comedia—, se halló perdido en un bosque oscuro. Confundido, no pudo más que hacer lo único que, en tales momentos de crisis, está reservado a los poetas: invocar a las musas, esto es, al poder de la creación. Ahora bien, no siempre esto trae consecuencias favorables al propio poeta. Las más de las veces, las musas sólo traen mayor confusión: la poesía demuestra, terriblemente, su incapacidad. Cuando esto ocurre, los poetas apelan a la voz y la experiencia de sus maestros: precisamente eso fue lo que hizo el Dante en aquel bosque oscuro: invocar a su maestro Virgilio. Pero la experiencia de los maestros quizás pueda acudir como una compañía, como un apoyo, mas difícilmente como una prueba concluyente de que el camino será expedito y poco pedregoso. En tal caso, el poeta acudirá a la única energía que, proporcionándole con toda seguridad la posibilidad de la evasión, será capaz de tornarle el camino —que no es otro que el de la propia existencia— mínimamente transitable: tal energía no es otra que la del amor, ésa que emana como desde un surtidor inagotable desde el cuerpo, los ojos, el cabello y el alma misma de la amada. En el caso del Dante, esa amada se llamaba Beatrice. Cuenta la leyenda que Dante la vio sólo una vez en su vida, poco antes de llegar a esa "mitad de camino" con cuya referencia comenzamos, y cuando ella era tan sólo una adolescente. Como ocurrió con la musa de Petrarca, Laura, Beatrice se habría casado con un rico comerciante, y habría
muerto —después de una larga y común vida— sin imaginar siquiera que sería la inspiradora de la obra de uno de los tres o cuatro poetas más importantes en toda la historia de la humanidad.
Dante, después de encontrar en aquel oscuro y espeso bosque a su maestro y amigo Virgilio, el que le pone al tanto de la terrible empresa que Dios mismo le ha encomendado —presenciar en vida aquello que sólo puede ser visto cuando muerto—, y alentado por la recompensa que se le ofrece —llegar hasta el cielo mismo donde no sólo están El y su cortejo de ángeles, sino que también su amada Beatrice, quien lo espera ansiosa— se pone en camino, siempre guiado por el maestro, hacia el sinfín de peligros y atrocidades (pero también de bellezas y maravillas) que lo esperan. El camino habrá de ser iniciado por el lugar más terrible, más espantoso y más difícil de soportar que la imaginación humana pueda concebir: el mismísimo infierno. Dante vacila: en la entrada a tal recinto, hay un aviso en el que se advierte a las almas que si dan un solo paso en su interior, será para permanecer allí por el resto de las eternidades. Sin embargo, Virgilio calma al poeta: él ha sido elegido precisamente por Aquel que ha creado ese y todos los lugares, y su mandato actual es justamente que Dante sea el único ser que pueda, sin estar muerto, entrar y salir de ese recinto. Entran —los espera Caronte, barquero del Aqueronte, río que atraviesa al infierno y que une al limbo —lo que nosotros llamamos Purgatorio— con el infierno mismo. Se inicia así —no sin antes haber tenido el privilegio único de dar un paseo junto a Homero, Esquilo, Sócrates y otros poetas y filósofos que permanecían allí en su calidad de grandes hombres que no alcanzaron a ser convertidos al cristianismo— la aventura de Dante por los infiernos: todavía lo esperan los nueve círculos más atroces de la creación toda, atrocidad ella que paradójicamente será descrita a partir de la poesía más alta, más bella y perfecta jamás escrita. Detengámonos aquí. No es nuestra intención resumir el contenido de la Divina Comedia.
PURGATORIO
Cinco siglos después, y algunos años antes de la mitad del camino de su vida, un poeta, nacido en un gran pedazo de tierra que en la época de Dante recién comenzaba a ser conocido por Occidente, iniciaba su andar artístico y literario siguiendo el modelo inmortalizado por el Dante. Tal poeta se llama Raúl Zurita, y nació en Santiago de Chile el año 1951. En alguna
entrevista Zurita ha dicho que su amor por el gran poeta italiano le vino de una experiencia de su infancia, vivida en largas y pesadas tardes en que su abuela —llegada a Chile desde Italia— le leía, en su lengua original, la Divina Comedia.
