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Gracias al poeta 
        Por Patricio Zapata 
 
          Publicado en La Tercera, 14 de Agosto de 2018 
          
          
        
        
          
            
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Hay ciertas cosas que no le podemos hacer a los demás. Nunca.  No importando lo que hayan hecho (por terrible que sea o parezca) o el bien  social que, eventualmente, podríamos conseguir con ello. Y para hablar de este  pilar civilizatorio, nada mejor que remontarnos a los albores de la reflexión ética.
        Allí, en la Illiada, obra del primer poeta, se nos  aparece, el reclamo desgarrador de un padre que venciendo toda prudencia y toda  lógica se introduce en el campamento del enemigo para rogarle al hombre que  acaba de matar a su hijo que le devuelva el cadáver, pues su familia necesita  despedirlo. La súplica del anciano conmueve al guerrero invencible.
        Hasta el más terrible de los criminales merece un entierro. Hasta  los enemigos más odiados tienen derecho a llorar sobre los restos de un hijo,  una madre o un hermano. Esta es la enseñanza de Sófocles. Aquí estamos ante una  mujer que no trepida en desobedecer las órdenes de su Rey, el que ha prohibido,  so pena de muerte, que el cadáver de Polinices, revolucionario que levantó un  ejército extranjero contra su propia Patria, reciba el ceremonial debido a los  fallecidos. Antigona desafía la ley de su ciudad. Su rebeldía es descubierta. Antes  de sufrir el castigo, le recuerda al Rey que ella ha seguido una ley anterior a  las suyas.
        Nuestro Museo de la Memoria es un recordatorio del horror  que el Estado de Chile le aplicó a algunos de sus ciudadanos. Entre otras  crueldades, el ocultamiento del cuerpo de los asesinados, privando a la familia  del derecho natural a tener certeza sobre la situación del desaparecido y, también,  del no menos sagrado derecho a llorar sobre los restos del ser querido del modo  en que la cultura respectiva acompaña el duelo, el homenaje y la despedida. Como  Príamo, como Antígona.
        Es una pena que haya compatriotas que no entiendan  cabalmente el sentido del Museo de la Memoria. No es el lugar para hacer la  discusión a fondo y completa sobre las muchas causas que explican que la  democracia chilena haya sucumbido dramáticamente en 1973. Esa es una  discusión que todavía hay que hacer, y más que apuntar con el dedo al otro,  debiera ser un ejercicio muy autocrítico, pues el fracaso fue de todos.
        El Museo de La Memoria no tiene por objeto identificar  sectores políticos buenos y sectores políticos malos. Lo que allí se muestra  tiene que interpelar por igual a izquierdistas y derechistas.
         Habrá que seguir trabajando por hacer de la idea de los  derechos humanos un compromiso realmente universal. Mientras tanto, doy gracias  a todos quienes defendieron la idea tras el Museo. A las mujeres abogados  que firmaron una elocuente declaración. A los artistas, músicos y actores. Y,  especialmente, a Raúl Zurita. Al poeta.