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Raúl Zurita:
“Lo que la pandemia nos muestra es una muerte sin ilusión, sin un último beso”
Por Andrés Gómez
Publicado en La Tercera, 12 de junio de 2020
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Por estos días las librerías italianas comienzan a reabrir. Entre las novedades que llegan a sus estantes se encuentra Ni pena ni miedo, un volumen de poesía y aproximaciones críticas a la obra “de un poeta que durante 40 años ha sido protagonista indiscutible del panorama poético de su país”. La creación poética de Raúl Zurita (1950) ha logrado amplia visibilidad internacional: en febrero se presentó una nueva antología en el Instituto Cervantes de Madrid, y hace unos días el diario El País lo destacó entre los candidatos latinoamericanos al Nobel de Literatura.
Postulado por académicos de diferentes latitudes, el poeta se toma esta mención con gratitud: “Qué más puedo decir; yo le he entregado mi vida a la poesía y estar entre los nominados es un gran honor”, dice.
Recluido en su casa con su pareja, la escritora Paulina Wendt, próximamente el autor de La vida nueva ofrecerá un taller de poesía a través del Aula Virtual del Instituto Cervantes. En el programa participan también el director de cine Alejandro Amenábar y el escritor Guillermo Arriaga, quienes estarán a cargo de talleres de guión cinematográfico.
Pero más allá de esas actividades que lo mantienen conectado con el mundo, Raúl Zurita se ha mostrado muy preocupado por los efectos de la pandemia en nuestro país. A través de su cuenta de Twitter, hace unas semanas recordó los versos de su poema Diálogo con Chile y su sueño de proyectarlos sobre los acantilados del norte de Chile. “Ahora Chile entero es un acantilado/ Y el mar/ Es el mar del hambre estrellándose contra tus rocas”, anotó.
Premio Nacional de Literatura y Premio Iberoamericano Pablo Neruda, Zurita comparte sus reflexiones a través del correo electrónico.
—¿De qué modo lo ha afectado la pandemia?
—Me resultaría muy difícil pensar en alguien que se pudiera mantener ajeno a la pandemia: a su amenaza, a su acoso omnipresente, a su impresionante silencio. Las miles y miles de muertes son muertes silenciosas y, por lo mismo, de una tristeza infinita. No es en sí el hecho de morir, decir que la muerte es nuestro destino inapelable es la más verdadera de las trivialidades; es la imagen que se nos enrostra de golpe de la soledad de la muerte, se nace y se muere solo, eso todos lo sabemos, pero no estábamos preparados para esta constatación definitiva. Morir conlleva una ilusión, pues, lo que la pandemia nos muestra es una muerte sin ilusión; envueltos en esas escafandras de plástico nos vemos desfilar sin un discurso, sin una palabra final. Sin un último beso.
—¿Cómo ha tolerado el encierro?
—Lo he tolerado bien, pero la realidad que le afecta a tantos; el hacinamiento, el hambre, el desvalimiento, hace que una afirmación simple como esa: “lo he tolerado bien”, inevitablemente conlleve un sentimiento de culpa. La distancia entre el horror de un mundo injusto hasta la náusea y dos seres, yo y mi mujer, por ejemplo, que se abrazan guarecidos del infierno del afuera, es la confirmación de una inequidad monstruosa, inequidad que hasta las piedras conocían, menos Mañalich, pero, por lo mismo, nunca se ha tenido más fuerte la sensación de que somos una humanidad y, simultáneamente, la pavorosa impotencia de serlo. Y sí, escribo, es lo que estoy exactamente haciendo en este instante al contestar sus preguntas.
—Dante tiene mucha relación con su vida y obra, ¿resuena para usted en este período?
Sí, más que nunca. En La Divina Comedia, Dante al salir del Infierno ve las estrellas de la noche resplandeciendo, ojalá que, saliéndose del poema, esas mismas estrellas estén en esta noche esperándonos.
—En este escenario, ¿el adjetivo dantesco toma una nueva forma ante nuestros ojos?
—Ante los míos, sí, ante los ojos de los demás no lo sé. Sería presuntuoso pensar que todos se han vuelto de golpe lectores de La Divina Comedia.
—¿Qué extraña de la vida anterior a la pandemia?
—A veces me pregunto si hubo en rigor una vida anterior. También me lo preguntaba el 11 de septiembre del 73, en medio de las golpizas en el barco Maipo: ¿Hubo una vida anterior a esos golpes? ¿Y si todo lo anterior no fue solo un espejismo del que estamos despertando? ¿Y si todos los abrazos que dimos fueran ilusiones? ¿Y si todas las despedidas también lo fueran? No, sé que no es así, pero podría serlo. Y tal vez sería liberador pensar que no hubo nada antes. Sería algo así como ser Borges, pero no el Borges que sabemos, sino uno de verdad, un Borges que agoniza junto contigo.
—¿Qué rescata de este período?
—Su absurda y rotunda verdad, está en la estrofa final del poema "Vida" del poeta Gonzalo Millán: Se desgastan las células, los órganos, los tejidos/ disminuyen las fuerzas viales/ La muerte es el fin de la vida.
—¿Qué rol le cabe a la poesía ahora? ¿La poesía puede iluminar esta catástrofe humana?
—Lo duro de las profecías es que solo se entienden cuando se cumplen. La poesía es la gran Casandra de nuestro tiempo, Casandra era esa vidente troyana que sabía todo lo que iba a suceder pero nadie la escuchaba. En la poesía está dicho todo: el presente, el pasado y el futuro, pero al igual que Casandra, nadie la escucha.
—¿Cómo cree o espera que será la vida nueva después de la pandemia?
—Es un deseo, pero es el más ferviente de los deseos, es un sueño, pero es un sueño tan fuerte como para apagar todo el dolor del presente y del pasado: que el mundo sea mejor que su pasado, que el mundo sea mejor que su presente, que el mundo sea mejor que su futuro.