La obra poética que Zurita inició el año 1979, año de la publicación de su primera obra —Purgatorio, editada por Universitaria—, posee, como ninguna de las otras escritas en Chile, un carácter de continuidad. Zurita se ha encargado, con el paso de los años, de ir desenrollando los hilos de un proyecto que, al parecer, estaba concebido de antemano. Tal proyecto ha sido concebido en una estrecha relación con la experiencia fundamental del Dante recién resumida, a saber, la experiencia de la aventura terrible y peligrosa que significa llegar al paraíso —o a la Vida Nueva— desde el infierno. Ese mismo proyecto —que no es sólo escritural, sino que también, y a la vez, existencial— lo ha desarrollado Zurita en sus obras de poesía publicadas hasta la fecha: Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), El Paraíso Está Vacío (1984), Canto a Su Amor Desaparecido (1985), El Amor de Chile (1987) y La Vida Nueva (1996).
Zurita, como Dante, se ha encontrado, en la mitad del camino de su vida, perdido en un bosque oscuro. También como Dante ha asumido que el oficio artístico —que tal vez no sea otra cosa que un afán, desesperado y lleno de esperanzas a la vez, por encontrar el camino (que quizás ni exista) que se ha perdido— obliga a quien ha decidido ejercerlo a contemplar y permanecer en los lugares más insoportables y cargados de sufrimiento. De tal forma, al intentar realizar un acercamiento general a la obra de Zurita ha de tenerse en cuenta ante todo que en ella no se trata de una creación concebida de un modo puramente estético o formal, como ocurre en tantos autores, sino que es ella uno de los planos, tal vez el más importante, de un ejercicio de búsqueda e indagación vital —es decir, a cada instante puesto en práctica en la existencia propia— que es peligroso y duro porque se ha asumido con toda la seriedad del sufrimiento.
En el caso de Purgatorio, esto es evidente desde que uno abre el libro. Este gesto de "abrir el libro" posee un carácter muy particular al tratarse de los libros de Zurita, ya que su poesía —como la de su maestro y amigo Juan Luis Martínez— es una que se plantea como inserta en aquella tradición, muy propia de la década de los sesenta, y que se ha llamado "conceptual", que intenta romper los márgenes clásicos impuestos a la expresión literaria a partir de la fusión con las demás artes, sobre todo las plásticas: así, los libros de Zurita estarán siempre atravesados de imágenes, collages y signos no propiamente "verbales". Cuando uno abre el libro Purgatorio, decía, se enfrenta inmediatamente con una alusión, siempre a partir de la metáfora del "camino" tomada de Dante, de la búsqueda y la pérdida, atravesado esto por la experiencia del desamparo: en dos páginas abiertas, puede verse, en una de ellas, una foto, rota y sucia, en que aparece el rostro del autor, con un parche en la mejilla derecha, producto de una acción (poética) autodestructiva que ha consistido en calentar al fuego un hierro y, después, dejarlo unos minutos en la piel del rostro; en la primera página del libro el poeta ha escrito: "mis amigos creen que estoy muy mal porque quemé mi mejilla"; en la otra página abierta, un papel —como de esos que a veces uno encuentra en las veredas— en la que dice, escrito a lápiz: "Me llamd Raquel, estoy en el oficio desde hace varios años. Me encuentro en la mitad de mi vida. Perdí el camino"; en el pie de ambas páginas, y en letras gruesas y altas, se lee: "Ego Sum Qui Sum", que en latín elemental quiere decir: "Yo Soy Quien Soy". Varios son los asuntos que atraviesan la obra de Zurita y que se desprenden de las páginas recién descritas. En primer lugar, y en relación a la herida autoinfligida en la mejilla, la voluntad de transgredir los límites impuestos por la página en blanco, no únicamente a partir de la utilización de nuevos sitios en que plasmar la escritura —Zurita ha escrito poemas de kilómetros de extensión en el cielo y en el desierto de Chile—, sino que en el cuerpo mismo del autor: en otra ocasión, Zurita llegó a lanzarse ácido en los ojos con el fin de cegarse. En segundo lugar, y esto está íntimamente ligado a aquella voluntad de búsqueda y pérdida de sí a la que nos hemos venido refiriendo, un procedimiento por el cual el sujeto del texto poético cambia constantemente de rostro, nombre y sexo —procedimiento éste que en muchas ocasiones produce la sensación de que el autor es un esquizofrénico poseído por iluminadas o terribles visiones. Unos ejemplos de esto, aparte de los ya citados: "Me amanezco / Se ha roto una columna / Soy una Santa digo" ("Domingo en la Mañana", I); "Me han rapado la cabeza / me han puesto estos harapos de lana gris /—mamá sigue fumando / Yo soy Juana de Arco digo la ardida / la que se mordió de amor entre sus piernas" (Ibíd., xxxiii); "Les aseguro que no estoy enfermo créanme / ni me suceden a menudo estas cosas / pero pasó que estaba en un baño / cuando vi algo como un ángel / "Cómo estás, perro", le oí decirme / bueno—eso sería todo / Pero ahora los malditos recuerdos / ya no me dejan dormir ni por las noches" (Ibid., xxviii). De este modo, en Purgatorio se desarrollan los aspectos más importantes y que se convertirán en hilos conductores del proyecto poético de Zurita, proyecto que, como he dicho, es aquel, inaugurado por Dante, que consiste en alcanzar el paraíso —o La Vida Nueva— después de haber transitado Purgatorio, Infierno, Anteparaíso, etc.
