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La intimidad como búsqueda y lamento en Purgatorio de Raúl Zurita

Por Katherine Hoch[1]

 


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Raúl Zurita nació en 1951 en Santiago, Chile. Es un poeta de formación académica científica (estudió Ingeniería) pero este hecho no impidió el desarrollo de un trabajo humanista y una poética con una fuerte impronta estética y política. Dentro de sus libros está Purgatorio, publicado en 1979 –plena época de Dictadura en Chile-. Este texto se construye a partir de un discurso de dolor y rechazo por las circunstancias político-sociales de la época, en gran medida. Esto podría ser un hilo de asociación con el poemario La ciudad de Millán, sin embargo, si bien ambos poemarios se escriben desde este dolor, sus enfoques y tonos difieren bastante.

El sentir en Purgatorio confluye en un espacio intermedio, que queda entre un doble vínculo; primero es la ruptura reconstructiva del silencio y luego la posibilidad de creación que brinda el lenguaje -según lo que mencionó Zurita en el Seminario de la Biblioteca Nicanor Parra de la UDP-; en el espacio intermedio  queda este vacío que no es vacío en su pérdida sino noción recreativa de revivir un acontecer “personal”[2] y subjetivo en su intimidad –a diferencia del texto de Millán que parece ser más íntimo en su relato de colectividad- y por ende, su tono poético se sustenta en esta brecha: “Yo mismo seré entonces una Plegaria encontrada en el camino / Yo mismo seré las piernas abiertas de mi madre” (iii-iv)[3]. Él mismo será en su devenir, en su creación de espacio límbico, de purgatorio y en el tránsito que esto significa para el sujeto del texto, la voz poética.

Es necesario comprender que el sujeto poético –“hablante lírico”- no limita la mención de este “yo” a un solo “yo”; Purgatorio se caracteriza por ser un texto que contiene múltiples voces, múltiples nominalizaciones de un sujeto que en esa repetición pierde carácter personal asociado a algo determinado e inamovible, pero aun así se entiende como una experiencia que nace desde un aprecio individual e íntimo. Esto porque el relato poético de Zurita abre una puerta; deja un espacio entre el vínculo del escritor con el texto porque la idea y el sentir principal es vivificar una acción de voluntad que se sustenta en poder “ejercer una libertad”[4]; libertad de creación, libertad de uso de lenguaje y sus figuras, de construir un mundo destruido o intentar rehacerlo en una cohesión meditada.

Es por esto que el tema del amor, por ejemplo, pasa a existir como eje fundamental de la existencia en su poemario. El concepto de amor entendido por Zurita como algo pasional que refiere a una relación de pareja. Esto se simula y sincroniza con la posesión que busca el poeta con su texto. En el amor, el amante busca la posesión de un otro, la materialización del deseo en la carne. Algo así ocurre con el lenguaje. En este sentido: “lo íntimo (...) es el lugar común del discurso amoroso” (Pauls, 1). Todo esto se puede observar en la primera parte del poemario, titulado Domingo en la mañana, específicamente en el poema XXII: “Te amo –me dije- te amo / Te amo más que a nada en el mundo” (3-4). Este te amo está vinculado a su propia visión frente al espejo y por lo tanto implica un “x” y un “z” independiente de si el sujeto es uno o son dos; es el poeta un amante que se concibe dentro de un discurso amoroso que aboga por poseer, por fundir un único “yo” en otro “yo” y por lo tanto, neutralizar la nominalización personal y absoluta.

“El destino de todo artista es detenerse antes del límite extremo” (Manguel, 31)[5] podría sonar apropiado para hablar de Zurita, aunque en un sentido inverso: el artista –o poeta en este caso- es llamado a ese límite de creación, se deja llevar por una intuición que apela a una eternidad, a una trascendencia sin dejar de lado aspectos propios de la circunstancialidad y su materialidad. Todo esto se remece en la ilusión del escritor por concretar un encuentro entre el texto y él o incluso, entre él y el lector. Esta sensación puede ser motor de creación, motivación para idear pero también lamento en su “imposibilidad”[6]: “Este doble vínculo, la promesa de relevación que cada libro ofrece a su lector y la advertencia de derrota que cada libro da a su escritor, es lo que presta al acto literario su constante fluidez” (Manguel, 28). Fluidez que está a criterio de un diálogo constante, de un devenir que es lamento y gracia, pesar y limpieza: “Yo soy el confeso  mírame  la Inmaculada/ Yo he tiznado de negro/ a las monjas y a los curas”[7] (1-3).

Confeso, salvado puro, intocado que mancha y ensucia a su vez a hombres y mujeres de fe, estos versos atañen al quehacer poético en el “purgatorio” de Zurita y su doble lectura: la doble-faz del acto creador y su llama mortal. El amor, deseo inconcluso; el vagar por el limbo, metáfora reiterante de un acontecer impropio; la intimidad, escondida detrás de las palabras.

 

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Notas

[1] Katherine Hoch (1991). Estudió Licenciatura en Literatura con Mención en Gestión Cultural, minor Artes Visuales, en Universidad Finis Terrae. Es fundadora del colectivo Pantógrafas (Estudios experimentales de cine).

[2] Esto se explica más adelante en otro párrafo.

[3] En el poema “A las inmaculadas llanuras” de Purgatorio.

[4] En palabras de Zurita durante el Seminario.

[5] Texto publicado por la Editorial Universidad de Valparaíso basada en una conferencia que dio Alberto Manguel, editor y ensayista argentino.

[6] Idea que plantea el autor argentino.

[7] En el poema XIII

 

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Bibliografía

  • Manguel, Alberto. La musa de la imposibilidad. Santiago de Chile: Editorial Universidad de Valparaíso. 2013. Impreso

  • Pauls, Alan. El fondo de los fondos. 2008. PDF

  • Zurita, Raúl. Purgatorio. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1979. PDF



 

 

 

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