Ahora bien, otro asunto de gran importancia —y que permite decir algo acerca del modo en que la obra de Zurita se inserta en el panorama de la poesía chilena de este siglo—, y que ocupa un lugar de primer orden en la creación de nuestro autor, dice relación con la cuestión del tratamiento poético del paisaje chileno. Al considerar este tratamiento, puede uno darse cuenta de que Zurita, a diferencia de lo que ocurre en el grueso de los integrantes de su generación, posee una vinculación más clara con la poesía de Neruda —sobretodo con su Canto General, en que la naturaleza aparece en toda su magnitud y en toda su grandeza épica— que con la poesía de Parra o Lihn. Aunque en la poesía de Zurita constantemente aparezcan giros lingüísticos extraídos del habla coloquial, éstos siempre aparecen integrados en un contexto marcadamente lírico, pero ciertamente se trata de un lirismo muy particular: lirismo en desvarío, sin sujeto determinable, esquizofrénico. La naturaleza entonces es
por Zurita, como por Neruda, exaltada y enaltecida por un lirismo que continuamente se refiere a ella como a una inagotable fuente de material poético. Sin embargo, esto no es lo más interesante. Lo que sí lo es refiere a aquello por lo cual Zurita adquiere una de sus peculiaridades más claras, que distingue a su obra de toda la tradición americana de poesía enaltecedora y magnificante de la naturaleza, desde Withman hasta Neruda. Me refiero a esa capacidad poética muy propia de Zurita por la que en su obra el paisaje siempre aparece como irreal, fantasmático, como si fuese una "aparición", un espacio puramente mental, un espejismo. Zurita, de tal suerte, tratará a los prados, a los pastos, mares, cielos, playas y desiertos como si ellos no fuesen más que una aparición, una irrealidad espejeante que en cualquier momento desaparecerá para permanecer en un estado de pura nada. En Purgatorio las imágenes de mayor belleza tanto poética como pictórica y cinematográfica, son logradas a partir de esa extraña y tan particular descripción que del desierto de Atacama allí se efectúa: "Quien podría la enorme dignidad del desierto de Atacama como un pájaro se eleva sobre los cielos apenas empujado por el viento". O también: "Helo allí Helo allí / suspendido en el aire / El Desierto de Atacama". Y por último: "Y cuando vengan a desplegarse los paisajes / convergentes y divergentes del Desierto de Atacama / Chile entero habrá sido el más allá de la vida / porque en cambio de Atacama ya se están extendiendo como un sueño los desiertos de nuestra propia quimera allá en estos llanos del demonio".
ANTEPARAISO
El Ultimo apartado de Purgatorio —que en este deambular también podría considerarse como Infierno— recibe el nombre de La Vida Nueva. Consiste en un grupo de electroencefalogramas probablemente del propio autor, los que han sido intervenidos y escritos con frases como "mi mejilla es el cielo estrellado", "mi mejilla es el cielo estrellado y los lupanares de Chile", "del amor que mueve al sol y las demás estrellas" (verso este último que es constantemente repetido por Dante en su Divina Comedia). De tal modo, se nos está diciendo que en el purgatorio o infierno mismo se encuentra la posibilidad del paraíso o "vida nueva". En medio de la desesperanza, sólo la esperanza permite seguir respirando.
Anteparaíso (1982) es, en este sentido, una obra de transición. Es ella el paso de la
desesperanza y locura totales a la Esperanza Vida Nueva.
La historia y fama de Anteparaíso está marcada por un gesto inédito en la historia de la poesía y que Zurita llevó a efecto. El día 2 de junio de 1982, fue escrito en el cielo azul de Nueva York un poema de Zurita titulado precisamente "La Vida Nueva". El poema consta de un grupo de quince frases o sentencias acerca de un Dios que el autor dice poseer: "Mi Dios Es No", "Mi Dios Es Cáncer", "Mi Dios Es Chicano", "Mi Dios Es Carroña", entre otras. Cada una de estas frases midió cerca de nueve kilómetros.
Más allá de la evidente parafernalia, este tipo de "acción de arte", que como ya he señalado se inserta dentro de esa voluntad de apoderase de nuevos e inusitados espacios de escritura, el texto mismo del poema nos enfrenta con un asunto muy relevante en la obra de Zurita: la cuestión de lo divino. Zurita es un poeta obsesionado con la cuestión de Dios y lo divino. En el caso de Anteparaíso, este tema aparece siempre a partir del tratamiento poético del paisaje chileno, al que ya me he referido. Se trata ahora de las playas y montañas de Chile: playas que ascienden hasta el cielo y se con-funden con él, montañas que se mueven y caminan: "Miren las playas de Chile / Hasta el polvo se ilumina / en esos paisajes de fiesta" ("Las Playas", ii); "Blancas son las playas de Chile/ Hasta sus súplicas se hacían sal / derramándose por esas lloradas" ("Las Playas", XII); "No lloren estas playas perdidas / tempestuosa la borrasca no podía / apagar la dulzura de sus miradas ("Las Playas", XIII); "Blanco es el espíritu de las nevadas / Blanca es el alba tras los vientos / Pero mucho, mucho más blancas, son / las demenciales montañas acercándose" ("Cordilleras", II); "También ellos se marchaban: / Somos las montañas que caminan, decían / devolviéndose por esas nevadas" ("Allá Estuvieron los Nevados").
CANTO A SU AMOR DESAPARECIDO
Otro aspecto muy importante que recorre la obra de Zurita refiere a una circunstancia histórica y política. Zurita, como Dante, emprende un recorrido incierto y doloroso, a partir de los oscuros bosques de la existencia propia, pero a diferencia del poeta italiano, lo hace desde Sudamérica, en donde la miseria, la opresión y la injusticia están a la orden del día. Esta conciencia histórica de la que respira la poesía de Zurita le da un sentido muy peculiar y la tiñe de una tragedia muy distinta a la que describiría cualquier poesía europea o de otra cultura. En la última parte de Anteparaíso Zurita echa una mirada al Santiago de los ochenta, cuando los toques de queda alargaban el día y la noche hasta la desesperación. Allí los seres deben amarse y hablar a escondidas, con un temor perpetuo por ser descubiertos: "El amor que mancha de tiña por todos los intersticios penetra y se ilumina / por las barriadas pobres y las cholerías / como una llanura resplandeciente / donde nunca ni nadie se apaga". "Pero escucha si tú no vienes de un barrio pobre de Santiago es difícil que me entiendas tú no sabrías nada de la vida que llevamos mira es sin aliento es la demencia es hacerse pedazos por apenas un minuto de felicidad". ("Esplendor Sobre la Hierba»).
Sin embargo, esta mirada, lírica aunque descarnada, a la miseria política y social de Latinoamérica, es efectuada más directamente en el libro Canto a Su Amor
Desaparecido (1985). En esta obra Zurita trata el tema de la desaparición política en las dictaduras latinoamericanas. Latinoamérica aparece a la mirada del poeta como un conjunto de nichos —los países— agrupados entre sí y que sólo poseen en común el hambre, la injusticia y la opresión: "Canté, canté de amor, con la cara toda bañada canté y los muchachos me sonrieron. Más fuerte canté, la pasión puse, la lágrima, el sueño. Canté la canción de los viejos galpones de concreto. Unos sobre otros decenas de nichos los llenaban. En cada uno hay un país, son como niños, están muertos. Todos yacen ahí, países negros, África y sudacas. Yo les canté así de amor la pena a los países. Miles de cruces llenaban hasta el fin el campo. Entera su enamorada canté así. Canté el amor (...)".
Terminemos señalando que, al parecer, Raúl Zurita, por fin, hace unos años, ha encontrado su Vida Nueva. Como se sabe, Dante también escribió una Vida Nueva. En la obra de Zurita se describe incansablemente —repetitivamente— una imagen común a muchos pueblos primitivos: el ascenso de los ríos hacia el cielo. Zurita utiliza para ello los ríos del sur de Chile. Compara su movimiento y ascenso a las obras de Bach, Mozart y Beethoven. La obra, a mi juicio, es de una calidad muy inferior si se la compara con las anteriores, que sin duda hacen a Zurita uno de los mejores artistas de nuestra lengua. "Los grandes —dice un refrán— yerran grande". El poeta ha cumplido un ciclo. Aún es joven. Habrá de esperar una nueva llamada de Beatrice, un nuevo deambular. ¿O será que Zurita ha caído en la tentación, poco fructífera en términos poéticos, de creer que el paraíso estaba lleno, cuando en realidad el paraíso está vacío?
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Raúl Zurita: El paraíso está vacío.
Por Adolfo Vera.
Publicado en ENTREVISTA, N°69, 9 de octubre 1999